La vieja Biblia de mis hermanos

Debo tener una treintena de Biblias, además de las regaladas o reseñadas. De todo tipo, en varios idiomas. Católicas, ecuménicas, etimológicas, en fascículos, con análisis del contexto histórico y cultural de las distintas épocas que recorre el Libro de los Libros. También conservo alguna Torá, y por supuesto el Corán, el Libro de los Vedas... en ediciones de coleccionista, que hojeo de cuando en cuando, o consulta para algún trabajo periodístico o literario.


Y, sin embargo, ahí continúa, más de 20 años acompañándome, la vieja Biblia de bolsillo, con las tapas verdes, garabateada, con las puntas de las páginas dobladas. El regalo de Confirmación de mis hermanos. Y es que la mejor manera de entender la Historia de la Salvación es contemplándola como la historia de una familia. La de los hijos de Dios, la de la gran familia humana.


Hoy, en tiempos de matanzas en el falso nombre de dios, en días de incomprensiones mutuas, y también de ventanas abiertas a la primavera, convendría leer, y compartir, y conversar, sobre y desde la Biblia, con la familia, los amigos, los cercanos y los lejanos. “Venid a mí todos los que estéis cansados y agobiados, que yo os aliviaré”, dice el Maestro. Buenas píldoras las que nos ofrece ese viejo libro, de tapas verdes, regalo de mis hermanos. Aunque confieso que la mejor medicina la encuentro, como Francisco -casualidad no buscada-, en Mateo 25, en las Bienaventuranzas y en la Parábola de los Talentos.
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