Un obispo desnudo para una misión nueva Amazonia 1. San Alejandro Labaka
Un sínodo para cambiar la iglesia

Se está celebrando el Sínodo de Amazonia, el corazón del continente sudamericano, con tierras y gentes repartidas entre diversos estados coloniales, de Brasil a Perú, de Ecuador a Bolivia etc. La noticias que vienen son consoladoras e inquietantes, pues pueden marcar el principio de una nueva visión del catolicismo y de la iglesia:
- Plantea el tema del celibato de los clérigos, superando su carácter de poder estamental o de genero (masculino)
- Implica una revisión de la unidad/uniformidad de la iglesia, vinculada hasta ahora a la cultura/poder dominante.
- Busca la constitución de iglesias autónomas desde el dinamismo de los mismo creyentes, en zonas que parecían marginadas.
- Supone una intensa descolonización católica, con vuelta a la misión directa, persona a persona, según el evangelio.
El evangelio (Mt 10 par) dice que los misioneros vayan sin ropa de repuesto, que no lleven nada (libros, vestimentas...), que coman y vivan (y recen) como las gentes del país donde van de misioneros, haciéndose amazónicos en la Amazonia. Así lo hicieron A. Labaka e Inés Arango, su compañera.
No he vivido allí, de forma que no tengo palabra de primera mano. Pero algo conozco puedo ofrecer el testimonio de dos personas que han macado mi vida: Alejandro Labaka (de quien hablaré hoy) y un misionero pasionista de Ezkio (de quien trataré mañana).
ALEJANDRO LABAKA, MI OBISPO DESNUDO
Es uno de los testimonio de la Iglesia del siglo XX que más me ha impresionado, y así lo quiero poner de relieve, retomando y recreando una postal ya antigua de RD (del 9.11.2010), en la que contaba su vida.
Le llamo San Alejandro y le considero patrono de la misión de Amazonia, aunque no esté canonizado por la Iglesia oficial de Roma. Para muchos de nosotros es ya santo, sin necesidad de canonizaciones.

Sabía que había muerto alanceado ritualmente por guerreros Tagaerí, con la Hermana Inés Arango, el 21 de Julio de 1987, a orillas del río Tigüino, en el Oriente de Ecuador. Sabía además, que había sido por meses y meses obispo misionero, entre algunas etnias de Aucas, en la zona de Aguarico. Eso eera todo.
Pues bien, el año 1990 viví un tiempo en Ecuador, por unos cursillos, y una hermana mercedaria me regaló su libro, un libro de pastas verdes (con fondo de río y selva, y con A. Labaka junto a una canoa, si no recuerdo mal). Le di gracias a la hermana… guardé el libro, pensando que sería una cosa beata, y no le di más importancia.
Lectura de avión
Pero en el viaja de vuelta, en el mismo aeropuerto de Quito, tomé el libro… y no dejé de leer durante todo el vuelo, hasta que llegué a Madrid. La semblanza de la vida de Alejandro y de Inés cambió en parte mi vida y mi visión de la iglesia en el mundo.
Por eso quiero recordar hoy de nuevo su figura, cuando el Papa Francisco ha iniciador un nuevo estilo de misión, encarnada en la historia y en la vida de los diversos pueblos de la tierra..., cuando se está celebrando el sínodo de la Amazonia, en un momento en que la Amazonia como tal, con su gente, corre el riesgo de desaparecen y morir en pocos años, por el valor de la selva y del petroleo, por un tipo salvaje de neo-capitalismo que todo lo compra y vende.

Ciertamente, siguen en el Vaticano y en otros partes del mundo las lujosas ceremonias de obispos vestidos de verde, de rojo o de blanco, en grandes catedrales, como signo de la Iglesia y me parece bien, eso es también es una Iglesia. Pero hoy quiero recordar a Labaka, mi obispo desnudo, alanceado (imagen) junto a la hermana Inés, en la gran catedral de la selva, por querer estar con aquellos con quienes nadie está.
Pocas lecciones de evangelio y de eclesiología más fecundas que ésta. Éllos, Alejandro e Inés (imagen siguiente), y cientos de hermanas misioneras (y misioneros) han hecho que la Iglesia se encarne de verdad, sin afán de poder y de gloria, en la linea de Francisco de Asís, a quien Alejandro e Inés amaban e imitaban…
Un encuentro con el caserio de Labaka en Beizama
Me impresionó aquel libro, escrito creo, por un capuchino llamado Cabodevilla, y se lo dejé a mi madre, porque estaba seguro de que le interesaría, y también ella lo leyó, casi de un tirón, en uno pocos días.
El caso es que unas semanas más tarde salí por unos días con mi madre y mi tío religioso (Antonio) y pasamos unos días en Loyola, donde yo debía dirigir unos ejercicios espirituales.
Tenía ocupadas las mañanas, con hermanas de la Providencia, y libres las tardes, hasta la misa de la noche. Una de esas tardes fuimos a Beizama, con emoción, para tocar la casa donde Alejandro había nacido, allá en la altura, sobre el pueblo, en Apaizetxea, si mal no recuerdo.

Bajamos a la plaza, con la Iglesia, para tocar también la pila donde había sido bautizado. Quise descubrir su temple y su experiencia en el paisaje, la tierra y el monte, la naturaleza.
Seguimos leyendo el libro, madre, tío y un servidor, en las tardes largas de Loyola. Alejandro entró de joven en los capuchinos de Altzasu, en Navarra. Y allí le toco la guerra. Con 18 años le mandaron al frente, de la parte nacional, y allí lucho. Le pedí a mi tío, algo mayor (Labaka había nacido el 20, Antonio mi tío el 14) que me hablara de aquella experiencia.
Mi tío nos habló de la locura de la guerra, a la que fueron sin saber en realidad por qué, en la parte llamada nacional, donde les había tocado. Lucharon, arriesgaron la vida, estuvieron cien veces al borde de la muerte. Así también Lakaba había sido un hombre curtido en las batallas duras, que parecían a favor de la fe, pero que no lo eran, como confesó melancólicamente mi tío.
Quiso ir y fue misionero a China
He encontrado los apuntes que tomé del libro de Labaka, pero sin el título del libro. Tengo casi una página dedicada a su misión en China, ante un continente inmenso. Allí descubrió que la fe es otra cosa, que no se defiende con armas… Descubrió que el evangelio es gracia y humanidad, que tenemos que aprender a escuchar a los otros. Aprendió a ser cristiano universal, en la China del futuro que empezaba a recorrer un camino impresionante de futuro, desde un fondo marxista, reinterpretado depués en línea de capitalismo de Estado.
Pero de allí le expulsaron tras seis años de misión (1947-1953), en tiempo del dominio duro de los comunistas.Recuerdo que comenté con mi madre y mi tío (otra tía que venía con nosotros andaba buscando flores y frutas por las estartas) la aventura del gran paso de minúsculo valle de Beizama a la inmensa China. Labaka llevó en su corazón todo el valle, y se hizo chino con los chinos, y cuando ya se había hecho le expulsaron.
Empezó de nuevo su vida en Ecuador,
en el vicariato apostólico de Aguarico, junto a Sucumbíos, lugar que se hizo después famoso con los carmelitas, organizando la vida de la Provincia Capuchina y la misión de la Amazonia. Allí pasó de los millones y millones de chinos a los pocos miles de aucas y otras etnias de la selva amazónica, y descubrió de nuevo el paso de Dios, y la necesidad de cambiar de estrategia y de guerra.
Supo que había hacerse “judío con los judíos, y griego con los griegos”, como dice Pablo… y auca con los aucas de la Amazonia. Él, un hombre de Beizama y del mundo, quiso nacer de nuevo, como indígena de la selva amazónica.
En el concilio Vaticano II, unas palabras de Pablo VI
Como Vicario Apostólico (aunque sin estar ordenado obispo) asistió al Vaticano II y aprendió a ver con los ojos de la Iglesia universal, para entender mejor a su grupos “tribales”, nativos, de selva. Había que entrar en su mundo, pero de de otra manera, dejándose transformar por los aucas.
Así escribió al Vaticano una carta pidiendo luz y consejo sobre se deseo “hacerse indígena con los indígenas”, con el peligro que eso implicaba. Los grandes Monseñores y Teólogos del Vaticano le respondieron con citas de teólogos antiguos, sin decirle nada claro. ¿Cómo iban a entender hombres bien asentados en sus sedes lo que es vivir si casa, ni ropa, ni sede en la selva? Pero Pablo VI le miró a los ojos y le dijo: ¡Alejandro, adelante, no tenga Usted miedo!
Auca con los aucas, obispo desnudo
Y así comenzó la aventura más grande de Labaka, con la hermana Inés, con otros cristianos y cristianas que le acompañaron. Le hicieron de Aguarico y aceptó. Se ponía la vestimenta de rirual, cuando estaba en la sede de “criollos” semiblancos, en la catedral.
Pero después, como había hecho antes, iba como obispo para pasar grandes temporadas con los diversos grupos étnicos, desnudándose con ellos (es decir, vistiéndose con y como ellos), simplemente para estar, para aprender, para compartir.
Dejó la mitra en el camino, con el báculo rico. Dejó las botas y los fuertes pantalones.Dejó el breviario y la misa… Dejó todo, para vivir como indígena con los indígenas…

((Nota. Aquí venían mis conversaciones con mi madre, que me decía, en Loyola: ¿Pero llevaría algo puesto, no? Yo le decía que pienso que sí, que llevaría un taparrabos… Mi madre seguía: ¡Pero es obligatorio rezar el breviario! Y mi tío, el fraile duro y amabílisimo, de la dura guerra, le decía: Carmen, si estás con los indígenas tienes que rezar con ellos, sus oraciones de la mañana y de la tarde, no las de tu breviario).
NO CONVIRTIÓ A LOS INDIOS, LOS INDIOS LE CONVIRTIERON A ÉL
No convirtió, no bautizó a ninguno, ni se lo propuso. Simplemente quiso vivir, aprender… Y de tal forma aprendió que ellos, los de un grupo tribal de Aguarico, le “bautizaron”: es decir, le aceptaron como hijo y hermano de la etnia, obispo “pagano”. Esta fue su mayor “conversión”…. Sólo después, más adelante, pasados los años, podría él también ofrecer su testimonio de persona, su evangelio….
HASTA QUE LLEGARON LAS PETROLERAS
Iba por buen camino A. Labaka, el obispo desnudo, y algunos otros cristianos, como la hermana Inés… aunque había por entonces (y quizá hay todavía) un grupo de guerreros Tagaerí con los que no había entrado en contacto, que no querían relacionarse con el hombre blanco, destructor de su selva.
Llegaron las compañías petrolíferas y se encendió de rumores y luchas la selva. Labaka quiso actuar como mediador. Era obispo y tenía como tal mucho prestigio en Ecuador (país católico)… Se había hecho “indígena” y tenía capacidad de dialogar con los indígenas, aunque no con todos… Estaba en su sede cuando se encendió la selva y pidió que le llevaran, para hablar, para mediar, para salvar a los indígenas…
La hermana Inés fue con él
Fue con él en helicóptero, y les bajaron a un claro del bosque, con cuerdas… sin más armas que su corazón, sin más defensa que su fe en la vida de los hombres, en el Dios de todos los hombres.

Por lo que leí entonces, el helicóptero que les llevaba les dejo en un lugar de cruce de etnias y grupos enfrentados, y después se perdió (les perdió de vista) y no pudo volver para ver lo que pasaba. Lo cierto es que Labaka e Inés Arango, signo de pura humanidad, signos de un Cristo encarnado, quedaron solos en la selva (sin más tesoro que su humanidad), esperando encontrar a los indígenas, para sentarse con ellos y hablar, hablar de humanidad.

Pero llegó hasta ellos un grupo de guerreros Tagaeri, que no querían saber nada de invasores petroleros, ni de blancos enemigos… y simplemente, como es normal, les mataron ritualmente, con sus lanzas.
Así acaba, así empieza la historia de Inés Arango y de Alejandro Labaka. Seguiré hablando mañana, con las palabras de pasionista de Ezkio, de cerca de Beizama, también misionero en la Amazonia.
Bastará lo aquí dicho para entender por qué hablo de San Alejandro Beizana y de Santa Inés Arango... Por qué creo que ellos pueden ser patronos de la misión cristiana de Amazonia
Apéndice.
UNA HERMOSA REFERENCIA, POR GERMÁN CASTO, NOVELISTA Y ANTROPÓLOGO
http://es.shvoong.com/books/174463-hagase-tu-voluntad/
A partir del relato de Miguel Ángel Cabodevilla, un capuchino que habita la selva amazónica, Germán Castro Caycedo escribe de manera solemne la relación de los capuchinos Alejandro Labaka Ugarte, un obispo español y la madre colombiana Inés Arango con los huaorani, una población indígena que defendía su libertad, su tierra y su cultura de los caníbales; es decir, de los blancos.
Los huaorani, que durante años habían vivido en la selva alta de la Amazonia, empezaron a habitar la margen derecha del río Doroboro, pero pronto se vieron invadidos por los misioneros. También por empresarios caucheros, como Julio César Arana, y por buscadores de oro. El rechazo a la opresión y sus continuas agresiones llevaron a los huao a cambiar la defensa por la embestida, desarrollando así la guerra de guerrillas, porque perder la selva significaba desaparecer.
En 1965, Alejandro Labaka Ugarte fue nombrado superior de la Misión en la Amazonia tropical, en la aldea Nuevo Rocafuerte, ubicada en la población de Coca. Su misión era liberarlos de la esclavitud a que eran sometidos, evitar la extinción de la tribu -que para entonces estaba dividida- y organizarles medios de subsistencia. Después de recorrer varios meses la selva en avioneta, en busca de los huaorani, divisó en un blanco de la espesa selva a las familias de Inihua y de Nampahuoe.
Como símbolo de respeto hacia la cultura de aquel grupo humano desnudo, se despojó de sus ropas para lograr su aceptación y así logró relacionarse con ellos. Inmediatamente organizó un recorrido por el río, junto con otro sacerdote y 13 hombres quichuas. En esa excursión por la floresta lluviosa, atravesando pantanos y colinas, contactó a otros huaorani.
Aprendió su idioma, su cultura, su historia y hasta interpretó parte de sus sentimientos. En aquellos confines no ofició misas, ni bautizó a nadie, ni trató de imponer sus costumbres. Simplemente interactuó, sin imponerles nada. Después de dos años de contacto con los huao, Monseñor tomó el riesgo de involucrar misioneras. La madre Inés Arango y tres religiosas más, se unieron a su labor.
Para entonces, el territorio de la misión era infinito; no había núcleos de población sino familias dispersas en la orilla de los ríos. A pesar de las dificultades que ofrecían la selva y su estilo de vida, la madre Arango se integró sin que le exigieran desnudarse. Sin embargo, un descubridor meticuloso y más aplastante que los caucheros hizo su aparición: la estatal petrolera ecuatoriana. A su llegada, no solo instalaron un millar de estaciones, sino que llevaron aeroplanos, una amenaza fatal para los huaorani.
La clandestinidad de sus casas y familias fue descubierta. Destruyeron la naturaleza que era comida, medicina, vivienda y cultura. Su calidad de vida fue alterada y reemplazada por el hambre, la aflicción y la zozobra. Con el apoyo de las Fuerzas Armadas, dueñas de la mitad de las regalías petroleras, la empresa construyó carreteras y oleoductos para comunicar la selva con los Andes. Sin embargo, no calcularon la magnitud de la resistencia huao atacando los campamentos selváticos y en 1976, recurrieron a la mediación de monseñor Labaka, quien propuso visitar los caseríos de los huao periódicamente para llevarles herramientas y artículos del hogar, como mecanismo de integración.
Pero los petroleros no fueron la única amenaza para los huao. La iglesia Evangélica, bajo el dominio de Raquel Saint, una evangelizadora del Instituto Lingüístico de Verano Estadounidense, también hizo presencia. Su propósito era aprender la lengua indígena y obtener información estratégica sobre los guerreros. Para reclutar a los huao aislados por los misioneros católicos, utilizó a la indígena Dayuma, creando un centro de evangelización en el Tihueno, donde concentró algo más de doscientos indígenas. Contrario a la labor de Monseñor, Raquel logró aislarlos de su propia cultura.
Los indígenas dependían del Instituto hasta para encontrar el alimento y les crearon necesidades que no podían solucionar por sí mismos. Después vino la explotación: escribieron libros, hicieron videos, llevaron a dos huao a Europa como muestra de conversión y crearon una compañía que ofrecía tours a los extranjeros. Los huao eran un estupendo negocio. Sin embargo, la presencia de males como la polio, considerada por los huao como una maldición no una enfermedad, provocó la fuga de muchas familias.
A comienzos de 1987, la compañía exploradora localizó, al sur de Coca, oriente de Ecuador, un bohío habitado por los Tagaeri, un grupo huao denominado los rebeldes, los únicos que no habían tenido contacto con los caníbales. Ante este hallazgo, monseñor Labaka, quien había defendido las vidas de los Tagaeri ante los petroleros, trató de conseguir del gobierno unos territorios reservados para ellos. Las gestiones resultaron infructuosas y el acercamiento no fue posible.
El 21 de julio de 1987, sujetados de una cuerda, monseñor y la hermana Inés descendieron de un helicóptero hasta el bohío Tagaeri. Al día siguiente otro misionero y un representante de los petroleros fueron a buscarlos. Desde el aire, sobrevolando el territorio en la aeronave, descubrieron los cuerpos lanceados de los misioneros católicos. El cadáver de Monseñor estaba acostado sobre un tronco con unas veinte lanzas. La madre Inés se hallaba sentada, ante la puerta de la choza con tres lanzas. ¿Lo que hicieron los Tagaeri fue salvajismo y crueldad o defensa propia y rituales de su cultura frente a la muerte? Lea este relato y comprenderá la razón que los llevó a cometer tal acción.