J. M. Chillón: Distancia y seriedad para pensar

José Manuel Chillón (Toro 1978), de los "jóvenes filósofos" de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Valladolid, nos ofrece un precioso libro sobre el arte y tarea de pensar, en línea crítica, poniendo de relieve de establecer una distancia frente a la realidad para así entenderla.
Como pensador de fondo, JM. Chillón él viene de la teología, que es por definición el pensamiento desde (en) la distancia, un saber crítico y activo sobre la realidad, y viene también del periodismo que es, por contraste, un ejercicio de inmediatez ante la "noticia de las cosas". Fuimos compañeros en la Universidad P. de Salamanca, yo era entonces profesor, él alumno y amigo. Ahora es colega y maestro, y así quiero saludarle al comentar su libro, dedicándole una pequeña reflexión, desde la distancia más cercana
J. M. Chillón (teólogo y periodista: pensador en el día a día) ha querido poner de relieve la necesidad de una distancia crítica para así acercarse de un modo reflexivo al quehacer de la vida, y en especial de la vida humana.

Algo de eso debía saber la teología, pero a veces lo ha olvidado, tendiendo a convertirse en conocimiento “dogmático” de pura distancia, sin cercanía crítica y renovadora ante la realidad.
Algo de eso debía saber el periodismo, pero ha tendido también a olvidarlo, por falta de distancia, de serenidad crítica.
Pues bien, en ese contexto, J. M. Chillón ha mostrado en este libro que la buena filosofía, desde Platón hasta Horkheimer, en una vertiente más griega o más judía, ha conservado y cultivado el pensar crítico desde la distancia que nos acerca al sentido de la realidad
Por definición, el animal (y en otro sentido el hombre precrítico) no mantiene o, mejor dicho, no abre una distancia en la realidad, y de esa forma vive inmerso en ella como en un “continuo” objetivo, sin lograr comprenderla. En contra de eso, el hombre crítico, consciente de su diferencia e identidad en el mundo, en especial el pensador/filósofo sabe separarse y tomar una distancia , que le permite situarse ante la realidad en cuanto tal, para descubrir y contarnos de esa forma su sentido .
Buen día, José Manuel. Desde San Morales, junto al Tormes, un saludo emocionado ante tu libro, que será, sin duda, principio de una fecunda labor filosófica. Un saludo también a la colección Hermeneia,de la Editorial Sígueme, un lugar ya clásico del pensamiento filosófico en lengua castellana.
Situarse ante la realidad
En esa línea, todo conocimiento verdaderamente humano implica alejamiento respecto de las cosas entendidas meramente como objetos, de forma que sólo allí donde un sujeto logra superar la identificación inmediata con la realidad, para alejarse metódicamente de ella, para mirarla desde fuera (y de esa forma desde dentro), en proyecto, tanteo y búsqueda significativa, puede haber experiencia filosófica (y/o religiosa).
De esa forma, el ser humano toma conciencia de sí al separarse y colocarse ante las cosas, y toma conciencia de las cosas como tales y de su sentido al volver a ellas, en otra dimensión más honda de conocimiento, que J. M. Chillón entiende a modo de comprensión “crítica” de la realidad. La naturaleza externa no experimenta (no conoce), en el sentido que aquí presuponemos, ni lo hacen tampoco los animales, que no son más un juego cerrado de fuerzas efectivas y afectivas, pero sin conciencia.
En esa línea, para acceder a su experiencia distintiva, como filósofo (en línea más griega), o como creyente (en línea más israelita), el ser humano ha de transcender un tipo de naturaleza dada (simple physis), en proceso de creatividad que le abre a la experiencia del ser, en línea filosófica o religiosa. De esa forma se hace posible la distancia, que nos permite superar toda idolatría, como supo y dijo J. L. Marion, El ídolo y la distancia (Salamanca 1999), para recuperar (recrear) una presencia más honda del hombre con las cosas.
En esa línea se completan, en mutua implicación, distancia y cercanía. Hay distancia porque el mundo se independiza respecto del hombre y porque el hombre cobra autonomía, al replegarse en sí mismo. De esa forma surg una nueva y diferente cercanía que no implica inmersión ciega sino contacto creador del hombre con el mundo, que deja de ser pura objetividad y empieza a mostrarse como revelación del ser.
J. M. Chillón, una vida joven, un pensamiento maduro
El hombre deja de ser simple elemento inconsciente del proceso cósmico o se convierte en pura autoconciencia que gira en el vacío de sí misma, para desplegarse como creador en una línea que, a falta de mejor palabra, podemos llamar “metafísica”, más allá de los puros objetos (entes, ídolos), para descubrirse crítica (y gratuitamente) abierto al ser de la realidad.
En ese fondo se entiende la “comprensión crítica” de la filosofía, que J. M. Chillón ha querido analizar de un modo creciente y unitario en este libro, retomando y reelaborando trabajos que él había venido publicando en revistas de especialidad, entre ellos:
Heidegger y lo insondable del pensar (Logos: Anales del Seminario de Metafísica 49, 2016, 21-42),
¿Popper aristotélico? Logos, crítica y sociedad abierta (Daimon: Revista de filosofía, 65, 2015, 147-162;
Ser, conocimiento y lenguaje en De Int. 16 a 3. Rudimentos para una Teoría del significado en Aristóteles (Rivista di filosofia neoscolastica, 3, 2015, 501-518;
Conocimiento como tema, realidad como problema: Descartes y Hume (Estudios filosóficos, 62, 2013, 537-556);
La ilustración pendiente: el legado kantiano en Horkheimer y en Popper (Contrastes: revista internacional de filosofía, 16, 2011, 67-84).
J. M. Chillón sabe que ese pensamiento en la distancia crítica, que suscita y abre una nueva cercanía, implica siempre mediaciones. Si la realidad se cerrara, si acabara clausurándose en sí misma y volviéndose opaca, de forma que no pudiera remitir a su verdad más honda, no sería posible la experiencia filosófica (ni la religiosa). Si el hombre se separa, aislándose en sí mismo, no hay tampoco experiencia crítica, pues ella sólo emerge a través de mediaciones significativas, allí donde la realidad se vuelve palabra, portadora de sentido, y los humanos la escuchan y acogen.
Esas mediaciones significativas abren una distancia de comunicación entre el hombre y la realidad, un tipo más alto de identidad o, mejor dicho, de encuentro. Se instaura así una comunión diferencial (simbólica) entre el hombre y el mundo, superando el nivel de inmersión o fusión que acabaría destruyendo en su verdad tanto al hombre como al mundo. Sólo a través de unos símbolos mediadores (lenguaje y herramientas, valores religiosos, principios éticos y pensamientos filosóficos) el hombre logra abrir una distancia ante la realidad, para comprenderla e identificarse con ella de una forma crítica.
Sólo en ese contexto se pude hablar de significado, como algo que pertenece a la misma realidad del mundo, que abierta de forma crítica en el hombre. No hay naturaleza en sí, como algo separable del hombre; pero tampoco un sujeto humano en sí, como pensamiento que se piensa en el vacío de sí mismo. La conexión entre sujeto y mundo, a través de un proceso experiencial, realizado en símbolos culturales (filosóficos, religiosos…) constituye el presupuesto de todo pensamiento y praxis.
Por eso, toda experiencia del mundo es significativa
y está críticamente interpretada por el hombre. Resulta imposible un conocimiento aséptico, un dato separable del proceso de interpretación o valoración crítica del hombre, pues todo conocimiento implica interpretación, un modo humano de acercarse a la realidad y de mirarla críticamente. En esa línea no hay, por tanto, oposición entre los datos pretendidamente neutros de la ciencia y las interpretaciones más o menos metafísicas de la filosofía y de la religión, pues los pretendidos datos “puros” de la ciencia sólo pueden entenderse en un contexto de experiencia críticamente explicitada e interpretada en signos culturales de comprensión significativa.
Desde ese fondo realiza J. M. Chillón un espléndido ejercicio de relectura crítica de la filosofía de occidente, a lo largo de cinco capítulos.
(1) Palabra y mundo. La constitución crítica de la razón en Aristóteles, para retomar desde la crítica la filosofía griega.
(2) Racionalismo y empirismo. Modernidad e ilustración, para fundar la crítica en los dos grandes maestros de la modernidad, que son Descartes y Kant.
(3) Husserl y la crítica como “actitud fenomenológica”, la vuelta a la cosas como retorno crítico a la realidad desde el mismo pensamiento.
(4) Heidegger y la tarea de pensar como actitud crítica, como necesidad de un retorno al ser, superando un tipo de ontología objetivista.
(5) Horkheimer y Popper: La crítica desde las dos laderas, dos actitudes y caminos desde una misma actitud crítica, que brota de la experiencia judía.
A lo largo de esa historia del pensamiento occidental descubre Chillón una misma actitud crítica que brota de la “fuente griega” y del racionalismo ilustrado de occidente, pues crítica como filosofía (para ser tal), ha de volver siempre a algo anterior, algo que la escolástica llamaba “simple aprehensión” y que la Biblia interpreta como “revelación del Soy el que Soy” (seré el que seré: Yahvé). Sin ese retorno a la aprehensión originaria, que es revelación, la crítica corre el riesgo de enroscarse en el puro vacío de sí misma, como un puro “juicio del juicio” (sin realidad juzgada), como un “pensamiento del pensamiento” (gnosis gnoeseôs) sin ser pensado.
Ya sé que J. M. Chillón no cae en ese riesgo, pues en el fondo de su gran reconstrucción del pensamiento occidental, de matiz griega y racionalista (desde Aristóteles y Descartes), hay un aliento invisible pero siempre decisivo del “ser” que es de algún m odo lo divino, in-objetivable, que es siempre (y por eso) activo.
De esa manera, en el fondo de su pensamiento está la otra cara de la filosofía que va de Platón a Hegel (con un hueco abierto por Marx), que ha permitido que Grecia dialogue con Israel y con el cristianismo, como indica la procedencia (el humus) de los dos pensadores con los que termina este libro (sin contar aquí al Husserl judío): Horkheimer y Popper, ambos israelitas, distintos en un plano de superficie, vinculados siempre por el “más allá” de la Realidad que no puede decirse, pero que permite que todo se diga.
Pienso que en esa línea, J. M. Chillón, experto en comunicación (palabra que sabe decirse y se dice), podría reelaborar algunos motivos de su obra partiendo de la afirmación programática de Jesús judío: “No juguéis y no seréis juzgados” (Mt 1, 1). Estoy convencido de que el destino del pensamiento (y de la historia) del mundo depende de esa palabra.
Sin duda, es necesaria la crítica de todos los dioses (ídolos), realizada por el judaísmo bíblico y por sus herederos “racionalistas” (de Feuerbach a Nietzsche), pero, a no ser que queremos suicidarnos, en la otra cara de esa crítica, ha de alumbrar en la mañana de la vida el anuncio y camino de un “reino” de lo humano, allí donde Jesús dice “no juzguéis”, en un profundo sentido religioso que, por eso mismo, tiene un aspecto filosófico. En el fondo de todas las deconstrucciones (anunciadas una vez más por un judío: J. Derrida, 1930-2004) sigue estando el amanecer de lo humano, que Jesús de Nazaret anunció como Reino, más allá de la crítica del juicio, para volver a la identidad de lo divino.
En esa línea me sigo sintiendo “solidario” del proyecto del profesor Chillón, con quien tengo pendientes algunas conversaciones de nuestros buenos tiempos de Universidad.
Gracias, José Manuel, por este libro, por tu fidelidad al pensamiento, que es y debe ser crítico, para superar de esa manera la misma crítica, no para asegurar nuestra verdad en un tipo de ciencia “físico-matemática” como quería Kant, sino para explorar nuevos caminos en la línea de lo humano (insistiendo más en las implicaciones del mismo Kant de la Crítica de la Razón Práctica y de la Crítica del Juicio). Con mi solidaridad de amigo y colega, con un beso de Mabel que te recuerda y quiere.
Xabier Pikaza