Detente, cierzo muerto (Juan de la Cruz, CB 17). Frío en la iglesia

  Hace dos días presenté un comentario de Juan de la Cruz, Cántico B 16 comentando la estrofa que comenzaba “cazadnos las raposas”, conforme a la cual el primer problema de la iglesia eran las “raposas”, ladronas que comen las flores de la viña, que todo lo roban.

Hoy comento en esa misma línea, el segundo riesgo de la iglesia que es el cierzo, viento frío helador que sopla en ella. (CB 17).

Juan de la Cruz, maestro y amigo, hace mucho frío en nuestra iglesia, sopla el cierzo. Tú conocías los fríos de la iglesia de tu tiempo y por eso pedías “detente cierzo muerto”.

Más frío hace quizá en este tiempo que en el tuyo. Por eso quiero presentar primero algunos fríos de nuestra iglesia, para comentar luego tu canto sobre el cierzo frío que amenaza y sobre el austro que debe aspirar por nuestro huerto.

Cristo de San Juan de la Cruz. The Crucifixion by St. John… | Flickr

1 ALGUNOS FRÍOS DE LA IGLESIA

Un recuerdo de  L F. Vivanco (1907-1975).

Fuimos a verle a Madrid en septiembre del año 1975. Murió unos días después, el mismo día de Francisco Franco (21.11.1975).

Él nos dijo que hacía frío en la iglesia, por exceso de poder (clericalismo). Añadió que necesitábamos calor de amistad y fraternidad, invirtiendo el organigrama de la una iglesia que se parecía al poder de una auto-cracia como la de Franco. Así nos resumió su organigrama de la iglesia:

«No se hizo el seglar para el cura sino el cura para el seglar. No se hizo el católico para la misa sino la misa para el católico.

No se hizo el cristiano para Cristo sino Cristo para el cristiano.

No se hizo la criatura para Dios sino Dios para la criatura. En resumidas cuentas:

se hizo el hermano para el hermano y se hizo el hombre para el hombre» (L. F. Vivanco, Antología poética, Madrid 1976, 118)

Los ministerios de la iglesia, el amor de Jesús,

Quiero recordar este día de tristísima tristeza por las acusaciones sobre “falta de amor” que están en toda la prensa española por la acusación contra el obispo Zornoza, a quien le acusan de falta de amor en su juventud (por posible pederastia) y de falta de amor en su senectud por conducta autocrática en su obispado. No sé si estas acusaciones son fundadas (quizá se le acusa sin causa), pero es buena ocasión para reflexionar sobre el tema,  

Ciertamente, no hay distinción básica en la iglesia. No se puede hablar de clérigos y laicos, dirigentes y dirigidos, pues todos son amigos-hermanos. Pero dentro de la fraternidad cristiana, por impulso de Jesús, algunos reciben tareas especiales de servicio, para el cuidado de los otros. Ellos han de ser testigos especiales del amor de Jesús.

San Juan de la Cruz: Aunque es de noche. Rosalía - Comunidad Viatoriana

2. El ministerio se funda en la comunidad. En su tiempo, Jesús pudo llamar de un modo personal a sus “apóstoles”. Pero desde entonces lo ha hecho siempre por medio de la iglesia, que es el signo y lugar de su presencia. Dentro de ella, los ministros son representantes de los fieles: en nombre de ellos mantienen la palabra, animan la vida, presiden la celebración. Por eso, siendo delegados de Jesús, los ministros de la iglesia, varones o mujeres, obispos o presbíteros, catequistas o diáconos, son hombres y mujeres de comunidad. Ella les convoca: le ha encargado una misión, le ha confiado su palabra, les ha hecho testigos y portadores “oficiales” de su amor. Ciertamente, como sabe 1 Cor, los ministros oficiales no tienen el amor en exclusiva (pues el amor se ofrece y se pide por igual a todos); pero han de hacerlo de un modo más “público”, como representantes de la comunidad, pues ejercen tareas que pueden tener un contenido más social (de administración, de dirección), aunque han de hacerse siempre por experiencia e impulso de amor.

Los ministros de la iglesia (llamados por Jesús, delegados de la comunidad) han de ser capaces de asumir personalmente la tarea del evangelio, una tarea que les trasciende y que sólo puede expresarse en amor. En un sentido, ellos pueden parecer funcionarios de una empresa o de un sistema. Pero, en otro más profundo, ellos son testigos del amor personal de Jesús. En ese sentido, los ministros de la iglesia de Jesús no son funcionarios de ninguna sociedad, no son representante de ningún partido, fábrica o negocio, sino amigos de Jesús que les dice, como a Pedro: «¿Me amas?», personas que pueden decir, como San Juan de la Cruz: «Ya no guardo ganado, pues sólo en el amor es mi ejercicio» (Cántico espiritual). Ciertamente, el ministro de la iglesia no guarda un “ganado” ajeno, sino que vive y expresa el amor mesiánico (no el suyo, el de todos), poniendo su vida al servicio de la palabra y del sacramento de la iglesia. Pero debe tener una preocupación por los de

más, especialmente por los más pequeños en la Iglesia.

4. Perspectivas distintas El sentido y tarea de los ministerios cristianos distingue y vincula a los diversos grupos de la iglesia.

(a) Los protestantes acentúan la trascendencia de la palabra de Dios sobre la vida del ministro y de la iglesia. De esa forma pueden establecer una especie de dicotomía entre el servicio eclesial, centrado en la predicación de un mensaje que les desborda, y la vida personal o familiar de los ministros. Pero, en principio, la vida de los ministros protestantes, ha de hallarse también fundamentada en la palabra de amor de Jesús, que es amor hecho palabra de llamada y de autenticidad personal.

(b) La tendencia católica acentúa la encarnación del men¬saje de Jesús en la existencia del ministro; por eso, el predicador, el obispo o el presbítero han de reflejar en su vida la verdad de la palabra, actualizándola en su gesto de amor a favor de los demás.

(c) La tendencia ortodoxa convierte al ministro de la iglesia en portador y testigo de su misterio sacramental, de la alabanza del cielo… Estas y otras perspectivas pueden encontrarse en la tradición cristiana de los ministros del evangelio. Pero, de un modo o de otro, todos ellos son testigos del amor mesiánico de Cristo. Hay formas distintas de amor, pero el amor es uno mismo (1 Cor 13).

Servidores y testigos de un amor de todos quiere la iglesia que sean sus ministros. Por eso han de ser expertos en amor, que sean célibes o casados es secundario (que sea homo- o hétero- también), que sean hombres o mujeres también es secundarios (aunque parece necesario que haya las dos cosas, hombres y mujeres, para expresar mejor la totalidad del amor)… ¿Quién encontrará a estos ministros? ¿Quién los formará y los pondrá como ejemplo para que formen en amor a los otros?  

Diez propuestas de Iglesia  

  1. La primera riqueza y tarea de la iglesia es... es dar testimonio de Dios.No se trata, por tanto, de hacer cosas, sino de ser testigos de Dios que es gratuidad, puro regalo, como si fuéramos portadores de un "gen" de amor y gozo, que en el fondo es Dios.
  2. La segunda riqueza es Jesús de Nazaret, como buena noticia, es decir, como puro regalo. Jesús no es ningún tipo de obligación (nadie tiene obligación de creer en él), pero es un gozo que él haya existido y siga diciendo que los hombres podemos querernos, perdonarnos, curarnos, no por por miedo al infierno, sino para que el mundo sea cielo, no infierno. 
  3.  La riqueza de la vida es pasar dando amor/vida, para que así que permanezca y se extienda la buena noticia de la humanidad.Si la iglesia no quiere pasar dando vida, ella muere, se pudre y acaba sin  mas...  Todas las formas de vida anterior han pasado y seguirán pasado. Lo que vale y queda en el fondo de ese "paso"  es la "palabra", transmitida y compartida, que podemos entender como resurrección.
  4. 4La iglesia es "eucaristía", esto es, acción de gracias, agradecimiento,  que se expresa en el pan y vino compartido de Jesús; e ucaristía es darnos vida unos a los otros, ser por Cristo vida regalada en amor, como alimento para los demás
  5. 5.La iglesia es testimonio y signo de conversión- mutación, nuevo nacimiento...Eso significa que no somos lo que somos ya, sino lo que "podemos ser", no que seremos en manos de la Vida.  Ésta ha sido y ha de seguir siendo la opción fundamental de la Iglesia, la certeza de que renacemos dando vida, saliendo del miedo de la muerte al aire libre  de la amistad y el amor, de la fraternidad y la esperanza universal.
  6.  Por eso, la iglesiaa es "resurrección":Venimos de la Vida de Dios, y, conforme al testimonio de Jesús, con él y como él, vivimos vivimos abiertos a la Vida, renacemos en aquellos que vienen tras nosotros, no por transmigración (repitiendo en ellos quizá lo que hemos sido), sino por regalo o levadura que "fermenta" (se eleva, permanece, es divina) en aquellos a quienes damos, regalamos y entregamos lo que somos. 
  7. La iglesia es experiencia de oración,esto es, de comunicación personal con la raíz y esencia de la Vida, como en los Salmos de la Biblia, como descubrimiento de unidad fundamental (no-dualidad en la diferencia) de todo lo que existe... Salir de uno mismo,ser en todo y en todos, ser en Dios, a quien los judíos llamaron Yahvé (El que Es) y Jesús llamo Padre (aquel en que vivimos, nos movemos y somos).
  8. La iglesia no es necesaria para el mundo, pero es bueno que exista para que el mundo pueda ser mejor...  En ese sentido, la iglesia es una llamada a la vida. Por eso, la iglesia es una llamada a la vida, que eso significa la palabra: "ekklesia", de en-kalein, convocar, llama a la Vida, libremente, gozosamente, sin preocuparnos de nuestra "salvación" a puños (pues todo lo conseguido a puños es falso), sabiendo que lo primero son siempre los otros (empezando por los que parecen menos importantes: los excluidos, oprimidos  y encarcelados... ), a fin de que en ellos y por ellos podamos ser  también nosotros. a. La Iglesia es esposa de Cristo y los ministros (obispos, presbíteros) pueden llevar anillo como esposos, pues están casados con la Iglesia.
  9.  9Iglesia, amor de fraternidad, amor de amistad. La iglesia es una fraternidad donde no hay más padre-madre que Dios, ni más pastor-dirigente que Cristo: «no llaméis a nadie maestro, porque uno sólo es vuestro maestro (Jesús) y todos vosotros sois hermanos; no llaméis a nadie Padre..., no llaméis a nadie jefe...» (cf. Mt 23, 8-12). Estas palabras expresan el misterio de una iglesia donde sólo se puede hablar de tres amores. Hay un amor de Dios, que es padre/madre de quien recibimos la existencia, en gesto agradecido. Hay un amor de Cristo, maestro o dirigente universal, porque ha entregado su vida por todos. Hay un amor fraterno, que define la vida de todos los hombres y mujeres de la iglesia, en gesto de diálogo. Eso significa que no pueden establecerse jerarquías paternas o doctrinales dentro de la iglesia, porque el único padre es Dios y el único maestro es Cristo. Esta experiencia de fraternidad universal define el cristianismo.
  10. Desde ese fondo decimos que la iglesia es amistad: “Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros” (Jn 15, 12-17). También aquí aparece el Padre, como fuente de todo amor y Cristo, como principio del nuevo “mandato”, que es mandato de amistad, fuente de la iglesia.

 ORACIÓN DE JUAN DE LA CRUZ. DETENTE CIERZO MUERTO, VEN AUSTRO QUE RECUERDAS LOS AMORES (Cántico B, 17)

 La estrofa anterior (CB 16) presentaba la iglesia como viña florida, amenazada por raposas. Ésta la compara con un huerto, pidiéndole a Dios que se detenga en ella el cierzo, que sople y corra el austro:  Detente, cierzo muerto, / ven, austro, que recuerdas los amores, aspira por mi huerto, y corran tus olores, y pacerá el Amado entre las flores (CB 17).

 En el huerto de la iglesia pueden soplar dos vientos:

- Uno es el cierzo,que en lenguaje culto suele llamarse "aquilón"; viene del norte, es muy frío, "seca y marchita las flores y plantas y, a lo menos, las hace encoger y cerrar cuando en ellas hiere" (CB 17,3); teme al cierzo el labrador y tiembla cuando llega con el hielo sobre el campo florecido o verdecido, quemando despiadado las cosechas.

- Otro es el austro,que en lenguaje popular (usado por fray Luis de León) llamamos ábrego: "Este aire apacible causa lluvias y hace germinar las yerbas y plantas y abrir las flores y derramar su olor; tiene los efectos contrarios al cierzo" (CB 17,4). Es templado, tranquilo, gracioso.

 Ésta es la experiencia que SJC  ha destacado: estamos en manos de vientos enfrentados e imprevistos. La misma pascua del primer encuentro de amor puede convertirse en muerte o marchitarse si no sigue el tiempo bueno, si no llegan los calores y las aguas del austro en primavera. Sabiendo eso, el amante eleva su plegaria en gesto que podemos entender en tres niveles:

 El viento que sopla es el que nosotros soplamos…viento frío, que todo lo hiela… viento húmedo de calor, que da vida.  Ésta es una plegaria de piedad cristiana, en línea de liturgia propia del tiempo de Pentecostés Significativamente, SJC acude sin cesar a este motivo en su comentario: viento bueno es el Espíritu Santo; viento malo son las fuerzas destructoras, antihumanas. Así pido al mismo Dios que venga, que derrame su Espíritu en mi vida para que me vuelva huerto bueno de flores y aromas. Esto significa que no puedo cultivar mi amor a solas. Para ofrecer hon­dura y gozo ante los ojos del amado he de ponerme en manos de la gracia de Dios que me recrea.

Ésta es plegaria de conversión o transformación personal. Los vientos forman parte de mi propia vida y, de un modo especial, de la vida de la iglesia. Yo mismo descubro en mi entraña el cierzo frío que se eleva en contra del amor. He buscado locamente al gran amado; le he encontrado y, al hallarle, hay algo en mi existencia que se opone a su calor, a su cariño, a su mirada. Descubro horrorizado que yo mismo soy mi cierzo; por eso me temo, tengo miedo de mi viento destructor, de mi locura interna. Así me digo: queda fuera cierzo de la muerte. Pero encuentro también en mi interior el aire bueno: soy un austro suave y poderoso, de calor y de colores, de lluvia y fuerza germinan­ te. Por eso me digo: "ven, austro".

Pero ésta es, ante todo, una plegaria de conversión para la iglesia entero… Que supere los vientos fríos que matan en ella la vida, que no deje que vengan las raposas y todo lo roben… que no juegue a las ninfas (CB 18) que son en esta línea los amores falsos fingidos… vinculados con la pederastia o con amores que no son verdaderos (de esto trataré un próximo día).

  En este contexto resulta significativa la palabra huerto como espacio de amor, que proviene ya del Cantar 4,16; 6,2, y ha sido luego empleada con frecuencia, tanto en la literatura como en el lenguaje coloquial.

Huerto es el lugar donde se encuentran y comparten el cariño los enamorados.  Huerto de enamorados ha de ser ante todo la iglesiaPues bien, SJC  ha recreado el sentido del gesto; no es el varón el que lleva a la mujer al huerto; la mujer misma ofrece al varón su propia vida (y cuerpo) como huerto, como espa­cio donde pueda recrearse (pacer entre sus flores). En el fondo de la imagen encontramos la experiencia de pentecostés: como buen aposentador, el Espíritu Santo prepara en el alma de los fieles un lugar grato y hermoso para el Cristo:

"El Hijo de Dios... envía primero su Espíritu (como a los apóstoles) que es su aposentador, para que le preparen la posada del alma esposa, es a saber: que se vaya el cierzo y que venga el austro y que aspire por el huerto, porque entonces gana el alma muchas cosas juntas..." (CB 17,8).

Huerto de Cristo es el alma preparada por el "soplo" del Es­píritu Santo, la iglesia entera,  huerto de amor de Jesús, como el que quiso “cuidar” Fray Luis de León, aquí en Salamanca, pero le metieron en la cárcel… como el que quiso cultivar San Juan de la Cruz, primero en Salamanca, luego en Ávila, ero le raptaron y llevaron después a una cárcel de Avila, de donde logró escaparse, burlando a la inquisición y saltando con mantas por la ventana.

Huerto de amores del Amado y de su gentes es la Iglesia  Por eso se prepara para serie grata. Pide al viento bueno que la adorne con colores y olores para darlos a su amado. Se convierte de esa forma en hortelana de del huerto de Dios en el mndo, en gesto impresionante de transformación tanto externa como interna. La vida misma se convierte así en cultivo de belleza, en gesto de plena gratuidad, de tal manera que las obras y trabajos productivos materiales pasan a segundo plano. El amado la quiere a "ella", no sus cosas. Por eso se embellece para desplegar su encanto personal en forma plena. En esta perspectiva destacan tres signos unidos: olores, colores y gustos.

Corran sus olores.La vida scial y afectiva de la Biblia está llena de olores. Agradables son a Dios los sacrificios de "olor bueno" (cf. Lev 1,9.13, etc.). El aroma que despide un hijo bendecido por el padre es "como olor de un campo" lleno de fragancia en primavera (cf. Gén 27,27). Olor fuerte de amores despiden los amantes que se atraen, se buscan y se gozan en el Cantar (cf. 1,3-4; 2,13; 4,10-11;7,8-13). En ese fondo se sitúa nuestro texto: el viento bueno expande por el aire los olores del huerto, es decir, los perfumes de la vida y persona de la amada; por eso las variantes textuales entre tus o sus olores quieren indicar en el fondo lo mismo; tanto el olor del huerto como el del viento son en realidad perfume de mujer enamorada que atrae con su gracia los caminos del amado.

El amado, que era ciervo en CB 1 y 13, aparece aquí pastando del fruto de su amante, en gesto que resalta con fuerza el comentario: Paacerá mi amado entre las flores de la Iglesia. "Lo que pace es la misma alma transformándola en sí, estando ya ella guisada, salada y sazonada con las dichas flores de las virtudes y dones y perfecciones, que son la salsa con que y entre que la pace (CB17,10).

Es evidente que estas imágenes no pueden separarse del contexto experiencial en el que reciben su sentido. SJC  las interpreta en clave de unión espiritual: el Cristo esposo  que goza, "come y canta" en el huerto de su amante (de las almas). Todos los enamorados saben entender y recrear esta palabra: ha descubierto cada uno que es el campo de vida para el otro; por eso se gustan (pacen), por eso se admiran (como flor hermosa), por eso, finalmente, se atraen con perfume de amor que sobrepasa todos los olores de la tierra.

Profundización

Detente, cierzo muerto.“El cierzo es un viento muy frío que seca y marchita las flores y plantas y, a lo menos, las hace encoger y cerrar, cuando en ellas hiere” (Coment 17, 2). ¿El canto no dice de dónde proviene como tampoco decía Gen 2, de dónde ha salido la serpiente. No hay jardín florido sin tentación, no hay huerto sin riesgo de cierzo, no hay iglesia sin peligro de “adulterar el amor”, sobre todo en tiempos de invierno eclesial como el nuestro. No es malo en invierno, pero es mortal en primavera o principios del verano, pues seca, marchita y destruye las flores y frutos del campo. En ese segundo sentido, podemos compararlo con el diablo y los espíritus perversos, diciendo: "Detente cierzo muerto"[1].

  Ven, austro, que recuerdas los amores. Externamente, esta oración (¡ven, austro!) tiene forma de conjuro y recuerda aquel relato de Ezequiel, donde Dios le pedía: “Conjura el Aliento de Dios”, que vivan los huesos muertos (Ez 37, 1-14). Sobre un mundo destruido por la guerra elevaba Ezequiel sus voces de amor, pidiendo que viniera el Espíritu, dador de Vida. En esa línea avanza nuestro texto, pidiendo que sople el austro recuerdo de amores, retorno al principio del mundo, promesa de vida.

  “El austro es otro viento, que vulgarmente se llama ábrego. Este aire apacible causa lluvias y hace germinar las yerbas y plantas y abrir las flores y derramar su olor; tiene los efectos contrarios al cierzo. Y así, por este aire entiende el alma al Espíritu Santo,  que recuerda los amores...” (Coment 17, 14). Aire y agua de vida, es el Amado en el huerto y jardín de los amores. Viento de amor es el Espíritu Santo,  como el austro… Sólo el amor dará vida a la iglesa.

Aspira por mi huerto. El “silbo de los aires amorosos”, que la amante escuchaba en la noche CB 14)  es Aliento vital que fecunda sus entrañas, haciendo que ella pueda cumplir su tarea de vida (CB 39), una "admirable fragancia y suavidad” (cf. Coment 17, 5), para que el amado pueda “pacer” en el huerto y la amante responder a sus amores. Del paisaje exterior (CB 14: montañas, valles...) pasamos al espacio compartido de los amantes que forman con su amor un huerto de Buen Aire (austro de vida), que ellos mismos son al regalarse y compartir su camino en Dios. Y corran sus olores…. Que corran los olores del amor en la iglesia

  •  Y así, con grande deseo desea el alma esposa todo esto,
  • es a saber, que se vaya el cierzo
  • y que venga el austro y que aspire por el huerto,
  • porque entonces gana el alma muchas cosas juntas...
  • Por tanto, mucho es de desear
  • este divino aire del Espíritu Santo
  • y que pida cada alma que aspire por su huerto,
  • para que corran divinos olores de Dios (Comentario al Cantar 17, 8).

 Este amor de olores es un elemento esencial de la estética del Cántico. Amar es ver y oír; pero, de un modo especial, es oler y gustar en Dios, de forma que amante y Amado sientan (aspiren, saboreen) cada uno su placer en el placer del otro. “Y todo esto lo desea el alma no por el deleite y gloria que de ello se le sigue, sino por lo que en esto sabe que se deleita su Esposo” (Coment 17, 9).

Y pacerá el Amado entre las flores. Las flores habían aparecido como posible impedimento que la enamorada debía superar para ocuparse de su Amado (“ni cogeré las flores...”: CB 3). Pero una vez que Amado y amante han entrado en el jardín, ellos pueden y deben ocuparse de sus flores, para admirarlas y gozarlas, gozándose en sí mismos, uno en otro, pues ellos son, vida y aroma, el hombre de Dios, Dios del hombre, uno del otro, amante del amado y viceversa.

Aquí retorna de la imagen del Amado, carnero degollado, Arnion/Aries de Ap 5,  Ciervo  corriendo hacia la fuente (CB 13, Sal 42: ἔλαφος), ahora “paciendo entre las flores”, sin necesidad de pastor (no es oveja), pues la amante es su flor y pradera, su casa y comida. Este es una escena de eucaristía invertida, en la que Cristo Amado “pace” en el jardín de sus amigos:

SJC sabe que estamos en manos de vientos enfrentados e imprevistos. La misma fiesta del primer encuentro de amor puede convertirse en muerte o marchitarse si no sigue tiempo bueno, si no llegan los calores y las aguas del austro en primavera.  Los vientos forman parte de mi propia vida; son mis fuerzas interiores. Yo mismo descubro en mi entraña el cierzo frío que se eleva en contra del amor. He buscado locamente al gran amado; le he encontrado y, al hallarle, hay algo en mi existencia que se opone a su calor, a su cariño y su mirada. Descubro horrorizado que yo mismo soy mi cierzo; por eso me temo, tengo miedo de mi viento destructor, de mi locura interna. Así me digo: queda fuera cierzo de la muerte. Pero encuentro también en mi interior el aire bueno: soy un austro suave y poderoso, de calor y de colores, de lluvia y fuerza germinan­ te. Por eso me digo: "ven, austro".

En este contexto resulta significativa la palabra huerto como espacio de amor, que proviene ya del Cantar 4,16; 6,2, y ha sido luego empleada con frecuencia, tanto en la literatura como en el lenguaje coloquial. Huerto es el lugar donde se encuentran y comparten amor los amantes. En Salamanca, ciudad de Luis de León era y sigue siendo famoso el huerto de amor de Fray Luis (del monte en la ladera de mi mano plantado tengo un huerto… Oda 1, Descansada vida), SJC  ha recreado el sentido de es símbolo del huerto, en la línea de Cangar de los Cantares como expresión de amor mutuo, lugar donde amante y amado puedan “recrearse”, recreando cada uno al otro con su misma presencia.

Corran sus olores. La cultura religiosa y afectiva de la Biblia está llena de olores. Agradables son a Dios los sacrificios de "olor bueno" (cf. Lev 1,9.13, etc.). El aroma que despide un hijo bendecido por el padre es "como olor de un campo" lleno de fragancia en primavera (cf. Gén 27,27). Olor fuerte de amores despiden los amantes que se atraen, se buscan y se gozan en el Cantar (cf. 1,3-4; 2,13; 4,10-11; 7,8-13). En ese fondo se sitúa nuestro texto: el viento bueno expande por el aire los olores del huerto, es decir, los perfumes de la vida y persona de la amada; por eso las variantes textuales entre tus o sus olores quieren indicar en el fondo lo mismo; tanto el olor del huerto como el del viento son en realidad perfume de mujer enamorada que atrae con su gracia los caminos del amado.

NOTA

[1] De un modo semejante oraba Jesús (cf. Mc 4, 39; 6, 51), cuando pedía que cesara el huracán de muerte sobre el lago. Nuestro orante pide que se aleje el viento frío que, soplando a destiempo, seca las plantas y quema las flores

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