Bienaventuranzas de la doble sacramentalidad Sacerdotes casados: la santidad prohibida
La santidad de los sacerdotes casados es hoy una profecía silenciada dentro de la Iglesia, una voz que el clericalismo intenta ocultar pero que el Espíritu mantiene viva. En ellos brilla la doble sacramentalidad del Orden y del Matrimonio, signos de servicio y comunión para una Iglesia más humana y encarnada.
El celibato obligatorio —disciplina tardía y no dogma— es funcional al clericalismo, una estructura de pecado que confunde santidad con control. Hans Küng y Paul Collins denuncian que esta imposición separa al clero del pueblo y alimenta abusos, arrogancia y doble vida. El obispo Nann y el presbítero Puente Olivera confirman que el amor no destruye la vocación, sino que la transfigura en una nueva forma de fidelidad.
“Al condenar al sacerdote que se casa, la Iglesia no solo castiga a un hombre, sino que está devaluando simbólicamente el matrimonio y, sobre todo, a la mujer con la que se casa. Ella se convierte en la 'tentación', la 'culpable' de la 'pérdida' de un sacerdote. Es una visión profundamente misógina que refuerza la idea de que la mujer es un peligro para la santidad del varón consagrado" (I. Corpas)
No hay lugar para ellos en la Iglesia, pero la mayoría desea seguir sirviendo desde su nueva condición. Reconocer la santidad del sacerdote casado no será tolerancia, sino conversión eclesial: pasar de una Iglesia de casta a una Iglesia de comunión.
“Al condenar al sacerdote que se casa, la Iglesia no solo castiga a un hombre, sino que está devaluando simbólicamente el matrimonio y, sobre todo, a la mujer con la que se casa. Ella se convierte en la 'tentación', la 'culpable' de la 'pérdida' de un sacerdote. Es una visión profundamente misógina que refuerza la idea de que la mujer es un peligro para la santidad del varón consagrado" (I. Corpas)
No hay lugar para ellos en la Iglesia, pero la mayoría desea seguir sirviendo desde su nueva condición. Reconocer la santidad del sacerdote casado no será tolerancia, sino conversión eclesial: pasar de una Iglesia de casta a una Iglesia de comunión.
Para Jesús, la santidad son las bienaventuranzas de las víctimas frente a quienes como el fariseo del templo o el Epulón de la parábola ya tienen su recompensa. Él ha venido para hacer felices a los que el mundo y la religión considera perdedores y fracasados. Y opta por ser uno de ellos. Filtra con sarcasmo disciplinas religiosas, para quedarse con el Amor y la Misericordia a los pobres y los descartados.
Este 1 de noviembre, Día de Todos los Santos, quiero recordar a una clase de descartados por las estructuras eclesiásticas: los sacerdotes casados, testigos silenciosos de una santidad encarnada aún sin reconocer. En ellos brilla la gracia santificante de la doble sacramentalidad, donde el amor conyugal y el servicio pastoral se entrelazan como signos del Reino. Aunque marginados por el clericalismo que les ha dado la espalda, son piezas indispensables de una Iglesia más humana, reconciliada con la verdad del amor y el seguimiento de Cristo en la realidad.
Ellos, como tantos, revelan que sólo las víctimas de la iglesia pueden emitir una palabra nueva para volver a creer en ella como herramienta del Reino de Dios.
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En la Iglesia Católica persiste una tensión entre una estructura eclesial encerrada en el clericalismo célibe y la realidad viva de sacerdotes casados como otra forma de santidad. Este conflicto es disciplinar, teológico y antropológico: el celibato obligatorio, legislado tardíamente en el siglo XII y reglamentado en Trento, no es un dogma, sino una construcción institucional que ha confundido la fidelidad evangélica con la obediencia al poder. En palabras de Jesús: “En el principio no era así” (Mt 19,8).
En los orígenes cristianos era distinto: Pedro y la mayoría de los apóstoles eran hombres casados; Pablo exige que los obispos sean “maridos de una sola mujer” (1 Tim 3,2). Pero, la progresiva identificación entre perfección y celibato consolidó una casta sagrada superior. Una deriva emparentada con antiguas mutilaciones religiosas (mutilación genital femenina o masculina como en el caso de Orígenes y otros) que confundían la santidad con la negación del cuerpo.
Esta distinción alimentó el clericalismo: la exaltación del clero como un grupo separado y superior por no casarse, cuyos miembros gozan de privilegios y un poder incuestionable.
Como advirtió Hans Küng, “la Iglesia ha confundido la santidad con el control”, mientras que Umberto Eco ironiza: “prefiere la castidad al sentido común”. Frente a esta espiritualidad temerosa del deseo, Bruno Forte propone una visión trinitaria: “el amor conyugal y el amor pastoral encuentran su raíz común en la Trinidad, donde la comunión es don recíproco”.
El sacerdote casado no es un error disciplinar para "ocultar", sino un signo profético del Reino: un testimonio de que el amor humano y el ministerio pastoral son expresiones inseparables de la misma gracia divina.
La Voz de los Teólogos: Cuestionando el Fundamento
Numerosos teólogos católicos concluyen actualmente (junto con los numerosos estudios sobre la pederastia de distintos países), que el celibato obligatorio, una imposición antinatural, es fuente de problemas pastorales, psicológicos, espirituales, dobles vidas y abusos como acreditan los medios de comunicación, que hoy taladran sin pudor las murallas de la omertá clericalista.
Hans Küng resalta su desconexión normativa con el Evangelio. En su obra ¿Por qué soy cristiano?, afirma: "El celibato eclesiástico no es un mandamiento de Jesús, sino una ley de la Iglesia. Y las leyes de la Iglesia pueden ser cambiadas por la Iglesia". Esta ley no garantiza una mayor disponibilidad para Dios, genera una moralina obsesiva con la sexualidad y aleja a personas capaces, del ministerio ordenado.
Por su parte, el teólogo australiano Paul Collins, autor de Papal Power, vincula el celibato directamente con el clericalismo y el abuso de poder: "el celibato obligatorio es el cemento que mantiene unida la estructura clerical. Crea una mentalidad de 'nosotros contra ellos', separando a los sacerdotes del pueblo al que deben servir. Esta separación es el caldo de cultivo perfecto para el clericalismo, la arrogancia y, en los casos más trágicos, el abuso". La credibilidad de la Iglesia se vacía a través de este agujero estructural.
Desde una perspectiva más pastoral y ecuménica, el teólogo alemán David Berger, quien dejó el ejercicio del ministerio para casarse, ha conocido la "doble vida" de muchos clérigos. Berger denuncia "la hipocresía de un sistema que, mientras predica la castidad, empuja a muchos a una vida clandestina, generando un profundo sufrimiento personal y una crisis de integridad". Miles de sacerdotes han tenido que elegir traumáticamente entre vocaciones al amor conyugal y al ministerio, como si fueran excluyentes. Miles de víctimas que la institución descarta.
La Condena y la Discriminación: El Alto Precio de la Elección
Quienes "se atreven a salir" y vivir la conyugalidad, se enfrentan a un mecanismo de discriminación jurídica y ensañamiento social. Ya no pueden ejercer públicamente los sacramentos, privando a la comunidad de algo esencial. Pero la sanción va más allá de lo legal; es un escarmiento que no prescribe.
Estos hombres, que suelen conservar una profunda fe y amor por la Iglesia, son estigmatizados, convertidos en fantasmas dentro de la comunidad que una vez pastorearon. Se los calumnia como fracasados, enfermos, de “ideas raras” y se les niega la posibilidad de servir o de encontrar un espacio ministerial significativo dentro de la estructura eclesial. Sus matrimonios son menospreciados y vistos como la causa de su “degradación”.
Muchos fieles, adoctrinados por una visión sacralizada del clero célibe, no saben cómo relacionarse con un "ex-sacerdote" casado. Reaccionan con desconfianza, comentarios a sus espaldas y una sospecha generalizada sobre su ortodoxia o su "fracaso". Son vistos, en el mejor de los casos, con lástima, y en el peor, como "traidores que quebraron un juramento sagrado".
La teóloga feminista española, Isabel Corpas, autora de La revolución silenciosa de las mujeres en la Iglesia, expresa esta injusticia. "Al condenar al sacerdote que se casa, la Iglesia no solo castiga a un hombre, sino que está devaluando simbólicamente el matrimonio y, sobre todo, a la mujer con la que se casa. Ella se convierte en la 'tentación', la 'culpable' de la 'pérdida' de un sacerdote. Es una visión profundamente misógina que refuerza la idea de que la mujer es un peligro para la santidad del varón consagrado". Esta dinámica, argumenta Corpas, perpetúa una visión clerical y patriarcal que necesita ser desmantelada.
Hace pocos días hemos leído la experiencia del obispo Nann y el sacerdote Puente Olivera en que se refleja la de miles de sacerdotes casados. El primero se fue harto de tantas “mentiras en la vida sacerdotal” que lo llevaron a una profunda depresión y a concluir que “El celibato obligatorio no debe seguir siendo una carga impuesta a todos, sino una opción libre y carismática. El matrimonio no disminuye la santidad ni la eficacia pastoral de un sacerdote.” Su renuncia al poder y elegir la vida con su pareja no fue una caída, sino una liberación espiritual (Religión Digital, 20.10.2025)
El segundo, presentó una teología esperanzadora al hablar de la “doble sacramentalidad”: la coexistencia armónica del Orden y el Matrimonio: “Somos plenamente curas, plenamente esposos y padres”. Denuncia la “ignorancia institucional” excluyente, y defiende que su identidad sacerdotal no debe depender de un decreto, sino de la fidelidad al llamado de Jesús. (RD, 09.10.2025)
Ambos sienten que no tienen su lugar en la Iglesia, no son propiamente laicos, pues su formación teológica y experiencia ministerial los ha preparado para servir de otra manera. Tampoco son clérigos en pleno derecho, pues su matrimonio los marginó del sistema. Sin embargo, movidos por el seguimiento de Cristo y el amor a la Iglesia, desean seguir sirviendo desde su nueva condición y tener su lugar en el poliedro eclesial. Integrarlos nuevamente no será fruto de la “tolerancia”, sino de la conversión de la Iglesia.
La voz del pueblo de Dios se ha expresado abrumadoramente en los sínodosa favor de la admisión del sacerdote casado. Pero no se ha querido escuchar, entonces,¿de qué sinodalidad estamos hablando?
El Desafío: Hacia una Iglesia Sinodal y No Clerical
El movimiento a favor de un celibato opcional y el reconocimiento de la santidad de los sacerdotes casados es anti-clericalista, no anti-Iglesia. No busca destruir el sacerdocio, sino reintegrarlo en la comunidad de los bautizados, “ordenarlo” a la comunión, no a la segregación. Apunta hacia una Iglesia sinodal, caminar juntos con igual dignidad.
La Iglesia católica está formada por 24 Iglesias, una occidental y 23 orientales. La Iglesia ortodoxa católica tiene sacerdotes casados como también los ritos orientales fieles a Roma como el maronita, el greco-católico melquita, el greco-católico ucraniano y el armenio. Sus parroquias son testimonio vivo de que el celibato no es un requisito “ontológico” para el ministerio ordenado. La santidad no reside en el estado civil, sino en la fidelidad al amor de Dios, ya sea en la entrega célibe como en el amor conyugal.
El sacerdote casado está llamado a la santidad en este estado. Por eso, lejos de ser un problema, es un puente entre dos realidades —el clero y el laicado— que la visión clericalista ha separado artificialmente. Negarlo no es solo una falta de pragmatismo pastoral; es una resistencia estructural a la obra del Espíritu, con pésimas consecuencias a la vista.
La santidad del sacerdote casado, negada por los arquitectos del clericalismo, es una profecía angular del Reino. La doble sacramentalidad del Orden y el Matrimonio es signo de que la santidad no reside en la mutilación, sino en la integración del amor. "El futuro de la Iglesia pasará por la recuperación de lo comunitario frente a lo clerical, y en ese camino, el reconocimiento del sacerdocio casado será un signo profético de que el Espíritu sopla donde quiere, y no solo en los actuales seminarios". (Leonardo Boff)
Para Betina, mi esposa y compañera del camino de santidad del orden sagrado.
Poliedroyperiferia@gmail.com
Bibliografía principal
Fuentes bíblicas y patrísticas: Mt 19,8; 1 Tim 3,1-5; Lc 6,20-26, San Juan Crisóstomo, Homilías sobre la Primera Carta a Timoteo, especialmente la Homilía X sobre el “obispo esposo de una sola mujer”. San Clemente de Alejandría, Stromata, IV, 19: defensa del matrimonio sacerdotal en los primeros siglos. San Gregorio Magno, Epistolae, Lib. I, 42: sobre la compatibilidad entre ministerio y matrimonio en la Iglesia primitiva.
Magisterio y documentos eclesiales: Concilio Vaticano II, Presbyterorum Ordinis (1965): sobre la vida y ministerio de los presbíteros, 16–17. Lumen Gentium (1964): sobre el sacerdocio común y ministerial, 10–13. Francisco, Papa.Evangelii Gaudium (2013); Querida Amazonia (2020); Desiderio Desideravi (2022): sobre la renovación ministerial, la encarnación de la liturgia y la apertura pastoral.Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis (2007): reconoce la tradición oriental de sacerdotes casados. León XIII, Rerum Novarum (1891): sobre la dignidad del trabajo y de la vida familiar. Sínodo para la Amazonía (2019), Documento Final: propone el reconocimiento del ministerio de hombres casados de probada fe (viri probati).
Teología del celibato y crítica al clericalismo: Hans Küng, ¿Por qué soy cristiano?, 2006. Hans Küng, La Iglesia, 2004. Paul Collins, Papal Power: A Proposal for Change in Catholicism’s Third Millennium, 1997. Bruno Forte, La Iglesia, icono de la Trinidad, 1991. Leonardo Boff, Iglesia, carisma y poder, 1982. José Comblin, El Espíritu Santo y la liberación, 1987. Karl Rahner, La Iglesia y los sacramentos, 1973. Henri de Lubac, Catolicismo. Aspectos sociales del dogma, 1988. Pietro Coda, Teología trinitaria de la relación, 2001. Jorge Costadoat, La Iglesia todavía, 2021. AntonioSpadaro, Carlos M. Galli, La reforma y las reformas en la Iglesia. Madrid, 2017. José María Castillo, La humanización de Dios, 2013: la verdadera santidad como encarnación del amor. Jon Sobrino, El principio-misericordia, 1992: santidad desde los pobres y excluidos. Gustavo Gutiérrez, Teología de la liberación. Perspectivas, 1971.
Estudios históricos y antropológicos sobre el celibato: Christian Cochini, S.J., Les origines apostoliques du célibat sacerdotal, 1981. Stefan Heid, Celibacy in the Early Church: The Beginnings of a Discipline of Continence for Clerics, 2000. Peter Brown, El cuerpo y la sociedad. Hombres, mujeres y renuncia sexual en el cristianismo primitivo, 1991. Umberto Eco, De la estupidez a la locura, 2016.
Teología feminista y crítica eclesial: Isabel Corpas de Posada, La revolución silenciosa de las mujeres en la Iglesia, 2020. Elizabeth A. Johnson, La que es. El misterio de Dios en el discurso teológico feminista, 1998. Ivone Gebara, Intuiciones ecofeministas, 2002. Dorothee Sölle, Mística y resistencia, 2001.
Testimonios y pastoral del sacerdocio casado: Reinaldo Nann, “El celibato obligatorio no debe seguir siendo una carga impuesta a todos” (Religión Digital, 20 de octubre de 2025). Ignacio Puente Olivera, “Somos plenamente curas, plenamente esposos y padres” (Religión Digital, 9 de octubre de 2025). Pablo VI, Sacerdotalis Caelibatus (1967), leído críticamente desde su dimensión carismática, no jurídica. Federación Internacional de Sacerdotes Católicos Casados, Manifesto de Viena (2015): testimonios y propuestas de reforma. James Carroll, An American Requiem: God, My Father, and the War that Came Between Us (Mariner Books, 1997).
Reflexión filosófica: Charles Taylor, La era secular, 2007: sobre la pluralidad de vocaciones y la autenticidad en la fe. Byung-Chul Han, La sociedad del cansancio, 2012: sobre la autoexigencia y la represión del deseo.