24.6.22. Juan Bautista: El principio del evangelio

El principio del evangelio es la Palabra de Dios, como dice Jn 1, 1. El principio es también  la historia de Israel, como añade el evangelio de Mateo…, con María, la madre de Jesús, como señala Lucas. Pero, en un sentido radical y concreto, el principio es Juan Bautista en el desierto como dice hoy, 24 de Junio, el evangelio de Marcos:

(1) Para alcanzarlo todo has de abandonarlo todo como han dicho Francisco de Asís y Juan de la Cruz. Si no eres capaz de negar (de negarte) ni hacerte desierto, con Juan Bautista, no podrás sumar ni tener nada, ni recibir ni dar vida a los demás. 

(2) La Iglesia debe abandonar templo y palacio, volviendo con Juan al desierto. Ella tiene que dejar sus privilegios y razones, su justicia egoísta, para tomar con Juan el camino de los rechazados y excluidos, desde el desierto donde ha vuelto (ha de volver) para caminar con los expulsados, los negados y oprimidos, los del excilio perpetuo del mundo.

(3) Jesús empezó con Juan. ¿Cómo empiezas tú? ¿Cómo quieres que empiece y sea (reviva) tu iglesia,  este 24 de junio de 2022. De eso trata esta postal, que he dividido en dos partes: (a) Juan Bautista, comienzo del Evangelio. (b) Menesaje de Juan, camino de Iglesia.

FOTO: Mikael Helsing

A. JUAN BAUTISTA, COMIENZO DEL EVANGELIO

Mc 1, 1-8

1 El Comienzo del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios  (2 Según está escrito en el profeta Isaías: Mira, envío mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino, 3 voz del que grita en el desierto: (Preparad el camino al Señor; allanad sus senderos!

El comienzo del evangelio  4  fue  Juan el Bautista en el desierto, predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados.

5 Toda la región de Judea y todos los habitantes de Jerusalén acudían a él y, después de reconocer sus pecados, Juan los bautizaba en el río Jordán. 6 Iba Juan vestido con pelo de camello, llevaba un cinturón de cuero a su cintura, y se alimentaba de saltamontes y de miel silvestre.7 Esto era lo que proclamaba: Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo. Yo no soy digno ni de postrarme ante él para desatar la correa de sus sandalias. 8 Yo os bautizo con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo1. (cf. X. Pikaza, Evangelio de Marcos)

Introducción

Evangelio de Marcos

 El evangelio de Marcos comienza con  Juan Bautista.

Lógicamente, Marcos no ha podido comenzar con la anunciación dirigida a su madre de Jesús, ni con el nacimiento de Jesús (en contra de lo que harán Mt 1-2 y Lc 1-2). Tampoco empieza con el surgimiento eterno de Jesús como logos de Dios (en contra de Jn 1). Su historia de Jesús mesías empieza con la  llamada vque Dios le dirige en el Desierto,donde ha ido para aprender y caminar con Juan Bautista..

Antes de esa palabra de Dios que le pone en pie diciéndole ¡tú eres mi Hijo!, Jesús no existía como tal (como Mesías); fuera de ella, su vida carecería de importancia. A Marcos no le importan todavía (ni podrían importarle) las preguntas posteriores de una tradición teológica o curiosa, muy interesada en detalles de tipo historicista, filosófico o psicológico: ¿Cómo nació Jesús?, ¿qué hacía antes de su bautismo-vocación? ¿cuál era su ser en la eternidad divina? Éstas y otras preguntas carecen para Marcos de importancia.

Jesús nace de la llamada de Dios... y para escuchar esa palabra ha tenido que ir al desierto de Juan Bautista... Ha dejado Jerusalén, con sus palacios y su templo, con su ley,con sus auto-justificaciones, para escchar y acoger la palabra de Dios en el margen de la vida, en el río del desierto.  

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Según eso, Jesús se ha situado en la gran historia humana de carencia y esperanza de la profecía, precisamente en el lugar donde se alzael Bautista. Desde ese lugar, como hombre entre los hombres, como pobre entre los pobres, como negado entre todos los negados ha podido acoger la voz de Dios que le ha llamado haciéndole su Hijo Mesías en la misma tierra. 

  1. Comienzo del evangelio. Titulo y cita bíblica (1, 1-3). Del tema general (evangelio: 1, 1) y de los apelativos principales de Jesús (Cristo, Hijo de Dios) trata lo que sigue: el evangelio o buena nueva de Dios se identifica con la historia del Cristo, Hijo de Dios (cf. 1, 11; 9, 7; 14, 61; 15, 26.39).

De ordinario, el comienzo de una obra literaria enmarca y, de algún modo, suscita o pone en movimiento todo lo que sigue. Eso sucede de manera  más intensa en los escritos antiguos como Marcos,  Difícilmente podía haberse dado un título y comienzo más hermoso: El principio del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios... (1,1).

La palabra principio (= arkhê), también utilizada en Gn 1,1 y Jn 1,1, puede interpretarse aquí de varias formas: como título de la introducción (l, 1-l3) o del libro entero (todo Marcos) o, más bien, como trasfondo del que brota en general el evangelio como mensaje de Dios, que empieza llamando a los hombres por medio de Juan Bautista, en el desierto. El evangelio de Jesús tiene su punto de partida en el mensaje y obra del Bautista, en la línea de la antigua profecía. Tres son las palabras centrales de este verso introductorio (1,1). Ellas definen y enmarcan a Marcos, ofreciendo así el motivo y tema principal de todo el libro. ¿De qué trata este principio? No se refiere a la creación de cielo y tierra (Gn 1,1), ni tampoco al logos o palabra que existía siempre en lo divino (Jn 1,1). Trata de esto: 

  • El evangelio. Tema y contenido del libro será la «buena nueva», es decir, el anuncio de la salvación de Dios que cambia la vida de los hombres (d. 1,15). Por eso en el camino de Jesús hacia la muerte se dirá que el evangelio debe proclamarse en todos los pueblos, desbordando la frontera israelita (13,10; 14,9).
  • De Jesucristo. Marcos sabe que el evangelio es de Dios (1,14), pero lo identifica en el fondo con la causa (vida y obra) de Jesús el Cristo (cf. 8,35; 10,29). Al interior del libro, el título de Cristo resulta ambiguo y se utiliza en diversas perspectivas que, evidentemente, Marcos (= narrador) no hace siempre suyas, al menos en sentido expreso (cf. 1,34; 12,35; 13,21; 15,32). En su momento, destacaremos la función de ese título en los textos capitales de la confesión de Pedro (8,2) y la pregunta del sumo sacerdote (14,61). Ahora sabemos sólo que Jesús es Cristo, de manera que ambas palabras pueden unirse (Jesucristo), y que él es autor y contenido del evangelio.
  • Hijo de Dios. Siendo Cristo, Jesús aparece como cumplimiento y realizador de la esperanza mesiánica. Pues bien, el texto le llama, al mismo tiempo, Hijo de Dios, abriendo una gran interrogación sobre el sentido de ese término que, puesto en boca de los demonios (3,11; 5,7), tendrá un sentido paganizante; pero Marcos sabe que la hondura de ese título la funda el mismo Dios que llama a Jesús Hijo (1,11; 9,7). En esa línea ha de entenderse la confesión del centurión romano que descubre la filiación divina de Jesús al verle crucificado (15,39). 

Éste es el tema: Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios (1,1)... La buena nueva, que proclama y condensa Marcos, se identifica con el camino mesiánico (culminación humana) de Jesús, a quien iremos descubriendo como Hijo de Dios (revelación suprema del misterio divino). Así lo muestra el principio de este libro que comienza presentando (1,1-13) a sus grandes personajes. Ellos (Juan Bautista, Dios, Satán) fundan o enmarcan el sentido de Jesús, como veremos en los tres relatos de esta introducción.

Según eso, el primer verso (1, 1) constituye la presentación de Jesús y el título de todo el libro, pues en la literatura israelita (lo mismo que en los textos oficiales de algunas iglesias posteriores, hasta los documentos conciliares y las encíclicas actuales de la Iglesia Católica) los textos no llevan un título aparte, pues el título lo forman las primeras palabras del texto. El libro de Marcos se titula, por tanto, Evangelio de Jesucristo,el Hijo de Dios, que comienza precisamente aquí.

Como he dicho, Marcos no ha querido presentar el nacimiento humano o tradiciones de la infancia de Jesús (a diferencia de Mt 1-2 y Lc 1-2), ni ha evocado su origen divino (a diferencia de Jn 1). No lo hace por ignorancia (como si desconociera la concepción por el Espíritu y/o preexistencia), sino por decisión teológica: en el origen mesiánico de Jesús ha puesto la figura del Bautista, conforme a una visión de grandes consecuencias tanto negativas como positivas. 

 -- Negativamente, Marcos ha tenido que excluir otras opciones o genealogías israelitas menos aptas. A su juicio, Jesús no proviene de los sacerdotes levitas, encargados de mantener la sacralidad del templo. No va a Jerusalén para recibir instrucciones, como indica la historia de conflictos que terminan con su muerte.

 Jesús tampoco se sitúa en la línea de escribas oficiales, que frecuentan las escuelas de la tradición (cf. 7, 1-3) y definían lo puro y manchado, tal como harán los nuevos escribas, fundadores del judaísmo rabínico tras la caída del templo (70. D.C.); lógicamente, los paisanos de Nazaret le rechazan porque no forma parte de la élite letrada de los estudiosos oficiales (6, 1-6). Tampoco viene de las tradiciones del heroísmo nacional guerrero que están simbolizadas en los antiguos macabeos o en los nuevos "celosos", como Judas Galilea, activo en los años de la infancia de Jesús, o como sus nietos, prontos a elevarse contra Roma, cuando la ocasión se haga propicia, a los pocos decenios de la muerte de Jesús (el 66-70 d.C.). 

-- Positivamente, al situar el origen de Jesús en Juan Bautista, Marcos ofrece una clave hermenéutica preciosa para interpretar su mensaje. Jesús no empieza siendo un filósofo popular de corte cínico (como suponen L. B. Mack o J. D. Crossan); tampoco es un carismático sanador, un protofariseo hillelita o un rabino de corte galileo, como dicen otros. Él proviene de la más honda tradición de Israel, como heredero de la profecía escatológica, tal como ha venido a culminar en Juan Bautista, el profeta más significativo de su tiempo.

 Por eso, Marcos ha querido poner de relieve la relación entre Juan Bautista y Jesús Nazareno, pero marcando también las diferencias: Juan es un “Bautista”, se sitúa en la línea de renovación penitencial y de purificación legal (marcada por los bautismos); Jesús, en cambio, es el “Cristo”, en la línea de la transformación social, total, de la vida israelita. 

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  1. Juan Bautista (1, 4-8). Según Marcos, Juan Bautista arraiga a Jesús en el pasado de Israel y en el presente de la humanidad, mostrando así que no es un alma caída del cielo (en línea gnóstica), ni un solitario separado de los demás humanos. A través de Juan, Jesús viene a presentarse como auténtico israelita, entroncado en la tradición profética y mesiánica de su pueblo, dentro del “misterio” de la revelación de Dios y de la historia profética de la humanidad. Así podemos trazar sus relaciones: 

-- En el principio está la profecía o, mejor dicho, el profeta del desierto (1, 2-3), la esperanza que Dios mismo ha sembrado a través de su palabra. Sobre un mundo al parecer cerrado, mundo de opresión donde los israelitas padecían cautiverio en tierra extraña (Babilonia), se escuchó la voz del enviado (Is 40, con referencia a Ex 20 y Mal 3), anunciando salvación para los pobres y excluìdos de la tierra, empezando en el desierto.. Insuficientes o inadecuados resultan otros elementos de la identidad judía. Bueno y necesario ha sido para Marcos el profetismo que, por medio de Juan Bautista, permite que podamos llegar hasta el Kyrios verdadero, que es Jesucristo (1, 3).

-- La profecía se ha cumplido en Juan (1, 4),que es el “ángel de Dios” (Ex 20), voz que clama en el desierto (Is 40), siendo como  Elías (Mal 3), que pide a los israelitas que preparen la venida del Kyrios mesiánico, asumiendo y culminando así la historia del pueblo de Dios, en este tiempo final de gran riesgo, y ofreciéndoles un bautismo de conversión para perdón de los pecados (1, 4-6). De esa forma se cumple la Escritura de Israel en el Bautista, que es para Marcos el auténtico origen (precursor, antecedente humano) del evangelio mesiánico. En referencia a Juan, los parientes de Jesús (cf. 3, 20.31-35 y 6, 1-6b) resultan secundarios. 

San Juan Bautista - REAL ACADEMIA DE BELLAS ARTES DE SAN CARLOS

En el pasado de Jesús está Juan, profeta de los pobres del desierto, que pide a todoss que confiesen su pecado y se bauticen en el agua, en rito de purificación que es anuncio y contraste de aquello que más tarde hará Jesús.

Marcos sabe que Juan ha reunidos a muchas gentes, que provienen de Judea y Jerusalén, para convertirse y bautizarse (1, 4-5). Sabe que ha tenido unos discípulos, que asumen su estilo penitente, hecho de ayuno (2, 18) y que han recogido y enterrado su cuerpo decapitado (6, 29). Es muy posible que conozca otros detalles sobre su mensaje y vida, en la línea de los textos paralelos de Mt 3, 1-12; Lc 3, 1-9; Jn 1, 19-28 (cf. Jn 3, 23-27; 5, 33.37; Hech 18, 25; 19, 3-4). Pero sólo le importa el Bautista en la medida en que es arkhê o comienzo del camino de Jesús. De esa forma, lo que dice es suficiente para evocar su vida y conocer su iglesia, es decir, la comunidad que ha formado con su ministerio profético.

En línea negativa, afirmar que el evangelio de Jesús comienza con el Bautista significa dejar a un lado (en un segundo plano) otros esquemas y valores judíos de aquel tiempo y de este tiempo, parte de los cuales aparecen reflejados en el mismo Marcos: los escribas y fariseos que encarnan el aspecto más legalista de la herencia judía, los sacerdotes que dirigen y controlan el culto del templo, los herodianos que siguen apoyando la política de restauración nacional bajo el poder de los romanos, quizá los celotas, defensores de la independencia social y religiosa de Israel...  

De todos esos lugares de poder tendremos que salir, para esperar en el desierto, despojados de todos, escuchando la voz de Juan y  confesando nuestros pecados.

Como certeramente indica el texto (1,4), Juan fue un profeta escatológico de conversión y quiso actualizar, de una manera expresa, algunos de los rasgos más significativos de la tradición israelita. Por eso, Marcos (1,2-3) ha interpretado su mensaje y su figura a la luz de una palabra   tomada de Mal 3,1 (cf. Ex 23,20) e Is 40,3: el mensajero final (Mal 3,1) se identifica con Juan, voz personalizada que prepara el camino de Dios en el desierto (Is 40,3).

La misma forma de empalmar los textos y aplicar la cita (para definir con ella a Juan Bautista) implican un modo muy concreto y muy profundo de entender su actividad escatológica. En esta misma línea ha de entenderse la descripción posterior de su figura, donde se combinan rasgos de retorno al desierto y signos que evocan la llegada apocalíptica de Elías, profeta que según la tradición se hallaba anunciado en este pasaje sobre al «ángel» del fin o mensajero: lleva un vestido de pelo de camello, con un ceñidor de cuero a la cintura y come langostas de monte y miel silvestre (1,6).

A partir de aquí, podemos ya fijar los rasgos principales de Juan, en la visión que ofrece Marcos. Prescindamos, por ahora, de sus gestos, señalemos más bien su geografía. En ella se distinguen tres matices o momentos: 

  • Desierto (1,4). Está anunciado por la profecía (Is 40,3; cf. Marcos 1,3) y tiene un doble sentido: alude, por un lado, a los cuarenta años del primer nacimiento israelita, conforme a las tradiciones recogidas entre Éxodo y Deuteronomio; y se refiere por otro al camino del retorno del exilio, conforme a las palabras de 1s 40-55. El desierto es la austeridad, la vuelta a la intemperie o dureza natural (como indican la comida y el vestido del profeta): es lugar de ruptura fuerte, es un espacio de prueba o tentación intensa.
  • Río Jordán (1,5). Estrictamente hablando, el río no se adentra en el desierto, pero discurre por zonas casi desérticas. Esto es suficiente para Marcos, quien supone (teológicamente) que en el mismo centro del desierto (del momento final del camino) hay un río que no es signo de fertilidad (como en Ez 47), sino de bautismo y conversión. El agua de ese río pertenece al desierto: no sirve para dar vida, sino para confesar los pecados y esperar el perdón. Por otra parte, ese río evoca la experiencia de Josué (Js 3), cuando aquellos que venían del desierto (del río) atravesaron su cauce para entrar en la tierra prometida; también ahora los penitentes del Bautista tendrán que entrar en el agua, confesando los pecados y esperando alguna especie de liberación en este tiempo de juicio en que se encuentran.
  • Camino (1,2-3). El profeta del desierto y río prepara el paso del Señor que, conforme a la visión de Marcos, es el mismo de Jesús. De esta forma anuncia un tema que resulta decisivo en todo el evangelio: Jesús pedirá a sus discípulos que le sigan (cf. 1,16-20; 2,15) en palabra-gesto que aparece con gran fuerza en el “centro” del evangelio (cf. 8,27-10,52); con su mensaje de penitencia, Juan vino a preparar la novedad de Jesús, es decir, su camino mesiánico, pasando ya el río y entrando en la tierra prometida.  
  1. Juan Bautista y Jesús. Una visión de conjunto.Conforme a lo anterior, en el comienzo del evangelio de Jesús está Juan, el hombre de la profecía israelita y de la "nada" (dejar todo), para empezar desde el desierto, desde  elmismo lugar donde los hombres dejan todo para encontrarse denudos ante Dios y ante el nuevo camino de la vida.  Juan conoce bien esa frontera de la desnudez.... y en ella ha querido situarse, como vigilante de Dios, preparando un camino que le desborda. Se coloca en el lugar donde el pecado es más intenso, y quiere que los hombres lo confiesen, descubriéndose culpables en el agua del Jordán; pero no puede llegar al otro lado, cruzar el río y avanzar por el territorio de la gracia, pues le falta precisamente el Espíritu Santo (que lleva a Jesús del desierto a Galilea, como muestra luego 1,14).

Sin poder atravesar el límite, pero preparando y anunciando al que ya viene (erkhetai: 1,7), en las puertas de la nueva tierra del reino (donde habrá bautismo en el Espíritu), se encuentra Juan Bautista. Así es, al mismo tiempo, testigo de la impotencia (no soy digno de desatar su sandalia...) y de la fuerte potencia y profecía del pueblo israelita, conforme a la escritura de Isaías (y de todo el AT).

Icono de San Juan Bautista (gran plan) - Tienda cristiana

En ese lugar paradójico de la humanidad que no puede salvarse, pero espera salvación y de algún modo la prepara, sitúa Marcos 1,1-8 al ángel Juan que es un profeta humano del desprendimiento, de las nadas, y de la justicia  (1,2), voz que en el mismo desierto y mantiene velando y muy viva la espera del Cristo. No hay ángeles celestes al comienzo de este evangelio (en contra de aquello que de algún modo sucede en Mt 1,18-25 y Lc 1,26-38). El ángel mensajero que prepara la venida de Jesús es Juan Bautista, ángel de conversión que abre el camino para que después brote la gracia.

 Desde este fondo podemos hablar de un «pueblo del Bautista», formado por aquellos que vienen de Judea y de Jerusalén (1, 5), es decir, del contexto confesional judío porque aceptan de algún modo su mensaje profético de juicio (purificación bautismal) y de esperanza (nuevo paso del Jordán, entrada en la tierra prometida). En el corazón de ese pueblo se encuentran sus discípulos propiamente dichos, aquellos que han seguido su estilo de vida y su (como sabe Marcos 2, 18), formando su comunidad o iglesia.

 En ese grupo de Juan (al menos por un momento) se ha integrado Jesús, que no viene del círculo cercano de Judea y de Jerusalén sino de la lejana Galilea (1, 9). Desde ese fondo quiero precisar algo mejor las relaciones entre Juan y Jesús:

 -- En su origen, Juan ha sido un profeta de Dios y no un simple precursor de Jesús, porque sus discípulos no se han hecho cristianos (cf. 2, 18; 6, 29). En esa perspectiva ha de entenderse su palabra: «Viene tras de mí Aquel que es Más Fuerte (iskhyroteros) que yo...» (1, 7-8). A los ojos de Juan, ese más fuerte cuyo camino él prepara es el mismo Dios de quien se cree mensajero. Para Marcos, en cambio, el Mar Fuerte es ya Jesús.

-- Marcos ha entendido y aplicado la profecía de Juan en perspectiva cristiana. Allí donde el Bautista habla de Dios pone Marcos a Jesús, reinterpretando así no sólo el mensaje de Juan sino la misma profecía del AT: el camino de Dios (cf. 1, 2) se entiende ahora como camino de Jesús que bautizará a los humanos con Espíritu Santo (1, 8), introduciéndoles en la vida Dios y no en el agua de pura penitencia (Así pasa Marcos del bautismo de Juan al de Jesús, en la Iglesia).

-- ¿Qué ha pensado Jesús? Más difícil de saber es cuándo y cómo se ha pasado, en plano histórico, de la visión teológico/judía de Juan (que anunciaba la llegada de Dios) a la visión casi cristológico/cristiana de ese mismo Juan (que había anunciado de hecho la llegada de Jesús, como el Más Fuerte). Esta misma pregunta se puede aplicar a Jesús: ¿Ha creído él que era el Más Fuerte que el Bautista prometía? ¿Sólo la iglesia ha llegado a pensar eso tras la pascua? ¿Cómo ha llegado ella a esa conclusión? Marcos no responde, pero ofrece una indicación muy significativa, al afirmar que ha sido Dios (sólo Dios) quien ha podido definir a Jesús al llamarle y decirle: ¡Tú eres mi Hijo! (1, 11), presentándole así como aquel en quien se cumplen las promesas del Bautista. 

Desde este fondo se entiende la diferencia y relación entre Jesús y Juan en Marcos. A su juicio, Juan ha bautizado a Jesús conforme a un rito de purificación, abierto a la esperanza del juicio; pero Jesús, saliendo del agua (habiendo recibido el bautismo), ha escuchado una voz que le llama a cumplir su tarea mesiánica por obra del Espíritu (1, 9-11), superando así el nivel en el que actuaba Juan Bautista. Jesús empieza aceptando el bautismo de Juan, pero sólo recibe su identidad y su tarea después, cuando sale del agua del bautismo, cuando “ve” y escucha la palabra de Dios, que le proclama su Hijo.

Parece evidente que Marcos conoce más datos sobre Juan, como suponen 6,14-29 y 11,27-33, pero en nuestro caso ha preferido reducirse a los que aluden a Jesús. No se ocupa del posible mensaje del Bautista en cuanto tal, ni pretende recrear su historia. Sólo intenta presentarle como testigo y precursor de Jesús. Juan es el profeta en quien se cumple la promesa del AT, en cuanto abierta a uno más grande. Así proclama: «Viene detrás de mí aquel que es más fuerte que yo, y no soy digno de inclinarme para desatar la correa de sus sandalias; yo os bautizo en agua, él os bautizará en Espíritu Santo» (1,7-8).

 El Bautista no se cree ni siquiera digno de ser «siervo» del Más Fuerte (a quien los cristianos de Marcos identifican con Jesús; no se cree digno de llevarle la sandalia o de desatársela, para que se pueda reclinar en la comida. Según Marcos, entre Juan y Jesús hay un abismo y, sin embargo, desde el fondo de ese abismo, él cree que el gesto penitente y el mensaje del Bautista (con el cumplimiento de la profecía israelita) son principio de evangelio. En este contexto debemos recordar que la profecía del AT (Mc 1,2-3) se cumple en Juan, y no en Jesús. Juan sigue situándose en el nivel del agua de la penitencia/purificación (que es un nivel de judaísmo reformado); Jesús, en cambio, se sitúa ya en el plano de la culminación escatológica (definida por la venida del Espíritu Santo). 

Calendario ortodoxo: 7 de enero, Día de San Juan - HISTORIA

  • Yo [Juan] os bautizo en agua. Agua es símbolo de purificación y penitencia, signo del humano que se siente pequeño ante Dios, dominado por su ley, obligado a limpiarse sin cesar. Todo el camino de Israel culmina en el agua de las purificaciones: no sirve ya el templo, parecen inútiles los sacrificios, pero resulta necesaria el agua de los ritos incesantes, de los bautismos sin fin, del pecado que debe superarse. Juan bautiza con agua, en el río que pasa a través de desierto, haciendo que los hombres se conviertan y reciban el perdón, dentro de la misma tradición intrajudía, confesando los pecados: «toda Judea y todos los de Jerusalén» (1, 5). E contra de eso, 3,7-12, dirá que a Jesús vienen Jesús gentes de fuera de Judea y Jerusalén, no para bautizarse sino para recibir el don del Reino de Dios. Juan pone a los judíos y jerosolimitanos ante el espejo de sus pecados, dejándolos así en manos del juicio de Dios. Jesús les ofrecerá el perdón de Dios.
  • Él [Jesús] os bautizará en Espíritu Santo. Cesa el agua, termina el tiempo de purificación, llega la gracia, entendida como experiencia de Espíritu, presencia transformadora de Dios. Al anunciar de esta manera la llegada de Jesús, el Juan de Marcos se convierte en profeta de la pascua cristiana: está anunciando aquello que Jesús dará a los suyos en el tiempo de la iglesia; su palabra es una anticipación del futuro eclesial en Marcos (en una línea que se suele llamar extradieguética, porque va más allá de lo que dice expresamente el texto). Más aún, este Juan está hablando ya a los cristianos y diciéndoles que Jesús “os” bautizará no con agua, sino con el Espíritu Santo. De esa forma, Juan anuncia un «bautismo más alto», es decir, del Espíritu Santo, que Marcos verá realizado por Jesús (cf. 1,7), a quien presenta de hecho como fuente de la gracia creadora de Dios: hará que los hombres superen su viejo espacio de pecado, abriéndose al Espíritu del nuevo nacimiento. 

Los otros evangelios indicarán el cumplimiento de esta "profecía" (os bautizará en Espíritu Santo) en clave de experiencia de pascua (Jn 20, 22), de envío misionero (Mt 28, 16-20) o de pentecostés eclesial (Hch 2). Marcos no ha sentido la necesidad de precisar el cumplimiento cristiano de esa promesa de Juan, aunque de hecho él ha sido el primero que ha definido a Jesús (que es Hijo de Dios; cf. 1, 1) como aquel que “bautiza con el Espíritu Santo”. Jesús aparece así como portador del Espíritu de Dios; esa es su obra, conforme al evangelio de Marcos, que aquí está hablando ya de la Iglesia, donde los fieles de Jesús reciben el Espíritu de Dios.

Nos gustaría saber lo que significa bautizar en el Espíritu Santo, descubriendo así el tipo de experiencia social y sacral que está en el fondo de esa palabra. Marcos no habla aquí de Espíritu Santo y fuego, en contra de Mt 3, 11 y Lc 3, 16, que sitúan el tema en perspectiva apocalíptica (de juicio); tampoco habla de Espíritu Santo y agua, como hará Jn 3, 5, interpretando esa tradición en clave de rito bautismal cristiano. ¿Cómo bautiza entonces Jesús con Espíritu Santo, y sólo en Espíritu Santo, sin fuego escatológico, sin agua ritual? Probablemente, Marcos está pensando aquí en surgimiento de la iglesia cristiana. Todo nos permite suponer que Marcos conoce ya el bautismo con agua, dentro de la Iglesia, pero sólo ha destacado el bautismo en Espíritu Santo.

El Juan de Marcos aparece así como profeta que anuncia el nacimiento de la iglesia, que brota del Espíritu (bautismo) de Jesús. Así ha sabido distinguir entre un judaísmo ceremonial (comunidad de purificaciones, iglesia de ritos penitenciales) y la iglesia de Jesús (comunidad que surge del bautismo del Espíritu de Dios). En el fondo, ese Espíritu aparece aquí como promesa (resumen y/o condensación) de aquello que Jesús ofrecerá a los suyos en el culmen de su vida (perdón, mesa común, fraternidad gratuita...). Al final de su relato Marcos no hablará del Espíritu; pero dirá a las mujeres que vayan a Galilea, para descubrir allí, con Jesús resucitado, lo que significa la vida de Dios, el bautismo en su Espíritu.

 (B) ENSEÑANZA BÁSICA

Había llegado la Palabra de Dios sobre Juan, y la voz se corrió por doquier en los campos del entorno. Lo supo Herodes, en cuyo territorio, al oriente del Jordán, se había instalado el profeta. También se enteró Poncio Pilatos, que gobernaba la ribera occidental del río con Judea y Samaria. Lo supieron y temieron también los sacerdotes con Caifás, que conocía el secreto del pecado de los ángeles perversos y del agua corrompida que somos nosotros mismos, los sacerdotes mentirosos, los grandes opresores, pero no quería liberar a los hombres, sino someterlos con más fuerza.

Juan no se detuvo a comentar los temas de los sacerdotes,  discusiones sobre  carnes puras e impuras, baños rituales, pequeños diezmos y vestidos más o menos apropiados, sino que proclamaba el misterio de la vida y de la muerte. Sus oyentes creyeron entender que el hacha de Dios iba a cortar por su raíz los árboles malvados de los grandes comerciantes y de aquellos que quisieron convertirse en dueños de la vida y fortuna de los pobres. Comprendieron que el huracán de Dios derribaría los grandes edificios de orgullo de los prepotentes, quemando con su fuego la paja de pura apariencia sin grano. Supieron que el reino de Herodes y el gobierno de Poncio Pilato durarían pocos días.

 Miles y miles de judíos, e incluso gentiles, le escuchaban y creían, esperando el cambio de los tiempos, pero otros, más conscientes de su diferencia sagrada, comenzaron a acusarle, de manera que pronto se iniciaron las contiendas. Ciertamente, repetía oráculos antiguos de Isaías y de otros profetas, y los aplicaba a su tiempo, como si estuvieran cumpliéndose allí mismo, como si él supiera cosas que sólo Dios sabía y revelaba a sus profetas.

Nadie había anunciado como él la caída del muro del pecado, con el fuego de Dios y su huracán, con la hoz de la gran siega y con el hacha. Nadie como él se había detenido a proclamar junto al río el gran juicio de este mundo y así muchos acogieron su mensaje. Pero otros contestaban que eso sólo podría aplicarse al fin del tiempo, y no debía aplicarse todavía. Por eso, antes del fin, había que guardar las cosas como estaban.

En contra de esos que querían dejar todo como estaba, con los pobres muriendo abandonados en todas las ciudades, casas y caminos, Juan tenía mucha prisa, y de esa forma preparaba a los hombres y mujeres que acudían a escucharle a la vera del río.  Él había venido hasta el centro del río, dejando que el agua llevara hasta el mar de la muerte sus ropas antiguas, y eso mismo debían hacer los que quisieran salvarse y superar la amenaza actual, para entrar así, muy pronto, en la tierra prometida, que en este momento se hallaba dominada por sacerdotes pecadores y comerciantes injustos.

Por eso, mientras anunciaba la llegada de Dios, Juan debía juzgar y condenar los pecados de los potentados y soberbios, que vivían a costa de los pobres. Su palabra se hizo así muy exigente, de manera que allí donde otros no veían más que cosas normales (culto sagrado y poder regio, comercio de dinero y grandes propietarios), él veía injusticias y pecados, pues todo lo que oprime a los pobres es pecado. De esa forma, anunciaba el castigo de los pecadores que no se convirtieran, para añadir que los renacidos en el agua entrarían de verdad y para siempre en la tierra prometida.

Aquellos que venían a escucharle preguntaban: «¿Dónde? ¿Cuándo?». Él contestaba: «Aquí, ahora mismo, está empezando». Algunos criticaban: «No come ni bebe, es simplemente un loco». Otros respondían: «Nos ha dicho que somos pecadores y debemos convertirnos. No es un loco». No era un loco, era el Profeta, y conforme a su mensaje debía cambiar radicalmente la vida de ciudades como Jerusalén o Alejandría, pues se hallaban manchadas por la prepotencia de los grandes y la sangre de los asesinos.

Juan aseguraba que la compra en los mercados no era justa, pues los mercaderes vendían y ganaban a costa de los pobres, matando a los últimos obreros de los puertos. No se debían usar telas muy elaboradas, pues ellas provenían del comercio injusto… Había que volver a las comidas y vestidos naturales… saltamontes y miel silvestre, túnica de pelo de camello, como hacían los recabitas.

Muchos preguntaban: ¿Cómo y cuándo se podrá cruzar el río de la muerte para pasar a la tierra prometida? Él contestaba: «Pronto, está llegando la Hora». Pero no quería adelantarse a los momentos fijados por Dios en su designio. Por eso, a quienes le pedían acciones y programas respondía: «Convertíos, cambiad vuestra manera de pensar y de sentir». No quería inventar nuevos ritos de expiación, ni buscaba unos pequeños cambios de conducta, organizando la vida de los otros, como muchos letrados hacían desde antiguo. Él quería un cambio total, la conversión completa: Yo te bautizo

Llegaban derrotados enfermos, sin palabras, como tantos y tantos que Juan a había conocido en Alejandría, sin razones para vivir, y Juan les repetía las mismas palabras, para tomarles después de la mano y llevarles al río, donde entraba con ellos, para quitarles el miedo y dejarles desnudos, por fuera y por dentro, a fin de que las aguas de la muerte se volvieran para ellos manantial de vida. Les decía que no tuvieran miedo, pues los ángeles malvados no tenían poder sobre sus almas y sus cuerpos, que eran libres, que podían renacer, desde el agua de la gracia y de la vida. Así les sumergía en la corriente de Dios, para que ella arrastrara sus pecados y el Dios de la vida les abriera la puerta de la nueva tierra. Muchos preguntaban: ¿Con qué poder actúas? Él se limitaba a responder: «Dios me ha enviado, debo preparar la llegada del Más Fuerte», añadiendo:

Yo te bautizo en nombre del Dios omnipotente, para que el agua de muerte arrastre tus pecados, y renazcas en el agua de la vida de Dios y así puedas ser tú mismo heredad Tierra, la vida prometida, cuando venga el Más Fuerte y te tome de su mano...

Bautizaba por igual a varones y mujeres, multitudes, que llegaban en busca de esperanza, y caminaba con ellos hasta el corazón de la corriente donde les introducía. Por eso empezaron a llamarle Bautizador o Bautista, profeta de los convertidos que llenaban la margen izquierda del río, dispuestos a pasar a la derecha, la tierra prometida, cuando sonara la Hora y apareciera como un rayo el Más Fuerte, moviendo las aguas, curando a los enfermos y trazando un camino por el río, para que pasaran los nuevos elegidos de la heredad de Dan y Neftalí, de José y de Benjamín, de Judá y de todos los patriarcas…. El mismo profeta de la ira de Dios proclamaba la gran esperanza, por encima del gobierno de los reyes y de los sacerdotes. Por eso, a quienes preguntaban ¿cómo viviremos? respondía:

Dios os abrirá la puerta de la nueva vida. Pero es necesario que no robéis unos a otros, como los ángeles del monte, cuando arrebataron sus mujeres a los hombres. No luchéis contra los otros, no os engañéis…. Preparaos para el movimiento de las aguas en el río, porque está llegando la hora de Dios.

 Así decía, en el lugar de cruce, allí donde el desierto agotador llegaba hasta las márgenes del río, en el lugar donde las aguas se habían dividido en otro tiempo, ante Josué, bajo las ruinas de un antiguo migdol donde se decía que habían acampado soldados de muchos ejércitos desde los asirios hasta los macabeos, antes que Pompeyo lo arrasara, para que nadie más pudiera controlar los vados, el año 63 a. C., cuando subía hacia Jerusalén para imponer la paz romana sobre el territorio, sin saber que bajo grandes piedras yacían los huesos de Moisés y los signos de su gran promesa.

Aquí había comenzado la historia de Israel en la Tierra Prometida. Aquí debía repetirse el milagro de la vida y salvación de Dios, cuando llegara el Más Fuerte. Mientras tanto, él iba pidiendo a los hombres y mujeres que entraran desnudos en las aguas, a fin de liberarse del mal antiguo y así purificarse para la venida del último juicio, la revelación del Más Fuerte que vencería a los ángeles perversos, golpeando con su vara el agua, como hizo Moisés en otro tiempo (Éx 14-15), de manera que los elegidos atravesaran el río del Hades o Sheol inferior, es decir, la dureza de una vida hecha de miedos y opresiones, y heredaran la tierra verdadera.

Eran muchos los que utilizaban por entonces ritos de purificaciones e inmersiones. En Qumrán se bautizaban por lo menos una vez al día, para encontrarse siempre puros. En las casas de los ricos y piadosos había una piscina(mitzváh) donde los llamados justos se limpiaban igualmente cada día, para separarse así del agua manchada de los pecadores. Los más pobres, sin piscina en casa, eran impuros, de manera que era un lujo ser piadoso. Juan, en cambio, decía que el río del comienzo de los nuevos tiempos estaba abierto a todos, y así bautizaba en sus aguas, sólo una vez y para siempre, a los miles y miles que venían a su orilla, esperando la gran Hora. No se trataba de andar repitiendo los ritos externos, dentro de una religió de miedo, sino de dejarse transformar por la Vida de Dios de Dios, de una vez y para siempre, al servicio de la comunión entre todos los hombres y mujeres.

Era un heraldo de Dios, la inminencia del juicio le había recreado, poniéndole en el lugar de cruce entre el mundo antiguo y el mundo nuevo de la Vida originaria, del paraíso prometido. Algunos de aquellos a los que bautizaba volvían a sus casas, esperando allí el momento, para volver al río y entrar en la tierra prometida. Otros se quedaban con él, para comer alimentos silvestres (saltamontes, miel...) y vestirse con tejidos naturales, pues sabían que Dios está llegando y que no hay tiempo para ocuparse de otras cosas. Y así venían grupos y más grupos de pobres pecadores, de todos los caminos de Judea e incluso de las tierras de los nabateos y los árabes, de Decápolis y Siria.

Juan les advertía que el peligro no era la existencia de ángeles perversos, pues no sabemos si existían y en el caso de que existieran no tenían poder sobre los hombres renacidos, bautizados en la Vida de Dios. Juan añadía que no tuvieran miedo de ningún pecado de los astros, como decían en Qumrán, pues el pecado era la lucha, la violencia, la codicia de unos hombres y mujeres que oprimían a los otros. El peligro era el pecado de aquellos que acaparan la riqueza, destruyendo la vida de los pobres, la espada de los poderosos y el dinero de los ricos, como él había visto desde Jerusalén hasta el monte de Moisés.

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