El pueblo es soberano 4
Negación del pueblo por un
soberano demediado
(Cont., viene del 27 de sept.)
La ciudadanía, como pueblo al que ya no se le engaña, viendo la fatal esquizofrenia del Estado en el juego con cartas marcadas en el que está enfrascado, unas del palo del Dr Jekyll; otras, del palo de Mr.Hyde, indaga a lo largo y ancho de sus instituciones por donde pasa esa divisoria del soberano demediado.
Con especial interés detiene la mirada allí donde la teoría, con su destilación en dogmas, dice que reside la soberanía nacional, la soberanía, por tanto, de ese mismo pueblo en tanto que delegada en sus representantes democráticamente elegidos, es decir, en el parlamento, contando también los de las comunidades autónomas. Afinando la vista esa ciudadanía ha levantado acta de lo lejos que se van estos representantes respecto de quienes les botan, de manera que resulta difícil reconcerlos como tales.
Ese cuestionamiento de la representación política, no en los principios sino en la facticidad, no empece para que se perciba en quienes han sido elegidos para desempeñar ese reparto de funciones en la doble vertiente de lo calificado como maligno, un proceder político impasible ante la injusticia en aras del control del déficit y de la estabilidad financiera, y lo amablemente descreible, no ya como benigno, sino como ingenua bondad de una oposición atenazada.
No todo se reduce a eso, pero el soberano demediado ha desencadenado tales dinámicas que esos dos polos vienen a engullir el bipartidismo y y sus restos, dejando en medio el vacío de una amplia zona del espectro político donde se instalan nuevos protagonistas.
En definitiva, si puede hablarse de la impotencia resultante de esa partición a que ha sido sometido un poder soberano que ha dejado de serlo, lo que se impone es la constatación de la "furia demediadora", como era el caso de la historia del vizconde demediado, del lado malo del poder partido, la cual, queriendo aparentar el poder que ya no tiene asume la destructiva lógica de un poder arrogante que conduce las instituciones a un autoritarismo postdemocrático, punto muy subrayado por el comentarista Josep Ramoneda en muchos de sus artículos.
La ciudadanía, por tanto, incrédula a doctrinas schumpeterianas sobre "destrucción creativa", así como muy escaldada para aceptar prosicos lemas apelando a hacer de la crisis una oportunidad, ha sacado la conclusión de que vamos por el camino equivocado de una destrucción que no deja de ser redundantemente destructora de todo un país.
El soberano demediado, en medio de la destrucción que hasta promueve, ni siquiera respeta al pueblo a quien en su retórica considea a su vez fuente de su soberanía, es decir, soberano también. Si el Estado y sus poderes ya no son en verdad, de tan intervenidos como están, soberanos e intervenidos, como magistralmente los ha vuelto a describir Joan Garcés, y lo que les queda de soberanía se dirige negativamente hacia el pueblo ciudadano, es decir para actuar negadoramente sobre los restos de soberanía que pudiera aún ejercer. ¿Por qué seguir engañandonos con la soberanía, con lo que pensamos y decimos de ella y, peor aún, con lo que se hace con lo que de ella queda?