Francisco, el relojero de Dios

Un calendario que viene marcado, especialmente en otoño, de varias citas ineludibles, para las que muchos llevan tiempo preparándose. Tras Cuba, la segunda parte del Sínodo de la Familia, en el que se darán cita dos tipos, dos estilos, de Iglesia bien distintos.
El primero, en retirada, en franca minoría, de los que se oponen a cualquier cambio, de los que sienten que la doctrina es más importante que la fe, la esperanza y la caridad. El segundo, todavía con el freno puesto -no deben haber creído que esto era posible-, que busca uns reformas que hoy son un clamor, y que no comprometen el dogma ni el mensaje de Cristo, sino que lo llevan a buen término. El Papa Francisco, como buen pontífice, trata de tender puentes entre ambas orillas, pero también entre los que, entretanto, se sienten ahogados en el mar de la incomprensión, en la vergüenza de la falta de solidaridad. En esa Iglesia de la Misericordia por la que ha apostado, decididamente, el argentino.
Y es que el 8 de diciembre, una vez concluido el Sínodo, y tras otro viaje difícil a Kenia y Centroáfrica -algo nos contará en breve monseñor Aguirre-, Bergoglio ha convocado, por primera vez en dos milenios, un Año Santo de la Misericordia. Bienaventurados los misericordiosos, pues ellos obtendrán misericordia.
Un año que no se quedará en meras palabras o gestos, en grandiosas celebraciones o en actuaciones cara a la galería. Este año está llamado a poner el reloj de la Iglesia en la hora de Jesús. Francisco, el "relojero" de Dios, tiene la oportunidad de hacerlo. Y lo veremos, pese a las amenazas de cisma, de grandes tribulaciones, insultos y despropósitos de los mismos de siempre, que apenas recuerdan haber leído, y comprendido, el Evangelio de Jesús de Nazaret. Y que, sin duda, hoy volverían a crucificarlo sin piedad.
En cuanto a nuestro país, este curso se antoja como definitivo para que los obispos designados por Francisco para liderar el cambio (Blázquez, Osoro y Omella, entre otros) tomen el toro por los cuernos e inicien la renovación tan ansiada, para lograr que la Iglesia española deje de ser la "Luz de Trento" y se une al tren de la misericordia de Francisco.
Mimbres ahí, mas también dificultades, tal vez mayores que en otro país europeo. Pues España debe ser el único país católico de Occidente donde una mayoría de obispos no logra sintonizar con lo que quieren la mayoría de los miembros de la Iglesia. Para hacérnoslo mirar. Es tiempo de no hacer caso al miedo ni a las amenazas -que las hay, cada vez más furibundas, cada vez más rayando en lo personal, incluso en lo delictivo, en lo "yunquiano", ya me entienden-, y tomar decididamente la senda del Evangelio de Jesús. Las huelllas son firmes, y cercanas. Acaban de pasar por ahí el Papa Francisco y los pobres de la Tierra.