Los candidatos a Toledo, como los garbanzos
Las emociones expansivas del nombramiento de nuestro Carlos Osoro -cuenta Javier Morán- como arzobispo de Valencia alcanzaron también al día de la clausura del año santo de la cruz, el pasado domingo, cuando, según testigos presenciales, el nuncio Manuel Monteiro de Castro se dirigió a uno de los obispos presentes en el palacio episcopal, antes de la comida, y le saludó como «señor arzobispo de Toledo». El saludado era Alfonso Carrasco Rouco, titular de Lugo y sobrino del cardenal y presidente de la CEE, Antonio María Rouco. Si se cumplen dichas palabras, contemplaríamos el ascenso más fulgurante de la Iglesia española contemporánea.
Carrasco Rouco es obispo desde hace menos de un año y, todo hay que decirlo, no son malos los ecos que salen de su diócesis acerca de su gobierno pastoral. De hecho, el sobrino de un cardenal no tiene por qué salir mal obispo, y viceversa. No obstante, parece impensable un obispo residencial tan joven, y de camino tan breve, para la sede primada, que además implica el capelo cardenalicio al poco tiempo del nombramiento (salvo que la idea sea suprimirlo precisamente en este tiempo).
Respecto a Toledo, otras novedades que corren por los mentideros eclesiásticos dicen que baja la opción de Ureña, arzobispo de Zaragoza, y sube la de Blázquez. Ya se ve: como los garbanzos en un cocido, que decía en bendito Juan XXIII sobre el cónclave que le eligió. Para Asturias siguen vigentes las opciones de Quinteiro (Orense), Blázquez (Bilbao) y Sanz (Huesca-Jaca). Osoro tiene sus preferencias: el citado Sanz o, tal vez, García Aracil (Mérida-Badajoz), y el criterio del titular saliente no debe caer en saco roto, especialmente en este tiempo de episcopados cuasi hereditarios (Sevilla, Valencia, etcétera).
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