Jesús y el divorcio (Con ocasión de un texto de J. Ratzinger)

En ese contexto, partiendo del documento de J. Ratzinger (del año 1998), he querido añadir unas sencillas matizaciones, que presentan el tema del divorcio desde la perspectiva de Jesús, en el contexto del NT. No digo todo lo que puede y debe decirse sobre el tema, pero mis reflexiones ayudan a entender mejor las de J. Ratzinger, situándolas en el contexto del origen del cristianismo.
No voy en contra de J. Ratzinger, en modo alguno, pues lo que él propone es muy serio. Pero estoy convencido de que su presentación no es completa, en clave bíblica y eclesial. Más aún, pienso que no capta (ni valora) las matizaciones que ofrecen Pablo y Mateo en el mensaje de Jesús sobre el divorcio, precisamente para salvaguardar la fidelidad de Dios en el matrimonio humano (como quiso Jesús). Se trata de un asunto serio y urgente, en la vida de la Iglesia actual; por eso es bueno tratarlo seriamente.
Intrdoducción. Sobre el texto de J. Ratzinger
El papa alude al hecho de que los exegetas (¡y todos los lectores atentos del NT) saben que la doctrina bíblica no es uniforme sobre el tema, y así lo dice con toda honestidad:
Algunos exegetas ponen de relieve críticamente que el Magisterio, en relación a la indisolubilidad del Matrimonio, citaría casi exclusivamente una sola perícopa, o sea Mc 10,11-12, sin considerar otros pasajes del Evangelio de Mateo y de la Primera Carta a los Corintios. Estos pasaje bíblicos indicarían una cierta “excepción” a la palabra del Señor sobre la indisolubilidad del matrimonio, o sea en el caso de porneia (Cfr. Mt 5,32; 19,9) y en el caso de de separación por causa de la fe (Cfr. 1 Cor 7,12-16). Estos textos serían indicaciones de que los cristianos, en situaciones difíciles, habrían conocido, ya en los tiempos apostólicos, una aplicación flexible de la palabra de Jesús.
Ratzinger admite esa objeción, pero después la “devalúa” o ignora, de una forma inteligente, pero que resulta, al menos, muy problemática:
A esta objeción se debe responder que los documentos magisteriales no pretenden presentar de modo completo y exhaustivo los fundamentos bíblicos de la doctrina sobre el matrimonio. Dejan esta importante tarea a los expertos competentes. El Magisterio subraya, sin embargo, que la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio deriva de la fidelidad a la palabra de Jesús. Jesús define claramente la praxis veterotestamentaria del divorcio como una consecuencia de la dureza del corazón del hombre.
Tiene razón J. Ratzinger, cuando afirma que la doctrina de la iglesia deriva de la “palabra de Jesús”. Pero esa “palabra” ha de entenderse (conforme a la experiencia y praxis de la Iglesia) en el contexto más extenso del NT. No se puede apelar en unos casos a la “ipsissima verba” (palabras originales) de Jesús, dejando a un lado otras palabras del NT (que recogen la interpretación primitiva del mensaje de Jesús)…, para hacer en otros muchos casos (que sería fácil citar) casos lo contrario.
Conforme a la doctrina más seguida de la Iglesia hay que tomar todo el NT como palabra de Jesús, entendida y aplicada desde varias perspectivas, sin apelar (cuando conviene) a la “ipsissima verba” (para así devaluar otras palabras del NT). No pretendo con esto negar el valor del texto J. Ratzinger, sino decir que debe ser situado en el contexto más amplio del NT, de la vida de la Iglesia, de la reflexión teológica actual y de la experiencia cristiana de este siglo XII.
En esa línea, recomendando a mis lectores que lean primero el trabajo de J. Ratzinger, les ofrezco mi breve reflexión exegética sobre el tema.
Introducción sobre matrimonio y divorcio
Significativamente, el texto más claro de Jesús sobre el amor entendido como fidelidad personal es aquel donde, apelando a Gen 1, 27, se opone a la ley del divorcio permitido (supuesto) en Dt 24, 1-3 (cf. Mc 10, 1-11). Éste puede parecer un texto secundario dentro del movimiento de Jesús y, sin embargo, es muy significativo pues nos lleva al centro de la “recuperación moral (humana)” de la Ley, fundada en la fidelidad de Dios, que él ha tomado como fuente y modelo de toda conducta humana.
En el fondo está, como he dicho, la fidelidad de Dios que, conforme a los grandes profetas de Israel (Oseas, Primer Isaías, Jeremías, Ezequiel, Segundo Isaías) no ha rechazado a su pueblo Israel. Tampoco el marido puede rechazar (expulsar) a su mujer, pues ambos han sido creados a imagen de Dios. En ese contexto, Jesús ha rechazado expresamente una concesión (de divorcio), permitida por la Ley israelita, cosa que ningún profeta o rabino judío se había atrevido a realizar (Presentación reciente del tema, con amplia bibliografía, en J. P. Meier, Judío Marginal IV, 101-201).
Palabra de Jesús, según Marcos
Estrictamente hablando, el AT carece de una ley sobre el divorcio, porque no la necesita (siempre supone que el divorcio del varón es legal y permitido). Lo único que hace, en la ley que Jesús cita (Dt 24, 1-3) es regular sobre un caso especial: Si un hombre se “divorcia”, expulsando a su mujer y dándole un libelo (documento) de repudio, no puede volver a casarse con ella. Pues bien, en contra de ese supuesto (el varón puede expulsar de su mujer, aunque –por ley restrictiva- debe darle un documento de repudio), apelando a la visión del Dios fiel y, de un modo más concreto a Gen 1, 27 (varón y mujer los creó…, de manera que ambos son una sola carne) Jesús rechaza el divorcio (que el varón expulse a la mujer), juzgándolo contrario a la fidelidad de Dios y a la dignidad de los casados, oponiéndose a la interpretación de los “fariseos”, que según Mc 10, 1-2 le plantean la pregunta:
¿Qué os prescribió Moisés? 4 Ellos contestaron: Moisés ordenó escribir un documento de divorcio y despedirla. 5 Jesús les dijo: Por la dureza de vuestro corazón escribió Moisés para vosotros este mandato. 6 Pero al principio de la creación Dios los hizo macho y hembra. 7 Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer 8 y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una carne 9. Por tanto, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre (Mc 10, 3-8).
El tema no es la licitud del divorcio en general, sino si el varón (anêr) puede despedir, es decir, expulsar (apolysai), a la mujer (gynê), aunque lo haga concediéndole un documento de repudio (cf. Dt 24, 1-3). Pues bien, Jesús se opone a esa “concesión mosaica” apelando a un “estrato” más profundo de la Ley (Gen 1, 27: ¡serán una sola carne!), donde viene a revelarse la voluntad original de Dios (en línea de fidelidad).
En un plano, Jesús acepta la ley del divorcio (Mc 10, 3-4), regulada por Moisés (Dt 24, 1-3), pero sólo como una concesión (¡por la dureza de vuestro corazón...!: Mc 10, 5), pero apela, por encima de ella, a la Ley original de Dios: «Al principio (arkhê) los hizo macho y hembra...» (Mc 10, 6-9; cf. Gen 1, 27; 2, 24). Pero, fundándose en el Génesis, él lleva al ser humano a su raíz, esto es, al lugar donde varón y mujer pueden unirse para siempre, en igualdad (sin dominio de uno sobre otro). Por encima de una ley que reprime o regula la vida con violencia, en perspectiva de varón, Jesús apela al principio de la fidelidad de Dios, que han formulado los profetas, para decir que los esposos no pueden expulsar a sus mujeres.
Para “dictar” su sentencia, Jesús opone dos pasajes de la Biblia (Gen y Dt), interpretando y superando el uno desde el otro, conforme a una técnica de exégesis que utilizaban diversos grupos judíos de su tiempo. En esa línea, él supone que algunas normas concretas e importantes de Moisés no responden a la Ley original de la creación (arkhê ktiseôs; Mc 10, 6), afirmando que ellas no derivan de la voluntad de Dios (que es fidelidad), sino del deseo (=dureza de corazón) de unos varones (cf. Mc 10, 5) que quieren regular por sí mismos (en casamiento y divorcio) su autoridad sobre la mujer («separando aquello que Dios ha unido»: Mc 10, 9).
Jesús declara así (o al menos supone) que algunas Leyes de Israel son creación de los hombres (varones) y no voluntad original de Dios. No es que él rechace a Moisés, pero, en la línea de otros apocalípticos (como hará más tarde Pablo), él quiere fundar su movimiento en el principio de la creación, más allá del nivel de algunas leyes de Israel, para fundarse en el principio de Dios, que se expresa en la fidelidad del hombre hacia la mujer, con la que forma una sola carne.
Según eso, el varón no tiene “derecho” de expulsar a la mujer, como suponen los fariseos de Mc 10, 2, apelando a Dt 24, 1-3, pues el varón no es “antes” que la mujer, sino ambos nacen juntos (Gen 1) y de esa forma se vinculan, en fidelidad, para formar una sola carne. Al negar al varón ese derecho, Jesús rompe la espina dorsal del patriarcalismo, que se funda en el dominio del esposo sobre su esposa y sus hijos; más allá de toda norma de dominio, Jesús quiere que hombre y mujer (y en este caso el hombre) actúen conforme al principio de la fidelidad de Dios .
Ciertamente, puede haber un matrimonio por ley, en la línea de Dt 24, 1-3, donde se supone que el varón tiene autoridad sobre la mujer, tanto al escogerla (en contrato que realiza con el padre de la esposa, no con ella) como al expulsarla después, si lo decide (Mc 10, 2.4), pero no se funda ni define sobre bases de fidelidad personal, ni responde a la creación de Dios. Pues bien, superando ese nivel, Jesús funda el matrimonio en la esencia originaria de la vida, que no concede al varón el poder de expulsar a la mujer cuando le conviene, pues ambos se han unido conforme al principio de la fidelidad de Dios (Gen 1).
Regulaciones prácticas, Pablo y Mateo
Jesús se sitúa, según eso, en la raíz de la vida humana, antes de toda ley particular, como reconoce Pablo cuando recoge y ratifica este dicho del Señor (1 Cor 7, 10-11) y lo presenta (como Marcos) de una forma “abrupta”, como para indicar que nos hallamos ante un “cambio de nivel”, ante un salto formidable en la visión de la existencia humana, en perspectiva de varón y de mujer. Se trata, como digo, de un “salto” formidable, que sólo puede formularse apelando a Dios y sólo puede expresarse allí donde surgen unas nuevas condiciones de vida personal y social que lo sustenten, de forma duradera, en clave de Reino (como sabe Mt 19, 11-12).
En ese contexto resulta normal que al regular la vida concreta de las comunidades, los grandes pastores de la iglesia primitiva hayan tenido que matizar ese principio, para adaptarlo a las diversas condiciones de los seguidores de Jesús. Así lo han hecho, tanto Pablo como el evangelio de Mateo, introduciendo modificaciones y excepciones muy significativas:
1. Pablo. Infidelidad “religiosa” (1 Cor 7, 15). En línea de principio, Pablo asume y ratificar la prohibición de divorcio como “palabra del Señor”, en la línea de Mc 10, 2-12 (cf. 1 Cor 7, 10-11). Más aún, Pablo aceptaría (y acepta) el principio de Jesús: El varón no puede expulsar a la mujer, apelando a ningún principio de superioridad patriarcal.
Queda así claro el principio de Jesús: El rechazo del divorcio por superioridad del varón... Pero hay en el fondo del tema otros motivos, que Jesús no ha puesto de relieve con con su principio general. Así Pablo alude al caso de que uno de los esposos sea “infiel” (no creyente), y no acepte la indisolubilidad del matrimonio y se separe, el otro queda libre y puede casarse de nuevo.
En ese caso, el matrimonio sigue siendo en sí mismo indisoluble, pero si una parte lo rompe (siendo infiel a Cristo) queda roto, de manera que la parte fiel no sigue atada. Eso supone que el “principio” de Jesús (fidelidad de los esposos) no se puede tomar de una manera abstracta (general), sino que ha de entenderse desde la fidelidad de esos esposos al Dios fiel de Jesucristo.
2. Mateo. Infidelidad “de pareja” (Mt 5, 32; 19, 9).
La comunidad de Mateo se apoya también en el dicho de Jesús (prohibición de todo divorcio, según Marcos), pero aplica luego el mismo principio de Pablo en el caso de que surja una infidelidad de pareja.
Mateo no va en contra del mensaje de Jesús (¡el varón como varón no puede expulsar a la mujer...!), pero encuentra otros aspectos que Jesús no puso de relieve... y entre ellos la infidelidad del varón (pero también de la mujer). Siguiendo el principio de Jesús (¡fidelidad de Dios!), la Iglesia de Mateo sabe que cuando esa fidelidad se rompe... se ha roto el matrimonio, de manera que es posible el divorcio (y quizá necesario), para salvaguardar precisamente la fidelidad de Dios, que no aparece, no se expresa ni revela, en un matrimonio entre infieles, es decir, entre personas que no se guardan fidelidad mutua.
No hace falta una ruptura religiosa (y que un esposo, el no creyente, abandone al otro), sino que es suficiente una “ruptura” humana: Si un esposo comete “porneia”, esto es, rompe la fidelidad matrimonial, manteniendo relaciones íntimas al exterior de la pareja, el matrimonio se destruye, de manera que la parte fiel queda en libertad para divorciarse y casarse de nuevo.
Conclusión
Estas dos “matizaciones” (de Pablo y Mateo) no son las únicas, pues hay en el NT otras variantes que aquí no consideramos. Pero el caso resulta suficientemente claro. Jesús se ha opuesto sin duda a la “ley del matrimonio” de Dt 24, pidiendo fidelidad absoluta a los esposos, conforme a la palabra originaria de Gen 2. De esa manera ha situado en la raíz de su mensaje un principio de “amor” esponsal, suponiendo así que el Reino se expresa en unas relaciones personales de amor duradero.
Pero, allí donde no existe, en concreto esa exigencia y experiencia de fidelidad entre los esposos, tanto Pablo como Mateo (con sus respetivas iglesias) han debido matizar el tema (precisamente para ser fieles a lo que Jesús ha querido: que el matrimonio sea presencia y revelación de la fidelidad de Dios).
Tanto Mateo como Pablo han visto que el principio de Jesús no puede aplicarse de un modo “puramente material”, sino conforme a las diversas circunstancias, pues la “fidelidad personal” importa más que la vinculación externa de la pareja. De esa forma han interpretado canónicamente el principio de amor esponsal de Jesús, abriendo un camino que las iglesias siguen recorriendo todavía .