Cantando en tiempos oscuros. Ap 1-7, canto cósmico

Juan profeta, autor del Apocalipsis (Ap) , era un cristiano de Palestina que emigró en años de guerra y convulsiones (67-73 d. C.), integrándose  en una comunidad de Asía Menor (probablemente Éfeso), donde fue guía de profetas (cf. 19, 10; 22, 9).

Era un cristiano  universalista, como Pablo y Marcos, vio el riesgo que la iglesia corría de volverse institución de poder o secta gnóstica, y supo que sería perseguida, si se mantenía fiel al evangelio. Por eso elevó su voz de alarma, presentando a Roma (y a los cristianos que aceptaban sus signos) como Bestia y Prostituta. Escribió un libro de “revelaciones”  y cantos sobre el riesgo y fin de los tiempos,  enseñando a los cristianos a “cantar” en la noche, bajo los grandes riesgos del fin de los tiempos.

Ahora, año 2024, bajo nuevos riesgos apocalípticos deberemos  “cantar” para ser testigos del gozo y gloria de Dios que viene.  Hoy presento los primeros cantos del Apocalipsis (Ap 1-7), en forma de liturgia cósmica.  En dos días siguientes presentaré su liturgia de lucha (cantos de guerra) y de salvación final (cantos del cielo).

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Cantando en tiempos oscuros. Espiritualidad cósmica.

 El Apocalipsis (Ap)  es quizá el libro más significativo de espiritualidad litúrgica de la Iglesia, que ha tomado sus cantos (4, 11; 5, 9-10. 12; 11, 17-18; 12, 10-12; 15, 3-4; 19, 1-7) como expresión de la presencia y victoria de Dios (Liturgia de las Horas). Ap es un libro celebrativo, manual de representación y compromiso orante, pues sus lectores son, al mismo tiempo, actores y espectadores del gran drama de la salvación.

Desde ese fondo, en línea de acción y curación, de catarsis y compromiso eclesial han de entenderse sus simbolismos y momentos.  De un modo especial pertenecen a la celebración las visiones interiores y los signos sagrados, los candelabros de 1, 12,  el ritual del Trono de 4, 1-11, los himnos de los ancianos, vivientes y ángeles (cf. 5, 6-14), a quienes se unen los salvados de 7, 10 (cf. 7, 10-17), con las grandes voces de los cielos de (11,  15-18;  12, 10-12). Según eso, Ap es una liturgia humana y cósmica, una ópera total donde intervienen varios coros, con cantos de lamentación y de gozo (Ap 18-19), que culminan en la escenificación final del triunfo de los santos (Ap 21-22).  

            Esta liturgia (¡cantando en tiempos oscuros!) contiene elementosde tipo lúdico y comprometido, visiones y gritos de dolor, con procesiones y  cuadros de terror horripilante. Pero todos ellos están al servicio de la experiencia y tarea suprema de la salvación de la humanidad en Cristo (en Dios),  superando la violencia (de los monstruos del mal y de la guerra) y alcanzando así a la meta de las  bodas (Ap 21-22).

            Ap es, en esa línea, un libro de espiritualidad comprometida al servició de la salvación de Cristo. Por eso, en su despliegue emergen (y han de ser vencidos)  los símbolos del mal, eso que pudiéramos llamar la fantasía y realidad del odio y de la muerte. El mal recibe aquí formas simbólicas (Dragón, Bestias, Prostituta, Reyes perversos, animales destructores), que van siendo y destruidas  a medida que avanzan los signos del juicio, pero que no son personas, sino estructuras del mal.

Desde ese fondo se entienden los sellos que se abren para mostrar lo que hay al fondo de la realidad; las trompetas que anuncian el gran día de ruina; las copas de ira que se van derramando...  hasta que emerge al fin el signo del Cordero Sacrificado, que es Esposo bueno de la humanidad reconciliada (es decir, de las personas, los orantes, los perseguidos).

Dios forma parte de esa trama y gloria de liturgia cósmica:  

            Marcos y los evangelios sinópticos han contado la historia humana de Jesús, de su bautismo o nacimiento a su pascua. El Apocalipsis en cambio, ha querido representar su drama cósmico y eclesial de Jesús, desde su muerte hasta las Bodas de Ap 21-22, integrando así la genealogía del pecado de la historia humana, y la historia de la salvación de Dios en Cristo, jalonada en una liturgia de cantos de alabanza. 

            Ap no es la representación de la victoria del sistema, sino el drama y lamento de los perseguidos, que anticipan con su canto la victoria y salvación que esperan. Así podemos decir que es  una "ópera" mesiánica, la liturgia de la salvación en la que intervienen, como actores, agentes y espectadores (si se permite esta distinción) todos los hombres y mujeres, desde la perspectiva de los oprimidos.  Nadie queda fuera, como simple curioso, ajeno al drama. Todos son de alguna forma responsables y protagonistas.

            Así ha destacadoel riego del  poder perverso (Bestia, Imperio, cristianos colaboracionistas),  pero en un plano más alto ha confesado y proclamado la victoria del Cordero sacrificado y de sus fieles. De esa forma nos abre hacia la plenitud  y libertad más honda, en plano personal  (maduración de los cristianos) y social (transformación de la humanidad).   Ap no ha querido silenciar la violencia de la vida, sino  enseñarnos a mirarla con ojo limpio, esperanzado, sabiendo que no podrá dominarnos. De esa forma, en medio de persecución, sus lectores entonan el canto de la alabanza suprema, porque han visto, valorado y disfrutado, con emoción, la vida que se encuentra al otro lado, en las bodas del Cordero.

            Las reflexiones que presento hoy y en dos días siguientes   son la base de una espiritualidad de resistencia y victoria escatológica, hecha de cantos de alabanza y de liberación, que los creyentes entonan, con los ángeles del cielo y los vivientes del cosmos,  de un modo especial en los tiempos oscuros de la Iglesia y de la sociedad. 

Liturgia celeste (Ap 4, 8b-11)

Y no descansan, ni de día ni de noche, diciendo:

  • Santo, santo, santo, Señor Dios todopoderoso,
  • el que Era, el que Es y el que Está viniendo.

9 Y cada vez que los  Vivientes dan gloria, honor y acción de gracias al Sentado en el trono, al Viviente  por los siglos de los siglos, 10los veinticuatro Ancianos se postran ante el Sentado en el Trono y adoran al Viviente por los siglos de los siglos y arrojan sus coronas ante el Trono diciendo:

  •   11Digno eres, Señor y Dios nuestro,
  •    de recibir la gloria, el honor y el poder,
  •    porque tú has creado todas las cosas;
  •    y por tu voluntad eran y fueron creadas.

 Vivientes y Ancianos forman forman los dos coros de una sinfonía de alabanza. Representan el conjunto de la creación que acoge el don de Dios y canta su grandeza. El principio de los tiempos no es batalla entre dioses (teomaquia), ni es una generación cósmico/vital (teogonía), sino creación (obra de Dios) y liturgia de alabanza  (de las criaturas). Juan ha distinguido y vinculado aquí a Vivientes (4, 8b-9) y Ancianos (4, 9-11). Los primeros alaban a Dios por lo que es, los segundos por lo que hace.

Los Vivientes, signo de la naturaleza que exalta a Dios (cf. Sal 19; 103, 22; 148; Dan 3, 52-90), son espíritus del cosmos, ángeles excelsos que cantan sin pausa ni sueño la gloria de Dios (cf. 1 Hen 29, 12-13; 40, 1-10; 69, 24-25; As Is 7, 15-20; 8, 17-18 etc.):

 – Repiten el Trisagio (=Tres veces Santo) de Is 6, 3, que forma la base de la Qedusa (= Qados, Santo), oración fundamental de la liturgia judía, adaptada por los cristianos en el Sanctus de su Eucaristía. Es muy probable que Juan utilice en 4, 8b un modelo judío, traduciendo Sebaot (de los ejércitos) por Todopoderoso (Pantokrator: cf. 15, 3; 16, 7; 19, 6; 21, 22). Así interpreta la Santidad de Dios como Poder que culminará en la nueva creación.

Llaman a Dios El que Era, Es y Está Viniendo (4, 8c), como vimo en en 1, 4. La novedad está en que ahora el Venir final se entiende como expresión de Omnipotencia: Dios es Todopoderoso en la medida en que Está Viniendo para realizar su acción en Cristo. 

Los que viven aclaman al Dios Viviente  (4, 9). Las figuras cósmicas (toro, león, águila, humano) son seres que viven (dsôa, animales) porque reconocen y cantan a Dios como único Viviente (ho Dsôn) en el sentido fuerte del término.  Sólo Dios Es quien Es (ho Ôn) y Vive (ho Dsôn) haciendo vivir (irradiando vida) a los Vivientes. Por eso ellos le cantan ofreciéndole gloria y honor (reconociéndole) y eucaristía (agradeciendo lo que ha hecho). 

Esta es una liturgia judía, pero en su fondo se expresa la novedad del evangelio: el Poder del Dios que Viene se identifica con el Cristo, a quien veremos en Ap 5 como Cordero degollado, en gesto que se puede llamar Eucaristía (acción de gracias por la acción de Dios en Cristo).

Por ahora predomina el aspecto de la creación: es una liturgia cósmica y los Ancianos, representantes de la humanidad, responden con su gesto y alabanza (4, 10-11), unidos al cosmos en adoración (proskínesis: inclinados hasta el suelo) y reverencia (ponen sus coronas ante el Trono), diciendo: 

¡Digno eres...! (Axiología: 4, 11a)  Reconocen justa la alabanza de los Vivientes (cf. 4, 9) y ofrecen a Dios  gloria y honor, introduciendo poder (dynamis), como manifestación de Dios y de su obra salvadora, en vez de eucaristía.

¡Porque has creado todas las cosas...! (Fundamentación: 4, 11b). Como buen judío, Juan ha destacado la continuidad entre el Dios creador y culminador. Frente a toda  gnosis, que comienza negando la creación, Juan la valora: allí donde se reconoce a Dios por su acción buena en el mundo, puede hablarse de culminación o recreación escatológica.  Juan  nos ha llevado al cielo, para ver a Dios. Allí se funda todo lo que sigue. 

 Primer Canto al Cordero (Ap 5, 8-14).

 8Y cuando (el Cordero) tomó el Libro, los cuatro Vivientes y los veinticuatro Ancianos se postraron ante el Cordero, cada uno con una cítara y copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santos. 9 Y cantan un cántico nuevo, diciendo:

  • Eres digno de tomar el Libro  y de abrir sus sellos 
  • porque has sido degollado 10 y con tu sangre has comprado para Dios
  • (gentes) de toda  raza, lengua, pueblo y nación,
  • y los has constituido  para nuestro Dios  reino  y sacerdotes  y reinarán sobre la tierra.

11Y mire y escuché la voz de muchos Ángeles   que estaban alrededor del Trono, de los Vivientes y los Ancianos;  y su número era miríadas de miríadas, y millares de millares,   12diciendo con voz grande:

  •    Digno es el Cordero degollado de recibir el poder,
  •     riqueza, sabiduría, fuerza, honor, gloria y alabanza.

13Y oí que todas las criaturas del cielo y de la tierra y  de debajo de la tierra     y de la mar (y las cosas que en ellos se contienen) decían:

  •   Al Sentado en el trono y al Cordero
  •    la alabanza, el honor, la gloria y el poder  por los siglos de los siglos.

14Y los cuatro Vivientes respondieron: “Amén”. Y los Ancianos se postraron y adoraron. 

Vivientes y Ancianos.Canto al Cordero vencedor (5, 8-10). Estaban ante el Trono (en su entorno) y ahora dejan el centro al Cordero, postrándose ante él con cítaras y copas de incienso en la mano, ofreciéndole las plegarias de los santos, de la iglesia y humanidad representada por ellos, diciendo digno eres (como en 4, 11). El Cordero es digno de recibir el  Libro (resolver la historia) porque ha sido degollado (dejándose matar) y con su sangre (riqueza de su debilidad) ha comprado para Dios un pueblo, gentes de todas las naciones, haciéndolas reino y sacerdotes.

De esa forma se identifican poder auténtico (reino) y entrega de la vida (sacerdocio). Este canto marca el nacimiento de la Iglesia, en plano social (reino) y religioso (sacerdotes: cf. 1, 5- 6): los cristianos se identifican con Jesús, no por algún tipo de liturgia especial (como destacará después el derecho canónico, al concentrar lo sacerdotal en los ministros "consagrados" y en la celebración que sólo ellos pueden realizar), sino en la liturgia de la entrega de la vida, del auténtico martirio. Para Ap el único sacerdocio y poder es el martirio, es decir, el testimonio de una vida que se entrega y abre al amor (a las bodas). 

  1. Ángeles. Gran doxología (5, 11-12). Al canto anterior, más histórico-social, responden los Ángeles que forman el círculo sagrado de la gloria en liturgia antifonal de exaltación (=doxología), aplicando al Cordero Degollado los Siete atributos de Dios: poder, riqueza, sabiduría, fuerza, honor, gloria y alabanza. De Dios eran los Siete (cf. 1 Crón 29, 11-12; Ap 7, 12  pone eucaristía en vez de riqueza); ahora se aplican al Cordero que aparece como portador y presencia de la doxa o gloria divina. Tres habían sido atribuídos ya a Dios (4, 9.11); cuatro se aplicarán aún  a Dios y a su Cordero (5, 13).  Esta es la cristología de exaltación de Ap.

Creaturas ¡Al Sentado en el Trono y al Cordero! (5, 13). Sigue y se amplía la doxología anterior y toda creatura (la cuaternidad abarcadora de cielo, tierra, mar y abismo) aclama a Dios y al Cordero, uniéndolos en grandeza, distinguiéndolos del mundo. Frente a los Siete Atriburos anteriores (5, 12) aparecen aquí los Cuatro de Dios y del Cordero (alabanza, honor, gloria y poder); ellos implica totalidad perfecta, plenitud del cosmos (cf. 14, 7) que canta.

a'. Vivientes y Ancianos. Ratificación. Han comenzado y culminan la liturgia, con el amén y adoración conclusiva. La doxología acaba (cf. 1 Crón 16, 36). Todo está concluido, parece haberse anticipado la  Ciudad reconciliada (Ap 21, 1-22, 5) pues en ella acaban (quedan a la puertas) las diferencias anteriores: no habrá ángeles, ancianos ni vivientes sino sólo la  Esposa-ciudad que vivifican Dios y su Cordero. 

  Hemos pasado del plano judío (Ap 4) al cristiano (Ap 5). Conocemos y sabemos de esa forma lo que debe suceder: Juan ha ofrecido, en prolepsis de gloria, una visión anticipada de la Esposa del Cordero donde se reúnen todos los pueblos y naciones de la tierra,

Y oí una voz grande diciendo...: ¿Cuándo vengarás nuestra sangre de los habitantes de la tierra? ¿hasta cuándo, Señor, quedarás sin juzgar y tomar venganza...?  (6, 10-11). Así gritan los asesinados, con palabras tradicionales (cf. Dt 32, 43; 2 Rey 9, 7) que parecen llenas violencia y venganza (alguien diría resentimiento). La Vida (phychê) de los asesinados es  Sangre que clama: su mismo sacrificio se vuelve palabra elevada ante el trono. La historia fuerte la han hecho los otros, los habitantes de la tierra, los jinetes vencedores. Frente a ellos se eleva el auténtico Despotes (Señor) a quien llaman los vencidos. Claman con fe, no se dejan  acallar por el sistema que una y otra vez ha querido destruirles.

Algunos piadosos exegetas dicen que esta voz y petición resulta anticristiana: no responde al agravio con perdón, a la violencia con amor, como pide el Sermón de la Montaña. Ciertamente, esta voz de los mártires pide venganza (en la línea de Lc 18, 7-8) y no podemos esconderla, ignorarla o camuflarla. Es voz poco "cristiana", en el sentido convencional del término: su ira sacral no ha sido todavía "bautizada" y superada desde el puro de amor de Cristo. Pero es voz humana y muy cristiana, en el sentido más profundo. Este es el momento final. Tras el despliegue destructor de los jinetes se eleva  la pregunta de los asesinados. Superando  la racionalidad cartesiana de las ideas claras y los esquemas de un sistema que quiere acallarles, gritan a Dios; son la última razón de la historia.

 El Ap no es un discurso erudito, escrito escrito desde un despacho burgués por un piadoso teólogo que condena a los otros, ni es oración de un diletante que llama a Dios desde su tranquilidad asegurada. Quien grita aquí pidiendo venganza está al borde de la muerte, perseguido, aplastado por los grandes caballos triunfadores de la historia. Resulta cruel pedirle serenidad estoica: en nombre de los asesinados tiene que alzar ante Dios la voz de su sangre y pedir una  respuesta.

El Ap hace suya la oración de la Biblia: salmos de lamentación, súplicas de los perseguidos. Son ellos, los justos y mártires de la alianza de Israel, quienes siguen pidiendo justicia, desde el altar del cielo, con la voz de su sangre hecha súplica. Allí donde la oración de los mártires israelitas se eleva ante el trono de Dios, desde el altar de la historia, han de escucharse sus palabras.  Esta oración de justicia y venganza va unida al drama  catártico y purificador de nuestro libro. Ap no es texto de piedad intimista, sino  drama que va desplegando las voces  más duras de la historia. Estos, los asesinados que piden venganza, tienen razón ante Dios y Dios ha de escucharles, identificándose de algún modo con ellos.

 – Dios escucha esta oración de venganza (cf. 18, 20; 19, 2), pero eso no significa que la ratifique al mismo plano. A la luz del  Cordero degollado deberíamos afirmar que Dios se ha "vengado" de una forma no vindicativa, en gesto de amor que supera el odio y violencia de la historia. Pero ese Dios no vengador asume (eleva, cumple, transfigura) el grito fuerte de los sacrificados por la historia. Sólo a la luz de la escena final de las  Bodas puede entenderse esta palabra de venganza escuchada.

 – Así  quiebra y supera la pura racionalidad humana. Normalmente, quienes condenan este tipo de venganza asumen de manera precrítica la razón de los vencedores (los jinetes del imperio) e interpretan el grito de los sacrificados como algo  marginal  para el orden del conjunto. Pues bien, si esta petición angustiosa (vengativa) de quienes exigen justicia no se escucha, si al final fuera la misma la suerte de asesinos y víctimas, la historia no habría tenido sentido, sería vano el Ap. Por eso ella debe conservarse en la Biblia como memorial de dolor, como razón de los asesinados, cuya vida importa más que todas las razones imperiales de la historia, rasgando  así la racionalidad impositiva de las filosofías y teologías  sacralizadoras de nuestros sistemas sociales, económicos, culturales.

 – Esta voz desborda el nivel de la verdad intra-cósmica. Desde la impotencia humana, donde pierden razón las razones, el asesinado eleva ante Dios su pregunta. Sólo bajo el altar de los degollaros de la historia, alcanza su intensidad la pregunta por Dios. Sólo  quien asume su grito asesinados  puede entender el Ap. Esta no  es la última voz; por encima de ella está la palabra de amor del  Cordero. Pero sin ella carecería de sentido nuestra historia. Por eso, el Ap puede y debe conservarla, poniéndola ante el Trono de Dios, desde el Altar donde siguen muriendo los sacrificados de la historia. 

  Ap  7, 9-17: Muchedumbre incontable. La canción de la humanidad

9 Después de esto vi y he aquí gran una muchedumbre que nadie podía contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua. Estaban de pie delante del Trono y del Cordero, revestidos con túnicas blancas, con palmas en las manos 10 y clamaban con voz grande diciendo:

  •   ¡La salvación es  nuestro Dios, Sentado sobre el Trono,
  •    y del Cordero!

   11 Y todos los ángeles que estaban de pie alrededor del Trono, alrededor de los Ancianos y de los cuatro Vivientes, cayeron rostro a tierra delante del Trono y adoraron a Dios, 12diciendo:

  •   Amén. Alabanza, gloria sabiduría, acción de gracias,
  •    honor, poder y fuerza a nuestro Dios
  •    por los siglos de los siglos. Amén.

Desde aquí debe entenderse la visión. Antes nos hallábamos en campo de batalla, como soldados de la Guerra del Cordero  (6, 12-17), amenazados por los  vientos malos de la tierra  (7, 1-8). Ahora que el final de la guerra se anticipa descubrimos en el cielo, en el lugar de gloria (cf. Ap 4-5), ante Trono y Cordero, a los muchos triunfadores.  Los 144.000 (verdadero Israel) se integran en esta multitud innumerable, de todas las naciones, que nadie puede contar, pues el número final pertenece a Dios y no es objeto de ningún tipo de censo, ni aún sagrado, como sabe (en otro plano) 2 Sam 24. Es texto se compone de visión (7, 9-12) e interpretación (7, 13-17).          

 – La visión (7, 9-12)  introduce a los humanos (salvados) en la gran liturgia del  Trono y  Cordero (Ap 4-5). El Cielo se amplía, el Salón del trono de Dios se vuelve espacio de canto y gloria para todos los humanos que alaban a Dios (7, 9-10), acogidos por los seres celestiales (7, 11-12). Esta es la visión del fin del tiempo: la liturgia humana se integra en la del cielo; la historia del dolor se vuelve gloria. Desde ese trasfondo destacamos algunos rasgos del pasaje:

 – Una multitud innumerable de todo pueblo, tribu, raza y lengua. Frente a los 144.000 guerreros de Israel  aparecen los triunfadores  de todas las naciones, comprados por la sangre del Cordero (cf. 5, 9). El  Mesías de Dios ha reunido a toda la humanidad (Dan 7, 14 ; cf. 4 Es 3, 7).

 – Están en pie ante el  Trono y el Cordero, como triunfadores, ocupando el lugar de Vivientes, Ancianos, Ángeles. Ya no sufren bajo el  altar, pues la Ciudad Final no tiene altar ni templo (cf. 21, 22), ni interceden, suplican o piden venganza (como en  6, 9-11), pues todo ha sido conseguido,

 –  Con túnicas blancas  y palmas en las manos.  El blanco es triunfo, no color de espera, como en 6, 11, ni de lucha escatológica como en 19, 14, sino de  marcha victoriosa de los salvados, que caminan con (ante) Jesús, como (cf. 3, 4). Roma celebra con pompa el triunfo de su ejército (como muestra el Arco de Tito, tras la guerra del 70 d. C.). El vidente canta el triunfo final de los salvados que llevan en las manos las palmas de los Tabernáculos eternos (cf. Lev 23, 40-43; 2 Mac 10, 7).

 – Gritando con voz grande... Su voz no es suave melodía, sino alarido de guerra convertido en ululato de victoria. El grito de guerra, hebreo teruah, formaba parte de la liturgia de  lucha y victoria  (cf. Jos 6, 5; Jc 7, 16-20; 1 Sam 4, 5-6; 2 Sam 6, 15) en el mundo. Este grito poderoso (cf. 6, 10; 10,3; 14, 15) de los vencedores marca el comienzo de la fiesta celeste.

 – La Sôtêría se debe a Dios... y al Cordero (7, 10). Dejo el término (sôteria: Salvación), en griego, para destacar su sentido marcial. Los vencedores de Roma dedicaban su victoria al Cesar, aclamado así como Soter para el imperio. Los vencedores de Jesús atribuyen su victoria a Dios y al Cordero: agradecen lo que han recibido  y convierten su canto en teodicea,  defensa de Dios. Este es el Hosanna (=¡Salvanos, Yahvé! ¡Yahvé nos salva!) de las tradiciones  de  Israel que se cumplen por el Cristo. Esa palabra, vinculada a los Salmos de Victoria (cf. Sal 3, 9; 118, 25), funciona como confesión de fe (cf. 12, 10 y 19, 1): Dios se revela divino al salvarnos a través del Cordero. Este grito procesional, con palmas de victoria (cf. Mc 11, 9-10 par), marca el centro de la fe: los cristianos saben que la Salvación sólo es de Dios y del Cordero, negándose, por tanto, a participar en los cultos de salvación política del emperador romano.

–  Ángeles, Ancianos y  Vivientes se suman a la liturgia de los vencedores, reasumiendo su palabra anterior (7, 11-12; cf. 4, 7-11; 5, 9-14). Cantaban antes al Cordero que ha comprado un reino-sacerdotes ...  (5, 9-10). Ahora  asumen la victoria y gozo de los salvados de Jesús: se inclinan, ratificando la salvación de Dios. No hay lucha entre  espíritus y  seres de la  tierra. Al final todos se integran en el mismo canto: los humanos reconocen al Dios de Salvación; los celestes ratifican la palabra y gesto salvador de los humanos con un amén litúrgico y un el recuerdo solemne  de los siete atributos de Dios (cf. 4QS 1, 37-40), ya aplicados en 5, 12 al Cordero: bendición, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, fuerza y poder, con acción de gracias (eukharistía)  en vez de riqueza 

Así podría terminar el libro: varios de estos temas volverán en 21, 1-22, 5. Pero antes debe recorrerse el gran camino, desvelarse el mal completo, presentarse el triunfo del Cordero. Significativamente, en la Ciudad del Cordero y de su Esposa no habrá ya ni ángeles, ni ancianos, ni vivientes, a no ser en las puertas (21, 12-14); acaban las jerarquías, queda la humanidad ante (con) el Cordero.  

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