Dom 24 10 10. Fariseo y publicano ante el espejo. Un recuerdo de infancia

Han pasado muchos años, he trabajo sobre este pasaje en cursos de universidad y en conferencias, he tenido que estudiar la situación social de fariseos y publicanos en tiempos de Jesús, he leído algunos libros sobre el texto… y, sin embargo, mi memoria vuelve a recordar las imágenes de aquella catequesis, de un sábado a la tarde, ante el espejo trasero de una iglesia grande.
Aprovecho la ocasión para manifestar mi inmenso respeto por los fariseos antiguos de Israel, que fueron creadores del nuevo judaísmo, figuras como Hilel o Johanan Ben Zakai, de quienes he aprendido y sigo aprendiendo mucho. Por eso quiero recordar que la figura farisea que aquí ofrece el Jesús de Lucas resulta una caricatura. Pero es una caricatura que sirve para mostrarnos el riesgo de una religión que puede convertirse en sabia y autosuficiente.
Hoy no me interesan los fariseos judíos antiguos (muchos de ellos muy buenos), sino los modernos: fariseos dentro de la gran estructura de la Iglesia, en la ICAR oficial (como algunos dicen) y en los grupos de aquellos que critican a la ICAR. Aquí estamos, sin duda, ante un Jesús melancólica y humorista, que sabe reírse de su sombra, de la sombra de los viejos y nuevos fariseos que es muy alargada.
Hoy me interesan los fariseos de la política y de la administración, de la economía y de los medios... me interesa el fariseo que llevamos dentro, que está escondido en cada uno de nosotros. De ese fariseos hablaba el catequista de mi infancia y quiero hablarnos hoy, con el gozo del evangelio.
A todos los que amáis el evangelio y sabéis gozar y sentir sus imágenes, como hacíamos de niños, de un modo intenso, inmediato, imaginativo, buen fin de semana. Que disfrutéis de nuevo con la parábola (y que os/nos inquiete otra vez, como nos inquietaba de niños.)
Introducción erudita a. Jesús entre los fariseos
Antes de comentar el sentido que esta parábola tenía en mis años de infancia, quiero recordar algunos datos que suelen olvidarse.
(a) Los fariseos ya existían en tiempo de Jesús, pero su desarrollo definitivo lo tendrán después de la caída del Templo de Jerusalén (70 d.C.), cuando actuarán como defensores de las mejores tradiciones y creadores del buen judaísmo posterior.
(b) Jesús era un tipo de fariseo andante (un separado, al servicio de Dios y de la comunidad, que eso significa fariseo). Pero tenía algo propio, en vez de separarse para crear una comunidad de puro quiso abrir su mensaje y camino a los impuros, de manera que podemos llamarle un “fariseo especial”.
(c) El fariseo que mejor conocemos de aquel tiempo es Saulo (Pablo de Tarso), el único que habla de sí mismo y se presenta como “fariseo mesiánico”, llamado por Jesús en experiencia de pascua para extender su mensaje. Evidentemente no había sido malo, aunque Jesús le enseñó cosas importantes.
(d) Jesús es un “fariseo que se reía de los fariseos” (es decir de sí mismo, de los riesgos de su mensaje). Una religión o iglesia que no sepa “reírse” de sí misma (que se considere seriamente justa, teniendo siempre la razón) es muy peligrosa. Si volviera Jesús y fuera como entonces haría nuevas parábolas de fariseos cristianos, de seguro que finas, penetrantes.
(d) De la tradición farisea posterior provienen algunos de los chistes mejores de la historia de occidente. Un “chiste” (un relato parabólico) como el del evangelio de hoy sólo lo puede contar un “buen fariseo”.
Introducción erudita b. Siete tipos de fariseos
Ciertamente, Jesús ha criticado a los fariseos. Pero también les ha criticado los mismos fariseos, y así lo hacen en un texto famoso del Talmud (escrito por “hijos” de los fariseos, en el que se habla de se habla de siete tipos distintos de fariseos, cinco de los cuales eran malos (hipócritas), y dos que eran buenos (para los que sean amigos de historias les recuerdo que los buenos "gallegos" dicen que existen también al menos siete especies, empezando por aquellos a quienes se encuentra en la escalera y no se sabe si suben o baixan):
Los fariseos “malos”
(1) El fariseo "de hombros o de la medalla" exhibía sus buenas obras delante de los hombres como si portara una medalla los galores de su honor sobre los hombros, el que iba vestido de trajes de obispo perpetuo, luciendo las mitras de aquel tiempo, filacterias y capelos de cardenalato judío, que los había. Estos fariseos de los hombres creaban sociedades de honores mutuos, en los que se repartían medallas entre sí. Jesús comenzó sus denuncias con la mención de este tipo de fariseo (Mat. 23:4).
(2) El fariseo "espera para ver", era el hombre de la prudencia extrema, aquel que va diciendo a los demás que esperen, que tiene que pensarlo y sopesar las causas y razones, para ver si puede hacer algo (deixa que xa...). Éste era (y es) el fariseo político, que pactaba con los reyes de turno (del color que fuera), por prudencia y por tacto, y por provecho propio, para así sacar provecho de todo (los tiempos son así, quizá en el futuro podremos ser de verdad como manda el evangelio, por ahora hay que esperar, pactar y ver… con Stalin o con Hitler, con los jefes de turno en la fila de los mandos).
(3) El fariseo "ciego" cerraría sus ojos para evitar ver a alguna mujer y caer en tentación, aunque tuviera que tropezar o golpearse contra la pared. Éste es un tipo del que se han hecho chistes infinitos, tanto en tiempo de Jesús (como en la actualidad). Era el hombre que no sabe gozar de la belleza de la vida, empezando por la vida humana, un hombre, una mujer...Éste es el fariseo que no se acercaría nunca en la calle a una prostituta, ni a un hombre dudoso… alguien que cierra los ojos (aunque después, en privado, cuando nadie le ve, se puede aprovechar de todos, incluidos niños y prostitutas)
(4) El fariseo "mortero" caminaba con la cabeza baja para evitar ver alguna tentación y para mostrar su santidad. Iba por ahí como si le pesara la santidad, como si le agobiaran sus buenas obras… No corría nunca, jamás mostraba sus debilidades, no se permitía ninguna pequeña distracciòn. Nunca echaba el peso que llevaba sobre el hombre y se aligeraba de equipaje. No disfrutaba de nada, porque todo le parecía peligroso… (y después, siguen diciendo otros versos del Talmud, terminaba cayendo en cualquier tentación, porque el peso le hacía así caer). Era, y es, el hombre que no disfrutaba, ni dejaba disfrutar a los demás, porque andaba siempre agobiado por el peso de la santidad
(5) El fariseo "contador" siempre estaba contando sus buenas obras para saber si contrarrestaban sus malas obras. Era el que juzgaba las obras de los otros, diciendo siempre (como dice Pablo de algunos cristianos): "no mires, no comas esto, no toques aquello o aquella persona...". Este "contador" (adminsitrativo de la religiòn) es el que llevaba y lleva siempre su “telonio” a cuestas, es decir, su oficina de recuento de buenas obras, para sentirse seguro, pudiendo decir que había hecho una obra más y mejor que su vecino. Éste es el fariseos que impide que los otros gozan y que así vive para decir a los demás lo que han de ser (convirtiéndose al fin en una estatua de sal muerta, como sabe el Génesis en la historia de Lot).
Los dos fariseos "buenos" eran:
(6) El fariseo "temeroso de Dios", quien era un hombre justo y virtuoso como Job, aunque tuviera que vivir en el estercolero, con los expulsados de la sociedad. Entre estos fariseos han pensado los cristianos que estaba Jesús, que también ha empezado reconociendo la grandeza de Dios entre los expulsados de la sociedad, como el viejo Job.
(7) El fariseo "amador de Dios", que tenía un verdadero amor a Dios como lo tenía Abraham (Moseley, 110). No les bastaba el temor, como a los anteriores. Eran hombres de amor cercano, capaces de unirse a los más pobres, para acompañarles y ayudarles. De este tipo de “fariseos” ha nacido el mejor judaísmo, tras la gran guerra del 66-70 d.C. Los cristianos pensamos que en este tipo de fariseísmo ha teminado estando Jesús de Nazaret… (y todos los buenos hijos de Abrahán, con judíos y musulmanes buenos, de verdad). Precisamente por eso, este Jesús (fariseo de los de Abraham, amador de Dios) era capaz de hacer chistes (parábolas de humor), sobre el riesgo de su gente, de los “fariseos” de los hombroa y medallas, del mortero y de las cuentas de virtudes.
En ese contexto quiero recordar que el Nuevo Testamento recoge el testimonio de buenos fariseos como Nicodemo (Juan 3:1) y José de Arimatea (cf Juan 7:50; 19:39) como Gamaliel, el maestro de Pablo, y como el mismo Pablo (cf. Hecho 23, 6). También habla el evangelio de fariseos que ayudaban a Jesús (cf. Lc. 7, 36; 11, 37; 13, 31; 14, 1 etc.
(cf. Ron Moseley. Yeshua, A Guide to the Real Jesus and the Original Church. (Ebed Pub., Hagerstown, MD 1996)
Texto. La parábola de Jesús: Lc 18, 9-14
En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: "Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano.
El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.
El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.
Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido."
El fariseo. Una imagen
Le he visto muchas, sin mirarle, con los ojos interiores, cuando era más niño. No sé de dónde venía, pero estaba ante nosotros. Se hacía el importante, vestido de traje muy limpio y con puro. Se ponía de pie, en el centro de la gran sala de columnas inmensas, llenando el espacio vacío, ante la puerta del fondo que daba al santuario. Alguien nos decía que era la puerta del Sagrario o Santo de los Santos donde estaba Dios, en la oscuridad, viéndolo todo, pero sin que pudiéramos verle. Todavía hoy, pasados casi sesenta años, mirar de nuevo a fariseo y escucharle:
¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás.
No le daba gracias por él (por Dios), sino por sí mismo. Estaba contento de ser quien era (entonces le veía con puro en la boca, hoy jugando con una cartera). Por eso daba gracias al Dios que le ponía en el centro de la gran escena sagrada, como signo de santidad y justicia.
El mundo se dividía en dos mitades: en una estaba él y Dios (¡que en el fondo eran lo mismo, él era Dios!); en la otra mitad están (estamos) todos los demás. Las cosas funcionan razonablemente bien, muy bien, y este fariseo se lo venía a decir a Dios, esto es, a sí mismo, en un gesto solemne de auto-glorificación, ante los ojos de todos, que nos habíamos apartado para dejarle sitio en el centro y le miraban, con miedo, recelo y envidia desde la esquinas de la columnata.
((Nota para eruditos: como he dicho había muchos tipos de fariseos, y el Talmud contaba siete..... Más aún, para el evangelio, éste es un fariseo-cristiano (ejemplo de mal cristiano). Pero dejo a un lado ese tema, del que habría que tratar en otro contexto. Aquí me basta con saber que este fariseo es para Jesús un tipo universal de hombre religioso pervertido)).
Gracias te doy, porque no soy como esos otros): ladrones, injustos, adúlteros.
Paso de la visión antigua, de cuando yo era niño a la reflexión social. Sin duda, este fariseo cumple la ley con sus mandamientos (como el buen rico del texto que sigue: Lc 18, 18-31). Pero, como sabe Pablo, una ley bien cumplida, de forma legalista, lleva a la muerte, pues termina dividiendo a los hombres entre cumplidores y no cumplidores, entre limpios y manchados (expulsando del centro a los que no son importantes).
Los “cumplidores” pueden utilizar la ley para triunfar, imponiéndose sobre los demás, sin misericordia. Entre ellos se encuentra este fariseo, que ha venido a decirle a Dios que ha triunfado, y a darle gracias por ello.
Buena es la ley, seguiría diciendo Jesús, pero entendida como la entiende este fariseo es un arma terrible, al servicio de la propia seguridad y del desprecio de los otros.
Ésta puede ser la ley de un tipo de políticos que buscan su propia
justificación a costa de los otros…, a los que echan la culpa de todo.
Ésta es la ley de los que llevan bien sus "negodios" y piensan que tiene razón en lo que hace (¡y hasta paga los impuestos, con justicia “religiosa”, y financian incluso los actos religiosos, mientras el orde del mundo que ellos representan condena a la pobreza a millones de personas…
Es la ley de los jerarcas del templo que administran con buena conciencia su su memoria histórica, para condenar a los otros (¡ladrones, injustos, adúlteros…!). Entre ellos se encuentra este buen fariseo que no adultera con mujeres de otros (¡cumple la ley!), pero quizá no ama con ternura e igualdad a la suya (ni a ninguna), y que quizá (eso dicen los maliciosos, aunque no es necesario creerles) “se divierte” con mujeres libres o prostitutas (¡que eso no es adulterio!), sin importarles lo que sienten, lo que piensa.
Ni como ese publicano.
Podía haberse callado, pero lo ha dicho. Ha mirado de reojo (pensando que miraba a Dios) y ha visto al publicano, al que también yo miraba de niño, detrás de la columna, y se ha sentido feliz. No es como él. ¡Ha visto bien y se siente feliz de encontrarse allí donde se encuentra!
La visión del publicano le confirma en la justicia y el valor de la suya. La visión del publicano le permite vivir más tranquilo, ser quien es y portarse como se porta… porque hay en el mundo publicanos y prostitutas a quieren utilizar sin remordimientos, porque son malos y se merecen lo que tienen (es decir, lo que no tienen).
Este fariseo necesita que haya publicanos, para que cobren sus impuestos y realicen sus negocios sucios, necesita (probablemente) de la prostituta (por lo menos para sus desahogos morales: para sentirse bien). En el fondo, él mismo está diciendo (sin darse cuenta de ello) que su “justicia” está montada sobre la injusticia de los otros, una injusticia que él mismo está propiciando, dentro de un sistema religioso avalado por el templo (un templo al servicio de los fariseos).
Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.
Antes se había detenido en los mandamientos de la ley de Dios (no robar, no cometer injusticias legales, no adulterar). Ahora se fija en los mandamientos de la iglesia: ayunar, pagar el diezmo… En un sentido, es un hombre ascético (ayuna), pero el ayuno puede haberse convertido en un medio de autocontrol y de autoseguridad para dominar mejor a los demás…
Es un hombre de diezmo, es decir, de impuesto religioso, que él puede pagar, porque tiene con qué hacerlo. Así contribuye al mantenimiento de “su iglesia”… y (quizá) se limita a dar una pequeña limosna a los pobres, para que sigan estando ahí, como ejemplo de lo que no se debe ser, de lo que no se debe hacer. Posiblemente es un rico que paga buenos diezmos, es decir, que ofrece mucho dinero para obras sociales al servicio del sistema (no de los pobres); es el rico que mantiene la injusticia de fondo de fondo de la sociedad, dando incluso muchísimo dinero en caridades al servicio del propio orgullo, publicadas en la televisión de turno, magnificadas por los voceros y clientes. Da para sentirse bien, da para que se mantenga y consolide su sistema
El publicano
Tengo la impresión de que de niño, al escuchar esta catequesis, me detenía más mirando al fariseo en el espejo. No, en aquel tiempo no hacía las reflexiones de ahora, pero estoy convencido (¡lo he estado desde entonces!) de que supe que se puede ser rico y malo, se puede rezar y ser injusto, se puede dar mucho dinero y ser un pervertido.
De todas maneras (y quiero insistir en ello), en ese caso, el problema no era (ni es) ése, el del dinero, porque el publicano podía ser más rico que le fariseo. Podía ser más rico, pero no estaba seguro de sí, ni se justificada a sí mismo ante Dios, sino que estaba dispuesto a cambiar(recordemos que Lc 19, 2-8 presenta a un publicano muy rico, que recapacita y quiere poner su dinero al servicio de la justicia...). El problema no era el dinero, sino la forma de situarse ante el dinero y ante Dios, y ante los otros.
Lo malo del fariseo no es que fuera rico; pues la mayoria de los fariseos del tiempos de Jesús no eran ricos, sino trabajadores autónomos, austeros (como los calvinistas autores de los que habla M. Weber). Lo malo es su "seguridad", su manera de creer tener razón, su autoseguridad, convertida en "dureza" frente a los demás.
Este fariseo era bueno, probablemeente no era rico en sentido económico, pero vivía centrado en sí mismo, en su razón "perpetua" (¡siempre su razón!). A modo de ejemplo, quisiera citar una frase famosa, que puede aplicarse al fariseo:
“Hay algo peor que tener malas ideas. Es tener ideas definitivas/ Hay algo peor que tener mala conciencia: es tener una conciencia perfecta/ Hay algo peor que tener un espíritu perverso: es tener un espíritu acomodado.” (Ch. Peguy).
Entonces, de niño, llegué a saber que había una verdad superior en los publicanos, en aquellos que rezan desde atrás, sin atreverse a levantar la cabeza y a llamarse justos: era la verdad que consiste en no querer tener siempre la razón, en no elevarse ante los demás en no criticarles.
Pensé que el fariseo es el que va "cheo de razóns", siempre lleno de razones, es decir, de sí mismo. Es aquel que confunde a Dios con su propia seguridad o con la seguridad de un sistema, juzgando siempre a los otros con su vara de medir, que acaba siendo una vara mezquina.
Y pense que el publicano es un hombre que no se justifica, pero que acude a Dios como aluien distinto, real, pidiéndole de verdad ayuda y pudiendo así convertirse. Propia del publicano es el arte de poder no tener razón (según el título de una famosa tesis de A.Moratalla, tomada de P. Ricoeur.
Ciertamente, yo no sabía entonces lo que son los “publicanos” de la Biblia, aunque esa palabra (publicano/publicana) me sonaba bien: hombres públicos, gentes que estaban en boca de todos… y, sobre todo, aquellos que tenían que ganarse la vida como podían (y si podía)…
Hoy sé algo más, no mucho más, y así he querido evocar las palabras de la oración del publicano, aunque tampoco quiero fijar bien su identidad, ni distinguir de verdad entre publicanos hombres (más vinculados a negocios de dinero sucio) y publicanas mujeres (más vinculadas a negocios de cuerpo, administrados por varones). Creo que sé más, pero cuando pienso en el texto vuelven otra vez las imágenes de la infancia, en alguna catequesis sobre este pasaje, ante un gran espejo, en el ángulo de la iglesia.
El publicano se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo.
No, no podía mirar ni a la puerta del Sagrario. No miraba y, sin embargo, estaba mirando… No levantaba los ojos y, sin embargo, comprendía…Sabía que Dios es distinto y se ponía ante los ojos y las manos de ese Dios. Me costaba verle en el espejo, porque se escondía detrás de la columna, pero estaba seguro de era muy flaco, enfermizo, pero con ojos de amor. Me hubiera gustado jugar con él, pero no podía acercarme más allá del espejo… y así le seguí mirando.
Sólo se golpeaba el pecho, diciendo...
Quería despertar su corazón su corazón “a golpes”, como se hace con alguien que parece muerto, que ha tenido una parada cardiaca y vemos que el médico sacude con fuerza su pecho para que el corazón pueda latir de nuevo… Nunca he comprendido demasiado estos golpes de pecho (y así tiendo a sospechar que son falsos), pero el evangelio nos decía que los golpes de estos publicanos eran verdaderos y sinceros.
Yo pensaba este hombre quería despertar su corazón ante Dios, aunque lo tenía ya despierto. Sabía que hay Dios y que Dios podía poner su vida en movimiento. No sabía cómo, pero tenía que cambiar. No tenía respuesta, pero la estaba buscando. El templo de Dios no es para él un lugar de justificación de lo que existe (como para el fariseo), sino un lugar de reconocimiento y cambio.
No echa las culpas a los otros, no se comparaba con nadie, ni siquiera con el fariseo. Simplemente quería confesar su pecado y cambiar… Más tarde he pensado, muchas veces, que este publicano tenía que haber echado la culpa al fariseos (como el fariseos le echaba a él la culpa), pero no lo hacía y que, por eso, precisamente por eso, era bueno. Porque ser bueno es no echar la culpa a los demás, ni aunque la tengan. Este publicano se echaba sólo la culpa a sí mismo.
¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. Así oraba este hombre, nos decía el catequista, detrás de una columna. No se justificaba echando la culpa a los otros (como podría y debería hacer quizá), sino que reconoce su culpa y la decía ante Dios, en ejercicio de sinceridad interior y de verdad. No había venido a la iglesia para justificarse, sino para mirarse en el espejo de Dios, descubriendo su necesidad de conversión, de cambio.
Un espejo de “adivinar”: Éste bajo justificado, aquel no…
Yo seguía mirando al espejo del final de la Iglesia donde imaginaba que estaba pasando la escena que contaba el catequista. Sólo recuerdo que podía ver muy bien al fariseo, que ocupaba el espacio inmenso del cristal, seguro de sí mismo, ufano, lleno de razones Al publicano, en cambio, no podía verle con tanta claridad, pero en un momento percibí que seguía detrás de la columna, como una presencia pequeña, insistente; era una luz que se iba haciendo cada vez más grande… Así terminaba nuestra catequesis, hace unos sesenta años. Con aquellos recuerdos de infancia puedo concluir ya esta catequesis:
El fariseo bajó “sin haber conseguido la justicia” (sin estar justificado).
Sé que, siguiendo en la línea de su oración, este mundo acabaría destruyéndose muy pronto. En esta línea se sitúa la oración muchos políticos que buscan su propia razón, de jerarcas eclesiales que siempre encuentran la manera de defender lo que han hecho. En esa línea podemos encontrarnos muchos de nosotros…
Los fariseos han crecido y siguen ocupando el centro de muchos templos y palacios de congresos, de consejos de administración de las empresas y de bancos y negocios. Jesús nos ha dicho cómo oran ellos. Sería buenos que aprendieran a orar de otra manera, sin buscar la propia justicia, sin pretender tener la razón, buscando mejor la razón de los otros.
El publicano, en cambio, bajó justificado.
Ciertamente, justificado ante Dios, en sentido religioso; pero, al mismo tiempo, justificado ante la sociedad y la historia. Este publicano puede iniciar un camino distinto de solidaridad y de justicia verdadera, al servicio de los demás… Aquí se inicia la “revolución” de Jesús, una revolución de viudas y de publicanos, que pueden iniciar un camino de humanidad, desde el borde del templo.
Sería bueno comparar a este publicano con otros personajes del evangelio de Lucas: el samaritano y Zaqueo, la viuda y el leproso agradecido…Todos ellos aparecen en los límites del templo oficial, como el signo de un Dios distinto, Dios de evangelio. Pero con esto desbordamos ya el tema de hoy.