29 del IX: El Arcángel Gabriel, Poder de Dios

1. Israel
Grabriel significa “fuerza de Dios” o “Dios fuerte” y su nombre está vinculado al poder, que es propio de los grandes guerreros (los gibbor o gibborim), que vencen en las batallas de Dios. La gebîra o gebura puede ser un atributo especial de Dios, que es el gran Gibbor, el Señor poderoso. En este contexto debemos recordar que la madre de un Rey es en Israel el Gebîra, la mujer fuerte y poderosa y parece que ese título ha sido concedido por algunos judeo-cristianos a la madre de Jesús, a quien conciben como Señor mesiánico (cf. Lc 1, 43). En algunos momentos, esa “gebura” de Dios (desarrollada en tiempos posteriores por la → Cábala medieval) puede tener connotaciones de tipo sexual y genético: es el poder engendrador de vida. En este contexto se sitúan los textos en los que aparece como ángel de Dios.
1. Tradición de Henoc.
El lamento de los oprimidos bajo el poder de los espíritus perversos, despierta o pone en pie a los arcángeles, es decir, a los seres celestes que, siendo fieles a Dios, realizan su justicia sobre el mundo. Se retoma así el motivo de Ex 2, 24-25 donde se dice que Dios mismo escuchó el gemino de los hebreos que lloraban en Egipto. En 1 Hen 9, 1 Dios escucha a través de sus cuatro arcángeles (Miguel, Uriel, Rafael y Gabriel), que son signo de totalidad angélica (en 1 Hen 20 se citan seis o siete, pero el simbolismo es semejante). Los arcángeles escuchan el lamento de los oprimidos y lo elevan ante Dios en forma de plegaria, realizando así una función de intérpretes (conocen lo que pasa) e intercesores ante Dios. Los principales en este contexto son Miguel (el ángel de la lucha y la victoria) y Rafael (el ángel de la curación).
Aquí se funda la tradición de los cuatro arcángeles. (1) Uriel (=Arsyalalyur en el texto etíope) instruye a Noé, para que la hu¬manidad pueda salvarse del diluvio, en la línea de una tradición que conocemos por Gen 6-9 (1 Hen 10,2-3). (2) Gabriel instiga a los gigantes (híbridos: diablo-humanidad), destructores de los hombres, para que se enfrenten y destruyan entre sí, hasta que unos maten a otros, en espiral de violencia donde todos acaban por matarse; de esa forma aparece como el ángel de la venganza de Dios (1 Hen 10, 9-10). (3) Rafael está encargado de prender, enterrar y juzgar a Azazel (cul¬pable de todo mal), para que la tierra pueda ser vivificada o res¬taurada (1 Hen 10, 4-8). (4) Miguel debe anunciar y realizar el juicio contra Semyaza y sus seguidores hasta aniquilarlos, de manera que pueda brotar la paz y bendición sobre la tierra (1 Hen 10, 11-22). Los cuatro momentos y gestos de los ángeles de Dios se encuentran vinculados y expresan el sentido y la crisis actual de la historia. Esos ángeles no son personajes del pasado, sino expresión de una presencia providente de Dios, que nos permite superar el estado de opresión en que nos hallamos. En ese contexto se sitúa la función Gabriel que instiga a los híbridos bestiales, los gigantes de la guerra y de la sangre, poderes satánicos, para que se combatan y devoren, hasta matarse unos a otros. La guerra se decide por encima de nosotros: no tiene sentido pensar que podemos resolverla a través de nuestras fuerzas; necesitamos la ayuda de los grandes ángeles y Gabriel es uno de ellos.
2. Tradición de Daniel.
Gabriel aparece en ella como el ángel de la revelación escatológica, el ángel que ilumina la mente de los profetas y videntes, para que conozcan aquello que Dios ha decidido y puedan vivir de esa manera en esperanza. Gabriel es el poder de Dios, pero el poder en forma de conocimiento de aquello que está oculto. Los “potentados” de este mundo tienen la fuerza bruta: dominan, se imponen y matan. Pero Gabriel, el ángel del verdadero poder, conoce la realidad desde el otro lado y así pone en marcha la historia verdadera de la salvación. Él se aparece dos veces a Daniel, el profeta del fin de los tiempos, llamado.
a. La primera vez le hace ver el sentido de las últimas luchas de la historia: «Vino cerca de donde yo estaba. Y cuando llegó, me atemoricé y me postré sobre mi rostro. Pero él me dijo: Comprende, hijo de hombre, porque la visión tiene que ver con el tiempo del fin. Mientras él hablaba conmigo, caí adormecido en tierra, sobre mi rostro. Pero él me tocó y me puso en pie, y me dijo: He aquí que yo te mostraré lo que ha de venir al final de la indignación, porque el final será en el tiempo señalado» (Dan 8, 16-19). Gabriel es el poder de Dios que guía la historia de los hombres; Daniel es un pobre “hijo de hombre”, pero un hombre iluminado, a quien el mismo ángel de Dios le hace ver el sentido de las últimas luchas entre los grandes príncipes de Persia y Grecia.
b. La segunda vez le muestra ya el fin de la historia: «Aún estaba en oración, cuando Gabriel… voló rápidamente y me tocó, como a la hora del sacrificio del atardecer. Vino y habló conmigo diciendo: "Daniel, ahora he venido para iluminar tu entendimiento… Entiende, pues, la palabra y comprende la visión: Setenta semanas…» (Dan 9, 21-24). Ése es uno de los textos más enigmáticos y fecundos no sólo de la Biblia judía, sino de la literatura universal. Se supone que el ángel está vinculado al templo de Dios, pues viene en el tiempo del sacrificio de la tarde (el momento culminante de la liturgia israelita); viene “volando”, pues el profeta está lejos (en tierras de Babilonia). Ya no anuncia las luchas finales de los grandes imperios, sino el “final del final”, el cumplimiento de las “setenta semanas” (vinculadas a los setenta años de Jer 25, 11-12) que ha de durar la historia de la opresión. Así actúa como el ángel de la “libertad final”, el ángel del fin de los tiempos, portador del anuncio de la salvación.
2. Cristianismo
El ángel Gabriel aparece también dos veces, que probablemente están vinculadas a las dos veces en las que aparece en el libro de Daniel: una vez en el templo de Jerusalén, otra vez en Nazaret de Galilea; una vez a un sacerdote, la otra a una mujer.... Los dos textos se encuentran en el evangelio de San Lucas, que se ha esforzado por mostrar el nacimiento de Jesús como cumplimiento de todas las profecías anteriores. Lucas utiliza, probablemente, tradiciones de los grupos judeo-cristianos, que ha especulado sobre el sentido y presencia del ángel Gabriel, para indicar así la llegada del fin de los tiempos.
1. Gabriel y Zacarías en el templo.
Significativamente, Zacarías, sacerdote del turno de Abías (Lc 1, 5) está realizando el sacrificio de la tarde, en el que está presente Gabriel (lo mismo que se supone en Dan 9, 21-24). «Entonces el Ángel del Señor se le apareció, puesto de pie a la derecha del altar del incienso… El ángel le dijo: ¡No temas, Zacarías! Porque tu oración ha sido atendida. Tu esposa Isabel te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan… Será grande delante del Señor…Y Zacarías dijo al ángel: Cómo podré estar seguro de esto? Pues yo soy viejo, y mi esposa es de edad avanzada. Respondió el ángel y le dijo: Yo soy Gabriel, que estoy delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte estas buenas noticias» (cf. Lc 1, 11-19). Este ángel de la hora del “sacrificio del templo” no es un ángel cualquiera, sino el Ángelos Kyriou (Malak Yahvé), es decir, el mismo Dios que aparece como “mensajero”, revelando a los hombres su palabra y encargándoles su tarea. Este Ángel no se limita a decir lo que ha de pasar, sino que dice a Zacarías lo que él ha de hacer, como padre de Juan, en enviado mesiánico. Es un Ángel vinculado al nacimiento, no a la “palabra del final” (como en Dan 8-9), sino a la palabra de un nuevo comienzo, pues los tiempos finales llegan a través del nacimiento de los profetas. Dejo aquí a un lado otros aspectos de la visión de Gabriel (la poca fe de Zacarías, la mudez del sacerdote, la misión de Isabel…), para destacar sólo la función del Ángel de Dios, que se especializa como portador de una palabra de nacimiento.
2. Gabriel y María en Nazaret.
Éste es quizá el texto más famoso y conocido de toda la Biblia cristiana, la anunciación del Ángel a la madre de Jesús, que aquí citamos en forma resumida. «En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David. El nombre de la virgen era María. Cuando entró a donde ella estaba, dijo: ¡Salve, favorecida de Dios! El Señor está contigo. Pero ella se turbó por sus palabras y se preguntaba qué clase de saludo era aquel. Entonces el ángel le dijo: No temas, María! Porque has hallado gracia ante Dios. He aquí concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le podrás por nombre Jesús…Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? Porque yo no conozco varón. Respondió el ángel y le dijo: ¡El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra, por lo cual también el santo Ser que nacerá será llamado Hijo de Dios…Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fue de ella» (Lc 1, 26-38). Es un texto enigmático y poderoso: viene el Ángel de Dios (¡el mismo Dios!), ángel del poder (¡poder de victoria, poder de engendramiento!). No viene para anunciar un final de guerras (como en Dan 8), sino para testificar el cumplimiento de las setenta semanas (Dan 9). Se ha cumplido el tiempo. El anuncio a Zacarías era una introducción, en línea israelita. El anuncio a María es el cumplimiento de todas las esperanzas. El Ángel explica (¡El Espíritu Santo vendrá sobre ti…!), la mujer asiente (¡He aquí la Sierva del Señor!). Todo ha comenzado ya, todo se ha hecho y el ángel puede irse, dejando que su palabra germine en la historia humana, a través de María. Estamos ante un texto simbólico, que los teólogos posteriores han debido interpretar con mucha erudición, complicando a veces su sentido. Pero sus símbolos fundamentales resultan transparentes: Él Ángel de Dios (Gabriel: Dios poderoso) y su Espíritu Santo pueden identificarse y probablemente se identifican (el mismo Gabriel es el Espíritu Santo, como han visto algunos Padres de la Iglesia). Éste Gabriel/Espíritu Santo puede aparecen así como “Esposo divino” de María (tema de la espiritualidad trinitaria y mariana de la Iglesia posterior). Todo se realiza, en fin, a través de la Palabra: una Palabra que vincula a Dios con los hombres. No es extraño que a Muhammad y a la tradición musulmana le haya impresionado esta escena.