Job, curso breve sobre el grito (con los cinco dolores de la vida)

Por si quieres "engancharte" y acompañarnos on-line, con la Universidad Mística de Ávila, en un curso de fin de semana sobre el destino de Job y su  grito en la noche...

  Un curso breve, siete lecciones de una hora  y conversación, para leer y sentir con Job, en un momento en que su paciencia legendaria se convierte, según la Biblia, en grito de protesta y petición de ayuda. Curso para ponernos en pie y atravesar el túnel de noche en que estamos atrapados (apresados) por nuestros miedos y por la opresión de los "poderes" personales, religiosos y sociales (con la ayuda del libro de Job, el más misterioso de toda la Biblia).

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CAMINO EN LA NOCHE. MÍSTICA DE JOB

¡Maldito el día en que nací!

Otros libros de la Biblia tiene otros principios (cf. Gen 1, 1; Jn 1, 1). Pero en perspectiva de opresión el principio de todos los libros de la vida y de la Biblia es es el grito: la protesta de las víctimas que claman a Dios (Ex 2, 23‒25), y en nuestro caso el bramido de Job maldiciendo su nacimiento. Por eso, tras el prólogo en prosa, que ha servido para situar el tema, como si fuera una “voz en off”, que presenta a los tres personajes principales (Job, Dios y Satán), el drama propiamente dicho comienza con el grito o lamento del personaje principal que es Job.

          El prólogo del libro de Job (Job 1-2) se situaba en un tipo de cielo, entendido a modo de corte suprema, en la que residía Dios presidiendo y dirigiendo la historia de los hombres. Allí había venido Satán para contarle algunas cosas que pasaban en la tierra. Ahora, con el capítulo 3,  empieza la “historia de la tierra”, que había sido introducida ya en cap. 1‒2 con la “fortuna adversa” de Job y la visita de sus tres amigos. Así, de pronto, se desata el drama propiamente dicho, que empieza con el grito de Job, desde el lugar donde se encuentra sufriendo, derribado, sobre el mundo. En esa línea he dicho que el comienzo de la historia humana es el grito:

CAMINO EN LA NOCHE. MÍSTICA DE JOB

JOB 3

  • 1 Después de esto, abrió Job su boca y maldijo su día.
  • 2 Exclamó, pues, Job y dijo:
  • 3 Perezca el día en que nací, la noche que dijeron: Han tenido un varón.
  • 4 Que aquel día sea oscuridad; que Eloah no lo cuide desde arriba ni haya luz que sobre él resplandezca.
  • 5 Cúbranlo tinieblas y sombra de muerte, y reposen sobre él las sombras, que la niebla lo cubra, que lo llene de terror un eclipse.
  • 6 Apodérese de aquella noche la oscuridad;no sea contada entre los días del año ni entre en el número de los meses.
  • 7 ¡Ojalá aquella noche hubiera sido estéril, sin canción ninguna para ella!
  • 8 Maldíganla los que maldicen el Océano, los que despiertan a Leviatán.
  • 9 Oscurézcanse las estrellas del alba; que llamen a la luz, y que no venga, y que no se despierte esa mañana con el parpadeo de la aurora.
  • 10 ¿Por qué no cerró el vientre y escondió de mis ojos la miseria?
  • 11 ¿Por qué no perecí yo en la matriz, no expiré al salir del vientre?
  • 12 ¿Por qué me acogieron las rodillas de mi padre y el pecho de mi madre?
  • 13 Si hubiera muerto reposaría ya; dormiría, y hubiera sido bueno para mí,
  • 14 con reyes y consejeros muertos, que para sí construyeron sepulcros,
  • 15 con príncipes ricos también muertos que llenaban de plata sus casas.
  • 16 Como aborto escondido, no hubiera existido, como feto, sin ver la luz.
  • 17 Allí dejan de perturbar los malvados, y descansan los cansados.
  • 18 Allí reposan los cautivos, y no escuchan las órdenes del vigilante.
  • 19 Allí están juntos chicos y grandes; y el esclavo queda libre de su amo.
  • 20 ¿Por vio la luz el desgraciado y tuvo vida el de ánimo amargado,
  • 21 el que espera la muerte y no le llega, el que la busca como gran tesoro,
  • 22 el que se alegraría en la tumba y gozaría en el sepulcro?
  • 23 ¿Por qué dar vida al carente de camino, al que Eloah ha cerrado el paso?
  • 24 Pero en vez de pan, tengo sollozos, y mis gemidos son como el agua.
  • 25 Temía el gran temor y me ha venido, lo que me espantaba me ha llegado
  • 26 ¡No tengo paz ni tranquilidad; no tengo descanso, todo es sobresalto!

Se ha dicho que el pensamiento nace de la admiración, del asombro agradecido ante la vida. Pero, en este caso, nace del dolor y la protesta contra la opresión, de forma que la primera palabra del hombre es un aullido de dolor que sacude el puente de la vida (cf. cuadro de E. Munch, El Grito). Desde ese fondo comentaré en conjunto este capítulo, insistiendo en tres motivos: (1) Job y Jeremías. (2) Trauma o dolor de nacimiento. (3) Dolores concretos de Job.

Job y Jeremías, destinos paralelos. Este capítulo se parece a un texto más breve pero igualmente dramático de Jeremías que grita ante Dios su protesta por haber nacido para ser profeta perseguido, herido y fracasado

 Maldito el día en que nací; no sea bendito el día en que mi madre me alumbró... Sea como las ciudades que desoló Yahvé… pues no me hizo morir en el vientre. Mi madre debería haber sido mi tumba… ¿Por qué salí del vientre para ver sufrimiento y tormento, para que mis días se consuman en vergüenza? (cf. Jer 20, 14‒18; Job 3, 2. 11‒15).

             Éste es el grito de Jeremías, profeta perseguido por hombres violentos, entre un presente de guerra y un futuro de desastre sin salida. Tanto él como Job hubieran preferido la muerte, antes que soportar lo que soportan: La destrucción del orden anterior, la amenaza de un futuro de muerte. Han nacido para ser muertos vivientes, y hubieran preferido haber muerto en el vientre de su madre, o tras el parto.

Jeremías se había enfrentado con los sacerdotes y nobles de Jerusalén, que le perseguían como a un traidor, protestando contra Dios, diciendo como Job que hubiera sido mejor no haber nacido. Miradas desde fuera, sus palabras pueden parecer blasfemas; pero en el fondo son una confesión de fe. En medio de una fuerte lucha interna, perseguidos por los defensores de un Dios de violencia, Jeremías y Job protestan pidiendo (esperando) la manifestación de un “nuevo” y más alto Dios que ha de revelarles su rostro:

‒ Jeremías fue un profeta histórico, real, y sus palabras brotaban de su experiencia concreta, en la crisis del “antiguo régimen”, con la esperanza “imposible”, pero necesaria, de una recreación de Jerusalén tras la ruina del orden antiguo. Por eso, su profecía (con su protesta ante el Dios del sistema y su esperanza en el Dios de gracia) choca con las autoridades de Jerusalén, que una y otra vez le rechazan, muriendo al fin en el exilio.

LOS CAMINOS ADVERSOS DE DIOS

Job, en cambio, es un personaje simbólico, como el Siervo de Yahvé (Isaías II), creado (recreado) por unos poetas‒escribas del nuevo judaísmo, tras el exilio, como signo de la destrucción del orden antiguo (con el Dios de los prepotentes), para anunciar (postular e iniciar) una esperanza superior de salvación, desde el estercolero de la historia, en la “sala de espera” (no esperanza) de la muerte.

 Los lamentos de Jeremías reflejan su experiencia concreta de profeta. El libro de Job es, en cambio, una obra literaria, sapiencial, que recoge la experiencia de un pueblo al borde de la muerte, esperando la revelación del Dios de la vida. 

La vida, dolor desde el principio. Job recoge la experiencia de Israel, pero, al mismo tiempo, es la expresión o signo de toda la humanidad que grita desde el dolor y espera la llegada de la nueva humanidad (la revelación del Dios más alto). Desde ese fondo ha de leerse este capítulo (Job 4), donde el grito de dolor se hace palabra de esperanza, esto es, de nuevo nacimiento, como muestra el libro de un gran antropólogo judío, O. Rank, El trauma del nacimiento (1923).

 El libro de Job cuenta el trauma de su re‒nacimiento, en el basurero donde sufre, expulsado y enfermo, combatido por sus amigos, torturado y condenado, elevando ante Dios su protesta. Algunos exegetas antiguos tuvieron el atrevimiento de acusar a Job por lo que decía en cap. 3, afirmando que no tuvo paciencia, de forma que misma actitud era un pecado. Pero esa acusación pasa por alto el hecho de que Job había empezado diciendo Yahvé me lo ha dado, él me lo ha quitado (2, 21), a pesar de que ahora debe añadir maldito el día en que nací… (3, 3). La vida de Job oscila así entre la paciencia y la protesta (2, 21 y 3, 3), sin que el autor del libro haya visto contradicción entre una y otra, pues la misma paciencia le permite protestar ante el Dios a quien apela, como seguiremos viendo (cf. 4‒27).

Esta protesta de Job 3 (¡muero por no haber muerto!) puede compararse con el llanto de Arjuna en la guerra (Bagavad Gita) y con el dolor de Buda ante la enfermedad, vejez y muerte. Perotanto Arjuna como Buda han superado (dejado atrás) el dolor. En contra de eso, Job mantiene vivo su dolor ante Dios, sin evadirse, como indica el excurso siguiente, que es un resumen de todo el libro.

Excurso. Los cinco dolores de Job, pregunta de (por) Dios. El dolor de los héroes de la tragedia (Edipo, Antígona…) han marcado el pensamiento griego. La guerra de Arjuna y los dolores de Buda (enfermedad, vejez y muerte) definen el pensamiento oriental. Pues bien, los dolores de Job nos sitúan en el centro de la experiencia israelita, que la Biblia ha condensado como paso entre una humanidad regida por los poderosos, y la nueva humanidad representada por la libertad de la opresión y la injusticia.

En principio, Job no era víctima, sino rico y poderoso, rey del tierra. Pero ha caído bajo la maldición de Dios y de otros hombres, y por eso sufre. Sus amigos le dicen que padece por su culpa, por haberse elevado contra Dios. Él, en cambio, afirma que sus cinco dolores son injustos:

Dolor material, pérdida de bienes. Conforme a cap. 1‒2, Job no ha perdido sus bienes por haber pecado, sino porque Dios ha permitido a Satán que se los quite. En contra de eso, sus amigos (Job 4‒27), afirman que Job sufre a consecuencia de su culpa, por haberse alzado contra Dios; por eso ha perdido sus bienes, y está condenado a morir, sin rebaños ni tierras de cultivo, sobre el suelo duro, en un infierno terrestre (un basurero).   

Ha perdido casa y campos, propiedades familiares y sociales. Desnudo yace y sin poder, fuera de la buena tierra de los nómadas de tribu y de los ciudadanos ricos, expulsado de la sociedad donde había sido juez y consejero. De un modo consecuente, conforme a la visión de sus enemigos, Job no solamente debería aceptar el sufrimiento, sino añadir: ¡Bendito dolor que mis pecados merecen, conforme a la justa ley divina!

Dolor social, pérdida de familia. Job era un “patriarca” de siete hijos, en cuyas casas comía cada día de la semana, y de tres hijas, que eran la bendición de su vida, con criados, labradores, pastores, boyeros y camelleros, como rey de un extenso dominio que él administraba de modo “principesco”, dictando su justicia bondadosa sobre huérfanos, viudas y pobres.

          Pero todo lo ha perdido y sus amigos le culpan diciendo que lo ha merecido, por alzarse contra Dios, de forma que yace sin honor, sin casa, ni familia, rechazado, condenado, solitario, esperando la muerte en el estercolero donde se pudren en vida las basu­ras de la sociedad. Hubiera sido más simple matarle (o dejarle morir), pero sus amigos necesitan ver como muere cada día, como prueba de que ellos tienen razón.

Dolor personal, enfermedad. Es de tipo síquico y somático, y de esa forma la sufre, en cuerpo y alma, en el basurero (Gehena), que es como una tumba, un vertedero donde se amontonan hombres y cosas que sobran y estorban, hasta acabar muriendo del todo. Esto es Job, él no es más que pura escoria.

          Sus enemigos le acusan diciendo que lo tiene merecido, queriendo así destruirle del todo, física y mentalmente. Pero, de forma paradójica, esa misma enfermedad le ha producido una gran lucidez, y así puede conocer lo que ignoraba, en la frontera de la muerte. En otro tiempo, externamente sano, él no veía. Sólo ahora, desde la enfermedad, empieza a conocerse a sí mismo, descubriendo a Dios con claridad.

Dolor estructural, víctima del sistema. ­Job sufre expulsado, como víctima “justa” de un sistema teológico y social que le va destruyendo, como ejemplo de castigo justo para otros. En un sentido, su presencia y pasión en el basurero es necesaria para que funcione la “buena sociedad” de los triunfadores, que se justifican de esa forma ante Dios.

           Para sentirse herederos del cielo, esos enemigos de Job necesitan que él sufra en su infierno del que sólo podrá salir si se somete a ellos. De esa forma le “prometen” el perdón de Dios (de quien se dicen representantes) si es que se somete a ellos, confesando su culpa. Pero, de manera paradójica, como seguirá mostrando todo el libro, esos “jueces” de Job, pareciendo triunfadores, son en realidad los perdedores. No valen por sí mismos, sino sólo condenando y expulsando. Por eso tendrán al fin que “convertirse”.

Dolor teológico, torturado por Dios. En otro tiempo,Job había formado parte del bando de los triunfadores, y así confiaba en un Dios del poder, conforme a las leyes del sistema. Dios mismo le había dado autoridad social y familiar, gran riqueza, por encima de los pobres (a quienes ciertamente ayudaba). Pero todo eso lo ha perdido, quedando en manos del Dios de los vencedores, que le expulsa y tortura en el infierno del sistema.

          Sólo así, desde el “infierno” de su enfermedad, torturado por el “dios” del sistema, Job podrá ir descubriendo al Dios verdadero. Desde el abismo de su dolor, condenado por el sistema de los triunfadores, cercano a la muerte próxima, Job podrá asumir e interpretar el sentido de sus sufrimientos, descubriendo en ellos y por ellos al Dios vivo y verdadero que no “cubrirá su sangre” (cf. 16, 18), esto es, no justificará su fracaso, abriendo en él y por él un tipo nuevo de esperanza.

           En su etapa anterior, él no sabía, no conocía a Dios (le identificaba con el orden del sistema). Por el contrario, a partir de aquí, con la lucidez extremada de las víctimas, irá descubriendo que el Dios del sistema (entendido como talión de venganza) es en el fondo satánico. Sólo así, manteniéndose firme, desde el reverso del dios‒talión, en el basurero donde padecen los pobres y fracasados, como víctima de un poder social injusto, Job vislumbrará el sentido (la existencia) del Dios verdadero, garante de la vida de los perdedores.

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