Una experiencia y tarea de fraternidad FT 5. El camino de la fraternidad

Parece que nadie necesita que le digan qué es ser hermano, pues lo sabe por experiencia y contexto: hermanos son los que nacen de un padre/madre o, de manera más extensa, de un grupo familiar, generalmente presidido por un patriarca o jefe de clan. Hermanos son los que han crecido juntos, de manera que poseen así unos rasgos comunes de procedencia.  

  Pero en este mundo y en esta iglesia (año 2020), a pesar del programa de la Revolución Francesa (Libertad, igualdad, fraternidad) y del "dogma" de los cristianos (todos los hombres son hermanos) hay en el mundo un inmenso déficit de fraternidad. Ciertamente, como decía un famoso libro "todos los cerdos son hermanos"... pero unos más que otros. 

Desde ese fondo (y para superar el riesgo de unos más hermanos que otros) ha escrito el papa Francisco esta encíclica (Fratelli tutti, todos hermanos), que no voy a comentar, pues haría falta leerla entera. Me limito a ofrecer unos elementos básicos sobre el sentido humano y cristiano de la fraternidad.

 Principios y niveles

La fraternidad, que ha tenido un origen familiar/tribal y religioso (relacionado con el cristianismo) ha pasado a ser, conforme a la revolución francesa, uno de los elementos de la liberación social, tal como ha sido programada por la Revolución francesa: Liberté, Egalité, Fraternité(libertad, igualdad, fraternidad). Éste sería el amor social más grande: todos nacemos de una misma “diosa” humanidad, todos somos desde ella y para ella iguales y hermanos, por encima de las diferencias religiosas y estamentales propias del régimen antiguo, expresado en la monarquía sagrada.

Este “amor de fraternidad” estaría inscrito en nuestra vida y provendría de la misma naturaleza, que nos ha engendrado hermanos. En ese sentido, todos nosotros, los que nos declaramos de algún modo herederos de la Revolución Francesa y de la Ilustración occidental, creemos en la fraternidad: más allá de las involuciones políticas, de las huidas racionales, de los ejércitos regula­res o irregulares, de los cantos imperialistas de cualquier signo y de todos los mesianismos socio-religiosos particulares, nosotros, tú y yo, creemos en la fraternidad, entendida como don y tarea. Esta fraternidad, que nos vincula a todos los hombres y mujeres de la tierra, es algo que nos desborda. Pero, al mismo tiempo, ella viene a presentarse a modo de camino, complejo y tenso, que debemos precisar en cada plano.

  1. Hay un plano familiar y psicológi­co, que sigue siendo el más importante de todos. Hemos dicho ya que el hombre (varón mujer) es un viviente que nace del amor de unos padres, de un amor que le engendra y que él ha de acoger de un modo personal. Pero, el hombre nace con otros, dentro de un grupo de hermanos-compañeros, hijos, en general (pero no exclusivamente) del mismo padre-madre, que le acompañan (acogen y/o rechazan) y con los que él ha de crecer. Este amor de fraternidad o crecimiento compartido constituye un elemento clave de la vida humana y ha sido evocado, de un modo crítico, desde el principio de la Biblia, con el ejemplo de los hermanos que disputan el favor del “padre Dios”, Caín y Abel, siendo el uno asesino del otro. Desde ese fondo se puede y debe hablar de amor de hermanos, en sus diversas formas: de hermanos en general (hermandad), sólo de hermanas (sororidad)… Pero se puede hablar también de odio de hermanos, de recelos y de enfrentamientos. Ciertamente, la paternidad/filiación son esenciales para entender la historia, de manera que un hombre o mujer empieza siendo “hijo/a de”. Pero, a su lado, es esencial la hermandad/sororidad: a un hombre o mujer le definen sus hermanos.
  2. Hay un segundo nivel que puede llamarse social o nacional. En este plano, la fraternidad se ensancha y abarca a los miembros de un colectivo más extenso, especialmente a un nación, palabra que viene de nasci, nacer, nacer juntos. El estado en cuanto tal tiene otro origen y funciones, que pueden ser infra-nacionales (una nación en varios estados) o supranacionales (un estado que integra varias naciones); su función es básicamente política de carácter racional, de manera que, estrictamente hablando, no se puede hablar de amor al estado. Por el contrario, la nación tiene unos elementos que están más vinculados al surgimiento de la vida, es decir, al nacimiento compartido en el nivel de las tradiciones, las costumbres y, en general, de una lengua; por eso se puede hablar de un amor a la nación, entendida como familia de familias. La fraternidad nacional puede constituir un foco de violencia, allí donde el nacionalismo se vuelve intolerante, como de hecho sucede con cierta frecuencia. Pero, en general, esa fraternidad resulta no sólo positiva, sino necesaria para que la vida de grupos humanos más extenso tenga un sentido. Lo que pasa es que, lo mismo que en el nivel familiar más pequeño, esta fraternidad puede convertirse también en fuente de intereses partidistas y en foco de luchas, en las que se mezclan no sólo los intereses estrictamente nacionales, sino los supranacionales: unas naciones que quieren imponerse sobre otras, unos estados sobre las naciones, sin contar con los problemas que brotan de los grandes focos de unidad y división del mundo: del capitalismo y el imperio mundial.
  3. Hay un tercer plano de fraternidad religiosa, que ha empezado siendo nacional y se ha vuelto con el tiempo supranacional. En principio, como han destacado algunos grandes especialistas (cf. É. Durkheim), la religión ha tenido funciones nacionales: ha servido para sancionar y sacralizar los lazos de un determinado grupo social, vinculado a un Dios, al que se puede entender incluso como “tótem”, fuente y garantía de unidad del conjunto. Así se ha dicho que cada nación tiene su Dios, vinculado de manera muy intensa a sus devotos, que le deben la vida. En esta línea se ha mantenido hasta hace poco tiempo el llamado nacional/catolicismo (o cristianismo) que ha servido para sacralizar a un grupo nacional, frente a los otros. Desde hace tiempo, la fraternidad religiosa ha tendido a crear formas de unidad supra-nacional, como lo muestran budismo, cristianismo e Islam, por poner tres ejemplos. Los creyentes de esas religiones son hermanos porque tienen un padre o destino común (Dios, la liberación) y un gran hermano o profeta (Buda, Jesucristo, Mahoma) cuyas doctrinas y ejemplo les vinculan. Estrictamente hablando, esas religiones buscan una fraternidad que se abra a todos los hombres y mujeres de la tierra. Pero en un determinado momento una de esas fraternidades religiosas, entendida como fuente de amor para sus miembros (hacia dentro) puede convertirse en fuente de violencia hacia lo externo. En esa línea, algunos hablando ahora de los grandes fundamentalismos de las fraternidades religiosas, de manera que los “hermanos musulmanes” tienen que enfrentarse a los “hermanos cristianos” y viceversa, expandiendo así de forma universal las luchas de Caín y Abel.
  4. Hay un cuarto nivel de fraternidad que, que llamo racional, conforme a la visión de la Revolución Francesa. Todos los hombres y mujeres son hermanos porque comparten la misma “razón”, no por nacimiento nacional o religioso: todos provienen de una misma humanidad, no sólo de un genoma biológico (que define la especie humana), sino de un tipo de “pensamiento genético”, es decir, del lenguaje y la palabra, que permite que nos comuniquemos, todos nosotros, participando de una misma tarea humana. Nacemos de una vida común, crecemos en la red o entrelazado de un mismo pensamiento, tenemos una misma meta humana.

 Después de decir eso, podemos y debemos añadir que, siendo espacio de amor compartido, la fraternidad ha sido desde tiempos muy antiguos una causa y motivo de conflictos. Conforme a la Biblia, los primeros hermanos (Caín y Abel: cf. Gen 4) se han enfrentado por causa de la “bendición de Dios” (o por cualquier otro motivo), de manera que el amor fraterno se ha convertido en “odio fraterno”. La misma cercanía de los hermanos, impuesta por su origen común y por sus posesiones compartidas, puede convertirse y se convierte muchas veces en causa de disputa.

Fraternidad 2. Formas básicas 

La fraternidad tiene varios niveles que han culminado de algún modo en varios tipos de instituciones religiosas y racionales (económicas, políticas). Hay, según eso, dos elementos que siguen siendo básicos, uno racional (somos hermanos por ser racionales) y otro religioso (somos hermanos por ser Hijos de Dios). Esos elementos marcan las direcciones y motivos de la vinculación humana. Somos hermanos porque compartimos un mismo pensamiento… Somos hermanos porque poseemos un mismo origen y destino en Dios.

Desde ese fondo, las naciones han podido entenderse como grupos de fraternidad racional (con una lengua, un pensamiento dominante) y como grupos de fraternidad religiosa: cada nación es “hija de un Dios”, se encuentra protegida por un tipo de divinidad, de manera que sus miembros se unen por vínculos sagrados. En esa segunda línea, algunos investigadores como É. Durkheim han dicho que la religión es ante todo la sacralización de unos valores nacionales: ella ha servido y, en parte, sirve todavía para vincular a un grupo, dándole una conciencia de unidad y de destino. Los hombres y mujeres mueren; el Dios de la nación perdura. En esa línea, muchos añaden que el ejemplo más perfecto de esta identificación religiosa de un pueblo es el que ha surgido en la historia de Israel. Desde ese fondo, desde la perspectiva de occidente, se puede vincular y distinguir la fraternidad religiosa (cristiana) y la racional. 

Fraternidad religiosa. Amor cristiano. La fraternidad cristiana supera el nivel nacional (que era más propio del judaísmo), para abrirse al conjunto de la humanidad. Según el evangelio, todos los hombres son hermanos porque invocan al mismo Padre-Dios, porque se centran en Jesús, el salvador, y porque tienen una ley de vida en comunión, que es el Espíritu. Según eso, en el nivel del mundo, dentro de la historia concreta, no se puede hablar de «padres sagrados», ni siquiera de maestros, porque «uno es vuestro Padre, el de los cielos, y todos vosotros sois hermanos» (cf. Mt 23, 8-10). Entendida así, en ese nivel, la fraternidad no es derecho del hombre, ni es un signo del ser nacional, ni conquista que logra la historia. Es regalo de Dios, una gracia. No somos hermanos por mérito propio sino porque Dios ha querido hacernos sus hijos en Cristo. Por eso, a manera de voz primigenia, se puede añadir también el testimonio de san Pablo: «Ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer; todos vosotros sois uno en Cristo» (Gal 3, 28). Tomada así, la fraternidad cristiana no puede entenderse en un sentido confesional aislado (sólo los cristianos serían hermanos, no los musulmanes o budistas), sino en sentido universal, humano, por encima de las mismas diferencias religiosas.

Ciertamente, los cristianos “saben” que son hermanos en Cristo, pero no sólo ellos, sino todos los hombres y mujeres de la tierra. A extender esa fraternidad han sido llamados, por Jesús el hermano “pequeño”, es decir, el hermano y amigo de los pobres y expulsados de la sociedad, sea cual fuere su religión. Los cristianos son hermanos porque saben que Dios les ha querido a cada uno de manera personal; porque Cristo ha derramado su sangre por ellos. Antes de todos los esfuerzos racionales, antes de toda conquista económico-social, los cristianos saben que los hombres son hermanos por la gracia de Dios que les arraiga con amor en la existencia.

 a. Fraternidad racional. ¿Amor humano) La fraternidad religiosa (cristiana) ha sido una nota dominante de la historia de occidente hasta el surgimiento de la Ilustración (siglo XVIII), que ha querido elevar en contra de ella (en lugar de ella) una fraternidad racional, fundada en el hecho de formar parte de la misma naturaleza humana, de compartir el mismo pensamiento. En lugar del Dios Padre, nos une la Diosa Razón. Pues bien, esta diosa razón que vincula a todos los hombres puede entenderse de tres formas, que evocan de algún modo las tres líneas de la filosofía kantiana. (a) Hay una fraternidad racional teórica, que se expresa en un tipo de libertad formal, que deja abierto el camino para la lucha económica. (b) Hay una fraternidad racional práctica, que ha venido expresada de hecho por las revoluciones marxistas: en esta línea ha surgido la conciencia de clase (vinculada de un modo especial con la clase obrera); ella se ha desarrollado, sobre todo, a través del comunismo soviético, que ha corrido el riego de negar las libertades reales de los ciudadanos. (c) Hay, finalmente, una fraternidad racional de tipo más sentimental, que exalta los valores de la unidad de todos los hombres, pero que permanece inoperante en el plano práctico. Desde ese fondo, entre las instituciones fraternas podemos distinguir las siguientes: 

  1. Puede haber una fraternidad de los grupos menores, que suelen llamarse generalmente tribus. Tras las aportaciones de la modernidad, las crisis de racionalismo universal y las promesas del clasismo solidario, algunos sienten nostalgia por la tribu, por lo que ella ha sido, por lo que ella puede aportar en el futuro. Es evidente que las tribus como tales han muerto: su tiempo ya ha pasado. Pero ellas siguen ofreciendo un modelo de hermandad y de existencia compartida.
  2. Han venido luego las pequeñas naciones, construidas de manera semi-tribal. Entre ellas se puede citar el antiguo Israel, con su visión de la unidad corporativa. También están en ese plano muchos pueblos que hasta hace poco tiempo han encontrado en su rey, ciudad o jefe el signo de unidad que les engloba. En este caso, lo mismo que en la tribu, se puede hablar aún de una fraternidad que vincula de manera casi natural a los miembros del pueblo.
  3. Hay una fraternidad que es propia de los estados modernos, que aseguran por constitución la convivencia de los ciudadanos. Subsiste, en general, un fondo de unidad nacional o cultural, que varía de caso a caso; pero a su lado hay otros principios de fraternidad humana, marcados por elección, es decir, por una ley o constitución votada y asumida por los ciudadanos. El mismo estado se compromete a garantizar los derechos fraternos de todos sus miembros.
  4. Existe, en fin, una fraternidad humana, de tipo universal, ratificada por la Declaración Universal de los derechos humanos: « Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana… Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros» (Preámbulo y Num 1)…. Todos los hombres y mujeres forman parte de la “familia humana”, todos han de comportarse de manera “fraternal”.

 Estos son o pueden ser los niveles de la fraternidad social (supra-familiar), que definen al hombre como amor abierto y compartido, en un plano tribal, nacional, estatal y universal. Los principios son buenos, pero de hecho los caminos de la fraternidad han venido a convertirse en espacio de violencia, como sabe la Biblia desde el comienzo de la historia, representada como espacio de fraternidad sangrienta (Caín y Abel: Gen 4). Por otra parte, la fraternidad de los estados modernos y de la humanidad en cuanto tal parece muy amenazada.

Por eso, son muchos los que sienten nostalgia por un tipo de tribu, como fraternidad inmediata donde los hombres podían nacer y vivir en un contexto de igualdad básica, de apertura de unos a los otros. No se apoyaba en ninguna ley escrita porque la ley se hallaba inmersa en la vida del conjunto. Pero las tribus murieron y las pequeñas naciones, como herederas de la tribu, están en quiebra. Parece que no pueden ofrecer ya campo de existencia en comunión a los grupos cada vez más grandes de personas que se relacionan entre sí, en este tiempo de globalización. En lugar de las pequeñas naciones surgieron antes y perviven actualmente dos monstruos sociales, que ya Th. Hobbes evocó al hablar de Leviatán y Behemot (el Estado, un tipo de Economía impositiva), Son monstruos en el sentido más ordinario del término: realidades que terminan siendo informes, paradójicas, terribles y admirables, ordenadoras y perturbadoras, al mismo tiempo. Leviatán es el Estado fuerte, en lucha con otros estados, o, quizá mejor, el Estado mundial que se impone como un dios político sobre todos los hombres, imponiendo su paz con violencia. Behemot es la economía que a todos los hombres vincula en una “fraternidad económica” que se vuelve dictadura para algunos

En esa línea, aún admitiendo los grandes valores del Estado (que tiende a convertirse en sistema político mundial), hay que afirmar que la Biblia lo toma como un riesgo para la fraternidad. El Estado ha sido necesario para organizar un modo “racionalizado” la vida de millones de seres humanos. En esa línea, sin un tipo de Estado no podemos ya vivir sobre la tierra. Pero el Estado (los grandes estados nacionales o internacionales, desde Babilonia y Roma) ha tendido a convertirse en un tipo de monstruo, como afirma el libro de Daniel y el Apocalipsis de la Biblia. Por su parte, los grandes estados modernos, tanto los antiguos (España, Inglaterra, Francia, Alemania) como los nuevos (Estados Unidos, China) parecen llevar en sí un tipo de ruina, pues han roto las viejas fraternidades y no han sido capaces de crear formas de vida fraternan para todos sus miembros. Caminan a la ruina porque un día pretendieron convertirse en grandes conquistando, luchando y destruyendo a los pequeños grupos tribales y nacionales. Parecer destruirse los estados, pero esa destrucción corre el riesgo de volverse principio de una construcción más destructora (un Leviatán o Estado mundial de opresión), con una economía (Behemot) al servicio del capital y no de la personas. La exigencia de la fraternidad sigue abierta. 

[1] Cf. L. Alonso Schokel, ¿Dónde está tu hermano? Textos de fraternidad en el libro del Génesis, Verbo Divino, Estella 1994; A. Cencini, Fraternidad en camino. Hacia la alteridad, Sal Terrae, Santander 2003; A. Doménech, El Eclipse de la Fraternidad. Una revisión republicana de la tradición socialista, Crítica, Barcelona 2004; E. Durkheim, Las formas elementales de la vida religiosa, Akal, Madrid 1992; J. García Roca, El Dios de la fraternidad, Sal Terrae, Santander 1990; M. Legido, Fraternidad en el mundo. Un estudio de eclesiología paulina, Sígueme, Salamanca 1986; J A. S. Peake, Brotherhood in the Old Testamen, Hodder and Stoughton, London 1923; J. Ratzinger, Die christliche Brüderlichkeit, Kösel, München 1960 (La fraternidad de los cristianos, Sígueme, Salamanca 2005); H. W. Robinson, The christian doctrine of man, Edinburgh 1913; H. W. Wolff, Antropología del Antiguo Testamento, Sígueme, Salamanca 1975, 247-254.

[2] Cf. E. Durkheim, Las formas elementales de la vida religiosa, Akal, Madrid 1992; Th. Hobbes, Behemot, Tecnos, Madrid 1992; Leviatán, Alianza, Madrid 2004. F. Colom (ed.), Las caras de Leviatán. Una lectura política de la teoría crítica, Anthropos, Barcelona 1992.

Volver arriba