"Cardenal es un místico con los pies en la tierra y con la mirada en el acontecer mundano" Ernesto Cardenal, ¿vida perdida?

Ernesto Cardenal, ¿vida perdida?
Ernesto Cardenal, ¿vida perdida?

Vida perdida nos presenta a un Ernesto Cardenal que en sus 35 primeros años -los que abarca esta primera parte de las memorias- vive en el filo del mundo, entre contemplación y revolución, entre poesía y mística

Una de las visitas que tenía programadas en mi próximo viaje a Managua en mayo de este año era a Ernesto Cardenal. Ya no será posible encontrarme con él porque falleció el pasado 1 de marzo a los 95 años tras una larga, intensa y creativa vida, que bien puede calificarse de “vida en plenitud”. Aquí quiero evocar algunas de las imágenes de su personalidad, concretamente tres: 1. “Ernesto cardenal, ¿Vida perdida?”. 2. “La humillación del papa Juan Pablo II, la venganza con la suspensión de sus actividades sacerdotes y la rehabilitación del papa Francisco”. 3. “Último viaje a Solentiname”. En este artículo desarrollo la primera de las imágenes.

Vida perdida (Seix y Barral, Barcelona, 1999) es el título de la primera parte de sus memorias, donde Cardenal cuenta su infancia, juventud y primeras experiencias religiosas con la sencillez candorosa y el encanto literario que definen al personaje y su obra. En el relato podemos seguir las diferentes identidades en que se desenvuelve el joven Cardenal. El protagonista se nos muestra como una persona enamoradiza muy peculiar ya que, en los sucesivos noviazgos, le pide a Dios se interponga entre las chicas y él. Y parece que Dios le hace caso, ya que ninguna de sus relaciones amorosas sigue adelante.

La interposición definitiva de Dios tuvo lugar el día en que el Anastasio Somoza se casaba con la que había sido novia suya. Al pasar la carroza nupcial por delante de su casa, decide “abandonar el mundo” e ingresar en la Trapa. Aparece también como fiel cumplidor de los deberes religiosos, pero insatisfecho con su entorno religioso convencional y en búsqueda permanente de otro camino más auténtico para vivir su fe. Intenta hacer compatible su origen burgués con sus inquietudes revolucionarias.

Ernesto Cardenal, "rehabilitado" por Francisco
Ernesto Cardenal, "rehabilitado" por Francisco

En el juego de experiencias fundantes de su personalidad hay dos que destacan sobre las demás desde el principio de su itinerario vital: el poeta y el místico. Bajo la inspiración del poeta latino Marcial, procedente de Bílbilis (Calatayud), en la Hispania Tarraconense, el joven Ernesto escribe epigramas a las muchachas nicaragüenses, siendo los más conocidos y celebrados los dedicados a Claudia, y llega a la cumbre literaria con Cántico cósmico (Trotta, Madrid, 1992), considerada por muchos críticos literarios como la obra poética de mayor impacto en América Latina junto con Cantos de Vida y Esperanza, de su compatriota Rubén Darío, con quien muchas veces se le ha equiparado, y Cántico General, de Pablo Neruda, que ejerció una gran influencia en su poesía. 

Cardenal es un místico con los pies en la tierra y con la mirada en el acontecer mundano, un orante "político" que, cumpliendo el deseo de su primo Fidalberto, reza por el derrocamiento de Somoza. Vida perdida describe con especial cuidado y detención su experiencia mística en el monasterio trapense de Gethsemani (Kentucky), "el más estricto de los Estados Unidos". Allí vivió una vida austera, callada, entre disciplinas y penitencias, en busca de Jesús de Nazaret. Pero "Jesús según Merton- comenta Cardenal- es huidizo como los ciervos: en sus relaciones con el agua es muy tímido, suele acercársele mucho y le queda observando si ella no se da cuenta" (p. 148).

Lo más significativo de esta etapa es la relación con Thomas Merton, su maestro de novicios, cuya espiritualidad encarnada en la historia influyó decisivamente en la vida religiosa de Cardenal, sobre todo después de tener que abandonar el monasterio por enfermedad. Ernesto expresa el desconcierto que le provocaba Merton cuando criticaba con severidad la vida monástica, siendo monje él mismo. La crítica se dirigía sobre todo al mercantilismo del monasterio y -dato importante para nosotros- ¡al franquismo de la mayoría de los monjes! (pp. 168-169). Pero el desconcierto se va tornando poco a poco sintonía e identificación con el espíritu renovador de su maestro, de quien afirma que se adelantó al concilio Vaticano. De Merton le llama la atención positivamente su espíritu antiyanki y su sensibilidad hacia los indígenas: ambas cosas le contagiaron a Cardenal.

Un joven Ernesto Cardenal

Su aventura espiritual continúa después en la itinerante búsqueda de Dios, que le lleva a la ciudad mexicana de Cuernavaca, de donde era obispo de la liberación Don Sergio Méndez Arceo, al monasterio benedictino del abad Lemercier, vanguardia de alternativa a la vida religiosa, caracterizada por una encarnación en el mundo y por la práctica del psicoanálisis.

Vida perdida nos presenta a un Ernesto Cardenal que en sus 35 primeros años -los que abarca esta primera parte de las memorias- vive en el filo del mundo, entre contemplación y revolución, entre poesía y mística, entre dos amores que logra compaginar sin contradicciones ideológicas ni desgarros interiores, sin problemas de conciencia ni dificultades religiosas.

Por eso, no creo que aquellos años de juventud y comienzos de la adultez fueran “vida perdida”. Empezaba una etapa de su existencia que terminaría siendo vida en plenitud.

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