Dom 3  tiempo ordinario (24.1.21). Evangelio del domingo: Para transformar el mundo, palabra de pescadores (Mc 1, 14-20)

La iglesia celebra hoy el “día de la Palabra”, recordando el principio del mensaje de Jesús y la llamada de cuatro pescadores, como testigos y portadores de la Palabra de Dios.  El domingo anterior vimos (cf. Jn 1-4), que los discípulos de Jesús, habían estado antes con Juan Bautista, en línea de penitencia. Hoy les vemos ya, según Marcos, como compañeros de Jesús portadores de su Palabro y creadores de su Iglesia.

            El evangelio consta de dos pequeñas escenas de tipo programático: (a) Proclamación del Reino en Galilea, con el sumario del mensaje de Jesús como palabra de Dios: Mc 1, 14-15. (b) Llamada de los cuatro primeros testigos y portadores de la palabra de Jesús: Mc 1, 16-20.

EVANGELIO DE MARCOS - LA BUENA NOTICIA DE JESUS de Xabier Pikaza: Muy bien  Cartone (2012) | Libreria Querubin

EL REINO DE DIOS ES LA PALABRA. MENSAJE DE JESÚS (1,14-15)[1]

  • (a. Relato)  14 Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea, proclamando el evangelio de Dios
  • (b. Mensaje), 15 y diciendo El tiempo se ha cumplido. El reino de Dios ha llegado. Convertíos y creed en el evangelio.

Relato (1, 14). Está condensado de manera muy intensa, recogiendo los elementos básicos de la visión que Marcos tiene del comienzo de la actividad de Jesús 

Después que Juan fue entregado... Este dato sirve de contrapunto histórico y teológico de toda la historia que sigue. Juan ha sido y seguirá siendo lugar de referencia. Jesús viene después (meta), en indicación más teológica que cronológica. Según Marcos, Jesús y Juan no coincidieron, no tuvieron un tiempo de actividad común (en contra de lo que afirma el evangelio de Juan). A su juicio, Juan ha sido un puro precursor, pero su historia es importante para entender la de Jesús, pues la entrega de Juan (paradothênai: 1,14; cf. 6, 14-39) anuncia la de Jesús (cf. 9, 33; 10, 33; 14, 10-11 etc.).

Vino Jesús a Galilea. El espacio geográfico (y teológico) de Juan era el desierto con el río. El de Jesús, en cambio, es Galilea; según Marcos, Jesús no misionó ni bautizó por un tiempo en el Jordán, ni tampoco en Judea (en contra del cuarto evangelio; cf. Jn 3, 22), sino que vino directamente a Galilea que era, a su juicio, el lugar del evangelio. No permaneció en el lugar de la prueba (desierto), ni se instaló al borde de la tierra prometida (junto al río Jordán); tampoco buscó un lugar de salvación junto a los atrios de Jerusalén, en gesto de sacralidad nacional, sino que vino a su tierra y a su gente, en Galilea, junto a un mar simbólicamente abierto a las naciones del entorno. Su relación con Galilea culmina en 14, 28 y 16, 7 donde Jesús (o el joven pascual) manda a los discípulos a Galilea, lugar que será para Marcos espacio fundante y el signo duradero de la iglesia.

Proclamando el evangelio de Dios. La evocación de Galilea no es suficiente, ni tampoco la entrega del Bautista. Lo propio de Jesús es la “proclamación del evangelio de Dios” (algunos manuscritos ponen “del Reino”). Se cumple así lo que se había anunciado en 1, 1 (el comienzo del evangelio), y de esa forma él aparece “proclamando el evangelio”. Esta palabra (evangelio) proviene de la tradición profética de Isaías y quizá ha sido empleada por el mismo Jesús. Pero todo nos permite suponer que ella ha tomado una importancia centran entre los cristianos helenistas y luego en Pablo. 

El progreso temático es claro: pasamos del Bautista (desierto/río) a Galilea, descubriendo allí el mensaje de Jesús, abierto a todos los humanos. No se encierra Jesús en las casas, susurrando al oído un secreto de iniciados; no se instala en la escuela, ofreciendo cursos largos de enseñanza especializada, no ofrece su palabra a la vera del templo sagrado (a los puros), ni a la orilla del río/desierto (a los especialistas de la penitencia). Viene a Galilea, ofreciendo su evangelio para todos; lo hace con claridad (que se entienda bien), en voz alta (que lo escuchen), como heraldo o pregonero de buenas noticias que deben extenderse por el pueblo.

Palabra (1, 15). El evangelio de la iglesia se condensa en el mensaje de Jesús: «Se ha cumplido el tiempo y ha llegado el Reino de Dios; convertíos y creed en el evangelio» (1, 15). Ésta es la palabra clave, que consta de dos frases paralelas dobles, cada una con dos partes, unidas por un kai (y). Como resulta usual en Marcos, la segunda sirve para precisar el sentido de la primera: se ha cumplido el tiempo "y" llega el reino (el reino define y da sentido al tiempo); convertíos "y" creed en el evangelio (la fe da sentido a la conversión).

La narración aludía el Evangelio de Dios. Jesús habla de El Reino de Dios. De las dos maneras se trata en el fondo de lo mismo, pues en ambos casos tenemos un genitivo “epexegético”, es decir, que sirve para interpretar el sentido de la palabra a la que califico. Así el Evangelio “de” Dios quiere decir que el Evangelio o buena noticia es el mismo Dios, aquello que él es y, ciertamente, aquello que Dios hace (con genitivo de objeto). Ahora el Reino “de” Dios quiere decir lo mismo: que el Reino es el mismo Dios (y aquello que hace).

En el lugar donde estaba la conversión y penitencia del Bautista viene a situarse la buena noticia de Dios (que es el Reino de Dios), buena noticia y reino que Jesús expande a hombres y mujeres de su tierra aquello que Dios mismo le ha dicho (¡eres mi Hijo...!) y que se expresa en la victoria sobre lo diabólico. Su experiencia es buena noticia; la palabra de su vida puede hacerse ya palabra y principio de existencia para aquellos que quieran escucharle, acompañarle. De esa forma el camino de Jesús se hace camino para todos los humanos, empezando en Galilea:

El tiempo se ha cumplido "y" (=porque) ha llegado el Reino de Dios, esto es, el tiempo de la Palabra. El cielo se ha rasgado y Dios se hace presente en Jesús (1, 9-11). Por eso él puede expandir su experiencia, ofreciendo espacio de vida filial y fraterna (de amor) a quienes quieran escucharle. El Reino de Dios se identifica con aquello que Jesús ha recibido en su bautismo. Quiere que todos escuchen (escuchemos) la voz de Dios que dice (eres mi Hijo!, recibiéndola de forma compartida, fraterna, solidaria. Porque el reino de Dios ha llegado podemos y debemos afirmar que el tiempo se ha cumplido, han culminado las promesas de 1, 2-3.

Se ha acercado el reino de Dios. Ésta es la experiencia original, el principio motor del evangelio. La solución de los problemas que atenazan a los hombres no depende simplemente de ellos, de forma que no se encuentran condenados a buscar su salvación con obras propias, con un esfuerzo duro al servicio del cambio social o personal. Hay algo previo, hay evangelio: Dios existe y viene (está viniendo ya) para ofrecer su reino o señorío salvador para los hombres.

Se ha cumplido el tiempo. Juan moraba todavía al otro lado, antes de que el tiempo terminara y se cumpliera; por eso, dentro de la lógica de la profecía israelita, debía mantenerse en actitud de conversión penitencial. Pero ahora, cuando llega el reino que Jesús anuncia, el tiempo (kairos) de los hombres se ha cumplido. Nos encontramos ya del otro lado de la historia. Por eso, frente a las posibles pequeñas conversiones que sólo cambian por fuera lo que existe, dejando que en el fondo todo siga como estaba, Jesús nos ha ofrecido una gran mutación, es decir, el nuevo nacimiento. Dios nos hace ser, y de esa forma somos: herederos y testigos de su gracia.

Convertíos "y" creed (=porque creéis) en el evangelio. La pertenencia al reino no se logra por la carne y sangre, es decir, por los principios naturales de la historia (poder genealógico, imposición política) sino por meta-noia o con-versión interpretada como cambio de existencia. Superando el nivel previo de lucha, viene a desplegarse ahora un extenso y gozoso continente de existencia filial, hecha de gratuidad y expresada como fe en el evangelio, es decir, como acogida de la buena noticia de Dios. No es la conversión la que causa el evangelio sino al revés: el evangelio de Dios, que aceptamos por Jesús con fe gozosa, nos convierte, nos transforma, haciéndonos capaces de acoger y construir la familia mesiánica o iglesia.

  • Creed en el evangelio (=creed en la Palabra, compartid la Palabra). Frente a los principios viejos de la historia, que son obras angustiosas y batallas, que son fuertes envidias y estrategias de poder (como irá señalando todo el evangelio), Jesús pone a los hombres ante el principio de la fe. No se trata de creer en cualquier cosa, en ejercicio simple de autoengaño, sino de creer en el evangelio, en la buena nueva de Dios que ama a los hombres. De una vez y para siempre, en la tierra Galilea, ha venido a realizarse la mutación humana principal, el cambio que conduce de la vieja a la nueva historia. Al a venida del reino de Dios responde el hombre con fe, es decir, con el propio y fuerte asentimiento. Aceptar el don de Dios, reconocerse amado: esta es la verdad, es el poder del evangelio de Dios en nuestra vida.
  • Convertíos. La palabra (metanoeite) se puede traducir de dos maneras, y ambas buenas: convertíos, es decir, naced de nuevo por la fe en el Dios del reino, o dejaos convertir: dejad que el mismo Jesús, anunciador del reino, transforme vuestra vida, haciendo que seáis capaces de responder a su llamada. No nos convertimos nosotros para que Dios venga después y nos ofrezca el premio que se debe a nuestras obras. Sólo nos convierte el evangelio del reino, es decir, la buena nueva de la palabra creadora del amor de Dios donde venimos a vivir en realidad y renacemos. Dios nos quiere convertir, de tal manera que seamos hombres nuevos: ésta es la verdad, es la palabra radical del evangelio.

 Los momentos del pasaje son fundamentales y se implican mutuamente: hay un Dios que viene, ofreciendo su misma realidad (su ser) como evangelio; por eso nos transforma por sí mismo, es decir, desde el principio soberano de su gracia; pero es tan intenso su poder que logra transformarnos de manera humana, haciendo que nosotros mismos nos hagamos seres nuevos. El evangelio no es anuncio de un Dios que flota por arriba, dejando que la historia de los hombres siga como estaba, sino fuerza superior e interna del Dios que ha penetrado en nuestra vida; por eso, si no logra cambiarnos, si no envuelve por dentro nuestro ser y nos convierte en seres nuevos no es poder de reino, ni se puede tomar como evangelio.

En un primer momento parece que Jesús se ha limitado a proclamar, en nombre de Dios, esta buena nueva de transformación, como un simple pregonero que habla y deja que las cosas sigan como estaban. Pero pronto, a lo largo de todo lo que sigue, iremos descubriendo que este anuncio de reino (= evangelio) queda vinculado y de algún modo encarnado en la persona de Jesús: no se limita a proclamarlo, sino que lo ha expandido y realizado como vida, ofreciéndolo con obras y palabras a los hombres de su entorno (1,14-8,26).

 Jesús no ha pedido nada. No aparece en el texto como un suplicante que implora a Dios agua para el campo, hijos para la familia, fortuna para la casa, vida para los enfermos... Simplemente ha venido en busca de Dios, con los penitentes del Bautista y ha escuchado la voz ¡eres mi Hijo! empezando  a convocar a los hombres a través de su Palabra, y para ello necesita unos colaboradores

Síganme y yo los haré pescadores de hombres" (Mateo 4, 12-23)

PESCADORES DE HOMBRES, HOMBRES DE PALABRA (1, 16-20)[2].

  •  (Simón y Andrés)16 Y pasando junto al Mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés que estaban echando las redes en el mar, pues eran pescadores. 17 Jesús les dijo: Venid en pos de mí y os haré pescadores hombre. 18 Ellos dejaron inmediatamente las redes y lo siguieron.
  • (b. Santiago y Juan)19 Un poco más adelante vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan. Estaban en la barca reparando las redes. 20 Jesús los llamó también; y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él.

  El lenguaje que emplea Jesús es performativo (creador), pero no arbitrario, pues él descubre y crea una intensa continuidad significativa entre el signo actual de los pescadores, que extienden y arreglan sus redes, para pescar en el lago, y la realidad final de la pesca salvadora para todos los hombres y mujeres de la tierra, es decir, del mar de este mundo. Estamos en el centro de un mensaje parabólico que la tradición evangélica utiliza con cierta frecuencia.

Conforme al signo de la siembra, que encontraremos en Mc 4,3-9 par, Jesús podría haber llamado a su tarea a unos obreros del campo (agricultores), diciendo “yo os hare sembradores de hombres”. Utilizando el signo del pastor que ha de cuidar a las ovejas frágiles o errantes (cf. 6,34, 14,27), podría haber llamado a los ovejeros del entorno, diciendo “yo os hare pastores de hombres y mujeres” (cf. también Jn 21,15-19). Pues bien, conforme a una tradición que es muy significativa, Jesús comenzó llamando a cuatro pescadores, porque descubrió en su oficio un rasgo o motivo que podía ayudarles a cumplir mejor su nueva tarea escatológica de reino. Aquí ha venido a situarnos Mc 1,16-20 . Éstos son algunos de los rasgos principales de su gesto:

  • Jesús llama a personas que conocen bien su oficio: son expertas echar redes en el agua, saben arreglarlas, están en la barca, son expertos en faenas de pesca. No son profesionales de la religión (escribas, sacerdotes), sino trabajadores del mar, expertos en el duro oficio de la pesca, muy extendida y valorada por entonces en el mar de Galilea. Según eso, el proyecto de reino de Jesús se encarna y expresa a través de unos trabajos ordinarios, penetrando así en el centro de la vida de los hombres. No hace falta ser especialistas en cosas de Dios para escuchar la llamada de Jesús; pero es importante ser experto en trabajos de la tierra.
  • La palabra de Jesús transforma ese oficio anterior, convirtiéndolo en señal de un compromiso más alto al servicio del Reino: «Os haré pescadores de hombres» (portadores de una palabra que libera y vincula a todos los hombres de la tierra). Jesús aparece así como “formador” de trabajadores para el Reino, transformando la pericia precedente en la faena de la pesca en punto de partida o principio de una pericia superior: pescar hombres, recogerlos, transformarlos para el reino, ofreciéndoles la Palabra. Jesús ha visto a los hombres como peces amenazados y perdidos en un mar adverso, por eso quiere pescarlos para el Reino. Resulta normal que Jesús haya escogido como compañeros (primeros misioneros) a cuatro pescadores.
  • Es necesaria una ruptura. Los llamados por Jesús han de dejar redes y barca, padre y jornaleros (es decir, trabajo, posesiones, familia) para seguirle en camino de reino al servicio de la nueva faena escatológica. Empieza de esa forma el más alto aprendizaje que debe realizarse ya a la vera de Jesús y al imitarle. Sólo el pescador de Dios que es Cristo puede adiestrar a sus colaboradores de tal forma que su vocación (llamada) venga a convertirse en principio de un seguimiento que transforme la existencia.

            Jesús les he llamado para que sean colaboradores suyos o, mejor dicho, para que realicen su obra. El cuarto evangelio presenta su llamada de un modo históricamente más “verosímil”, situando a los primeros discípulos de Jesús en el contexto de Juan Bautista, mostrando así que ellos están preparados para la tarea que van a recibir (cf. Jn 1, 29-51). En contra de eso, Marcos ofrece una visión mucho más simbólica (y teológica) del tema: no le preocupan los elementos históricos, ni psicológicos de estas vocaciones, sino los estrictamente evangélicos y eclesiales; a su juicio, Jesús ha llamado a estos cuatro pescadores de una forma abrupta, sin preparación de ningún tipo, sin decir que ellos habían sido discípulos de Juan Bautista; de ahora en adelante, él caminará por Galilea como Pescador Mayor del Reino, acompañado de sus cuatro Ministros Pescadores, poniendo así de relieve su “soberanía”, pues él comienza actuando como Dios, y así llama a quienes quiere, ofreciéndoles una tarea que forma parte de la llegada del Reino de Dios.

 Jesús ha venido a proclamar la llegada del Reino de Dios, y para suscitarlo necesita colaboradores, personas dispuestas, que sepan trabajar y le acompañen en su obra. Significativamente empieza llamando a cuatro “pescadores” escatológicos, que son como signo y anuncio de la pesca final (como los cuatro ángeles del juicio de 1 Henoc 6-39, encargados de dirigir la lucha final de la contra los poderes perversos). Todo se realiza junto al mar de Galilea, lugar de la Gran Pesca (en contra de Joel 4, donde la Reunión final acontece en el Valle de Josafat, junto a Jerusalén):

 − Pasa a la vera del mar de Galilea. Ha dejado el desierto y el río de Juan Bautista, no ha buscado en escuelas o templo, sino junto al mar que es origen y meta del mundo, junto al mar donde nacen y acaban los pueblos se sitúa Jesús. Viene a observar, como dejando que la vida le sorprenda; luego llama, en vocación que es signo de todas las restantes vocaciones de la historia, a la vera del mar, donde se anuncia y se juega el futuro de la historia humana.

Llama a Simón y Andrés, diciendo que le sigan, para hacerles pescadores de reino. Tiene un proyecto: necesita juntar a los humanos, sacarlos del mar (del espacio de muerte) en que se encuentran y juntarlos en la playa de la fraternidad del reino. Necesita especialistas que dejen las redes del trabajo material del mundo (diktua) y asuman su tarea mesiánica (1, 16-17). Por el carácter ejemplar de sus personas, estos pescadores aparecen en el texto sin historia precedente. No importa lo que han sido, lo que han hecho; no pregunta Jesús de dónde vienen. Jesús llama, ellos responden: eso es todo. Ellos echan las redes; Jesús les interrumpe en el momento de la pesca. No se dice si tienen barca, si son dueños o criados. Sólo podemos conocer que son hermanos y que tienen nombre griego (Andrés) o helenizado (Simón parece forma griega del hebreo Simeón); ciertamente, son israelitas galileos o de la cercana Gaulanítide (Golán) donde parece estar su patria que es Betsaida (cf. Jn 1, 44), pero están bajo el influjo del ambiente helenizado.

Llama después a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo. Parecen ricos: tienen barca propia, un padre con el que trabajan y unos jornaleros. Por eso han de dejar más que la redes: abandonan al padre, que es autoridad, ley básica de la vieja tierra y a los asalariados (misthôtoi), subordinados del trabajo. Padre y obreros pertenecen a este mundo viejo; quien se ponga al servicio de Jesús ha de dejarlos. Los zebedeos aparecen mejor determinados: llevan nombre estrictamente hebreo (Juan, Jacob-Santiago), trabajan bajo el mando de su padre y tienen jornaleros. Viven, según eso, en un ambiente familiar (padre) y social (criados) más jerárquica. Quizá deba entenderse desde aquí el deseo de poder que luego muestran (en 10,35-45) .

 La palabra de Jesús abre un camino de seguimiento. Él llama, diciendo «venid en pos de mí», y ellos le siguen (van en pos de él). Éste es un camino fundado en la promesa de Jesús (os haré pescadores de hombres), de manera que puede suponerse que ellos vencerán los obstáculos que encuentren, para convertirse al fin en compañeros de Jesus en la faena escatológica. Pero entre llamada y cumplimiento hay un largo período de maduración y prueba, de incomprensión y muerte Esa incomprensión de los discípulos (especialmente de Pedro) es tema central de Marcos, como iremos señalando en lo que sigue.

El hecho de que Jesús llame a unos pescadores “expertos”, en el sentido social de la palabra, tiene gran importancia. Para preparar su reino, Jesús no necesita profesionales de la religión, no busca hombres de culto ni tampoco devotos rezadores, sino buenos trabajadores, conforme a un criterio y simbolismo muy preciso. Solo aquellos que saben pescar bien en este mundo podrán volverse buenos pescadores para el reino.

 Estos cuatro pescadores, que aparecen desde ahora como compañeros de Jesús en la tarea de pesca del reino, son un signo de todos aquellos que el Maestro irá llamando en el arco de su vida y en el tiempo de la histona de la Iglesia. Ellos trazan eso que pudiéramos llamar modelo básico y fundante de toda vocación. Jesús ha convocado a los que están de alguna forma atareados, a los que saben hacer algo y pueden ya aplicarlo desde y para el reino.

Entre el oficio antiguo y el nuevo existe un tipo de continuidad: sembrar, pescar, pastorear, enseñar para el remo. Pero, al mismo tiempo, hallamos una más fuerte ruptura. Simón y Andrés tienen que dejar las redes recién echadas sobre el lago. Santiago y Juan han de separarse de la barca, del padre y los cenados, iniciando con Jesus una aventura arriesgada de libertad creativa al servicio del reino. Quizá pudiera afirmarse que, para seguir de verdad a Jesús, se deben quemar las naves (o abandonarlas en la orilla), iniciando un camino sin retorno. No se trata de probar por un momento y luego volverse atrás, si es que no (me) vale. Solo una ruptura fuerte y una decisión mantenida nos hace pescadores de hombres, es decir, mensajeros del reino sobre el duro mar del mundo (Marcos 4,35-41; 6,45-52; cf. Mt 8,18-22; Lc 9,57-62).

Pesca final, cuatro pescadores 

Siglo 14 - La vocación de los Apóstoles Pedro y Andrés, 1308 - Duccio di  Buoninsegna Fotografía de stock - Alamy

Estos cuatro primeros discípulos aparecen así como signo de misión universal y escatológica (son cuatro, expresión de la tierra, de los elementos cósmicos), parábola del reino. Les ha convocado Jesús, ofreciéndoles tarea y ellos le han seguido, poniéndose al servicio de su reino:

 −En el principio está Jesús, diciendo: «venid en pos de mí» (deute opisô mou). En lugar del padre o de las redes, del dinero y de la barca se sitúa él, como nuevo patrono que ofrece garantía de vida y trabajo a quienes llama. Tiene autoridad, y por eso ellos le siguen, dejándolo todo. No les reúne desde cosa alguna (enseñanza, templo, negocios...) sino en torno a su persona, de manera que él aparece así como portador de la tarea de Dios sobre el mundo, de la gran pesca escatológica.

Llama a dos parejas de hermanos pescadores. Quizá representan el riesgo de la fraternidad violenta (cf. Gen 4) que debe superarse, en línea de reino. Son cuatro y parecen un signo de los puntos cardinales, columnas o pilares de la nueva humanidad reconciliada. Ellos ofrecen (antes que los doce apóstoles del nuevo Israel de 3, 14) el principio y garantía de la pesca universal, pesca de Dios, culminación escatológica. Son cuatro, los primeros pescadores misioneros, iglesia interpretada en forma de comunidad de pesca. En un sentido ellos dejan la barca (ya no trabajan con ella), pero en otro la recuperan, poniéndola al servicio de los viajes misioneros (eclesiales) de Jesús. Cuando hablemos más tarde de la iglesia como barca en plena mar (4, 35-41; 6, 46-52; 8, 14-21) recordaremos a estos cuatro.

Les dice os haré pescadores de hombres, es decir, pescadores al servicio de la humanidad (1, 17). Ellos lo dejan todo por cumplir su misión, poniendo hasta su barca al servicio de Jesús (cf. 3, 9; 4, 3-5 etc.). Habiendo aparecido aquí, al principio de Marcos, emergerán de nuevo en el último discurso de Jesús, allí donde se anuncia el fin del tiempo (13, 3) y la venida de los ángeles de Dios para reunir a los escogidos de los cuatro "vientos" o extremos de la tierra (13, 27) .

Llama a cuatro, y lo hace sin duda de manera expresa, significativa, para presentarse junto al lago de Galilea como heraldo de la Pesca Universal del Reino, extendida a los cuatro puntos cardinales. Jesús no ha venido con un libro (como los escribas), enseñando las leyes de la iglesia, interpretando la Escritura de Israel o la sabiduría de los pueblos. Tampoco ha traído unos planes ya fijados, definidos de antemano, sin necesidad de personas que le siguen y acompañan en la obra de su reino. Tiene un proyecto de nueva humanidad, está esperando la Gran Pesca final, y por eso llama a cuatro pescadores, que son signo de la humanidad, pero también de todos los que luego cumplen con él (por él) la tarea de convocar y reunir a los humanos para el reino.

[1]  Cf. S. Freyne, Galilee, Jesus and the Gospels, Fortress, Philadelphia 1988, en especial págs. 33-68; Galilee from Alexander the Great to Hadrian 323 BCE to 135 CE. A Study of Second Temple Judaism, Clark, Edinburgh 1998; J. González Echegaray, Jesús en Galilea. Aproximación desde la arqueología, Verbo Divino, Estella 2000. Sobre el mensaje del Reino, cf. R. A. Horsley, El Reino de Dios y el Nuevo desorden mundial, Ágora 14, Verbo Divino, Estella 2003; R. Schnackenburg, Reino y reinado de Dios, AB 3, Fax, Madrid 1970

 [2]  F. J. Moloney, The Vocation of the Disciples in the Gospel of Mark, Salesianum 43 (1981) 487-516; R. Pesch, Berunfung und Sendug. Eine Studie zu Mk 1,16-20,ZkTh 91 (1969) 1-31; W. Wuellner, The Meaning of "Fishers of Men', Westminster, Philadelphia 1967. Sobre la posible relación de patronazgo de Jesús con sus discípulos, en el contexto antiguo, cf. B. J. Malina, El mundo del Nuevo Testamento, Verbo Divino, Estella 1995, 126-130; Patron and Client. The Analogy Behind Synoptic Theology, Forum 4 (1988) 1-32. J. D. Crossan insiste en que Jesús ha superado todo patronazgo: Jesús. Vida de un campesino judío, Crítica, Barcelona 1994, 352-408

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