La Iglesia católica que quiere renovar todo en Cristo,
es hostil a los que queremos disputar a los enemigos de Cristo el llevar la dirección del progreso social. Para nosotros esto y otras muchas cosas significa llevar a Cristo en los labios y no en el corazón".
Mediante el origenismo los reformistas ejercitan la virtud moderna de la veracidad, el deber de la ciencia. Desde el franciscanismo los modernistas se ven obligados a decir que el espíritu de pobreza no es bastante enseñado como lo enseñó Jesucristo; los ministros de Cristo son demasiado complacientes con la codicia de los avaros. Por lo que desean que se adelante el día en que los discípulos de Cristo den ejemplo de pobreza efectiva, vivan pobres por obligación como por obligación viven castos.
Prepárese ese día y no se deje tal misión a los enemigos de Dios y de la Iglesia. Los tiempos, dice Pedro Marioni, piden una acción franciscana, pero no se ven signos de esto. Al cotrario, veo a las antiguas órdenes religiosas que no tienen fuerza para obrar sobre la sociedad. Yo desearía que se suscitara una acción franciscana. (Si se quiere, una reforma católica! (Sobre El Santo I, 431-433).
Finalmente, hablando de la verdad como coincidencia del hombre consigo mismo y con la realidad de las cosas, Ortega nos introduce en otra realidad nueva en el mundo: el hombre hoy vive de cara a los avances de la ciencia, tiene mucha fe en la ciencia; mayoritariamente espera de ella la solución de todos sus problemas. "La ciencia es una fe, una creencia en la que se está como se está en una creencia religiosa".
Se trata, por tanto, del tránsito que ha hecho el hombre de estar en la creencia de que Dios es la verdad a estar en la creencia de que la verdad es la ciencia, la razón humana. El hombre actual ha pasado del cristianismo al racionalismo humanista. Esta es la realidad (La verdad como coincidencia del hombre consigo mismo V, 81-82).
Pero la ciencia, dirá en otro momento, no debe enredarse en sí misma o en sus problemas técnicos, sino que debe atacar los problemas que la vida nos va presentando.
Más aún, la ciencia tiene la obligación histórica de no elegir sus problemas, sino aceptar sin más los que el tiempo le presenta. En definitiva, hay que organizar la ciencia desde las necesidades vivas de cada momento. Esto es lo que la salvará del naufragio y será para ella el mejor método de inspiración (Prólogo para Alemanes VIII, 23).
La utilidad de esta virtud pública o laica para la humanidad es trascendental y manifiesta, porque su cometido es extraer la esencia del universo, de la que todos estamos necesitados para movernos por él. Es producción contínua de sabiduría, interpretación de los acontecimientos y descubrimiento de lo que se encuentra más allá de todos ellos. Pero, a pesar de los prodigios que realiza la ciencia, es una virtud revestida de mucha humildad.
El método que emplea en sus descubrimientos es tan sencillo, se dice, que es utilizado lo mismo por los animales inferiores que por los superiores, por los chimpancés o por los hombres más cultivados. Es el método de aprendizaje por el ensayo y el error.
La ciencia, aclara Popper, es una de las pocas actividades humanas en las que los errores son sistemáticamente criticados y a menudo corregidos. Por eso, no hay en ella seguridades absolutas. En cada demostración, en cada teoría habita el gusano de la refutabilidad y puede ser sustituida por otra mejor.
Ninguna teoría ni ley natural tiene carácter definitivo. Continuamente se obtienen nuevos datos, nuevas observaciones, nuevos experimentos. Las viejas leyes naturales se ven constantemente superadas por otras nuevas, que explican más de lo que explicaban las antiguas. En este sentido la ciencia es lo más opuesto al dogma, un árbol que no arraiga en su campo. Esta es la causa de que el científico no sea un engreído, aun después de haber completado su tarea.
Es consciente de que ignora infinitamente más de lo que sabe, porque su saber es limitado y la ignorancia muy grande. La confesión de Sócrates por todos ellos es elocuente: "sólo sé que no sé nada y aun de esto bien poco". Merecidamente, la ciencia es una gran virtud, que no debe tener obstáculos para practicarse a la luz pública, aunque sin gritos, porque, si grita, no es la verdadera ciencia .
Ver: Francisco G-Margallo, Teología de Ortega y Gasset.
Evolución del cristianismo
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