Evangelio sin glosa y reforma institucional (con M. R. Losada)

Cuando el papa Bergoglio tomó el nombre y lema de Francisco asumió, al menos implícitamente, los dos grandes lemas de su movimiento.

(1) Un evangelio “sin glosa”, es decir, el retorno radical a la historia de Jesús que había quedado velada y borrada en infinidad de normas, costumbres y riquezas.

(2) La reconstrucción de una Iglesia que se estaba derrumbando, como había hecho el mismo Jesús de Nazaret, que no sólo anunció la caída del templo de Jerusalén, sino el propósito firme de reedificarlo en tres días.


Yo mismo propuse hace algún tiempo un modelo de cambio que iba en esa línea, al final de Una Roca sobre el Abismo. Historia y Futuro de los Papas (Trotta, Madrid 2006). Aprovecho la ocasión para actualizar aquel esquema en este nuevo contexto de cambio en la continuidad que abre el nuevo Papa.

Ofrezco hoy de nuevo sus dos principios, a los que añado una reflexión de mi amigo M. R. Losada, profesor de psicología y teoría de las instituciones en la Universidad de Salvador (Brasil) con ocasión de la renuncia de Bento XV, proponiendo un cambio institucional.

Los dos principios

1. Volver al Evangelio “sine glosa”, a la “historia de Jesús”.

es decir, sin añadidos, de un modo claro y decidido, como quería Francisco de Asís, patrono y modelo del nuevo Papa. Se habían multiplicado por entonces (comienzo del siglo XIII) las glosas, comentarios y escolios de tipo social, sepultando el evangelio bajo un inmenso edificio de interpretaciones legales, económico-sociales y militares. Ahora sucede lo mismo, pero con más intensidad.

El mismo Vaticano es una “glosa”, que dice estar al servicio del Evangelio, pero que en parte lo tapa y oculta. Por eso es necesario borrar la glosa y volver a la música y al texto original de Jesús, en pobreza y fraternidad (comunión). Volver a la historia del principio, es decir, al amor primero, como quiso Jeremías, patrono y modelo de Jesús.

Volver a la historia de Jesús (evangelio sin glosa), a pesar de que son muchos los quieren olvidarlo, rechazando esa historia de amor y de reino, para quedarse en las pesadas construcciones posteriores de sistemas sociales y sacrales posteriores. No queremos un Vaticano “al servicio” del Evangelio (como dice estar), sino un Vaticano y una Iglesia que sea Evangelio, es decir, que retome en su origen la experiencia y la tarea de Jesús.

Posiblemente, el Vaticano ha tenido buenos fines, como ha sabido la tradición jesuítica (AMDG: A mayor gloria de Dios). Pero esos fines (que son los del Reino de Dios) no justifican muchos medios vaticanos actuales, como debe saber un Papa que viene de la Compañía de Jesús, formada por Magdalena y Pedro, por Andrés y María... Ciertamente, el Vaticano y la Iglesia quieren estar al servicio del Evangelio, pero algunos de sus medios actuales van en otra línea.

2. Potenciar un cambio institucional en linea de "evangelio sin glosa"

No se trata de negar y destruir la institución como muchos quieren (para así volver a un tipo de puro anarquismo espiritual), sino de repensarla y recrearla “a capo”, desde la raíz del evangelio. El tema (difícil, pero no imposible) es lograr que el Vaticano y la Iglesia pasen por el ojo de aguja del Reino, como el camello de la parábola de Mc 10, 25. Así lo entendió Francisco cuando, para cumplir el evangelio sin glosa, como pedía a sus hermanos, tuvo que quitarse los vestidos de burgués ilustre en la plaza de Asís, quedando desnudo ante Dios y ante los hombres y mujeres que miraban admirados.

Así debe quedar la iglesia, nuevamente desnuda, como Cristo en la Cruz, no para morir sin más, sino para caminar de nuevo, ligera de equipaje, rica de ilusión y de tareas de Reino, como quiso el Vaticano II, aún no cumplido. Los papas anteriores (Juan Pablo II y Benedicto XVI, siendo ambos de inmensa talla humana, han representado un “termidor” eclesial, una reacción de miedo y ley firme frente a los posibles riesgos del Evangelio (¡los riesgos de Francisco!), y han puesto su poder al servicio de un control uniforme que va en contra de la libertad del Evangelio, del movimiento de Jesús y de la primera Iglesia.

Juan Pablo II venía de un “anticomunismo” sano, pero no supo entender la novedad del evangelio en un mundo distinto, y además dejó la Curia Vaticana en manos de sí misma y nombró al C. Ratzinger censor más que impulsor de evangelio. Por su parte, Ratzinger, tomando el nombre de Benito (gran monje), fue incapaz de retomar el impulso de Jesús y no supo aplicar a nuestro tiempo lo Benito hizo en el suyo.

Por eso, tras cincuenta años de Vaticano II negado, debemos volver al evangelio, pero no de un modo cualquiera, sino proponiendo un nuevo despliegue institucional de la Iglesia. Queramos o no, estamos en un “período instituyente” en el sentido radical del término. El modelo actual de Iglesia no sirve, y debemos recrearlo a fondo, para que el vino de Jesús siga corriendo por los añosos sarmientos de su cepa.

El primer lema de Francisco (Evangelio sin Glosa) exige un fuerte cambio institucional, al servicio del Reino de Dios: “…y al tercer día lo reedificaré”. Estamos al tercer día, es tiempo de reedificar la institución. Éste es el tema de fondo de mi libro sobre la Historia de Jesús (Estella 2013), donde propongo un cambio fuerte de la Iglesia, partiendo de la raíz del evangelio.

Ése es el programa del nuevo Papa Francisco. En ese contexto quiero agradecer las reflexiones que me ha enviado hace algún tiempo mi amigo Manuel Rodríguez Losada, psicólogo y experto en Relaciones Institucionales, profesor de la Universidad de Salvador. Así veía la situación tras la renuncia de Benedicto XVI (a partir de ella podremos seguir edificando). Gracias Manuel, lo que sigue es tuyo



Ratzinger- Bento XVI: luzes e sombras

Criticar ou elogiar a Igreja num momento como este é muito fácil. A mídia tem feito isto no mundo inteiro. O meu propósito é mais modesto: pretendo, apenas, apontar algumas luzes e sombras de Bento XVI que renuncia ao pontificado.

Por dever de ofício, tive que conviver, no decorrer de duas décadas, com um “bispo-teólogo”, que exercia suas funções na Arquidiocese do Rio de Janeiro. Ao final desta experiência fiquei com esta avaliação pessoal: o reverendo nem era bom teólogo nem bom bispo, pela simples razão de que ele unia, na sua pessoa, duas dimensões que nem sempre caminham juntas: saber e poder. A junção destas duas dimensões, no mesmo indivíduo, é, com freqüência, o caminho mais curto para o “pensamento único”, com tudo que isso significa ao nível institucional.

É esta a sensação que sempre tive a respeito de Ratzinger e depois de Bento XVI. Não sou capaz de avaliar sua teologia, coisa que deixo para o teólogo com maiúscula, Pikaza, muito menos suas intenções pessoais. Considero este acontecimento à luz da Análise Institucional. O teólogo da Instituição eclesiástica, Ratzinger, foi escolhido por João Paulo II justamente para “enquadrar” as melhores cabeças pensantes da Igreja no mundo inteiro, num total de 139 teólogos, os melhores, entre eles Pikaza. Os mais expressivos, naquele momento, tiveram que sentar na cadeira de Galileu para escutar a sentença condenatória.

Isto me faz pensar que Ratzinger representa, na Igreja pós- Vaticano II, uma contra-revolução conservadora, uma espécie de Termidor (Revolução Francesa) na modernidade. Com efeito, o Vaticano II representa a entrada da Igreja no mundo moderno. Quando Ratzinger elimina as cabeças pensantes da Instituição eclesiástica, se impõe, de novo, o pensamento único, se juntam saber e poder. E aí a direção é o caminho das trevas, com o risco da Instituição eclesiástica implodir sobre si mesma, sem condições de se adaptar às mudanças exigidas pela modernidade (ou pós-modernidade).

João Paulo II se formou no confronto com o comunismo. Como Papa foi elemento chave para a derrocada do mesmo. Isto foi bom por um lado, negativo por outro. Nunca entendeu a teologia da libertação, nunca entendeu a América Latina, nem a África. Bento XVI, como diz seu nome, se programou para re-evangelizar a Europa, esqueceu que o grande peso da evangelização no mundo hoje está fora da Europa. Continuou sem entender a América Latina, a África, o Oriente, especificamente a China.

Isto sem falar dos problemas internos do Vaticano, que possivelmente o desbordaram. Era um bom intelectual (um teólogo da instituição eclesiástica), possivelmente não um bom governante.

Com certeza, a Igreja é uma realidade divina. Leão XIII teria dito que a maior prova de que a Igreja é divina é que os homens não são capazes de acabar com ela, nem os papas, nem os teólogos, nem os padres, nem impérios. Ao mesmo tempo, a Igreja é uma realidade humana. Como realidade humana precisa se renovar, voltar ao Evangelho, a barca de Pedro precisa voltar ao estaleiro para uma “faxina geral”, a fim de mergulhar em “águas mais profundas”.

Nunca tive simpatia por Ratzinger, muito menos por Bento XVI. Entretanto, a última decisão dele de renunciar me enche de ânimo. Acredito que estamos diante de um fato absolutamente inédito. Novo no tempo, novo no significado. A renúncia da Bento XVI é um fato instituinte, em sua dimensão histórica . Passaram-se seis séculos desde a última renúncia. Mesmo estando prevista no Código de Direito Canônico, deixou o mundo estupefato.

Além de nova historicamente, a renúncia do papa é um fato significativo em termos institucionais. Dessacraliza a instituição eclesiástica. Separa as duas “naturezas”, a divina e a humana, do sucessor de Pedro. Como homem, Ratzinger chegou aos 85 anos e aí não tem condições físicas de liderar uma instituição complexa e milenar como a Igreja. Em junho deste ano viria ao Brasil para se encontrar com a juventude. Entendeu que não teria mais condições de se comunicar com os jovens de hoje.

Com a renúncia, Bento XVI está dizendo, como João Batista: eu não sou Aquele que deve vir, nem sou digno de desamarrar suas sandálias. O importante na Igreja é Jesus. Diante deste ato papal, eu me curvo e começo a pensar em novos tempos para a Igreja. Novos tempos, se forem tiradas as conseqüências, para as outras instâncias eclesiais, deste ato profético de Bento XVI.

Quando os teólogos mais lúcidos nos estão ajudando a ver a realidade humana de Jesus, Bento XVI não tem medo de mostrar sua natureza “envelhecida” e renuncia. Que saibamos tirar as conseqüências.
Volver arriba