Iglesia y Estado. Una reflexión ilustrada y cristiana

Trato aquí del Estado en cuanto organización social , sin decidir si se trata del estado de Marruecos o del posible estado del Sáhara, del estado de España o del posible estado de Cataluña o Euskadi… Y trato de la Iglesia como sociedad religiosa , abierta al diálogo de comunión entre los creyentes (y entre todos los hombres y mujeres), desde una experiencia de gratuidad (¡hay Dios!) y de diálogo transparente, universal (¡todos los hombres y mujeres podemos comunicarnos en amor y compartir la vida en la línea de Cristo, aunque sin imponer su figura!).
Me ocupo del Estado, en general, como institución dominante de la modernidad, añadiendo que debe ser ámbito de racionalidad y de diálogo abierto entre todos los ciudadanos, de manera que sólo es verdadero y auténtico aquel Estado que puede ser constantemente criticado, re-formado y recreado... Un Estado que quiera mantenerse a sí mismo por pura violencia y que no admita críticas y posibilidades de superación (e incluso de superación y negación de sí mismo) se convierte en pura dictadura irracional, al servicio de la muerte. Un Estado que no puede morir está la muerto (como una ley científica que no puede ser falsada no es nunca verdadera).
Me ocupo de la Iglesia, como institución al servicio de la libertad personl (espiritual) y del diálogo gratuito entre los creyentes, añadiendo que una Iglesia que se convierte en espacio se "secreto espiritual", manejado por unos iniciados se convierte en secta opresora. La Iglesia se apoya de una experiencia que considera superior (el don de Dios en Cristo), pero en ella todo puede y debe dialogarse, desde ese don previo, al servicio del Reino (que es siempre más que una forma de Iglesia concreta). Desde la perspectiva anterior, debo añadir que sólo puede ser Iglesia verdadera aquella que está dispuesta a "morir", superando un tipo de instituciones actuales, que no vienen del evangelio, sino de un tiempo pasado de su historia.
Desde ese fondo planteo el tema de las relaciones del Estado con la Religión (y más en concreto con la Iglesia católica), desde una perspectiva abierta, aunque desde el interior de la Iglesia Católia y del Estado españo. Éste es un tema con muchas ramificaciones. Lo propongo como base de posibles de posibles discusiones y diálogos, antes de entrar en la dinámica de la Navidad.
1. Un tema antiguo. Principio.
El cristianismo, del que somos herederos tanto los católicos como los ortodoxos y protestantes, se ha configurado como Iglesia, en la segunda mitad del siglo II d. C., en diálogo con las tres grandes “herencias” del mundo occidental.
(1) Judaísmo. La iglesia defendió su origen e inspiración israelita, pero destacó su independencia respecto al judaísmo nacional, renunciando a ser una nación sagrada, para convertirse en religión universal, abierta a todas las naciones, culturas y formas políticas, como supone ya Mt 28, 16-20.
(2) Helenismo. La iglesia renunció al nacionalismo religioso, pero asumió un tipo de pensamiento ontológico griego, que parecía humanamente neutral, pero que, de hecho, representaba un tipo de razón jerarquiza, con pretensiones de imposición sobre otras formas de pensamiento y vida humana. (3) Orden romano. La iglesia no quiso ser un «nación» religiosa reconocida, dentro de un imperio sacral, de manera que tuvo que vivir en situación paradójica de clandestinidad “abierta”, sin estatuto legal reconocido, pero sin convertirse en secta.
Pues bien, de manera sorprendente, a partir del año 313, el cristianismo vino a convertirse de hecho en la religión del imperio de manera que, sin confundirse del todo, con el poder político, vino a convertirse en “otro poder”. Así nacieron, de un modo único en el mundo, las dos instituciones de las que hablamos: el Estado como poder político y la Iglesia como autoridad religiosa. Ellas han definido en gran parte la historia de Europa.
2. Un tema largo. Edad Media.
Europa no ha identificado nunca del todo el poder político y el religioso. Evidentemente, muchos obispos y/o emperadores quisieron tomar los dos poderes. Pero ni el Papa de Roma (que desde el 375 d. C. se llama Pontifex Maximus, como los emperadores paganos) ha logrado ser nunca Emperador, ni el Emperador ha logrado ser Papa (en contra de las monarquías sagradas de otras culturas). La distinción entre Iglesia y Estado (cf. Dios y del César, Mc 12, 17) se ha mantenido básicamente en Europa, de modo que en su espacio cultural han podido distinguirse (a veces con traumas) ciencia y fe, estado y religión, política e iglesia, vida social y vida cristiana.
El proceso ha sido largo y doloroso. En los siglos V al X d. C., los cristianos asumieron las instituciones religiosas y sociales, económicas y culturales de su entorno, pero sin identificarlas sin más con la Iglesia. Por eso hubo siempre obispos “y” reyes, dos poderes. La separación respetuosa y tensa de estado y religión, sin triunfo absoluto de una de las partes, ha sido esencial para Europa. En ese contexto se entiende la guerra “por las investiduras” (siglos XI al XIII). Lucharon Emperador y Papa, pero no triunfó ninguno.
El Papa no se hizo representante único de Dios (es decir, de lo humano) porque no pudo… (y porque se lo impedía el evangelio). Un papa que pretendiera convertirse en señor temporal, concentrando todos los poderes no sería cristiano. Por otra parte, a pesar de algunos momentos de incertidumbre, emperadores y reyes han sabido que tenían un poder emanado de los ciudadanos o del mismo Dios, pero no de la iglesia. Ellos no han sido delegados del papa o de la iglesia, sino que han debido responder antes su propia conciencia (y ante los ciudadanos), no ante los obispos.
3. Un tema persistente. Edad Moderna.
Surgió así la división de poderes y ella ha marcado la historia de Europa del siglo XV al XX. Surgió el humanismo y el protestantismo, con la búsqueda de una religión interior (separada en teoría del Estado); surgieron los nacionalismos, que quisieron configurarse de un modo religioso (identificando nación y religión); surgieron nuevas fuerzas económicas y políticas, que se expresaron en descubrimientos, conquistas y colonizaciones… Pero Iglesia y Estado siguieron separadas.
Los protestantes pusieron de relieve la libertad radical de cada cristiano y el principio de la sola gracia como única fuente de comunión universal, rechazando la autoridad de papas y obispos. Ciertamente, también ellos apelaron a los poderes políticos, de forma que algunas de sus iglesias (como las de Inglaterra y Suecia) han sido y son (en teoría) iglesias de Estado; pero, de hecho, en el fondo, ellos negaron el poder político de la Iglesia y de esa forma impusieron a la largo su visión de los dos poderes, en contra de una tendencia más católica (representada por la casa de Austria) que parecía querer un dominio de la Iglesia católica sobre todo el mundo.
Surgió así una Europa unida pero múltiple, sin que ninguna confesión religiosa (catolicismo o protestantismo) y ningún Estado (España, Francia, Inglaterra, Holanda, Austria, Alemania…) lograra imponerse sobre los demás. Esa situación de pluralidad religiosa y nacional ha resultado muy beneficiosa para el cristianismo y para Europa. No triunfó ninguna forma religiosa, no se impuso ningún Estado. Nació así una Europa “federada” de hecho, en el plano religioso y político, con varios centros, siempre cambiantes.
Al principio (siglo XVI) pudo parecer que los intereses fundamentales eran religiosos. Pero después se vio que el problema de fondo era económico y político, como lo mostró la Paz de Westfalia (1648), donde los príncipes decidieron que se respetara la religión de cada lugar (cuius regio eius et religio). Muchos pensaron que era una catástrofe (¡sobre todo en España, donde algunos siguieron añorando tiempos anteriores!) y, sin embargo, a la larga, significó una bendición, incluso para España.
Obispos católicos y pastores o ministros protestantes habían sido incapaces de entenderse y de trazar una paz religiosa fundada en el evangelio. Fueron los príncipes seculares los que impusieron su paz racional, sobre una base de intereses. Querían una paz política y para ello tuvieron que pactar en cada zona con los obispos y los jerarcas de la iglesia establecida. En España continuó la presión/inquisición católica. En ciertos países protestantes no se podía ser católico. Pero los príncipes más lúcidos (sobre todo protestantes) empezaron a volverse tolerantes con los súbditos de otras confesiones, de manera que iglesias empezaron a separarse de hecho del Estado y comenzó a expandirse una tolerancia religiosa al servicio de la paz política. Así fue creciendo un tipo de Ilustración racional por encima de las religiones.
4. Un tema actual. Edad contemporánea.
Frente al ideal de una Europa unida (Imperio) surgieron los estados nacionales propiamente dichos. Habían existido estados patrimoniales o tribales, dirigidos por instituciones de tipo familiar (dinastias). Pero sólo a partir de finales del siglo XV, y sobre todo en el siglo XVII nacieron los estados, que se fueron configurando en forma nacional (cada nación tiende a crear su estado) y racional (un Estado según derecho). No nació un estado, sino varios, de forma que Europa fue (y sigue siendo) un «pacto de estados/naciones», con lenguas e iglesias distintas, con políticas diferentes…, teniendo que pactar entre sí. Lo que en un sentido parecía negativo (la diversidad es fuente de conflictos) ha sido en otro sentido muy positivo: los europeos han tenido que acabar pactando y lo han hecho (han intentado hacerlo) de un modo racional
De esa forma, los estados han venido a convertirse en espacios racionales de encuentro democrático, por encima de las diferencias religiosas. Este proceso de racionalización del Estado (de los estados) ha sido y sigue siendo largo y delicado y se encuentra en marcha todavía, dentro de una historia marcada por diversas revoluciones. Así, tras el final de la Gran Guerra de religiones (1648), podemos hablar de una revolución constante, que puede dividirse en siete revoluciones menores.
(1) La revolución ilustrada comienza en los siglos XVII-XVIII y pone de relieve la autonomía y unidad de la razón humana, por encima de las diferencias religiosas. Según ella, la política y el ordenamiento de la sociedad se hará (deberá hacerse) de un modo racional. La religión deja de ser el motor y principio básico de la vida social.
(2) La revolución científica aplica la matemática al conocimiento y dominio de la realidad. Ella ha concedido a los europeos una capacidad de conocimiento, de organización social y de poder económico y militar que ningún pueblo había tenido previamente.
(3) Revolución técnica e industrial. Depende de la anterior y aplica la ciencia a la organización del trabajo y a la producción de bienes materiales. El hombre deja de vivir en un medio natural y comienza a moverse en un entorno cultural/artificial, definido por los bienes de producción y consumo.
(4) Revolución política o burguesa, centrada en Francia, a finales del siglo XVIII. Supone el fin del “ancienne régime” (fundado en supuestos jerárquicos de tipo político/religioso) y el surgimiento de un orden social autónomo, fundado en principios racionales, con libertad e igualdad para todos los ciudadanos.
(5) Revolución económica/capitalista. Aplica la organización racional y científica al trabajo, producción y distribución de bienes, suscitando un nuevo tipo de riqueza e igualdad, pero también de división social, partiendo del capital, que tiende a convertirse en nuevo “dios”.
(6) Revolución socialista. Ha tenido formas distintas (vinculadas en gran pare al marxismo/ comunismo) y ha marcado la vida de Europa y de alguna forma de todo el mundo a lo largo del siglo XX. Ella ha querido instaurar un orden social igualitario, al servicio del conjunto de la humanidad, superando la división de clases. Ha chocado con el capitalismo y, en parte, ha fracasado.
(7) Revolución mediática, globalización. Es la última y quizá la más importante. Está creando un mundo de informaciones y comunicaciones mediáticas que ponen en contacto a todos los hombres. Por vez primera, formamos un mundo “global”, en el que todos empezamos a estar interconectados, con las consecuencias que eso tiene en plano político, económico y religioso. Está todavía en pleno curso y no sabemos cómo desembocará. Estas revoluciones han marcado y siguen marcando el destino de Europa y del mundo. En este contexto vuelve a plantearse el tema de la relación entre Iglesia y Estado, especialmente en la España (en el año 2008)
5. Un tema no resuelto ¿Dónde está el Estado?
Por un lado nos hallamos dentro de una dinámica de centralización de las grandes unidades estatales. Así, por ejemplo, Europa quiere formar una macro-estado, con sus propias raíces sociales y culturales…
Por otro lado nos hallamos ante una dinámica abierta de ruptura de los estados nacionales nacidos del comienzo de la modernidad (España, Francia, Rusia, Inglaterra…). Son estados con valores evidentes, pero con una historia larguísima de opresión, de dictaduras, de colonizaciones y guerras…Pues bien, son muchos los que piensan que sólo la ruptura de esos modelos estatales impositivos pueden dar lugar a un surgimiento distinto de espacios de libertad. Por eso, la ruptura de unos estados que han sido fuente de imposición (la Gran Rusia, quizá la gran España…) puede y debe verse como principio de racionalidad, al servicio de una visión distinta de estados no sacralizados.
Un gran riesgo de la actualidad son los estados sacralizados desde una perspectiva histórica o religiosa: la Gran Rusia, la Santa España… Sólo la superación de esa visión sacral (cristiana, musulmana…) de los estados puede suscitar espacios de diálogo racional, humano, cultural…. No se trata de que estados menores (Chechenia, Cataluña…) ocupen el espacio que tenían (tienen) los grandes estados, sino de cambiar las estructuras actuales, separando ya radicalmente Iglesia y Estado, Religión organizada (como estructura de poder) y política.
6. El caso de España.
El tema de la separación y relación entre iglesia y estado resulta especialmente importante en España, que ha seguido una historia especial y que, para ser plenamente europea, tiene que aceptar la trayectoria del conjunto de Europa con los tres rasgos que siguen.
(1) Separación radical entre Estado y religión, sin violencias ni exclusivismos: que el Estado no sea Iglesia, y que la Iglesia no quiera ser Estado, ni utilizar los medios del estado para imponer su visión de la vida, apelando para ello a una posible historia católica anterior o a una pretendida ley natural que el Estado debería defender.
(2) Reconocimiento de la pluralidad de iglesias y religiones, de manera que la Iglesia católica puede tomarse como referencia especial, pero nunca como elemento de ventaja sobre las otras religiones o tradiciones humanas.
(3) La neutralidad del Estado, que no quiera imponer un tipo de ideología sobre el conjunto de la sociedad.
Eso significa que ha de haber un poder político, un Estado, con su propia autonomía y legalidad racional. Pero ese Estado debe renunciar a su “divinización”, de manera que no puede volverse absoluto, ni imponer un tipo de ideología o conducta sobre el conjunto de los ciudadanos. Por otra parte, la iglesia cristiana no debe convertirse en estado, pero tampoco puede permitir que el estado se convierta en religión. Por eso, la diferencia y separación de poderes implica, al mismo tiempo, su limitación.
7. Sólo el Estado que renuncie a considerarse un absoluto puede ser racional
El Estado es importante y tiene su propia racionalidad jurídica (derecho) y su constitución filosófico-social (la razón dialogada), pero no puede convertirse en absoluto. También la religión (y en concreto la Iglesia Católica) es importante, pero ella, tiene que limitarse también: no puede apoderarse del poder político, ni convertirse en único principio social (como saben Mc 12, 17 y Rom 13, 1-9). La separación debe ser, en un plano, radical.
Para que haya separación de Iglesia y Estado, la política tiene que volverse «racional», es decir, autónoma, con instituciones jurídicas que se establecen y fijan por pacto, no por imposición de un pretendido principio exterior (una revelación especial, un tipo de ley natural defendida por algunos). Por su parte, la religión tiene que volverse «religiosa» en su sentido estricto, renunciando a dominar sobre la vida política. Esta limitación de la religión resulta esencial para Europa y debe lograrse en España, donde algunos jerarcas católicos quieren imponer su visión social sobre el Estado.
(1) Sólo una política que deje espacio social para la religión (cristiana o no cristiana) puede ser europea, dentro de un mundo donde la religión ha dejado de ser ya el “poder espiritual” supremo, con capacidad de imponer su dictado sobre el orden social.
(2) Y sólo un cristianismo que reconozca la autonomía de la política (y de otras visiones del mundo, religiosas o no), dentro de un orden social abierto, podrá ser europeo. Sólo una religión que renuncia al poder puede tener autoridad, una religión que acepta la “racionalidad” del orden social y político.
(3) Sólo una religión que se vuelva fuente de diálogo, espacio de encuentro humano, renunciando a mostrarse absoluta (en sentido impositivo) puede ser verdadera. Sólo una religión donde se potencie el diálogo interno, donde todos pueden buscar y compartir en libertad los dones de la vida (según sus principios fundacionales) puede ser verdadera.
(4) Y sólo un Estado que se vuelva espacio de diálogo para todas las opciones, un Estado que renuncie a imponerse desde arriba (poniendo a su servicio policía y ejército…) puede ser un Estado racional. La grandeza del Estado está en poderlo discutir todo, dentro de sí mismo, con racionalidad… Un Estado que por principio se toma como inmutable… es siempre mentiroso y dictatorial. Sólo puede ser verdadero un Estado con el que se pueda disentir (que pueda mostrarse superable).
En ese sentido, tanto Iglesia como Estado han de ser instituciones de diálogo interno, en planos distintos, con separación mutua. En un sentido, la separación de Estado e Iglesia constituye un dato moderno (en España sólo se ha reconocido del todo, de una forma duradera después de la dictadura de Franco, a partir de 1975); pero en su raíz ella pertenece a los rasgos distintivos de la identidad europea, a partir del origen del cristianismo (y de una forma de entender el pensamiento racional de Gracia). España es Europa, pero en ella están todavía recientes las heridas de una pretendida “cruzada” (1936-1939), con motivos sociales y políticos, en la que han venido a desembocar y concluir de alguna forma las guerras de religion de Europa del siglo XVI y todas las revoluciones posteriores.
8. Un riesgo y un camino abierto. La era de la globalización.
Hemos dicho que la globalización es la última de las revoluciones, iniciadas en Europa tras el siglo XVII, pero abiertas al mundo entero. En esa línea, son muchos los que piensan que el tiempo de la religión ha terminado, de manera que ella es sólo un asunto de museo de antigüedades (Engels) o un sentimiento privado, que debe someterse a los dictados de la ilustración capitalista, que ha marcado ya el fin de la historia y, en el fondo, el fin de los estados.
Sólo habría un “dios” (el capital), un medio de racionalización productora (la libre empresa) y una patria (el mercado mundial). Pues bien, en contra de eso, pensamos que la historia no ha terminado y que dentro de la globalización económico/ilustrada han de encontrar su lugar y función los estados (no como hasta ahora, sino en una forma nueva) y las iglesias (como entidades de tipo crítico/social/utópico/celebrativo). Lo que está en peligro no es sólo la Iglesia, sino también el Estado racional, dentro de la gran oleada o huracán de la globalización.
Sólo los pueblos/estados que asuman el camino de la revolución ilustrada (que ha desembocado en la globalización) podrán mantenerse en el futuro. En ese contexto tendemos que hablar de «estados racionales», que se fundan y mantienen por consenso/diálogo, no por pretendidas razones raciales, históricas o religiosas. Ningún estado es “sagrado”, ninguno tiene garantizada la permanencia (¡ni España, ni USA, ni Rusia ni China!), ninguno es inmutable, todos tienen que cambiar (y sobre todo los grandes estados conquistadores violentos, que surgieron en Europa tras el siglo XVI).
Quien piense que un tipo de Estado es inmutable se equivoca y miente y corre el riesgo de volverse violento. Pero queremos que los estados se mantengan, como estructuras de comunicación racional (¡humana!), sin que el mundo quede en manos de un internacionalismo in-humano del puro capital y del mercado.
En esa línea, las iglesias ya no pueden apelar al poder del Estado para extenderse o defenderse. En conjunto, ellas perdieron su legitimidad ya en el siglo XVI-XVII al querer imponerse por las armas. Pero queremos añadir que ellas iglesias pueden y deben buscar un espacio humano y social propio, en línea de comunicación humana y de solidaridad gratuita, abierta a la gracia de la vida. Si las religiones se secan podrán secarse también los estados y los hombres quedarán en manos de la pura razón divinizada, del puro poder y del capital.
9. Tres riesgos más concretos.
Estos son, a mi juicio, los tres riesgos que planean sobre estados y religiones.
a. Riesgo de una Ilustración pura: racio-teísmo. Evidentemente, acepto la Ilustración y el principio de la racionalidad comunicativa, como fuente de legitimidad social y política, pero no quiero entronizar en el altar de Dios Razón. No quiero una “razón divina”, un tipo de racionalidad impositiva, sino espacios de comunicación abierta, dialogada. No quiero una “razón superior”, antes del diálogo.
No quiero un Estado que se sienta capaz de imponer sus criterios. Quiero que el Estado sea un espacio concreto de diálogo social y de pacto de los ciudadanos (de dentro y de fuera del estado, pues las fronteras “históricas” son todas revisables). En ese contexto puedo hablar también de una religion o Iglesia que se defina como espacio de de diálogo gratuito, por “encima” (un encima simbólico), no en contra del Estado.
b. Riesgo del poder (crato-teísmo). Evidentemente, acepto la revolución burguesa de los ciudadanos, que han “devuelto el poder al pueblo” (demo-cracia). Más aún, sé que ese poder es un “cratos” (capacidad de imposición), de manera que el Estado en cuanto tal puede y debe emplear medios violentos para mantener “su” paz, como dice San Pablo (Rom 13, 1-9).
Pero no quiero que se divinice ese poder, pues en esa línea podemos llegar a la divinización de las armas y de los ejércitos (como en los fascismos). Como ciudadano quiero que se “limiten” los poderes y se empleen al servicio de todos los humanos. Como cristiano pienso que hay algo más grande que el poder: el Dios de Jesús.
c. Riesgo de idolatría económica (money-teísmo). Quizá el mayor desafío de la actualidad sea la divinización del capital, vinculado a un tipo de empresa y de mercado. El peligro real para el Estado no es la Iglesia (¡al final, Iglesia y estado deberían dialogar y ayudarse, pues quieren estar al servicio de los seres humanos!). El peligro es un tipo de capital, vinculado a unas empresas (corporaciones multinacionales) que regulan el mercado mundial. Se ha dicho con humor que daba igual que en España ganara Rajoy o Zapatero, pues gobernaría Monedero (el Sr. Moneda, Money, Money-teísmo).
10. Una conclusión abierta. De nuevo desde España
Ciertamente hay en España un problema de relación Iglesia-Estado, pero, a mi juicio, es un problema pequeño, que se debe a la ceguera de algunos políticos y eclesiásticos sin verdadera inteligencia. Voy a poner un ejemplo, desde la perspectiva de la Iglesia. Cierta jerarquía de la Iglesia tiene derecho a convocar manifestaciones, en pro de sus ideas, para criticar la política del Gobierno; por su parte, el Gobierno tiene el deber encajarlas democráticamente esas manifestaciones…
Pero el problema está en saber si esas manifestaciones responden de verdad a la dinámica del evangelio y son la forma normal de presencia de la Iglesia en la sociedad. Cierta jerarquía de la Iglesia tiene todo el derecho de criticar algunas iniciativas legales o administrativas del Gobierno (leyes sobre aborto y divorcio, parejas matrimoniales y/o homosexualidad, educación para la ciudadanía…); pero el problema está en si ese tipo de iniciativas tiene un fondo evangélico o se hacen desde perspectivas de poder, utilizando la democracia para condenar la democracia (para impedir que unas normas de conducta y convivencia se asuman y decidan democráticamente)-
Dicen algunos que en España ha empezado una nueva Cruzada cristiana, con obispos como los del año 1936/1937, deseosos de retomar el monopolio sobre la vida social; no creo que eso sea totalmente cierto, pero me gustaría que muchos obispos actuaran de un modo diferente. Algunos quieren que la Iglesia Católica pierda su “autoridad” y se convierta en un grupo más en el mercado del fast-food para productos de espiritualidad intimista o de auto-sanación burguesa. Pues bien, en contra de eso, creo que las religiones no son un producto de consumo “a la carta”, sino experiencias radicales de salvación y de comunicación personal y social, en un nivel de gracia (no de política de fuerza).
Por eso quiero que la Iglesia Católica tenga un gran autoridad moral y humana, no para imponer nada, ni para condenar desde arriba unas políticas que considera falsas, sino para ofrecer espacios de comunicación (de gratuidad, de utopía, de justicia), en fuerte respeto hacia el Estado (en la medida en que el Estado está al servicio del bien común) y en diálogo con otras iglesias y/o confesiones.
La disputa de la Iglesia con el Estado se centra hoy, en España, en unos temas concretos (divorcio, matrimonio homosexual, aborto, crucifijos en la escuela, educación por la ciudadanía…). Pienso que esos temas son importantes, pero (a excepción, quizá, del aborto, que debe ser tratado con mucha mayor profundidad, distinguiendo el plano legal, el ético/Universal) y el moral/cristiano) no son los centrales para el Estado ni para la Iglesia. Se dice, además, que el Estado español, siendo oficialmente aconfesional, sigue protegiendo y financiando a la Iglesia católica y en ese campo quiero dar la razón a los que piensan así. En principio, desde la raíz del evangelio, la iglesia, en cuanto Iglesia, debe renunciar (ella misma, unilateralmente) a todos los dineros que vienen, en cuanto Igleisa, de la mano del Estado (dejo a un lado el tema de ayudas por servicios concretos: educación, obras sociales…).
11. Desde ese fondo quiero resumir lo dicho en unas observaciones finales.
1. Iglesia y Estado se sitúan en niveles distintos. Por eso, ni uno ni otro deberían enfrentarse, si es que son fieles a su tarea de servicio a los seres humanos. No creo que hoy en España tengamos gobernantes buenos y obispos malos, ni lo contrario. Pero unos y otros deben mejorar, dialogando, cada uno en su plano.
2. Ni Iglesia ni Estado son poderes absolutos. Absoluto es sólo el hombre, el bien del ser humano, y al servicio del hombre se instituyen iglesias y estados. El Estado es un poder legar (con medios coactivos). La Iglesia es una autoridad moral (sin medios coactivos). Pero ambos están al servicio del hombre (no del capital, ni de un poder militar). Por eso pueden y deben respetarse y acompañarse.
3. El Estado no puede ocupar todo el espacio de la realidad humana. Un Estado que se vuelve absoluto (crato-teísmo) debe ser rechazado. También debe ser rechazado un Estado que cae en manos del puro capitalismo o que deja indefensos a los ciudadanos ante la violencia. Como he dicho, el mayor peligro del Estado en este tiempo es el poder de un capital (un money-teismo) que no depende de votaciones. En esa línea, la Iglesia debe alegrarse al saber que el Estado cumple bien su función al servicio de los valores humanos.
4. La Iglesia (la religión) debe renunciar a toda imposición en clave de poder. Por eso, pido a los obispos que no utilicen medios coactivos que dejen que el Estado sea Estado, para situarse en su propio lugar, diciendo una palabra significativa, no para el Estado en cuanto tal, sino para los ciudadanos, en línea de justicia y gratuidad, de apertura a los expulsados de la sociedad y de fiesta cristiana.
5. El Estado ha de ser una “institución” racional, al servicio de la convivencia entre todos los ciudadanos. Puede y debe valorar un tipo de tradiciones (cristianas, musulmanas, laicas…), pero no imponerlas a todos. Por eso ha de buscar los consensos, teniendo en cuenta la voluntad de las mayorías, pero también el derecho de las minorías, garantizando un diálogo social lo más fluido posible entre todos los ciudadanos, sin más “dogma” que el mismo diálogo y el derecho de todos.
6. La Iglesia es (ha de ser) una institución al servicio del evangelio, es decir, en línea mesiánica, inspirada en el mensaje y vida de Jesús, utilizando como medios la palabra ofrecida a todos y el ideal de gratuidad, también abierto para todos… Ha de ser mucho más exigente que en la actualidad, mucho más radical, al servicio de los expulsados de la sociedad, en línea de acogida y apertura mesiánica. Pero no ha de actuar con medios de coacción o poder, ocupando espacios y medios que son del Estado. Sobre esta radicalidad de la Iglesia quiero hablar en otra ocasión.