Todo sobre Pedro Casaldáliga 2
Continuamos con la introducción al libro Pedro Casaldáliga. Las causas que dan sentido a su vida, que hace el antiguo director de la UNESCO Federico Mayor Zaragoza. Dice así:
"El colosal complejo bélico-industrial debe ceder paso a la industria alimentaria y de la construcción. Y las leyes del mercado a los valores universales. La abdicación en favor de las leyes del mercado para regular la economía mundial ha sido, a la postre, una gran trampa de la que ahora no es fácil salirse. Todo vale, sin tener en cuenta las durísimas condiciones laborales, los tráficos de toda índole, los paraísos fiscales, esperando que el mercado autorregule.
Y no autorregula nada, porque sé bien como catalá (como Pere Casaldáliga), que el mercado no es sino la agrupación de mercaderes que, lógicamente, buscan los mayores beneficios en el menor tiempo posible. Y, por ello, precisan normas de justa distribución, de equidad. Requieren con urgencia el arbitraje internacional que sólo una Naciones Unidas refundidas, dotadas de los recursos financieros, técnicos y humanos que necesitan para el exacto cumpimiento de su alta misión, pueden llevar a cabo.
Son "los pueblos", como proclama lúcidamente la primera frase del preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas, y no los Estados, los que deben "evitar la guera a las generaciones venideras". Es decir, construir la paz y confiar a la gente las riendas de su destino.
Para construir estas "transformaciones audaces de la sociedad y de la Iglesia", de las que tanto y tan bien se habla en este libro, es imprescindible posser "la apertura a los cambios del mundo, su compromiso con las justicia y con los más marginados, su sensibilidad genética para dialogar. La vida vale en la medida en que se entrega a los demás. No olvidemos, escribe Casaldáliga, que morir es resucitar...
Morir siempre es vencer
desde que un día
Alguien murió por todos,
matado como muchos..."
Es necesario vivir como nos recomienda Pere Casaldáliga "en rebelde fidelidad". Ha llegado el momento de poner término al silencio, de pasar de súbditos a ciudadanos plenos que permitan construir una democracia geunina. Por eso se oponen quienes ven en la ciudadanía la terminación del vasallaje, quienes durante años han mantenido la educación básica y la alfabetización como programa prioritario para los países en desarrollo en lugar de la educación para todos.
Ha llegado el momento de actuar. Ha llegado el momento de no callar, de la palabra alta y firme contra la injusticia, en favor de los derechos de todos los seres humanos. Digo con frecuencia que la pobreza material de muchos es el resultado de la pobreza espiritual de unos cuantos encumbrados, que no quieren observar lo que sucede más allá de sus recintos.
M. Zaragoza refiere que en casa de Zubiri conoció a Ignacio Ellacuría y que hablaron del amanecer ensangrentado pero ya imparable del auténtico cristianismo en América. Le habló de Casaldáliga y del arzobispo Romero. ¿Presentía que él iba a dejarnos también estelas imperecederas en nuestro firmamento? Alas de libertad nos dejaron. Hay que seguir los senderos que trazaron. Casaldáliga escribió en "San Romero de América, pastor y mártir lo siguiente:
"¡Y se hizo vida nueva
en nuestra vieja Iglesia!...
Pobre pastor glorioso
asesinado a sueldo,
a dólar,
a divisa.
Como Jesús, por oden del Imperio.
Como un hermano
herido
por tanta muerte humana,
tú sabías llorar, solo,
en el Huerto...
¡Sabías dar a tu palabra,
libre
su timbre de campana!"
Ahora que es posible es imprescindible movilizar un gran clamor popular en favor de la vida, para construir puentes donde hay brechas, lazos donde hoy hay rencor, animadversión, incomprensión, para que germinen y fructifiquen la justicia y la paz. Que sea la gente, por fin, las voces y las manos unidas las que terminen con "la muerte lenta de la opresión y la muerte violenta de la represión", según escribe en su excelente contribución a esta obra el jesuíta Jon Sobrino.
González Faus centra su magnífica carta a Pedro Casaldáliga sobre "la causa de la Iglesia", en el verso-hilo conductor
"porque aprendí a esperar a contramano
de tanta decepción".
Aunque "los hombres se hayan cansado de echar semilla al viento irresponsable", seguiremos plantando con tu ejemplo, en el "oleaje varado de los surcos". Lo haremos en tiempo apacible y huracanado,, encarando las circunstancias más adversas
"antes de que sea en vano
llorar un día perdido,
un surco sin nuestro grano,
un canto sin nuestro oído,
un remos sin nuestra mano".
En su felicitación navideña de 2007, Pedro Casaldáliga me ha escrito:
"Es de noche,
pero una noche
en que los ángeles y las estrellas
se entedieron con los pastores,
por causa de este Niño.
¿Participaremos también nosotros?
¿Qué escribiremos
en la banda blanca que muestra el Angel
sobre el portal?
Después de leer este libro, todos, sea cual sea nuestra forma de pensar y nuestra trayectoria, escribiremos amorosamente: "Paz en la tierra". La paz de la justicia. Del amor. Y soñaremos sin arredrarnos en su mismo sueño:
"Yo, pecador y obispo,
me consfieso de soñar con la Iglesia
vestida solamente de evangelio y sandalias"
"El colosal complejo bélico-industrial debe ceder paso a la industria alimentaria y de la construcción. Y las leyes del mercado a los valores universales. La abdicación en favor de las leyes del mercado para regular la economía mundial ha sido, a la postre, una gran trampa de la que ahora no es fácil salirse. Todo vale, sin tener en cuenta las durísimas condiciones laborales, los tráficos de toda índole, los paraísos fiscales, esperando que el mercado autorregule.
Y no autorregula nada, porque sé bien como catalá (como Pere Casaldáliga), que el mercado no es sino la agrupación de mercaderes que, lógicamente, buscan los mayores beneficios en el menor tiempo posible. Y, por ello, precisan normas de justa distribución, de equidad. Requieren con urgencia el arbitraje internacional que sólo una Naciones Unidas refundidas, dotadas de los recursos financieros, técnicos y humanos que necesitan para el exacto cumpimiento de su alta misión, pueden llevar a cabo.
Son "los pueblos", como proclama lúcidamente la primera frase del preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas, y no los Estados, los que deben "evitar la guera a las generaciones venideras". Es decir, construir la paz y confiar a la gente las riendas de su destino.
Para construir estas "transformaciones audaces de la sociedad y de la Iglesia", de las que tanto y tan bien se habla en este libro, es imprescindible posser "la apertura a los cambios del mundo, su compromiso con las justicia y con los más marginados, su sensibilidad genética para dialogar. La vida vale en la medida en que se entrega a los demás. No olvidemos, escribe Casaldáliga, que morir es resucitar...
Morir siempre es vencer
desde que un día
Alguien murió por todos,
matado como muchos..."
Es necesario vivir como nos recomienda Pere Casaldáliga "en rebelde fidelidad". Ha llegado el momento de poner término al silencio, de pasar de súbditos a ciudadanos plenos que permitan construir una democracia geunina. Por eso se oponen quienes ven en la ciudadanía la terminación del vasallaje, quienes durante años han mantenido la educación básica y la alfabetización como programa prioritario para los países en desarrollo en lugar de la educación para todos.
Ha llegado el momento de actuar. Ha llegado el momento de no callar, de la palabra alta y firme contra la injusticia, en favor de los derechos de todos los seres humanos. Digo con frecuencia que la pobreza material de muchos es el resultado de la pobreza espiritual de unos cuantos encumbrados, que no quieren observar lo que sucede más allá de sus recintos.
M. Zaragoza refiere que en casa de Zubiri conoció a Ignacio Ellacuría y que hablaron del amanecer ensangrentado pero ya imparable del auténtico cristianismo en América. Le habló de Casaldáliga y del arzobispo Romero. ¿Presentía que él iba a dejarnos también estelas imperecederas en nuestro firmamento? Alas de libertad nos dejaron. Hay que seguir los senderos que trazaron. Casaldáliga escribió en "San Romero de América, pastor y mártir lo siguiente:
"¡Y se hizo vida nueva
en nuestra vieja Iglesia!...
Pobre pastor glorioso
asesinado a sueldo,
a dólar,
a divisa.
Como Jesús, por oden del Imperio.
Como un hermano
herido
por tanta muerte humana,
tú sabías llorar, solo,
en el Huerto...
¡Sabías dar a tu palabra,
libre
su timbre de campana!"
Ahora que es posible es imprescindible movilizar un gran clamor popular en favor de la vida, para construir puentes donde hay brechas, lazos donde hoy hay rencor, animadversión, incomprensión, para que germinen y fructifiquen la justicia y la paz. Que sea la gente, por fin, las voces y las manos unidas las que terminen con "la muerte lenta de la opresión y la muerte violenta de la represión", según escribe en su excelente contribución a esta obra el jesuíta Jon Sobrino.
González Faus centra su magnífica carta a Pedro Casaldáliga sobre "la causa de la Iglesia", en el verso-hilo conductor
"porque aprendí a esperar a contramano
de tanta decepción".
Aunque "los hombres se hayan cansado de echar semilla al viento irresponsable", seguiremos plantando con tu ejemplo, en el "oleaje varado de los surcos". Lo haremos en tiempo apacible y huracanado,, encarando las circunstancias más adversas
"antes de que sea en vano
llorar un día perdido,
un surco sin nuestro grano,
un canto sin nuestro oído,
un remos sin nuestra mano".
En su felicitación navideña de 2007, Pedro Casaldáliga me ha escrito:
"Es de noche,
pero una noche
en que los ángeles y las estrellas
se entedieron con los pastores,
por causa de este Niño.
¿Participaremos también nosotros?
¿Qué escribiremos
en la banda blanca que muestra el Angel
sobre el portal?
Después de leer este libro, todos, sea cual sea nuestra forma de pensar y nuestra trayectoria, escribiremos amorosamente: "Paz en la tierra". La paz de la justicia. Del amor. Y soñaremos sin arredrarnos en su mismo sueño:
"Yo, pecador y obispo,
me consfieso de soñar con la Iglesia
vestida solamente de evangelio y sandalias"