Celestino V y Benedicto XVI: Dos renuncias y un destino

Hubo bastantes renuncias anteriores, de papas o antipapas (¿quién lo sabe?), pero quedaron perdidas en la bruma del tiempo. Hubo varias posteriores, tras el cisma de Aviñón y el Concilio de Constanza (1414-1418), de papas o antipapas (¿quién lo sabe?), y el único que no renunció fue precisamente un español, el Papa Luna (Benedicto XIII).

Pero las renuncias de Celestino V y Benedicto XVI son distintas, definen dos vidas extraordinarias, dos tiempos difíciles de la Iglesia, y están marcadas por un destino común, como verá quien siga leyendo:

Celestino (1294) renunció a ser Papa para ser simplemente cristiano, y así dejó en Pontificado en mano de Bonifacio VIII (1294-1303), quizá el mayor “halcón” de la historia pontificia, muriendo en la cárcel, quizá envenenado; un día, el año 86, fuimos a ver su gruta de eremita, en Sulmona (Abruzos), tras haber leído la “novela” de su vida (I. Silone,La historia de un pobre cristiano).


Benedicto XVI (2005-2013) ha renunciado para ser simplemente él mismo, y así morir reconciliado. No sabemos en manos de quién deja el Papado, esperamos que no sea un “halcón”, ni sabemos cómo morirá (seguro que no será en la cárcel, vivimos tiempos mejores); yo le deseo mucha vida, en manos de Dios, que pueda rezar, vivir en paz, ser él mismo… y terminar su obra teológica, para bien de la Iglesia.


La historia de Benedicto XVI la conocemos todos. La de Celestino V resulta quizá más lejana. Por eso quiero evocar su figura, en el contexto de su tiempo, a fin de que los lectores hagan las comparaciones pertinentes con Benedicto XVI.

Me limito a ofrecer algunos datos, dejo la interpretación para los lectores, a quienes recomiendo la novela de I. Silone, en edición española: La aventura de un pobre cristiano, Emecé, Buenos Aires 1969. Sin duda, tras unos años, se escribirá también la novela de la renuncia de Benedicto XVI, a quien se verá como papa santo, en la línea de San Celestino V.

Esta postal consta de tres partes:

-- Resumen mío sobre la renuncia San Celestino
-- Unas páginas centrales de la obra de un historiador nada sospechoso, A. M. Piazzoni, Vicedirector de la Biblioteca Vaticano, titulada Las Elecciones Papales
-- Una reflexión de S. Hahn, en Aci-Prensa, sobre las relaciones entre Celestino V y Benedicto XIV.


-- Primera imagen: una visita de BXVI a la tumba de CV en Sulmona.
-- Segunda: Santuario de la Cueva de Pietro Morrone.
Buen domingo a todos.

INTRODUCCIÓN. CELESTINO V Y LA GRAN CRISIS DEL SIGLO XIII

Terminaba el siglo más glorioso de la Iglesia romana, siglo de las catedrales y de las universidades, de la gloria del Papado, con la división de poderes (eclesiástico y civil) que había ratificado del concordato de Worms, casi dos siglos antes (1122). Pero habían crecido las dificultades política, sobre todo con Francia, y los cardenales (inventados para resolver la cuestión del nombramiento del Papa se habían enquistado en enfrentamientos sin solución).

Tras dos años y tres meses de Cónclave (del 4 de abril del 1292 al 5 de julio del 1294), los cardenales, enfrentados como enemigos eternos, no habían logrado imponer ninguno de sus candidatos... y así, y para salir del impase, optaron al fin por elegir a un hombre de famosa santidad, alejado de las luchas eclesiales, un benedictino eremita, llamado Pietro de Morrone, que tomó el nombre de Celestino V. Pero Celestino no pudo resistir el peso de intrigas de la Curia Romana (que entonces no era Vaticana), sintiéndose incapaz de compaginar esa función con su vida de cristiano (¡decía que era imposible ser papa y ser un buen cristiano!), de manera que renunció los cinco meses (el 13 de diciembre de 1294).

Pues bien, para que no se repitiera la experiencia, uno de los dos bandos cedió y a los once días (el 24 de diciembre del 1294), fue elegido Benetto Caetani, hombre de nobleza, que sabía bien lo que podía hacer un papa. Fue un canonista celoso de su poder, tomó el nombre de Bonifacio VIII (1294-1303) y gobernó la Iglesia con gran fuerza, oponiéndose para ello a la familia Colonna de Roma y a Felipe el Hermoso, Rey de Francia; éste fue con Gregorio VII (1073-1085) e Inocencio III (1198-1216), el más decidido de los papas de la Iglesia, el que marca la cumbre y el declive del papado medieval.

A. P. PIAZZONI, LAS ELECCIONES PAPALES (DDB, Bilbao 2003, pags. 181-186)

Antecedentes


El 1276 los cardenales eligieron como papa a un portugués (Pedro Julian). Era filósofo y médico, gran sabio, y fue elegido como hombre independiente (alejado de las intrigas de las grandes familias papales, y tomo el nombre de Juan XXI (1276-1277). Era inexperto en cuestiones de curia, y teniendo la intención de continuar con sus estudios, Juan XXI se retiró en una pequeña habitación que hizo construir detrás del palacio de Viterbo (donde escribió grandes libros), dejando al cardenal Orsini, su gran elector, la mayor parte de las decisiones y la solución de los problemas importantes…

Pero murió pronto a consecuencia de la inesperada caída del techo de su habitación, construida quizá de manera demasiado apresurada (algunos dicen que le mataron...). Entonces los cardenales, que era sólo siete,tardaron seis meses en elegir a Giovanni Gaetano Orsini, que se convirtió en Nicolás III (1277-1280).

A su muerte, tras seis meses de enfrentamientos e indecisiones, eligieron a Martín IV (1281-1285), un francés llamado Simone de Brie, un partidario ferviente de Carlos de Anjou, que incluso había arrestado a dos cardenales de la familia de los Orsini, impidiendo que participaran en la votación... Los cardenales estaban divididos ntre partidarios de Francia y familias nobles del entorno de Roma... Así transcurrieron casi once meses para la elección del franciscano Nicolás IV (1288-1292) y necesitaron veintisiete meses para que se lograra la elección de Pedro Morrone, Celestino V (1294).

Celestino V

El brevísimo pontificado de este eremita, Pietro de Morrone, es uno de aquellos que más fantasías ha suscitado y su abdicación o renuncia ha sido interpretada por sus contemporáneos de modos opuestos. Del solitario eremitorio del Abruzzo en que vivía, le llamaron en el verano de 1294 los doce cardenales que se habían reunido repetidamente en Roma y en Perugia, sin conseguir un acuerdo, por contrastes personales y familiares más que políticos. De nada habían valido los ruegos y presiones de todo tipo, incluidas las populares, las eclesiásticas y, sobre todo, las de Carlos II de Anjou que había incluso propuesto a los cardenales una lista de cuatro nombres para acelerar la elección.

La elección de Celestino, que no tenía experiencia de gobierno, ni conocimiento de los mecanismos de la curia, pero que gozaba de una gran fama de santidad, fue acogida con júbilo en muchos ambientes eclesiásticos, que vieron en su nombramiento una especie de confirmación de las profecías de Joaquín da Fiore y el comienzo de una nueva era para la iglesia, que vendría a ser guiada por un papa angélico o espiritual. Hubo manifestaciones de entusiasmo popular, que acompañaron al anuncio de la elección, anuncio que se realizó el 18 de julio en la gruta de aquel hombre santo, que rehusó desde el principio, pero que al fin aceptó, aunque con reluctancia.

Al acercarse el adviento, el papa habría querido retirarse en oración, confiando el gobierno de la iglesia a tres cardenales, pero encontró una neta oposición a su proyecto.

Hizo entonces que se examinara desde una perspectiva jurídica la posibilidad de que un pontífice pudiera renunciar voluntariamente al pontificado, confiando el estudio del tema a los cardenales Benedetto Caetani y Gerardo Bianchi, conocidos expertos en derecho canónico.

Obtenida una respuesta positiva (pues de hecho la doctrina canónica admitía la posibilidad de la dimisión del papa, aunque discutía sus formas: ante un concilio, ante los cardenales o de un modo automático), el 10 de diciembre... Tres días después, delante de los cardenales reunidos, leyó la fórmula de su propia renuncia, se quitó las insignias pontificias y pidió a los cardenales que procediesen lo más rápidamente posible a la elección de un nuevo papa. Así fue. Dejó el papado para celebrar el Adviento y la Navidad como un simple cristiano.

Después de diez días, según las formas previstas por la Ubi periculum, comenzó un conclave que en menos de veinticuatro horas eligió papa a Benedetto Caetani, que se llamaría Bonifacio VIII (1294-1303), la vigilia de Navidad del 1294.

La situación era inédita. Otros habían dejado el pontificado, pero en circunstancias totalmente distintas. La abdicación legendaria (como hoy se sabe) de Clemente I el año 97, y quizá otras abdicaciones de los primeros siglos, se habían verificado durante momentos dramáticos de persecución. La abdicación (segura) de Ponciano el año 235 y aquella otra (discutida) de Marín I el año 654 se habían realizado a consecuencia de un exilio o de un aprisionamiento del que no había una razonable esperanza de retorno. Más recientemente, los únicos casos, eran el de Juan XVII en el 1009 (dudoso) y otro muy confuso todavía hoy poco aclarado, en sus motivaciones y en sus formas, de Benedicto IX el año 1045.

Era por tanto algo nuevo este caso, con un papa que vuelve a ser monje y desea retornar pronto a su eremitorio sobre las montañas del Abruzzo y con su sucesor, elegido de manera regular y rápida. La situación creó inmediatamente dificultades. Teniendo miedo de que el antiguo pontífice pudiera constituir un punto de referencia para sus opositores (o incluso conducir a un cisma), Bonifacio hizo ponerle primero bajo vigilancia y encerrarle después en una torre del castillo de Fumone, en la región del Ferentino, donde Celestino murió el 19 de mayo del 1296. Inmediatamente corrió la voz de que no se había tratado de un acontecimiento natural y todavía hoy Bonifacio VIII viene acompañado a menudo por la sospecha de haber sido el principal artífice de la renuncia de su predecesor al pontificado y en algún sentido responsable de su muerte.

Bonifacio VIII

Defensor convencido del principio de que el pontífice debía ejercer también una función de árbitro universal, Bonifacio expuso de un modo completo su concepción del papado en la famosa y discutida bula Unam sanctam del 1320, que retomaba y desarrollaba los principios del absolutismo papal, entendido como plenitud potestatis: a la iglesia pertenece el poder espiritual, ejercido directamente a través del obispo de Roma, y el poder temporal, ejercido a través de los príncipes, que deben comportarse conforme a las directrices del pontífice. De esa forma, intervino de un modo continuo en el ámbito internacional, con algún éxito y con muchos fracasos, hasta suscitar una situación de controversia incurable con los Colonna (a los que combatió incluso militarmente, llegando a deponer y excomulgar a dos cardenales de esa familia) y sobre todo con Felipe el Hermoso, rey de Francia.

A los dos años, los cardenales eligieron a Bertrand de Got, arzobispo de Burdeos, que tomó el nombre de Clemente V (1305-1314). El Papado iba a dejar Roma, para trasladarse a Aviñón... bajo el rey francés... Unos decenios más tarde la iglesia se dividió en dos iglesias, la de Roma y la de Aviñón.

Apéndice

Algunos tomaron la renuncia de Celestino V como signo de vileza, y así la quizá Dante Alighieri, si es que en el Inferno III, 59-60 se refiere al papa Celestino, diciendo que su renuncia fue il gran rifiuto,, es decir, la gran cobardia).

Otros, por ejemplo Francisco Petrarca, interpretaron el gesto del pontífice como un signo de gran libertad, realizado con un espíritu angélico que no soportaba las imposiciones dictadas por la necesidad de una gestión política oscura del papado; era difícil en aquel tiempo ser Papa ser simplemente Cristiano (ser uno mismo).

Scott Hahn: Semejanza entre Celestino V y Benedicto XVI

(http://www.aciprensa.com/noticias/recuerdan-episodios-de-benedicto-xvi-con-celestino-v-que-presagiaron-renuncia-23751/#.UR9ZP6U018E )

El escritor y teólogo católico Scott Hahn recordó algunos episodios del Papa Benedicto XVI en relación a otro Pontífice renunciante, San Celestino V, que en su opinión podrían haber "presagiado" la decisión del Santo Padre, y aseguró que la opción de Joseph Ratzinger demuestra que el pontificado no es un cargo de poder sino de servicio.

En declaraciones a ACI Prensa, Hahn, converso del presbiterianismo a la Iglesia Católica y profesor de teología bíblica en la Universidad Franciscana de Steubenville (Estados Unidos), señaló que le parece que "esta podría ser el acto de servicio más humilde y obediente que él puede hacer según su propia conciencia".

Hahn señaló que a pesar que la decisión fue una sorpresa, en retrospectiva, "podemos ver algunas pistas".

El teólogo recordó que un amigo suyo que enseñó en Roma por cerca de 50 años "le dijo en diciembre a un amigo mío y a mí que él sabía, que había escuchado, que dentro de tres meses el Papa renunciaría".

"De alguna forma estoy sorprendido de lo sorprendido que estoy", dijo Hahn, que señaló que el Papa Benedicto XVI había dicho en una entrevista Peter Seewald, en 2010, que un Papa tiene "un derecho y, bajo ciertas circunstancias, también una obligación de renunciar".

Quizás el mayor presagio de la decisión del Papa de renunciar fue que, durante su pontificado, visitó dos veces las reliquias de San Celestino. En 2009, el Papa rezó en la tumba y dejó su propio palio sobre ella, mientras que en 2010 fue a la catedral de Sulmona (Italia) para visitar las reliquias de San Celestino y rezó ahí.

Hahn indicó que él y su familia rezaron juntos tan pronto escucharon de la decisión del Papa, pero indicó que estas visitas a San Celestino se le vinieron a la cabeza.

"Comencé a pensar sobre eso, y cuando recordé esas dos visitas, aparentemente irrelevantes o sin importancia… Celestino V ha sido siempre una figura interesante en mi estudio del papado, así que fui y vi esto, y comencé a darme cuenta de que esto había estado en su cabeza por un largo tiempo", señaló.

Como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Cardinal Joseph Ratzinger, dos o tres veces presentó su renuncia al Papa Juan Pablo II, indicó Hahn.

Hahn subrayó que los católicos "pensamos en la Iglesia como una familia", e indicó que en las familias "llega el momento en que un padre se vuelve anciano y enfermo, que uno de los gestos más profundos de amor puede ser entregar las cosas al siguiente en la línea".

El teólogo estadounidense señaló que "puedes ver esto también en las Escrituras, David renunciando como rey, y nombrando a Salomón antes de su muerte".

El teólogo católico también reflexionó sobre el profundo efecto que esta decisión del Papa Benedicto XVI tiene en los católicos de todo el mundo.

"Es difícil explicarle a personas ajenas el misterio de un lazo familiar que todos compartimos, y cuán profundamente lo sentimos. Pero aquí está un hombre que es una figura paterna para todos nosotros, y no sólo en una forma simbólica, sino en la medida en la que estamos realmente unidos en un nuevo nacimiento, y la carne y sangre de la Eucaristía".
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