El hombre de ciencia que es Ortega se revela a lo largo de su obra como un hombre profundamente religioso, aunque no milite en ninguna confesión eclesial. Pero, como decíamos anteriormente, él no concibe que ningún hombre que aspire a expandir su espíritu y su vida, pueda renunciar al mundo de lo religioso.
Aunque reconoce asimismo que se requiere una agudeza especial para entrar en contacto con esa otra vida de segundo plano que late detrás de las cosas, "su vida religiosa o latir divino". Lo que le llevó a decir en algún momento santificadas sean todas las cosas.
Considera El Santo de Antonio Fogazzaro, obra simbólica del modernismo italiano al que aludíamos en el epígrafe anterior, la mejor traducción del Evangelio a las nuevas costumbres mentales de crítica y racionalidad de hoy. En ese sentido refiere cómo los primitivos romanos, para conseguir la paz con los dioses, hacían sacrificios en sus altares domésticos.
En cambio, "los modernistas más piadosos, sacrifican la quietud de sus corazones para ponernos a nosotros en paz con la divinidad. No abrigo esperanza de que su labor rinda frutos, pero merece fervorosas simpatías".
A quienes puedan pensar que su simpatía hacia los modernistas pueda interpretarse como un reproche a la Iglesia, les dice: nada de eso, el origen de esta simpatía es más noble y discreto.
Y añade: "Una Iglesia católica amplia y salubre, que acertara a superar la cruda antinomia entre el dogmatismo teológico y la ciencia, nos parecería la más potente institución de cultura: esta Iglesia sería la gran máquina de educación del género humano. Por eso, todo intento que fomente la venida de esa Iglesia parecerá simpático, tendrá derecho a que le ofrezcamos el rescoldo caliente de nuestros deseos y esperanzas.
Pero los fanáticos no creerán limpias nuestras intenciones, porque los hombres de mucha fe no practican el ejercicio de la buena fe.
Las dos grandes corrientes del modernismo, que presenta Antonio Fogazzaro en su libro son el origenismo y el franciscanismo. La primera está representada por Juan Selva, un sabio exégeta; la segunda por Pedro Maironi, el hombre del Señor, el santo. Aunque en realidad las dos se dan unidas al expandirse en los ambientes católicos romanos.
El origenismo busca apasionadamente el encuentro entre la fe y la razón. "Es preciso que el viejo mundo de la fe y el nuevo mundo de la ciencia encajen perfectamente para formar la esfera del universo espiritual". Ortega aboga por la desaparición de la doctrina medieval de las dos verdades, según la cual, una misma proposición puede ser verdadera en teología y falsa en filosofía o viceversa, lo que se llama verdad por partida doble debe ser borrada de la memoria.
"Hemos sido educados en la fe católica -se lee en El Santo-, y al llegar a ser hombres, hemos aceptado su más arduos misterios con un nuevo acto de libre voluntad; hemos trabajado por ella en el campo educativo y social; pero ahora otro misterio surge en nuestro camino y nuestra fe vacila ante él.
La Iglesia católica que se proclama fuente de verdad, impide hoy la investigación de la verdad cuando se ejercita sobre sus fundamentos, sus libros sagrados, las fórmulas de sus dogmas, su pretendida infalibilidad. Para nosotros esto significa que la Iglesia no tiene ya fe en sí misma.
La Iglesia católica que se proclama ministro de la vida encadena y ahoga hoy todo aquello que dentro de ella vive juvenilmente; apuntala todas sus ruinosas antiguallas. Para nosotros esto significa muerte.
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