Jesús de Nazaret, Reseña Bíblica 109 (2021)1

Reseña Bíblica (2021,1) ofrece la visión sintética de la historia y mensaje de Jesús, desde la perspectiva del Imperio Romano, el judaísmo de su tiempo, el nacimiento del cristianismo y la situación política de la actualidad.

 Sus tres primeros autores (C.Bernabé, R. Aguirre y C. Gil Arbiol), profesores de la Universidad de Deusto (Bilbao), publicaron hace algunos años un libro , titulado: Qué se sabe de... Jesús de Nazaret (VD, Estella 2009), que condensaba  lo mejor que se sabe de la historia de Jesús: Su contexto (Gil), su enseñanza (Aguirre), sus hechos (Gil), su experiencia (Aguirre), su conflicto final (Bernabé) y su identidad (Aguirre).

       Aquel libro marcó un hito en los estudios hispanos sobre Jesús, y a sus autores se unen ahora A. Rodríguez y J. J. Casas para actualizar aquí de nuevo la historia y actualidad de Jesús.

      Aquí transcribo la nota editorial de Estela Aldave y la introducción de C. Gil Arbiol, coordinador del número, añadiendo, como suelo hacer, unas reflexiones personales que servirán para enmarcar el tema. Felicidades a los  autores de este número, en especial a Carlos, Carmen y Rafael, a quienes tengo el honor de conocer personalmente.

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Índice del dossier sobre Jesús

  1. C. Bernabé, Jesús y la historia: fuentes, historicidad y fiabilidad (17-25)
  2. R. Aguirre, Jesús y su vida en el imperio romano (26-35)
  3. C. Gil, Jesús y el judaísmo de su tiempo (36-47)
  4. A. Rodríguez, Jesús y el nacimiento del cristianismo (48-57)
  5. J. C. Casas, Jesús ante la política. Luces para hacer frente a los conflictos actuales (58-68)

 Presentación: Estela Aldave Medrano:Jesús de Nazaret: ¿reformador?, ¿profeta?, ¿mesías?, ¿hijo de Dios?, ¿…? (5)

               “Acerca de Yeshua / Jesús. Todas las informaciones sobre él son penúltimas”. Estas palabras, contundentes, sobrias, abren una de las obras de Erri De Luca, dedicada a la persona de Jesús de Nazaret. Y dan en el clavo. Son muchas las cosas que se han dicho a lo largo de la historia sobre Jesús y son también muchas las que se siguen diciendo hoy. Y no en pocas ocasiones se contradicen entre sí. Hasta nosotros han llegado muchos rostros distintos de Jesús a través de la pintura, la escultura y el cine. A Jesús se le ha retratado y vestido según las modas de distintas épocas y lugares. En algunas imágenes se destaca su origen palestino (tez oscura, vestimentas acordes al contexto de la tierra de Israel del siglo I), mientras que otras lo representan con características más centroeuropeas.

Hay retratos de un Jesús con rasgos afeminados, mientras que en otros responde más claramente al prototipo cultural de varón. De la mano de estas representaciones, nunca neutras, de Jesús se han destacado ideas y propuestas de vida muy diversas, con fines e intereses también muy diferentes.

Para unos Jesús fue un reformador religioso; para otros, un profeta; para unos, un revolucionario político; para otros, el mesías; y para otros, el hijo de Dios. Es más: en el Nuevo Testamento tenemos cuatro narraciones de tipo biográfico sobre Jesús (un género literario que no coincide exactamente con lo que hoy entendemos por biografía) que no son totalmente coincidentes entre sí y que en algún punto presentan diferencias muy notables. De modo que es lógico preguntarse: ¿a qué se deben estas visiones tan plurales de Jesús? Y, quizá más importante aún, ¿son todas ellas legítimas o no?

Actualmente la Biblia en general, y los evangelios en particular, se estudian utilizando métodos científicos. Estos permiten una reconstrucción de la figura histórica de Jesús de Nazaret, en parte limitada (dada la distancia temporal y las escasas fuentes que tenemos a nuestro alcance), pero que presenta al mismo tiempo un grado suficiente de fiabilidad. Hoy tenemos un conocimiento suficientemente amplio (que sigue creciendo) del contexto religioso, socio-político y económico de Jesús, y de los miembros del movimiento que surgió en torno a él, que pusieron por escrito los textos que conservan su memoria.

Los datos que se precisan para comprender el sentido de los textos evangélicos y la figura de Jesús provienen de disciplinas muy diversas, como la crítica literaria, la arqueología, la historia social o la historia de las religiones. En definitiva, no es legítima cualquier afirmación sobre Jesús de Nazaret, pero, de igual modo, y como sugeríamos al comienzo de estas líneas, hay que decir que su figura nunca podrá ser agotada del todo ni nadie podrá erigirse en su intérprete último. Querida lectora, querido lector, esperamos que este número de Reseña Bíblica te ayude a conocer y comprender un poco mejor esa figura tan extraordinaria y apasionante que fue Jesús de Nazaret.

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Introducción: Carlos Gil Arbiol, Jesús de Nazaret. Sus diferentes dimensiones (15)

Jesús de Nazaret es, probablemente, la figura humana más importante e influyente en la historia reciente de la humanidad. No hay otra persona cuya vida, memoria e influencia haya determinado tanto la historia posterior, bien por la adhesión, bien por las controversias que ha generado. El tiempo en Occidente se cuenta a partir de su nacimiento (o de su cálculo erróneo); sus seguidores iniciaron un movimiento que ha resultado con los siglos la religión con más fieles del mundo; sus dichos y hechos, recogidos en escritos posteriores, han sido los más comentados, interpretados, manipulados y actualizados de todos los tiempos; su propuesta y sentido de vida ha apasionado, sorprendido, desarmado, empoderado, violentado o dignificado a más personas que ninguna otra forma de vida; la cultura y la historia de nuestro tiempo no se puede comprender sin conocer su influencia y no se pueden descubrir las manipulaciones e intereses creados en torno a él sin un crítico estudio de su vida.

Muchos cristianos dan por supuesto que Jesús existió y que las evidencias sobre su vida son incontestables; por su parte, personas hipercríticas consideran que todos los datos históricos sobre él son resultado de una manipulación cristiana y, por tanto, concluyen que Jesús es una invención. Ambas posturas son, cada vez, más residuales y gana terreno aquella que considera plausible la existencia de Jesús, aunque mantenga cautelas sobre lo que podemos saber con certeza de su vida. Resulta útil distinguir con claridad las diversas imágenes de Jesús y sus diferentes dimensiones. No dice lo mismo de Jesús un historiador, un cineasta o un cristiano, por ejemplo; cada uno presenta dimensiones diferentes de su vida.

Así, la fe cristiana dice de Jesús más cosas de las que puede afirmar un historiador; y esto es legítimo y correcto. Un cristiano puede decir que Jesús es el Hijo de Dios sin que esto obligue al historiador a tener que demostrarlo o desmentirlo. La fe de ese cristiano no podría afirmar, sin embargo, algo que un historiador pudiera desmentir históricamente, puesto que esa fe confiesa la encarnación histórica del Hijo de Dios y la aceptación de las limitaciones históricas; así lo afirmaba Joseph Ratzinger siendo Papa: “Para la fe bíblica es fundamental referirse a acontecimientos históricos reales […] Et incarnatus est: con estas palabras profesamos el ingreso efectivo de Dios en la historia real. […] Así pues, si la historia, lo fáctico, forma parte esencial de la fe cristiana en este sentido, esta debe someterse al método histórico. La misma fe cristiana lo exige”. Sin embargo, hay muchos ámbitos difusos y borrosos donde las opiniones de exégetas e historiadores difieren entre sí, aunque resulta muy difícil llegar a un punto de contradicción por la escasez de evidencias históricas.

 No es objeto de ninguno de los artículos de esta revista entrar en este debate, sino ofrecer algunas características de la imagen más plausible y coherente históricamente de Jesús, aquella que es terreno compartido por creyentes y no creyentes. En el primer artículo, vamos a descubrir los criterios que los métodos histórico-críticos han utilizado para rescatar lo que podemos saber de Jesús con cierta seguridad, con algunos ejemplos. Teniendo en cuenta esos dichos y hechos más sólidos, veremos cómo su mensaje y opciones situaron a Jesús frente al Imperio romano y frente a las autoridades judías de su tiempo, dos ejes que determinan las coordenadas históricas de Jesús. Después, veremos cómo, tras su muerte, su memoria se desarrolló en direcciones diversas, a veces divergentes. Por último, sugeriremos algún ejemplo que descubra la actualidad de las opciones éticas y políticas de Jesús

X. Pikaza, Jesús de Nazaret:  Elementos de su vida   

Fue artesano galileo, no un líder espiritualista, sino un hombre de pueblo, que actuó como guía y renovador integral de Israel, en la línea de los profetas y pretendientes mesiánicos del judaísmo, para quienes la religión resultaba inseparable de la vida económico‒familiar, de tal forma que resultaba incomprensible sin ella.

El texto clave de Mc 6, 3 le presenta como el artesano (tektôn) de Nazaret, en un contexto histórico muy preciso, marcado por la “comercialización” de la agricultura y la degradación de una parte considerable del campesinado, que había perdido las tierras, cayendo en la marginación e incluso en la mendicidad, bajo el dictado de los nuevos poderes económicos (reyes herodianos, ciudades helenistas, imperio romano)[2].

Fue discípulo de Juan Bautista. Su historia activa como profeta no empezó en Galilea, sino en la ribera oriental del Jordán, junto al desierto, donde se había hecho discípulo de Juan Bautista, volviendo así el origen de su pueblo, a los tiempos del Éxodo y la entrada de Israel en Palestina, para retomar el camino de los retornados del exilio y de los apocalípticos (cf. cap. 3, 6‒ 7 y 12 de esta teología de la Biblia), encarnando así en su vida la “trayectoria” del AT, en clave de juicio de Dios, tal como lo proclamaba Juan Bautista. Sólo en este contexto, que el evangelio de Juan ha puesto de relieve al insistir en que no fue sólo un discípulo ocasional, sino un colaborador de Juan Bautista (que bautizaba con él), se entiende su proyecto posterior de Reino[3].

Profeta del Reino. Tras haber compartido el proyecto del Bautista en el Jordán, Jesús volvió a Galilea, a fin de proclamar la llegada del Reino, como don de Dios y resultado de la conversión de los hombres. Los macabeos (cf. cap. 12) habían combatido contra el helenismo de los reyes sirios, porque pensaron que sólo se podía ser judío renunciando a un tipo de universalismo helenista, en línea de poder y de nivelación sacral, insistiendo en la propia identidad judía, en torno al templo de Jerusalén, y a las normas sociales de la Ley Mosaica. Pues bien, en contra de eso, al menos implícitamente, Jesús quiso vivir de un modo radical la tradición judía, en apertura universal, sin tomar poder político, a partir de los pobres: posesos, enfermos, impuros, marginados…[4].

Pretendiente mesiánico. En un momento dado, Jesús abandonó su tierra (Galilea) y presentó su opción mesiánica en Jerusalén, sin que sepamos de manera estricta el momento y la razón interior que tuvo para ello. ¿Fue a Jerusalén porque pensó que su proyecto en Galilea había fracasado? ¿Subió para ratificarlo? Estas preguntas nos sitúan directamente ante la pretensión política‒social de Jesús, retomando, en una línea distinta, el planteamiento de fondo de los macabeos (170-160 a.C.). El proyecto de Jesús no era instaurar el Reino por guerra (como querían algunos celotas), sino en preparar su llegada (sanando, liberando y vinculando) a partir de los más pobres, para superar así la oposición entre judíos y gentiles (judíos y griegos, señores y siervos, hombres y mujeres, cf. Gal 3, 28)[5].

 Jesús pensó que el Reino llegaría por obra de Dios, no por mérito de los más sabios o justos, como salvación para pobres, enfermos y excluidos, allí donde los hombres y mujeres acogieran su movimiento, al servicio de la vida (curación de los enfermos, acogida y transformación de los impuros). Desde ese fondo han de entenderse las respuestas del primitivo cristianismo, centradas en la experiencia de una resurrección de Jesús, que no responde al modelo de Dan 12, 1‒3, sino que abren una forma nueva de instauración del Reino[6].

 (cf. Pikaza, La Palabra se hizo carne, Verbo Divino, Estella, 2020, 197-203)  

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 Notas de Pikaza

[2] No fue campesino propietario, sino galileo marginal, inmerso en la gran crisis económico‒social de gran parte de la población, formada por familias privadas de sus tierras (por deudas o por un tipo de comercialización de la agricultura). En aquel contexto, un tektôn eranormalmente una persona que había perdido sus tierras (su independencia económica), teniendo que vivir de la venta del trabajo, en las grandes construcciones regias (nuevas ciudades: Séforis, Tiberíades) o sagradas (Templo), o al servicio de campesinos más ricos, en un tiempo marcado por el influjo de Roma y la política de sus vasallos, Herodes y Herodes Antipas.

[3]El judaísmo de finales del segundo templo, en especial en Palestina, fue un laboratorio de ideas y experiencias antropológicas y teológicas, de forma que sólo entre ellas podemos entender el movimiento de Jesús, que, habiendo sido campesino sin campo en Galilea, quiso compartir el proyecto penitencial y apocalíptico de Juan Bautista.

[4] No fue activista militar (1 Mac), pero tampoco un defensor pasivo del martirio (cf. de 2 y 4 Mac), sino promotor de un movimiento de trasformación no armada (sapiencial y social) de los campesinos galileos, partiendo de los pobres y expulsados, para buscar con y para ellos la comunión y justicia universal, en este mismo mundo (corriendo así el riesgo de ser ajusticiado, no por negarse a comer cerdo, sino por abrir su vida a los pobres e impuros de Galilea).

[5] En un plano, Jesús vino a situarse ante los mismos temas y retos de los macabeos, en la línea del libro de Daniel (cf. cap. 12), para resolverlos de un modo distinto, de los pobres, sin victimismo martirial (como el algunos grupos de 2 y 4 Mac), y sin apelar tampoco a un tipo de resurrección futuro (como en la respuesta final de Dan 12, 1‒3). Desde perspectivas distintas, cf. S. G. F. Brandon,Jesus and the Zealots, Manchester UP 1967; H. Moxnes, Poner a Jesús en su lugar, Verbo Divino, Estella 2005; B. Pérez Andreo, La revolución de Jesús, PPC,Madrid 2018.

[6] Han de tenerse en cuenta los diversos tipos de profetismo y mesianismo de Palestina (en el entorno del Jordán, en Galilea y Jerusalén) en los años que van de la muerte de Herodes (4 a.C.), con los primeros levantamientos que aprovechan el “vacío” de poder creado entonces, pasando por la destitución de Arquelao (6 d.C.), con los inicios de un celotismo de tipo profético-religioso, hasta el estallido pre-revolucionario, que se impuso tras la muerte de Agripa (45 d.C.) y el comienzo de la guerra judía propiamente dicha (67 d.C.). Jesús actúa y muere en un momento intermedio, en torno al 30 d.C., y no se le puede comparar con los sicarios y celotas posteriores (del 66-73 d.C.), pero que su vida y mensaje ha de entenderse a partir del destino de los profetas escatológicos anteriores, entre los cuales se sitúa, con su proyecto especial de instauración del Reino, que “históricamente” culminó en su crucifixión.

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