Fenómeno eclesial del papa Francisco



Con sorpresa, en la larga noche del postconcilio, estábamos asistiendo a la novedad que ha supuesto la llegada del papa Francisco. Sus gestos personales están resultando un revulsivo contra el desánimo y están poniendo en práctica lo que él llama la "revolución de la ternura". ¿Es otra vez hora de buenas nuevas?.

En la revista Éxodo, escribia Forcano, nos ha interesado particularmente su hoja de ruta, su programa aún en expectativa- como aparece en su exhortación Evangeli Gaudium. Mirando de reojo este documento, hemos programado este número de la revista ...

El nuevo obispo de Roma, el papa Francisco, ha dicho J.Mª Castillo, es un hombre sorprendente, que cada día me sorprende más. A mí y a muchos también. Dentro y fuera de la Iglesia. Lo que más me llama la atención, en este hombre, no es su forma de ejercer un cargo (el de Papa), sino su forma de vivir (tan profundamente humana).

Desde el papado de Gregorio VII (S. XI), lo que más se venía destacando en los papas era el poder, su potestad plena y universal. Y lo peor de este asunto es que hubo muchos papas que, mientras ejercieron el papado, vivieron convencidos de que ellos tenían este poder ilimitado. Lo mismo que muchos cristianos también se lo creyeron y se lo siguen creyendo.

Por eso ahora hay muchos católicos que están decepcionados, desengañados y hasta irritados con el Papa Francisco. Porque no hace en la Iglesia los cambios que ellos se imaginan que un "Papa ejemplar" tendría que hacer, según las preferencias de cada cual. Lo determinante de un Papa no es su "potestad", sino su "humanidad".

J.M. Castillo en su larga trayectoria teológica de más de 40 años ¿fue siempre en la misma dirección? oigamos lo que dice: nací y crecí en una familia de derechas, religiosa y chapada a la antigua. En el seminario y en la formación que me dieron los jesuítas se reforzaron las convicciones que viví en la casa de mis padres. En mis primeros años de sacerdote, yo era un jesuita tradicional. Hasta que, precisamente en Roma, los años que estuve en la Gregoriana coincidieron con las dos primeras sesiones del Concilio Vaticano II. Allí empecé a darme cuenta de la distancia que hay entre la Iglesia y el Evangelio.

Y lo que comencé a ver en Roma se me confirmó y se acentuó cuando volví a España. La convivencia con los jóvenes jesuitas de los años 60 me transformó. Más que profesor o formador de aquellos jóvenes, quise ser su amigo. Lo que tuvo una consecuencia decisiva en mi vida: no sé si fui o no fui educador de aquellas generaciones juveniles; lo que sí sé es que ellos me transformaron a mí. En Roma vi la distancia que hay entre la Iglesia y el Evangelio. Conviviendo con los jóvenes de la década de los 60, me di cuenta de la distancia que hay, además, entre la Iglesia y la sociedad.

La institución eclesiástica vive tan lejos de la cultura de nuestro tiempo que ni se da cuenta de dónde está realmente, ni a dónde va por el camino que lleva. Por eso aumenta cada día el descrédito del clero. Y la cantidad de gente que no quiere saber nada de ese extraño estamento.

A la pregunta que se le hace a JM. Castillo ¿qué significado atribuye al concilio Vaticano II y cómo valora el papel de los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI?, contesta: El entusiasmo y las esperanzas que suscitó el Vaticano II son el indicador más claro de que es mucha la gente que quiere "otra Iglesia" y "otra forma de estar presente" la Iglesia en el mundo. Pero aquel entusiasmo empezó pronto a tambalearse. Y terminó por hundirse. ¿Qué ocurrió, se pregunta, para acabar en semejante fracaso?

El Vaticano II, dice, renovó la teología de la Iglesia. Pero no cambió el sistema de gobierno de la Iglesia. La Iglesia que tiene su centro en el pueblo creyente; y la Iglesia que tiene su centro en la jerarquía gobernante, estas dos "Iglesias" representan dos eclesiologías yuxtapuestas, pero no integradas la una en la otra, como bien dijo el cardenal Suenens. La consecuencia ha sido que, en los años posteriores al Concilio, se fue sobreponiendo, más y mas, el gobierno jerárquico de la Curia Vaticana a la participación responsable del pueblo creyente.

El gobierno de la Iglesia tomó así un camino antievangélico. Mas indentificado con los intereses políticos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher que con la humanidad ejemplar de Jesús. Los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI han tenido a la Iglesia sin gobierno durante más de treinta años. El gobierno lo ha ejercido una Curia dividida y enfrentada en luchas de poder. Hasta desembocar en una situación de marginación social y descomposición interior cuya única salida no ha podido ser otra que la renuncia de un Papa que se vió incapaz de seguir en el cargo.

--Ver: J. Mª Castillo, en revista Éxodo nº 122, febrero 2014
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