La Biblia, libro de ruta de emigrantes

La Biblia Hebrea ha destacado la importancia de la emigración, que constituyen un elemento esencial de su camino, desde Abrahán en el principio hasta los que vuelven del exilio en el siglo VI-V a.C.

En esa línea debemos recordar que el Dios de Israel ha sido un guía de emigrantes en busca de tierra y la Biblia un libro de ruta para buscadores de libertad.

Por su parte, el mensaje y camino de Jesús sigue en esa misma línea:, pues sus primeros seguidores de Galilea fueron itinerantes, como él, y en esa línea dicen historiadores y exegetas que la Iglesia cristiana nació de un pacto entre profeas itinerantes y creyentes sedentarios




Itinerantes fueron Pablo y los primeros creadores de la misión universal de la Iglesia, del oriente al occidente del Mediterráneo , pasando del mundo rural a los suburbios de las grandes ciudades del impero.

En esa línea, los cristianos se hicieron itinerantes, dejaron Jerusalén y recorrieron todas las tierras conocidas buscando hospitalidad y ofreciendo evangelio.

Es bueno recordar esta cosas en un tiempo de emigrantes (y de rechazo de emigración) como es el nuestro. Si cerramos el camino de los emigrantes no sólo les destruimos a ellos sino que, de un modo más hondo, nos destruimos a nosotros mismos, rechazando de esa forma el evangelio.

(1) Historia patriarcal, unos emigrantes.

La historia de Israel puede entenderse como historia de personas y grupos que no poseen un espacio de vida propio, de manera que tienen salir y buscar una tierra donde puedan cultivar el trigo y vivir en libertad, un hogar en el que puedan asentarse con sus hijos y los hijos de sus hijos. Abrahán, un emigrante… Las grandes tradiciones monoteístas (israelita, musulmana y cristiana) presentan a Abrahán, Padre de la fe, como emigrante que salió de su tierra, para cumplir la “Palabra” de Dios, siguiendo la ruta de todos los nómadas que buscaban una tierra estable, desde Ur de los Caldeos.

«Vete de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Yo haré de ti una gran nación. Te bendeciré y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y a los que te maldigan maldeciré. Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra» (Gen 12, 1-3).

Abrahán, emigrante y exilado aparece como principio de bendición para todas las “familias” o pueblo de la tierra.

Credo histórico:

Uno de los textos más importantes de la Biblia judía es aquel donde cada israelita se presenta como hijo de emigrantes.

«Mi padre era un arameo errante; bajo a Egipto y residió allí con unos pocos hombres... Pero los egipcios nos maltrataron y humillaron... Gritamos a Yahvé, Dios de nuestros padres, y Yahvé escuchó nuestra voz, vio nuestra miseria... y nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido y nos trajo a este lugar...» (Dt 26, 5-10; cf. Jos 24, 2; Sal 136, 78).

Lo más importante de este pasaje es que pone de relieve el hecho de que emigración no es de “otros”, sino nuestro, de todos los hombres y mujeres del pueblo.

(2) El Dios de Moisés, un Dios de emigrantes.

Moisés nace en Egipto, en una tierra donde los hebreos han tenido que emigrar para encontrar comida, pero donde al fin se sienten perseguidos. Pues bien, en ese contexto de esclavitud y exilio, Dios se le muestra como protector de emigrantes y le confía la tarea de crear un “pueblo nuevo” saliendo de esa tierra extraña. «El ángel de Yahvé se le mostró en forma de llama...». Moisés siente curiosidad, se acerca y escucha la palabra: «Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham...» (Ex 3, 1-6).

«He visto la aflicción de mi pueblo de Egipto y he escuchado el grito que le hacen clamar sus opresores, pues conozco sus padecimientos. Y he bajado para liberarlo del poder de Egipto y para subirlo de esta tierra a una tierra buena y ancha, a una tierra que mana leche y miel, el país del cananeo, del heteo...» (Ex 3, 7-8).


Yahvé, guía de emigrantes.

Dios aparece así como principio (impulsor) de una emigración liberadora. De esa manera se muestra a Moisés y le pide que saque a su pueblo de Egipto. De esa manea se presenta a sí mismo en el principio del Decálogo: “Yo soy Yahvé, tu Dios, que te he sacado de Egipto” (Ex 20, 2; Dt 5, 6; cf. 1 Rey 12, 28; Jer 2, 6 etc.).

Esas palabras de introducción de la Ley de Moisés constituyen la expresión más clara de la identidad israelita
como pueblo que tiene dejar la tierra antigua de opresión y miseria, con la ayuda de Dios. En ese sentido, los diez mandamientos aparecen como una guía de vida para emigrantes, es decir, para todos aquellos que tienen que dejar su tierra y sus seguridades antiguas, para crear un nuevo orden social en otra tierra. a los emigrantes y pobres, a quienes defiende.

Éxodo, victoria de los emigrantes.

Moisés inicia y promueve un movimiento de liberación de los emigrantes y esclavos, aunque no en línea de alzamiento armado, pues en ese nivel los “faraones” de este mundo tendrán siempre ventaja. La victoria de los emigrantes hebreos aparece así vinculada con la vida cósmica que les ayuda, mientras “castiga” a los opresores (plagas de Egipto, paso por el mar Rojo, donde mueren los soldados del Faraón).

El éxodo de los emigrantes hebreos, que buscan una tierra en la que puedan vivir libremente, aparece así como una victoria de los pobres. El Faraón representa la violencia del sistema que se diviniza a sí mismo y que al hacerlo se destruye. Moisés, en cambio, representa la confianza del hombre en los valores de su humanidad, es decir, de su libertad, fundados en Yahvé, que significa Soy el que soy, es decir, «Soy principio y futuro de libertad».


(3) Las leyes sobre emigrantes de la Biblia Israelita.

Los emigrantes (extranjeros) no se pueden tomar por aislado, como grupo desligado de los otros, sino que han de verse vinculados a otros grupos oprimidos. La Biblia Hebrea ha vinculado a viudas, huérfanos y extranjeros.

Dodecálogo (=Doce leyes) de Siquem (Dt 27, 15-26). Parece el código más antiguo de la tradición israelita y comienza invocando la maldición sobre aquellos que fabrican ídolos, porque destruye la identidad de Dios. En ese contexto, tras otras normas de vida fundamentales, añade: «¡Maldito quien defraude en su derecho al extranjero, huérfano y viuda! Y todo el pueblo responda: ¡amén, así sea!» (Dt 27, 19).

Esta maldición supone que aquellos que se acercan a Dios y quieren establecer un pacto con él deben comprometerse a respetar el derecho de huérfanos-viudas-forasteros, es decir, de aquellos cuyo derecho podría ser más fácilmente quebrantado, pues no tienen un goel o “vengador de sangre”, es decir, un familiar poderoso que pueda defenderles. Los extranjeros-huérfanos-viudas vienen a presentarse de esa forma como "familiares de Dios", es decir, como sus protegidos, de manera que toda la familia israelita, reunida en nombre de Dios, debe comprometerse a defenderles.

El Código de la Alianza (Ex 20, 22-23, 19) forma también parte de un texto legal muy antiguo, que incluye diversas normas de tipo social, criminal, económico y litúrgico. Entre ellas encontramos éstas: «No oprimirás ni vejarás al extranjero, porque extranjero fuiste en Egipto... No explotarás a la viuda y al huérfano... porque si ellos gritan a mí yo los escucharé... » (Ex 22, 20-21).

La ley que exige la ayuda al extranjero queda así avalada por el recuerdo más sagrado de la historia de los israelitas, pues también ellos fueron antaño extranjeros en Egipto. Este pasaje indica que los extranjeros (no israelitas) quedan asociados con los huérfanos y viudas de Israel (o de otros pueblos), es decir, con aquellos que carecen de protección legal (social). Todos ellos pueden gritar, como antaño gritaron los hebreos, siendo escuchados por Dios desde la altura (cf. Ex 2, 23-24).

Deuteronomio I: solidaridad en la fiesta.

El cuerpo central del Deuteronomio (Dt 12-26) recoge y sistematiza hacia el siglo VII a.C. unas leyes muy antiguas, integrándolas en el contexto más solemne de la legislación sobre las fiestas: «Celebrarás (la fiesta de los Tabernáculos) ante Yahvé, tu Dios, tú y tus hijos y tus hijas, y tu esclavo y tu esclava, y el levita que habite en tus ciudades, y el extranjero, huérfano y viuda que viva entre los tuyos, en el lugar que Yahvé tu Dios elija para que more allí su nombre. Recuerda que fuiste esclavo de Egipto...» (Dt 16,11-12).

Se alude aquí a la Fiesta de Acción de Gracias, que los israelitas más afortunados celebran tras la recolección, en el otoño, dando gracias a Dios por la cosecha y la abundancia de la vida. Pues bien, en esa fiesta, el patriarca de la casa ha de abrir su espacio de familia, ofreciendo un lugar de alegría, de fraternidad religiosa y comunicación social no sólo a los familiares, sino a los emigrantes Allí donde los pobres y extranjeros no quedan invitados a la fiesta de la vida no se puede hablar de ley de Dios (como sabe también, en otro plano, pero con el mismo espíritu Lc 14, 16-24).

Deuteronomio II: solidaridad alimenticia. Para que pueda celebrarse la fiesta compartida, es necesario un gesto de solidaridad económica. «No defraudarás el derecho del emigrante y del huérfano y no tomarás en prenda la ropa de la viuda… Cuando siegues la mies de tu campo... no recojas la gavilla olvidada; déjasela al extranjero, al huérfano y a la viuda, .Cuando varees tu olivar, no repases sus ramas; dejárselas al extranjero, al huérfano y a la viuda.

Cuando vendimies tu viña no rebusques los racimos; déjaselos al extranjero, al huérfano y a la viuda; recuerda que fuiste esclavo en Egipto» Dt 24,17-22). Frente al afán codicioso de aquellos que quieren poseerlo todo, el texto apela al derecho de los pobres que claman a Yahvé desde su necesidad, siendo escuchados. De pan, vino y aceite vive el hombre; por eso es necesario que quienes tengan esos bienes los compartan con los pobres, con los que no tienen tierras, expresando así la generosidad del Dios que los ofrece a todos.

Deuteronomio III: ampliación afectiva, amor al extranjero.

En este contexto, recreando un tema que aparece de otra forma en Lev 19 (donde se dice amarás al prójimo, es decir, al israelita), nuestro texto exige amar a los extranjeros:

«Yahvé, vuestro Dios... es Dios grande, poderoso y terrible, no tiene acepción de personas, ni acepta soborno, hace justicia al huérfano y a la viuda y ama al extranjero para darle pan y vestido. Por eso, amaréis al extranjero, porque extranjeros fuisteis en el país de Egipto (Dt 10, 17-19).

El texto afirma que Dios ama a los extranjeros, es decir, a los hombres y mujeres que no forman parte del pueblo elegido (Dt 10,18), ni tienen una patria o un hogar donde defenderse y vivir protegidos. Lógicamente, los israelitas deberán amar también a los extranjeros. Esta exigencia de amar (es decir, de recibir en el espacio de vida y familia, de clan y de grupo religioso) a los extranjeros huérfanos y viudas, constituye una de las cumbres de la tradición israelita y de la humanidad.

(4) Jesús y los emigrantes.

Jesús quiso crear un “pueblo nuevo” (el Reino de Dios), a partir de los pobres y expulsados de las aldeas de Galilea, que habían perdido sus tierras y campos, en manos de los nuevos terratenientes judíos, avalados por los conquistadores romanos.

De esa forma acogió y reunió en su grupo a campesinos y marginados de diverso tipo, para crear desde ellos y con ellos, un “movimiento de solidaridad mesiánica”, al servicio del Reino de Dios, un tema que culmina en Mateo 25, 31-46 donde el mismo Jesús, que ha muerto por el Reino de Dios, se identifica con los emigrantes: «Venid, benditos de mi Padre… porque fui emigrante (extranjero) y me acogisteis…».

Estos emigrantes están fuera de su patria, sin garantía de vida; han tenido que dejar su tierra, casi siempre por razones económicas, para vivir en condiciones culturales y sociales adversas. Ciertamente, algunos emigrantes se han vuelto poderosos, tanto en plano económico como social. Pero la mayoría de los emigrantes bíblicos han sido pobres en busca de comida y seguridad: vienen huyendo del hambre, de la necesidad material y de la violencia.

Cf. Ch. VAN HOUTON, The Alien in the israelite Law, JSOT SuppSer 107, Sheffield 1991; P. VAN IMSCHOOT, Teología del AT. FAX, Madrid 1969, 590-633; D. L. SMITH, The religion of the Landless, Meyers SB, Bloomington 1989; J. L. SICRE, Introducción al AT, EVD, Estella 1992, 109-132; R. DE VAUX, Instituciones del AT, Herder, Barcelona 1985, 74-90, 109. 137. Para una 'teodicea israelita' a partir de los huérfanos, viudas, forasteros, cf. E. LEVINAS, Totalidad e Infinito, Sígueme, Salamanca 1987 y X. PIKAZA, Dios como Espíritu y persona, Sec. Trinitario, Salamanca 1989,189-270.
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