Dom 19 julio. Mt 13, 31-33 El hombre es semilla, la mujer fermento: Grano de mostaza y levadura

Hombre y mujer, presencia y promesa de Reino

👁️ Una mirada interior al Reino de Dios a través del Evangelio 📖
El evangelio de este domingo 16 del tiempo ordinario es mucho más largo, sigue tratando del sembrador, del trigo y la cizaña. Pero en el centro del gran discurso se insertan dos pequeñas parábolas de la la vida ordinaria: El  hombre que siembra (un grano de mostaza); la mujer que fermenta (levadura):

Hombre que siembra en el huerto: El reino de Dios es un "grano de mostaza", el más pequeño de todos los granos, que ni siquiera se ve... y sin embargo crecerá hasta hacerse árbol inmenso, la vida de toda la tierra.

Mujer que fermenta el pan de la casa: El reino es levadura, un trocito de masa que parece "podrida" y sin embargo fermenta y transforma los panes de la vida...

Grano de mostaza es Jesús, mujer de levadura... Y con él somos todos... promesa de vida. Así dice y promete el evangelio de este domingo.

Texto: Mt 13, 31-33

13 31 Les propuso otra parábola diciendo: El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre siembra en su campo; 32 aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, de manera que vienen los pájaros del cielo y anidan en sus ramas[1].

13 33 Les dijo otra parábola: El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la introduce en tres medidas de harina amasada, hasta que todo fermente

Grano de mostaza.

Esta parábola podría inspirarse en Dan 4, 20-21, que compara al Rey universal (Babilonia o Persia) con un gran árbol, plantado en tierra, con poder sobre las naciones, que son pájaros que anidan en sus ramas y fieras que habitan a su sombra. Ella nos sitúa ante el tema del árbol que ha de dar frutos buenos (cf. 3,8; 12,33), y aparece no sólo en Mc 4, 30-32 y Q (Lc 13, 18-18), sino en Ev Tom 96.

Pero no hace falta apelar a Daniel con sus visiones.Basta salir al campo, pararse en el huerto de al lado... y mirar una semilla pequeña, observar cómo crece. Así es el Reino, así sigue diciendo Jesús: 

13 31 Les propuso otra parábola diciendo: El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre siembra en su campo; 32 aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, de manera que vienen los pájaros del cielo y anidan en sus ramas[1].

       ‒ Grano de mostaza que un hombre siembra en su campo… (Mt 13, 31). El lector u oyente advierte pronto que el hombre   es el mismo que sembraba buena semilla en 13, 24 (distinto de la mujer de la levadura de 13, 33), aunque la buena semilla tenía allí un sentido plural, mientras que el grano de mostaza tiene aquí un sentido singular. Pues bien, el hombre (que terminará siendo el Hijo del Hombre de 13, 37) siembra ese grano en su campo, no en la tierra en general (como dice Mc 4, 31), ni en su huerto/jardín cerrado como precisa Lc 13, 18. Como en Mt 13, 38, ese campo de siembra es el mundo entero, entendido como tierra de Dios, cosmos en su totalidad.

La semilla pequeña se vuelve árbol grande (13, 32). Estamos ante un único grano de mostaza, en el campo universal de la tierra/historia humana, una semilla pequeña que se vuelve mayor que todas las hortalizas/arbustos que, de manera sorprendente, se hace un árbol. Parece que Lucas (en su texto paralelo: Lc 13, 19) no advierte la paradoja de ese cambio y dice sin más que la misma mostaza, que es un pequeño vegetal, se convierte en árbol. Mateo, en cambio, advierte esa paradoja, y por eso dice primero que el grano de mostaza se hace el mayor de los arbustos/hortalizas (la,canwn: cosa que resulta natural), para añadir después lo incompensable:  que la misma mostaza se hace árbol  cambiando así de naturaleza.

 Los árboles han sido unsigno poderoso y ambiguo de las religiones cananeas, vinculadas por lo general con la diosa Ashera. Suelen ser frondosos (cf. Dt 12, 2; 1 Rey 14, 23; 2 Rey 16, 4; Is 57, 5), entendidos casi siempre como símbolo de una divinidad femenina. La misma Biblia conserva el recuerdo de árboles o bosques vinculados a la divinidad yahvista, como es normal en su entorno. De los árboles del paraíso se habla desde Gen 2-3 hasta Ap 21-22. En esa línea está la encina sagrada de Moré (Visión), cerca del santuario de Siquem (Gen 12, 6; 35, 4; Dt 11, 30; Jos 24, 26; Jc 9, 6.36). También es sagrada la encina de Mambré, junto a Hebrón (Gen 18, 1), y la palmera de Débora… (Jc 4, 5). En 1 Hen hay referencias al árbol de la vida.

 ‒ Riesgo y promesa del árbol. Especialmente significativo es en la Biblia el árbol de la vida (Gen 2, 9; 3, 22.24) que está en el centro del paraíso, vinculado al árbol del conocimiento del bien/mal, que se refiere, en su origen, a los cultos de la fertilidad, contrarios a Yahvé. Pues bien, al querer apoderarse del árbol del conocimiento, los hombres han perdido el árbol de la vida (Gen 3, 22-24), que el Serafín de Dios custodia con su espada de fuego. Sin embargo, la nostalgia y deseo del árbol de la vida ha venido siguiendo a los israelitas desde entonces, como supone 1 Henoc, cuando promete: «Entonces ese árbol será dado a los justos y humildes. Por sus frutos se dará vida a los elegidos... y vivirán una larga vida, como vivieron tus padres en sus días, sin que les alcance pesar, dolor, tormento ni castigo» (1 Hen 25, 4-6). En esa línea supone Ap 2, 7; 22, 2.14 que los justos podrán tomar del Árbol de la vida, curarse con sus hojas alimentarse con sus frutos.

Trasfondo mesiánico-social. Reinos como árboles. La tradición profética ha relacionado el árbol con los imperios dominadores, que serán vencidos y sustituidos por Israel (cf. Sal 1, 3; Ez 17, 23; 31, 8; Dan 4, 10-26). En ese contexto se sitúa nuestra imagen. El Reino de los Cielos se parece a una pequeña semilla, que no puede compararse en modo alguno con la grandeza externa del Israel y su templo (cf. Mt 19, 19-21), y mucho menos con el Imperio Romano, pero ese Reino crecerá para convertirse en gran árbol (en la línea de Dan 4, 10-26). Esa semilla tan pequeña se convertirá no sólo en hortaliza de huerto (como parece suponer Lc 13, 18-19), sino en árbol que llena la tierra, de manera que los pueblos anidarán en sus ramas[2].

Levadura de mujer.

Mujer amasando pan. Terracota hallada en kameiros, Rodas 450 a.C. ...

 De nuevo se compara el Reino con algo familiar y sencillo. En lugar del glorioso Hijo de Hombre que aparecerá después, Jesús nos habla aquí de una mujer que introduce fermento en la masa del pan, una masa que está dividida en tres partes, hasta que todo fermenta. El signo no es la siega y división del trigo y cizaña, sino el fermento poderoso que una mujer introduce en el trigo que ella misma amasa y divide en tres partes, cuidadosamente:

13 33 Les dijo otra parábola: El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la introduce en tres medidas de harina amasada, hasta que todo fermente.

Esta gran imagen, del Q (cf. Lc 13, 20-21), tiene dos rasgos inquietantes. (a) La levadura , que es básica para algunos alimentos; para que la harina de trigo amasada con agua fermente y pueda hornearse produciendo pan sabroso hace falta levadura. (b) Junto a la levadura, que se juzgaba impura, por su poder de transformación, está la mujer, que también se consideraba especialmente impura en el campo religioso, precisamente por su menstruación, y por el mismo proceso de la generación.

 ‒ Levadura. A lo largo de la tradición bíblica, ella tiene un sentido ambivalente. Sin duda, ella es buena para fermentar el pan, pero, al mismo tiempo, se vincula con un tipo de impureza (desintegración) que la vuelve peligrosa. Por eso, los panes para la ofrenda de Dios son ázimos, sin levadura, como el de pascua, que no podía mezclarse con la levadura (masa fermentada del año anterior), de manera que cada año,  tras la pascua, debía comenzar con nueva levadura  (cf. Gen 19, 3; Ex 12, 8-20; 23, 15; Lev 2, 4; 8, 26; Dt 16, 3 Jos 5, 11 etc.). En ese último sentido emplea Pablo este símbolo, pidiendo a los creyentes que dejen «la vieja levadura de la malicia y maldad, para celebrar los panes ázimos, de la sinceridad y la verdad» (1 Cor 5, 9).

Pues bien, conforme a esa parábola (probablemente de Jesús; cf. también EvTom 96), el pan del Reino de Dios (=de los cielos) no es ázimo (separado y sin fermentación peligrosa), sino que se compara precisamente con la levadura, peligrosa por su poder de transformación, pues fermenta la masa. Ésta es una de las imágenes más atrevidas de Q (y en especial de Mateo), pues separa el Reino de Dios del contexto sagrado del templo (donde se come pan sin levadura) y de la fiesta de pascua (también sin levadura), para situar el camino del Reino en el espacio y movimiento de la masa ambigua y concreta de la vida, que aparecía en la parábola de la cizaña, que puede compararse con la levadura mala (frente a la buena del Reino). Pues bien,  en contra de lo que sucede en la cizaña, la levadura aparece ahora como buena y necesaria, pues transforma la masa de trigo.

 ‒ La mujer. El Reino de Dios se relaciona con una levadura que pertenece al campo de trabajo y experiencia de las mujeres que amasan el pan y aparecen por su biología (ritmos de menstruación) más vinculadas a la visión judía de la levadura, como campo que se juzga más propenso a la impureza. Pues bien, Jesús compara el reino con una levadura de mujer que puede fermentar la masa del pan, no para un servicio litúrgico (con panes sin fermentar), sino para  la vida normal (como en las multiplicaciones), de pan con levadura.

Ciertamente el trabajo y signo de los varones sigue estando al fondo (ellos han dirigido el proceso de la agricultura, la siembra y cosecha). Pero el gesto final lo realizan las mujeres que introducen la “levadura” en la masa  y así la fermentan, para cocer (hornear) el pan y volverlo comestible. Esta colaboración de las mujeres en el proceso y despliegue del Reino es fundamental por lo que aportan, con sus posibles riesgos, en línea de humanidad, pues el reino de Dios es imposible sin levadura de mujeres, pasando así del espacio sacral (templo, pan sin levadura) y del mundo de los sacerdotes varones (que juzgan a las mujeres impuras) al campo de las mujeres, en el centro de la vida, vinculadas al pan fermentado[3].

       Junto a esos dos signos (levadura, mujer) hoy resulta más difícil comprender lo que significan las tres partes en las que la mujer divide precisamente la masa, para introducir la levadura en ella “hasta que todo fermente”. Pueden significar el cuidado que se pone en el proceso de la “fermentación”, que quizá es distinto en un contexto más judío y en otro más pagano. También puede significar plenitud… Sea como fuere, esa comparación del tres con la mujer y con la masa (hasta que todo fermente) implica abundancia, en la línea del grano de mostaza sembrado por el hombre, que se hace un árbol grande, donde anidan los pájaros del cielo. El tres implica también diversidad, multiplicidad. Saduceos y fariseos (lo mismo que un tipo de cristianos) quieren sólo una única masa, una religión exclusiva, que se expresa en la condena y expulsión de los contrarios. Por el contrario, la mujer y la levadura nos sitúan ante un mundo de pluralidad, donde no hay sólo una masa (un judaísmo o cristianismo impuesto a todos), sino varias, procesos diversos de fermentación.

La mujer introduce el fermento en tres medidas de harina amasada . El dato es muy significativo, pues el saton evoca una gran cantidad  para un contexto familiar, pues equivale a unos 35 litros… Eso significa que la mujer amasa, fermenta y cuece (hornea) tres masas, que pueden producir uno 35 kilos de pan cada una, una cantidad evidentemente excesiva en un ámbito familiar de subsistencia[4].

(Texto tomado de Evangelio de Mateo, Verbo Divino, Estella 2017... El reino es semilla, el reino es levadura... el Reino es piedra de cimiento de la casa)

Cristianos Gays » Dom 23.7.17. Mujer con levadura, sabiduría de Dios

NOTAS

[1] Cf. J. Dupont, Les paraboles du sénevéet du levain, NRTh 89 (1967), 897–913; BGerhardsson, The Seven Parables in MatthewXIII: NTS 19 (1972) 16-37; O. Kuss, Zum Sinngehalt des Doppel gleichnisses vom Senfkorn und Sauerteig: Bib 40 (1959) 641-653;

[2]  El Reino de Dios no empieza a extenderse de manera externamente poderosa, como el árbol imperial de Dan 4, 16-20, sino de forma escondida, como grano de mostaza en el campo del mundo. El sembrador de Mt 13, 37 será el Hijo del hombre, que aparecerá al final de un modo espléndido, realizando el gran juicio de la historia.  Sobre el árbol sagrado, cf. H. de Lubac, Dos árboles cósmicos, en Budismo y cristianismo, Sígueme, Salamanca 2006, 67-92.

[3] Mateo recordará que hay una levadura mala, que es la doctrina de fariseos y los saduceos (16, 6-12), que consiste ponen el “reino de Dios” al servicio de sus intereses. En contra de ella, destaca Jesús esta levadura buena de mujer. El Reino pasa del mundo de los varones que emplean la religión al servicio de su interés y su miedo (por eso condenan lo que consideran impuro) al de las mujeres que amasan el pan con su propia vida. Cf. R. M. Fowler, Loaves and Fisches: The Function of the Feeding Stories in the Gospel of Mark, Scholars, Chico CA 1981.

[4] En EvTom 96 el Reino del Padre es como una mujer que puso un poco de levadura en la masa, haciendo así grandes panes, identificando el Reino con cada creyente, cada uno con su levadura interior. Por el contrario, en Q (Lc 13, 21) y de un modo especial en Mt 13, 33, el reino es semejante a la levadura de Dios (como la semilla de la parábola anterior), una levadura en manos de mujer. (a) La levadura es única, y actúa por sí misma, pero está vinculada de un modo especial a la mujer, que sabe introducirla en tres porciones de masa, más que a los hombres sacerdotes (saduceos o fariseos) que no saben operar con ella. (b) Las porciones de masa son varias, son tres, según el texto. Eso significa que la mujer del reino sabe operar en varias líneas a la vez, pues el fermento de Dios opera y actúa en cada una de ellas. (b) Hasta que todo quede fermentado (e[wj ou- evzumw,qh o[lon), pues hay una fermentación o transformación de la totalidad, en línea de mujer, más que de hombre. Ciertamente, Mateo sabe que un tipo de organización de la Iglesia está en manos de varones, especialmente de Pedro (16, 18). Pero la transformación del Reino está ligada al gesto de la mujer que introduce el fermento de Dios en las tres medidas de harina, que son un signo de la humanidad. En el principio del Reino está el pan de mujer fermentado y horneado para todos, como indicarán los dos pasaje de la multiplicación de los panes (alimentaciones) que forman está en el centro del mensaje del reino y del camino de la Iglesia (Mt 14, 13-21; 15, 32-38)

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