Hacia una cultura de la Justicia y Compasión (Foro Ellacuría, Univ. Santander)

Como indica la imagen, mañana 28.10.15, pronunciaré una conferencia, en el Paraninfo de la Universidad de Santander, sobre el tema de La justicia y compasión.

El acto tiene lugar en el contexto de IV Foro de Análisis y Reflexión, organizado por la CCB Ignacio Ellacuría y la Universidad de Cantabria y quiere poner de relieve la vinculación y diferencia entre Justicia y Misericordia, desde una perspectiva universitaria y cristiana, en la línea de las propuestas y aportaciones del Papa Francisco, al final de este Año de la Misericordia (2016).

Tomaré como punto de referencia el libro que he escrito con J. A. Pagola (Las Obras de Misericordia, Verbo Divino, Estella 2016), y las reflexiones que vengo desarrollando en mis estudios bíblicos.

Por un lado, mesiento vinculado a Cantabriapor haber vivido unos años inolvidables en la Montaña Pasiega de San Roque de Riomiera, donde estaba desterrada (sancionada) mi madre por motivos políticos después de la Guerra Civil Española.



Por otro, estoy muy cerca de I. Ellacuría, paisano, colega y amigo, cuyo "foro" de Cantabria organiza estos eventos. Tuve ocasión de conocerle bien, en el entorno del Seminario Zubiri, unos años antes de su asesinato (del 1977 al 1989), por un libro que escribí sobre Evangelio de Jesús y Praxis Marxista, que él acogió con mucho agrado, y que pudimos compartir en varios ocasiones, sabiéndonos vinculados en compromiso cristiano y deseo de transformación social, buscando una nueva formulación del sentido y tarea de la historia.

En alguna otra ocasión he presentado en este Blog mi forma de entender la justicia y la misericordia, en la línea del libro ya citado, escrito en colaboración con J. A. Pagloa. Aquí me limito a presentar las primeras y últimas páginas de la conferencia, que se centran más directamente en el motivo fundamental de la conferencia. La parte central está tomada del libro que estoy evocando, leído desde la perspectiva de Mt 25,31-46.

Sólo me queda dar gracia a Avelino Seco, organizador del Foro, y recordar de un modo especial a Maximino Cerezo, que me acompañará y presentará pasado mañana su inmensa obra pictórica al servicio del apostolado de la Liberación.
Buen día, y hasta mañana (28.10.16), si nos vemos en Santander.

1
INTRODUCCIÓN. JUSTICIA Y MISERICORDIA
Esquema básico


De la forma de plantear y resolver la relación entre justicia y misericordia depende nuestra visión del cristianismo y de la misma vida humana, como empezamos indicando en esquema:

‒ Misericordia y justicia. La Biblia ha dado prioridad a la misericordia, pero en ella se incluye la justicia, como indican sus nombres. La misericordia es rehem (amor originario) y hanan (gratuidad): es siendo hesed (fidelidad al pacto de la vida: justicia) y ‘emuna (firmeza, fidelidad) (Ex 34,6-7). Por su parte, la tradición occidental, heredera de Grecia y Roma y ratificada por la Ilustración, ha insistido en la justicia, concibiendo la misericordia como algo derivado o secundario; pero con eso ha corrido el riesgo de perder su sentido. Por eso es necesario que se vinculen misericordia y justicia.

‒ La misericordia ha de crear justicia, como indica la ley originaria del Pentateuco: proteger a huérfanos, viudas y extranjeros), y como lo ratifica el Nuevo Testamento, al fijar las seis obras de misericordia, que el texto llama de justicia: dar comida al hambriento y bebida al sediento, acoger al extranjero y vestir al desnudo, servir al enfermo y encarcelado (cf. Mt 25, 31-46). Una misericordia que no crea justicia o no se expresa a través de ella corre el riesgo de volverse irracional.

‒ Una vinculación necesaria. La justicia pertenece al orden racional, la misericordia al orden de la fe, y los dos deben respetarse y vincularse, para crecer juntos, al servicio del ser humano. La tradición jurídica y moral de occidente (y en parte la misma ley de Iglesia) han insistido más en la justicia greco-romana que en el mensaje de la Biblia. Por su parte, la tradición de la misericordia cristiana ha corrido el riesgo de cerrarse en sí misma de un modo intimista, perdiendo de esa forma su misma raíz bíblica, que vincula, que vincula justicia (krisis), misericordia (eleos) y fidelidad (pistis) (cf. Mt 23, 23).

Por eso quiero unir ambos motivos y elementos, insistiendo en la justicia, como búsqueda de igualdad y defensa de los derechos humanos, pero sabiendo que ella está muy cerca de la misericordia bíblica entendida en sentido radical. Ha llegado el momento de unir la tradición greco-romana de la justicia racional y la tradición bíblica de la misericordia, para recrear el equilibrio y tarea de la vida humana. Así lo haré desde una perspectiva histórica y temática.

Historia de las religiones

La relación entre misericordia y justicia se inscribe de diversas formas en la historia de las religiones y culturas, como evocaré con tres ejemplos:

1. Hinduismo. Parece una religión más racionalista, centrada en la justicia inmanente de la realidad (karma, dharma), dejando así al hombre en manos de su propio esfuerzo, de su capacidad de meditación interior y de su trascendimiento. Cada uno se salva o libera a sí mismo, si es que logra superar la justa cadena de las reencarnaciones, cerrada por la muerte. Por eso resulta más difícil la experiencia de un Dios personal, que ama a los hombres de un modo gratuito, misericordioso.
Pero el mismo hinduismo ha desarrollado una vía de devoción (bhakti), vinculada a la misericordia divina y humana, por encima de la pura justicia. En este contexto se suele destacar la visión de Vhisnú, Dios misericordioso, ofreciendo a los hombres y mujeres su amor, por encima de la justicia cósmica, como ha puesto de relieve la Bhagavad Gita. Pero da la impresión de que ambos planos (el destino cósmico de la justicia y la misericordia y la revelación superior de la misericordia) no llegan a fecundarse.

3. Budismo. También el budismo insiste en la justicia inmanente, vinculada al propio karma, una justicia que todo lo regula y define, conforme a la ley del deseo y de la acción y reacción universal. Pues bien, por encima de esa justicia, el iluminado puede abrirse a un orden superior de realidad misericordiosa, más allá de la pura justicia, superando el plano de la reencarnación de los deseos.
De esa forma, más allá de la pura justicia cósmica, los iluminados o budas, descubren y despliegan un camino más alto de Vida, que rompe la trama de la acción y reacción, la cárcel del destino, poniendo a los hombres y mujeres en una tierra suprema de misericordia. En ese plano superior, el budismo es un despliegue de misericordia, con sus tres momentos de Maitri (benevolencia universal), Dana (piedad por los que sufren) y Karuna o solidaridad con todos los vivientes. Entre la compasión budista y la misericordia cristiana hay una profunda conexión, aunque el budismo no insiste en la acción personal de un Dios misericordioso, ni en su encarnación (Jesucristo), ni en la transformación misericordiosa de este mundo.

4. Islam. Todas las suras del Corán empiezan con la invocación Bismillah er-Rahman er-Rahim, en decir, En el nombre de Allah, el Compasivo, el Misericordioso. Estas palabras, inspiradas en Ex 34, 6-7, constituyen el principio de la experiencia musulmana. Desde ese fondo se pueden citar otros pasajes: «Vuestro Dios es un Dios Uno. No hay más Dios que Él, el Compasivo, el Misericordioso» (Corán 2, 163). «Aquellos cuyos rostros estén radiantes gozarán eternamente de la Misericordia de Dios» (Corán, 3, 107). «Vuestro Señor se ha prescrito la Misericordia... Él es Indulgente, Misericordioso» (Corán 6, 54; cf. 39, 53).
El Islam está cerca de la visión israelita de la misericordia (AT cristiano), pero hay algunas diferencias: El Islam no cree en la encarnación de la Misericordia, ni en la Cruz salvadora. Por otra parte, da la impresión de que, en conjunto, el Islam no acepta el orden racional de la justicia y así corre el riesgo de interpretar la misericordia de un modo arbitrario, como un destino al que el hombre debe someterse.

Misericordia y justicia, dos perspectivas

Suele decirse que la justicia es una regulación racional de las relaciones humanas que se establece en forma de ley y se sanciona de un modo consecuente, con premios y/o castigos adecuados. Por el contrario, la misericordia sería una virtud intimista y sentimental, que sólo puede aplicarse en pequeños espacios de familia o amistad, y que no puede aplicarse a la vida social. La justicia pertenecería al plano de la naturaleza y la razón, al orden político-social. Por el contrario, la misericordia sería propia del campo de la fe y la religión, y sólo podría ejercerse de un modo intimista. Pero esa oposición no es tan clara, pues una justicia sin misericordia acaba siendo injusta, y una misericordia sin justicia puede acabar siendo pura arbitrariedad:

‒ La justicia pertenece a las cuatro virtudes cardinales, que son como quicios sustentantes que regulan de manera armónica la vida social. En ella se supone que el orden de las cosas es sagrado, de manera que debe mantenerse. Como virtud suprema, representada en forma de diosa (Dîke), la justicia es más que el puro orden social de la razón, ella tiene un fondo religioso, y sólo puede establecerse de algún modo por fe, al servicio de los hombres.

‒ La misericordia va más allá de la justicia cósmico-social, insistiendo en el amor personal, y en el valor supremo de cada uno de los hombres, insistiendo en los más pobres. Ella nos ofrece la experiencia de un Dios creador que nos elige de un modo personal, y nos permite ser libres, capacitándonos para asumir libre y positi¬vamente la vida, en un contexto donde cada necesitado (hombre o mujer) tiene valor infinito.

La justicia racional apela al equilibrio de la sociedad, que cada uno debe respetar, manteniendo su lugar en el conjunto, tanto el rico como el pobre, el esclavo como el libre; el hombre como la mujer. En esa línea, ella puede aceptar un tipo de profunda desigualdad dentro del orden del conjunto, en contra de la misericordia que pone de relieve el valor infinito de cada persona (en especial del pobre), que es más importante que el universo entero.

La justicia se revela en el orden y equilibrio del universo (con sus desigualdades). La misericordia, en cambio, apela al valor infinito de cada ser humano, tal como se expresa en Jesús crucificado. En ese contexto, el lema de la justicia (dar a cada uno lo suyo) es buena, pero insuficiente, porque no sabemos de antemano lo que significa mío y tuyo, y porque además al pobre y oprimido se le debe todo. La justicia no crea, sino que regula lo que existe, según una ley que puede terminar poniéndose al servicio de los más fuertes. La misericordia, en cambio, reconoce el valor de cada persona y se inclina a ayudar a los necesitados, por encima de todas las leyes de la justicia (no para negarlas, sino para transcenderlas).

Un camino abierto

El modelo cristiano de la misericordia ha quedado casi inoperante en el plano de la vida social (econo¬mía, política), donde ha seguido imperando, en el mejor de los casos, un modelo de justicia que, siendo bueno, por la misma dinámica del poder, tiende a ponerse al servicio de los privilegiados del sistema. Así ha podido crearse una fuerte dicotomía.

‒ La justicia seguiría imponiéndose en un plano social (en el mundo), aceptando las cosas como son y manteniendo el orden establecido (defensa del «status quo» en la distribución de las riquezas, clases sociales etc.).

‒ El amor y la misericordia deberían actúan sólo un plano de gracia, en un nivel interno y privado (sin consecuencias sociales). Entendida así, la misericordia valdría sólo en un plano particular, para compensar un poco los defectos de la justicia

En contra de esa situación han surgido los grandes movimientos sociales del siglo XIX que han buscado una nueva noción de justicia, que no consiste en mantener lo que hay, sino en crear lo que debe haber, para que los hombres sean iguales y hermanos, con elementos tomados de la misericordia. Desde ese fondo se pueden distinguir cuatro niveles:

‒ Justicia “natural” (dykaiosinê), defensa del orden existente. Ella aparece en todas las visiones religiosas y sociales que interpretan el mundo en forma estática, como algo ya dado: Ésta es la expresión del orden cósmico (karma) en hinduismo y budismo. A través de ella el hombre asume el orden sagrado del cosmos, comprometién¬dose a respetarlo y conservarlo en cuanto pueda. Pero como sabían los romanos, la justicia pura, cerrada en sí misma, se vuelve injusta: Summum ius summa iniuria, máxima justicia, injuria máxima.

‒ Justicia revolucionaria. Un orden nuevo. Muchos han visto que la justicia oficial es de hecho injusta (al servicio de unos poderes establecidos). Por eso, apelando a un orden más profundo de humanidad, han querido crear una justicia mejor, de libertad, igualdad y fraternidad (Rev. Francesa). Para que haya de verdad justicia ha de superarse un tipo de ley orden establecida, con dominio de unos sobre otros, para que surja la verdad humana.

‒ Justicia bíblica o tsedaqá (Antiguo Testamento). Ella no consiste en mantener lo que hay, sino en liberar a los pobres, en gesto de piedad, abriendo así un camino de transformación y perdón para todos. En ese aspecto, el pensamiento israelita está más cerca de las revoluciones modernas (incluso del marxismo) que de los esquemas ideales de armonía griega, donde cada uno ocupa un orden dado (superior o inferior) en el conjunto. En esa línea, apelando al principio supremo del rehem-hesed (misericordia entrañable), judíos y cristianos (y en algún sentido los musulmanes) quieren superar la justicia del orden social injusto de la actualidad, partiendo del principio más alto de la justicia entendida como misericordia, pero no a través de una revolución militar o dictadura, sino por medio de un compromiso personal de misericordia.

En esa línea, en general, los judíos piensan que aún no puede instituirse ese orden de misericordia universal, hay que esperar, pues el tiempo mesiánico del “reino” todavía no ha llegado. Por su parte, los musulmanes tienden a pensar que la misericordia está escondida en Dios, de manera que los hombres deben someterse en el mundo al dictado de su voluntad, expresado en el Corán, incluso por la fuerza Los cristianos, en cambio, piensan (pensamos) que es ya tiempo de instaurar la misericordia, como iré mostrando a partir del mismo Antiguo Testamento.

7
CONCLUSIÓN. UN CAMINO ABIERTO


A modo de conclusión, podemos ofrecer una breve reflexión sobre relaciones entre misericordia y justicia, desde un plano social, eclesial y místico.

Plano social. Una misericordia que se expresa en forma de justicia

Como he dicho en la introducción, misericordia y justicia se distinguen, y es bueno que lo hagan, pero ambas se fecundan y penetran, enriqueciéndose mutuamente. Así la misericordia no puede olvidar la justicia, y la justicia ha de fundarse en la misericordia, dejándose enriquecer por ella, porque en el momento en que no lo haga corre el riesgo de volverse injusta.

En esa línea sentido debemos añadir que, partiendo del influjo cristiano y de la racionalidad ilustrada, la justicia tiende a ser actualmente más honda, exigente y universal que en otro tiempo. En su forma actual, los estados de occidente dicen ser “estados de derecho”, que cumplen la justicia. Pero, conforme a la experiencia más honda de la Biblia, podemos afirmar que ellos son en general injustos, porque ponen su economía, educación y bienestar al servicio de algunos, no de todos.
Ciertamente, las obras de Mt 25, 31-46 no puede imponerse como ley, por justicia, pero ellas están en el fondo de la conciencia jurídica de occidente, de manera que quien no las cumple no puede llamarse sin más justo, en un plano personal y social. Esas obras marcan el sentido de la justicia, tal como ha sido formulada por la Revolución Francesa (libertad, igualdad, fraternidad) y las revoluciones sociales posteriores, como indica la Declaración de los Derechos Humanos (derecho a la educación, al alimento, a la casa, al trabajo y la asistencia sanitaria etc.) de manera que podría decirse:

‒ No hay justicia si los hambrientos no comen… El derecho del hambriento a la comida es anterior a todas las leyes concretas. Un Estado que no se comprometa a alimentar a todos los hambrientos no es justo.
‒ No hay justicia si los sedientos no beben… Un Estado que (teniendo medios) no garantiza el agua a todos no es un Estado de derecho, sino una asociación política, al servicio del aprovechamiento social de algunos.
‒ No hay justicia si no se acoge y defiende a los extranjeros. Las formas concretas de hacerlo pueden variar, pero si un estado no acoge y protege a los extranjeros deja de ser Estado de Derecho, para convertirse, a lo más, a un grupo de justicia particular.
‒ No hay justicia sin garantizar vestido (dignidad) a todos. Las formas de hacerlo serán también distintas, pero la dignidad (vestido, educación) de los desnudos o desprotegidos es principio de todas las leyes. No hay Estado de derecho si no se compromete a realizarlo.
‒ No hay justicia si no se visita-cuida a los enfermos. Si el Estado no toma como prioridad el cuidado de los enfermos deja de ser Estado de Derecho y se convierte en una institución para el servicio particular de unos privilegiados.
‒ No hay justicia si no se visita, cuida y ayuda (re-educa) a los encarcelados. Frente a la ley del talión o la venganza que sigue imperando en muchos lugares, un Estado que no sea justo con los encarcelados, en línea de acogida y ayuda, no es Estado de derecho.

En esa línea, unas acciones y gestos que antes se concebían como gestos de misericordia se conciben hoy como obras de justicia, como había presentido Mt 25, 31-46 al llamarlas obras de justicia. Según eso, unos gestos que en otro tiempo aparecían como “religiosos” han venido a convertirse en expresiones de justicia racional, dentro de un Estado concebido como defensor de los derechos de todos los ciudadanos.

Camino eclesial, un principio

La iglesia de los últimos decenios ha empezado a recorrer un camino ejemplar de misericordia, expresado de formas distintas y complementarias por Juan Pablo II (Dives in Misericordia, 1980), Benedicto XVI (Deus Caritas est, 206, y Spe Salvi 2007) y Francisco (Misericordiae Vultus, 2015). Aquí no puedo exponer las propuestas de esos documentos. Por eso he preferido volver al principio de la Iglesia, para entender su forma de entender y practicar la misericordia.

La conversión del Imperio Romano al cristianismo (siglo II-IV d.C.) no fue consecuencia de una predicación o teología separada de la vida, sino resultado de una forma de vivir, de una caridad económica, partiendo de la misericordia de los fieles, como indicaremos señalando algunos de sus rasgos:

‒ Misericordia social Los cristianos se vinculaban como grupos de vida y de bienes, no sólo por una fe común y una celebración del misterio de Jesús, sino por su intensa solidaridad, en gesto de misericordia. Los cristianos se sabían enviados por Jesús para anunciar y crear una comunidad de hermanos, donde se hace presente el Reino de Dios. No se cerraron en sí mismos, como grupo separado, con leyes precisas de pertenencia y vida social (como los judíos), sino que se abrieron a todos, de un modo especial a los más pobres. No rechazaron las leyes del Imperio oponiéndose externamente a ellas, sino creando espacios más altos de justicia y misericordia social.

‒ Comunidades liberadas para la vida. Así se les conoció dentro el Imperio como grupos donde todos se ayudaban entre sí y ayudaban a los pobres. En esa línea, los cristianos se abrieron a todos los problemas sociales, familiares, e incluso intelectuales del Imperio, pero realizando siempre su misión "desde abajo", no en claves de poder, sino de humanización, en gesto supra-legal de acogida y misericordia. De esa forma, desde el siglo II al V, ellos acabaron apareciendo como el único grupo sólido del mundo romano; todo parecía ir cayendo, ellos quedan como signo de solidaridad social.

‒ Comunidad de bienes y personas.
El Imperio Romano había creado una economía fundada sobre el latifundio, la explotación de grandes propiedades, los tributos, la esclavitud... Los gastos militares y administrativos eran cada vez más grandes, los bienes para los necesitados cada vez más escasos... En ese contexto, la solución de la iglesia estuvo en crear un nuevo tipo de comunión económico-social al servicio de los más pobres. Lo Iglesia no organizó la producción, ni los grandes mercados monetarios... sino la comunicación de bienes, que era el tema crucial de aquel momento. Sin necesidad de grandes planes, los obispos y diáconos de las comunidades crearon redes de distribución de bienes y de comunión de personas, al servicio de todos, especialmente de los más pobres. Fue una revolución de las conciencias y la vida social, desde los creyentes.

‒ Éste fue el signo supremo de la misericordia, al servicio de la justicia y comunión entre los hombres. En las márgenes del imperio abundaban los pobres, esclavos o libertos sin medios de fortuna, una mayoría de empobrecidos, dentro de un sistema imperial que había sido (y seguía siendo) muy rico, aunque ineficaz y corrompido. Pues bien, en ese contexto, superando el nivel de la justicia romana, la iglesia creó para pobres (viudas, enfermos, huérfanos...) una red eficaz de servicios, que abarcaban desde el nacimiento (se acogía a todos los niños, no se dejaba morir a ninguno) hasta la muerte (se ofrecía a todos unos servicios funerarios). De modos diversos, los cristianos se supieron solidarios y encontraron formas de comunicación y asistencia social muy eficaz, en línea de misericordia, creando así una conciencia superior de Justicia.

No tuvieron que cambiar las leyes de Roma, cambiaron su sentido desde un principio superior de misericordia. No tenían un ideal de puro ascetismo, ni de rechazo del mundo, sino de servicio mutuo y comunicación de bienes, de forma que con su depositum fidei (su fe en Cristo) desarrollaron un intenso depositum pietatis, un movimiento de comunicación social, con las aportaciones de todos al servicio de los pobres y necesitados, que no vivían fuera de la Iglesia (recibiendo pasivamente unos dones), sino dentro de ella, participando en su administración y en su vida.

En esa línea, la ayuda a los necesitados (viudas, huérfanos, pobres…) no era algo esporádico o casual, sino que formaba parte del mismo ser y vida de la iglesia, entendida como experiencia de comunión universal en gratuidad. Ciertamente, la Iglesia no era simple comunión de bienes, pero sin esa comunión de bienes, por encima de las leyes del Imperio (no para negarlas con violencia, sino para transcenderlas en gratuidad) no se pudo dar ni pudo crecer la iglesia. Más tarde, ya a finales del siglo III d.C., antes de la “conversión” de Constantino, la Iglesia tendió a convertirse en un tipo de poder sacral, dejando en un segundo plano la “misericordia económica”, como creadora de comunidad.

Parece que ahora, siglo XXI, la Iglesia está llamada a ser, en formas nuevas, lo que quiso ser y fue al principio. Sin una nueva experiencia de misericordia social y de comunión económica de bienes, para crear “nuevas formas de justicia”, la Iglesia cristiana perderá su sentido.

Camino místico, un testimonio.


Esta conversión “misericordiosa” de la iglesia ha de ser integral, como quiere el Papa Francisco, de manera que ha de darse en un plano catequético y litúrgico, teológico y social, en una línea de compromiso comunitario y personal. En esa línea es muy importante la aportación de la mística, como ha querido poner de relieve este congreso, con sus dos partes, una más bíblica (en la que se ha situado mi aportación), y otra más histórica, recogiendo la voz de algunos grandes contemplativos, especialmente, como debía ser, en la línea del Carmelo (Teresa y Juan de la Cruz, Isabel de la Trinidad y Edith Stein).

No puedo añadir nada a lo que han dicho en esta línea los cuatro especialistas, aunque es evidente que se podían haber añadido otras voces de la mística clásica, desde Gregorio de Nisa hasta los grandes espirituales de la tradición rusa, desde Hildegarda de Bingen hasta los místicos renanos, desde Francisco de Asís hasta Faustina Kowalska, desde Dorothy Day hasta Oscar Romero e Ignacio Ellacuría. Todos ellos, y otros muchos, han mostrado, desde perspectivas diversas, la vinculación tan estrecha que existe este el Dios de la misericordia y el compromiso por la justicia, en un plano personal, eclesial y social.

En este contexto me gustaría añadir sólo un ejemplo estremecedor y luminoso de una mujer judía, gran amiga de Jesús, lectora apasionada del Evangelio de Mateo, desde el campo de concentración donde fue asesinada, como Edith Stein. Me refiero a E. Hillesum (1914-1943), que sentía el dolor de Dios condenado a muerte en los millones de asesinados, y decía:

Te ayudaré, Dios mío, para que no me abandones, pero no puedo asegurarte nada por anticipado. Sólo una cosa es para mí cada vez más evidente: Que tú no puedes ayudarnos, que debemos ayudarte a ti, y así nos ayudaremos a nosotros mismos (cf. Una vida compartida, Anthropos, Barcelona 2007, 142).

E. Hillesum, judía enamorada del Dios de Jesús, descubre desde el centro de una de las mayores cruces del siglo XX (el exterminio judío) la vocación cristiana de la misericordia: Ayudar a los demás, ayudando de esa forma al mismo Dios, que he penetrado en la entraña del dolor del mundo, compartiendo así la cruz de los hombres, en Jesús y con Jesús.
Así descubrió Hillesun la misericordia de Dios, haciéndose misericordiosa, con Jesús, así experimentó en su vida la gracia y responsabilidad de la encarnación de Dios en Cristo, la redención, la vida, que ella misma debía “regalar” a Dios, proclamando e iniciando su Reino, como hizo Jesús.
Nos cuesta comprender esa señal suprema de la misericordia, como le había costado a San Pablo, el primero de los grandes místicos de la misericordia cristiana. Quizá sólo una mujer, como E. Hillesum, pudo penetrar en ese misterio del amor misericordioso (crucificado) de Dios, que ha de expresarse y expandirse en forma de justicia, para que nadie más muera como en Auschwitz, para que no sigan muriendo de hambre y desnudez los nuevos pobres, exilados y oprimidos del siglo XXI.
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