Dom 5.1.14. Ave, llena de gracia (kekharitômenê)

He comentado varias veces esa palabra, al menos en dos libros antiguos, del tiempo en que enseñaba teología bíblica en la U. P. de Salamanca. Pienso que merece la pena volver a ella y penetrar en su hondura, con gozo admirativo.
Esa palabra, kekharitômenê, suele traducirse como “llena de gracia”. Esa traducción no es mala, pero no es capaz de captar su riqueza, y así lo quiero mostrar en lo que sigue, con algo de erudición y gran respeto ante el misterio.
Estoy seguro de que, si siguen leyendo, sentirán el gozo y compromiso navideño que está al fondo de esas palabras del ángel de la anunciación. Bueno domingo a todos.
Introducción y traducciones
El ángel saluda a María diciendo Khaire (Ave, alégrate) kekharitômenê, llena de gracia o agraciada (Lc 1, 28). Las dos palabras, khaire, khara (alegría) y kekharitômenê, kharis (gracia) provienen de una misma raíz y a menudo se cruzan y mezclan sus significados. Aquí no me ocupo de la primera, que es khaire (Ave, alégrate, Dios te salve…) (aunque se sentido debería precisarse con cuidado.
Llamando a María kekharitômenê en el momento más solemne del anuncio mesiánico, Lucas ha realizado una opción de grandes consecuencias. Podría haber empleado otra palabra más normal eukharis (hermosa, bien agraciada) o referirse a una expresión normal de plenitud, como lo hace cuando habla de Esteban (lleno de gracia:. Hch 6,8).
Pues bien, Lucas escoge el verbo más difícil y más raro, un verbo que en todo el NT sólo vuelve a aparecer en otro texto que luego estudiaremos (Ef 1,6). ¿Por qué? Evidentemente quiere acentuar la fuerza y valor de esta palabra. Así lo ha visto la tradición posterior cuando viene a interpretarla. Cinco son, a mi entender, sus traducciones principales que reflejan, en contextos diferentes, y resaltan, en diversas perspectivas, los matices del saludo del ángel a María.
1. Hermosa, Bella, Guapa, Agraciada. Kekharitômê significa mujer llena de gracia, revestida de hermosura que proviene de Dios y que se expande hasta el nivel del mismo cuerpo. Ordinariamente, los autores suelen rechazar este sentido. Pues bien, pienso que es preciso mantenerlo, situándolo en la línea de Eclo 9,8 y de los Hechos apócrifos, que han empleado la palabra refiriéndose a una mujer o niño hermoso, corporalmente agraciado (Acta Ap. Apocrypha I, Leipzig 1898, 218). Ciertamente, Lc 1,28 es mucho más que un cumplido a la belleza femenina de María. La palabra se dirige a su persona. Pero hablando de ella es importante el rasgo corporal. De María se dirá después, concretando nuestro texto: «has hallado gracia ante Dios; por eso, he aquí que concebirás en tu seno...» (Lc 1,30.31). De la belleza y plenitud profunda de María, de esa plenitud que se explicita también en sus entrañas de mujer grávida de vida, trata nuestro texto. Sin esta salud y hermosura corporal, que comienza por mostrarse en una dimensión física, el saludo del ángel pierde su sentido . (1)
2. Privilegiada, Favorecida es más que belleza física: el ángel la saluda declarando que Dios mismo le ofrece su favor y privilegio. Así pone de relieve dos aspectos: la kharis es efecto del amor de Dios; al mismo tiempo es sentido y realidad en la existencia de María. Por eso, algunos como J. P. Audet han resaltado el matiz de Privilegiada, destacando el favor o privilegio que Dios le ha concedido al saludarla de esa forma17. En una línea semejante, R. E. Brown prefiere llamarla Favorecida o Favorita de Dios: no importan las posibles cualidades propias de María sino el hecho de que Dios se fija amorosamente en ella18. Destacando este matiz, quizá es mejor hablar sencillamente de Agraciada, dando a esa palabra toda su fuerza posible: la gracia no es lo mío, es lo que Dios hace que yo sea. Por eso, dentro de una línea que está cerca de la tradición paulina, decimos que María es la mujer (el ser humano) que, poniéndose en las manos de Dios, por pura gracia, ha recibido hondura y plenitud allá en el centro del camino mesiánico (2) .
3. Llena de gracia. La perspectiva anterior resulta, sin embargo, insuficiente. Ciertamente, Dios actúa. Pero María no es una mujer puramente pasiva. Ciertamente, ella recibe, acoge. Pero, al mismo tiempo y por regalo singular de Dios, actúa, es dueña de la gracia. Por eso, con un fondo de razón, la Vulgata ha traducido gratia plena, llena de gracia. Así destaca aquello que podríamos llamar la nueva y definitiva condición humana de María: por misterio de Dios ella está envuelta y traspasada, enriquecida y recreada en gratuidad; por eso, el favor y privilegio de Dios, sin dejar de ser un don, le pertenecen desde dentro. Así lo indica con justicia una larga tradición católica. De todas formas, la expresión llena de gracia ofrece dos posibles desventajas: por un lado, deja un poco en sombra el hecho de que todo lo que tiene María es don que ha recibido; por otro, alude a una grandeza o plenitud (cf. Hch 6,8 y Jn 1,14) que se debe precisar con más cuidado, como luego mostraremos.
4. Contemplada. Una forma de resolver la posible contraposición entre «agraciada» y «llena de gracia» ha sido propuesta por la traducción exegético-teológica de L. Boff: «El pasivo indica que María ha sido objeto de la acción del Espíritu, ha recibido la comunicación del Espíritu santo y, en adelante, lo posee de un modo habitual y permanente... Por ello, nosotros preferimos la palabra contemplada. Y ello por una razón muy concreta. La tradición de la Iglesia, basada en los textos bíblicos, ve a María como templo del Espíritu santo. Ahora bien, la palabra contemplar procede etimológicamente de templo. María, pues, fue contemplada por el Espíritu santo para que fuera su templo. Este es el verdadero nombre de María» (3) . En principio, esta postura me parece positiva. En ella se han unido dos facetas importantes: 1) Dios mira a María: contemplándola la eleva y enriquece (cf. Lc 1,48: epeblepsen, miró a su pobre sierva); 2) Dios hace a María templo de su gracia, enriqueciéndola por dentro. A pesar de ello, esta manera de entender el tema me parece también insuficiente: María es más que templo, es sujeto personal que puede dialogar, dialoga con su Dios.
5. Amada de Dios, Amiga. Para la Biblia, gracia significa siempre relación entre personas: es el favor del rey (cf. 1 Sam 16,22; 2 Sam 14,22; 1 Re 11,19), es el amor (Cant 8,10), es ambas cosas, como muestra el libro de Ester cuando nos habla del amor del rey a la mujer israelita (cf. Est 2,17; 5,8; 7,3; 8,5). Desde aquí ha de comprenderse la palabra del ángel a María: indica el amor de Dios por ella, amor que le enriquece, le transforma, como seguiré indicando . (4) María es más que simplemente hermosa, es más que contemplada. Dios la plenifica con su gracia para dialogar con ella, para amarla. María es ante todo una persona porque la ama Dios, y como amiga de Dios ha recibido su favor y le responde con su propia entrega (cf. Lc 1,38: hágase en mí según tu palabra). Esta perspectiva nos conduce hasta el espacio donde kharis (gracia) y agape (amor) vienen a encontrarse. Ciertamente, los conceptos no resultan del todo equivalentes y por eso nuestro texto dice kekharitômenê (agraciada-amada) y no simplemente égapemene (amada sin más) como en Rom 9,25 y Ef 1,6. Así resalta el aspecto de gratuidad y donación de amor en el misterio de María, éste es un amor que la transforma de un modo personal; sólo así, como Agraciada-Amada de Dios, María es verdad kekharitômenê, como seguiré indicando.
2. María, una persona
Conforme a lo indicado, kekharitômenê ha de entenderse en forma de llamada o denominación personal (personalizadora). Conocemos su nombre anterior, María (cf. Lc 1,27). Así la llama el ángel y la vuelve a presentar el redactor (1,30.34.38). Pues bien, en nuestro caso, el evangelio ha preferido presentarla de manera diferente y llamarle: kekharitômenê, como hizo más de una vez en el Antiguo Testamento, así cuando definió a Gedeón como Guerrero de Valor (Jue 6,12). Porque tiene función nueva, la doncella nazarena ha de tomar una denominación diferente, que proviene de Dios, no de los hombres, una denominación teófora que expresa de manera anticipada todo lo que hará y será María en el futuro como Amada de Dios entre los hombres . (5)
Kekharitômenê aparece así como una denominación importante de María, de forma que nos parece poco afortunado el hecho de que la versión orante de la anunciación («Dios te salve, María, llena de gracia...») haya introducido el nombre de María, rompiendo de esa forma el ritmo y equilibrio de la frase originaria. Bastaría con decir “Dios de salve Kekharitómene” (sin incluir el nombre de María) para destacar así con más fuerza el valor de esa palabra.
María es kekharitómene: agraciada, amada. ¿Desde cuándo? ¿hasta cuándo? A veces se ha sentido el deseo de supratemporalizar el término, haciéndolo una especie de propiedad permanente, incambiable de María. Esta actitud me parece poco afortunada. A mi entender, el contenido temporal se expresa por el mismo contexto explicativo: 1) Se indica algo anterior: «has hallado gracia ante Dios» (1,30); 2) Se anuncia lo que viene: «he aquí que concebirás...» (1,31). Precisamente aquí, en la unión de pasado y futuro, se ilumina el contenido de temporalidad de la gracia de Maria.
Ella es amada-agraciada porque ha sido llamada por Dios y porque colabora de manera positiva al nacimiento futuro del Cristo. Esto nos obliga una vez más a plantear mejor el tema. La gracia de María no se puede interpretar en clave de intemporalidad, como rasgo independiente de su historia. Gracia es la misma dimensión radical de su persona: su mismo ser en Dios y para Cristo. Es aquí donde encontramos el sentido verdadero de María, superando los esquemas funcionales y ontologicistas.
1. La perspectiva funcional entiende el término kekharitômenê en línea extrinsecista: María es agraciada solamente porque ha recibido una misión y puede realizarla. Lo que Dios le ha concedido es sólo gracia para obrar, no gracia para ser desde la hondura de sí misma. Por eso, ella no es más que una mujer simple y normal que en un determinado momento de su vida debe realizar una tarea extraordinaria. Pasa ese momento, cesa la tarea y ella vuelve a lo que fue, como los otros. Empleando un término teológico, podríamos decir que el favor que Dios le ha dado es simplemente «gracia gratis data», no santificante. Eso lo acentúan, sobre todo, los autores protestantes.
2. La perspectiva más esencialista u ontológica interpreta el kekharitômenê a partir de la gracia santificante: «como favor divino instaurado en un alma a título de cualidad permanente», Este favor transforma profundamente el alma de María: es como abundancia que le envuelve, plenitud que le penetra desde el mismo comienzo de su vida. Al interior del «llena de gracia» se contienen y se expresan, en suma de conjunto, las gracias abundantes que Dios ha decidido regalar para María en su decreto eterno. Esta es la lectura que se ha hecho más corriente en los autores católicos modernos.
3. Pues bien, aquí queremos defender una visión de carácter más personalista que asume y completa los rasgos de las anteriores. Gracia es la hondura personal de la existencia de María, es el sentido de su encuentro con Dios y de su entrega por los hombres (por medio de Jesús, el hombre nuevo). Por eso, su maternidad está ligada al misterio de su vida como agraciada-amada y no se puede separar, como función adicional, del contenido y valor de su persona. Pero debemos añadir que gracia no es un don o cualidad que Dios ofrece ya «ab aeterno», sin relación con la existencia, acción y vida de María. La gracia se entreteje en su camino personal, y es allí donde recibe su sentido.
Por eso, como ya hemos indicado al presentarla como amada, sostenemos que María es kekharitômenê en el proceso total de su existencia, en un camino de acogida (has hallado gracia) y donación (concebirás; cf. Lc 1,30-31): todo ese camino ha culminado en el encuentro con los fieles de Jesús, formando así la Iglesia (cf. Hch 1,14). Por eso, la gracia no se puede separar de su persona, sino que es es la hondura y apertura, la acogida y donación que expresan su verdad en Dios, para los hombres. En realidad, debemos afirmar: toda la persona de María pertenece al plano de la gracia (6) .
3. Agraciada, amada.
A mi entender, el NT sólo ofrece una palabra que resulta semejante a kekharitômenê; es aquella en que a Jesús se le llama êgapêmenô, amado (Ef 1, 6). Su contexto es cercano al de Lc 1,28. Nosotros bendecimos a Dios Padre que nos ha predestinado para ser alabanza de la gloria de su gracia (kharitos), que gratuitamente nos ha concedido (ekharitôsen) por medio de su amado (en tô êgapêmenô). Pero hay un matiz distinto.
Conforme a Lc 1,28, la acción de Dios tiende básicamente a María, que es la kekharitômenê o agraciada, sin que en principio se diga lo mismo de todos los creyentes. Por el contra, Ef 1,6 supone que la acción amoroa de Dios se expande a todos los creyentes, agraciados por Dios a través de su amado, êgapêmenô, que es el Cristo. Según eso, Jesús, el amado, es mediador de una gracia de amor universal. (Jesús).
El êgapêmenos, en participio pasivo de agapaô, amar, es el amado con intensidad. La palabra ha recibido pronto un rasgo cuasi-mesiánico. Así aparece en los LXX como traducción de Jeshurun, en textos importantes donde se presenta a Israel como el amado de Yahvé (cf. Dt 32,15; 33,5.26; Is 44,2). También aparecen como êgapemenoi diversos personajes de la historia israelita: Abraham (Dan 3,35 TH), Moisés (Ecl 45,1) y Samuel (Eclo 46,13). El NT ha interpretado ese título de honor en un contexto eclesial: amados de Dios son los cristianos (1 Tes 1,4; Col 3,12; 2 Tes 2,13; Jds 1) y es amada la Jerusalén celeste de los redimidos (cf. ApJn 20,9). Pues bien, Ef 1,6 aplica de manera solemne esa palabra a Jesucristo (7) .
Pero debemos indicar un paralelo y una diferencia. Los relatos del bautismo y transfiguración (Lc 3,22; Mc 9,7) aplican a Jesús el título de agapétos (carísimo, querido), indicando así su cercanía respecto de Dios Padre y su carácter de Hijo único (8) . Pero esa palabra, que deriva también de agapaö ha perdido su carácter verbal y ya no expresa el movimiento creador que viene de Dios Padre hacia su Hijo. Precisamente para destacar ese movimiento, Ef 1,6 escoge la palabra êgapêmenos.
Jesucristo es el amado porque acoge y personifica todo el flujo de amor del Padre; desaparece o quedan en segundo plano los restantes hijos, los amados del AT; se superan los tanteos y las limitaciones anteriores. Jesucristo es el amado a quien el Padre ofrece de manera directa, constante y activa su propia plenitud. Pero Jesús es un amado que se abre hacia los hombres, haciéndose camino y campo donde actúa la gracia salvadora de Dios Padre. Por eso el texto indica, con toda precisión, que el Padre nos ha dado su gracia (ekharitôsen) en el amado.
Esto nos permite ofrecer algunas notas conclusivas:
1) Sólo Jesús es amado por sí mismo, el verdadero êgapêmenos. Pertenece al misterio de Dios y es fundamento de todos los amores y las gracias que Dios quiere concedernos. En ese aspecto no se puede afirmar que María sea êgapêmenê, la amada sin más;
2) Por medio de Jesús, amado, Dios nos ha ofrecido su gracia, esto es, su kharis. Ef 1,6 lo dice de manera general, como aludiendo a todos los salvados: ekharitôsen hêmas (nos ha dado su gracia). Pues bien, en el conjunto de salvados hay una persona especialmente agraciada: María, kekharitômenê (Lc 1,28). Es agraciada, amada, porque ha sido destinada para madre del Cristo amado, porque ha creído en la palabra de Dios (Lc 1,45), porque ha inaugurado el camino de la Iglesia (Hch 1,14).
Quizá podríamos seguir el argumento, comparando mejor las funciones y sentido de Cristo-êgapêmenos y María-kekharitômenê Se podría destacar la cercanía etimológica entre kharis (de kekharitômenê) y la charitas que viene a traducir el amor o agapé de Dios en Jesucristo. Pero con esto planteamos el problema de la relación entre la gracia que Dios ha concedido a María y el amor que por Cristo ha ofrecido a todos los hombres (9) . Es evidente que la kharis de María está al servicio del ágape universal de Cristo, como seguiremos indicando en este libro.
NOTAS
(1) Cf. R. E. Brown, El nacimiento del Mesías, Madrid 1982, 336-337.
(2) Cf. J. P. Audet, L'annonce a Marie: RB 63 (1956) 360-361.
(3) El Ave-María. Lo femenino y el Espíritu santo, Santander 1982, 59-60.
(4) He desarrollado el tema en María y el Espíritu santo: EstTrin 15 (1981) 30-31. C. A. George, La Mère de Jésus, en Etudes sur l'oeuvre de Luc, Paris 1978, 435
(5) Cf. J.-P. Audet, L'annonce a Marie: RB 63 (1956) 358-359; M. Cambe, La kharis chez saint Luc: RB 70 (1963) 204-205. De todas formas, kekharitômenê no es simplemente un nombre nuevo, por varias razones: 1. Cuando Dios impone o cambia un nombre lo hace de manera expresa, como en Gén 17,5: «ya no te llamarás Abrán sino Abraham, porque...» (cf. también Mc 3,16 par). 2. La denominación de Gedeón como Guerrero de Valor no implica imposición de nombre; es simplemente un modo de indicar su modo de portarse. Todo esto, unido al hecho de que se encuentra sin artículo, parece indicar que es ahora una denominación personificante más que un nombre nuevo y verdadero. La doncella de Nazaret seguirá llamándose María aunque debamos añadir que su apellido o nota más característica será agraciada-amada de Dios. En esta perspectiva debemos recordar que el mismo Lucas le ha dado un nuevo título profundo cuando, por boca de Isabel, la llama pisteusasa o creyente (Lc 1,45). Un título destaca la actuación de Dios (amada); otro la respuesta de María (creyente). Ambos unidos ofrecen una especie de visión total de su sentido y actuación mesiánica. Cf. H. Räisänen, Die Mutter Jesu im NT, STT 158, Helsinki 1969, 94. Cita en su apoyo a W. H. Hertzberg, Josua, Richter, Ruth, ATD 9, Göttingen 1953, 191. Cf. J. Fantini, o. c. 762.
(6) Sitúa acertadamente el tema A. Gueuret, L'Engendrement d'un récit. L'Evangile de l'en/ance selon Saint Luc, Lectio Divina 113, Paris 1983, 68-70. La autora desvela, en términos de puro análisis estructural, la función de María como signo y portadora de gracia. Ella anticipa así lo que será propio del Cristo en Lc 2,40.52; 4,22.
(7) Cf. H. Schlier, Der Brief an die Epheser, Düsseldorf 1968, 56-57; J. Gnilka, Der Epheserbrief, Freiburg 1982, 74-75.
(8) Sobre el sentido de agapétos, sobre todo en el contexto del bautismo de Jesús, cf. E. Stauffer, Agapaö, TDNT I, 48; E. Lohmeyer, Das evangelium des Markus, Göttingen 1967, 23; P. Gaechter, Das Matthäus Evangelium, Innsbruck 1963, 103-105; Th. De Kruijf, Der Sohn des lebendigen Gottes, AnBib 16, Roma 1962, 52-54.
(9) La relación entre la kharis griega y la charitas latina ha sido resaltada diversas veces. Cf. J. Pieper, Amor, en Las virtudes fundamentales, Madrid 1976, 425-426 donde relaciona charitas con carus. R. de Miguel, Diccionario latino-español etimológico, Madrid 1929, 143 y 145 relaciona caritas, carus y kharis. Sería interesante un estudio más profundo en esta linea, destacando la raíz común del amor y de la gracia.