Lilit, la mujer nocturna, la Lamia

La Biblia habla de la caída de la capital de Edom y añade: “Los sátiros habitarán en ella… En sus alcázares crecerán espinos, ortigas y cardos en sus fortalezas; será morada de chacales y dominio de avestruces. Los gatos salvajes se juntarán con hienas y un sátiro llamará al otro; también allí reposará Lilit y en él encontrará descanso:
אך־שם הרגיעה לילית ומצאה לה מנוח׃ (Is 34, 12.14).
En este contexto, Lilit aparece como un signo de la destrucción y de la muerte, vinculada al desierto y a las ruinas, reina de la noche (Layla), nombre que viene de la misma raíz. Sin embargo, en su origen, ella ha cumplido una función más positiva. Así aparece desde antiguo, en Babilonia, como una especie de genio sagrado, divinidad femenina del origen y del riesgo de la vida, atrayente, enigmática. Es una bellísima mujer, en la flor de su edad, pero con alas y extremidades inferiores de pájaro rapaz. Está de pie sobre dos leones fieles, flanqueada por dos grandes búhos que exploran en la noche. Lleva un tocado de diosa y sostiene en sus manos un tipo de argolla, que parece evocar el círculo de eterno retorno del tiempo. Ella es el principio de la vida, es la expresión del enigma insondable de la realidad, en forma de mujer que fascina, desde el centro de una naturaleza sagrada, que es fuerza, principio de amor y de muerte.
Se trata, evidentemente, de una diosa de la noche sagrada y del amor misterioso, oscuro y atrayente. Como buen israelita, Isaías condena y rechaza su figura, arrojándola fura del mundo de los buenos creyentes, resguardadas por Dios, para que se pierda sin fin en las ruinas de Edom, reino maldito. En ese contexto resulta muy significativa la traducción de San Jerónimo, que identifica a Lilith con un tipo de daimon femenino, llamado Lamia (“ibi cubavit Lamia et invenit sibi réquiem”: allí habitó la Lamia y encontró su descanso), figura que ha estado presente en la mitología y folklore de muchos pueblos, hasta tiempos muy recientes.

En este contexto, recuerdo que mi amama me hablaba de la Lamia, en euskera. Me decía que a la caída de la tarde, cuando el baile terminaba en la plaza, aparecía una mujer bellísima. Nadie sabía de donde procedía, ni la conocía. Pero era tan hermosa que todos querían bailar con ella. Aquí es donde mi amama comentaba, diciendo había que tener muchísimo cuidado y mirar su zapatos, sus pies... Podían ser pies-garras de puita o de antzarra (pato)... o también cola de sirna (en algunos casos la lamia se volvía pez/pájaro/mujer, con gran cola y alas voladoras).
Después de mirar sus pies y ver que era lamia había que escapar. Quien hubiera bailado con ella estaba perdido: en un momento dado, la lamia extendía su alas inmensas, agarraba al danzante en sus garras y le llevaba muy lejos ¿Dónde? Mi abuela no sábía... o no quería decir. No le gustaba asustarnos. Por eso, a veces parecía que la lamia llevaba al incauto danzante a las aguas lejanas, para ahogarle... Otros veces parecía que la bellísima lamia trasformaba al danzante-amigo en ser divino y le introducía en un un cielo de mitos y bellezas, de modo que más de una vez fuimos de niño al baile del anochecer, con ganzas de que viniena la Lamia-Lilit y nos llevara a su cielo. Dejo el tema aquí, que lo sigan los mitógrafos y filólogos.

Vuelvo a la Lilit de la tradición bíblica, a la gran Lamia, y las restantes lamias menores. Ellas han sido una expresión del riesgo demoníaco (y sagrado) del amor femenino, visto desde la perspectiva del varón al que pueden atraer, engañar y destruir.
Es evidente que en el fondo de muchas tradiciones antiguas y, en especial, de la israelita, Lilit y las lamias ellas han cumplido funciones más positivas, sea como aspecto femenino de Dios, sea como esposa sagrada (más sagrada) de los hombres. En esa línea avanza la tradición de la Cábala, que ha recibido su forma clásica en el libro del Zohar (escrito a finales del siglo XIII por Moisés de León), donde Lilit aparece como la primera mujer de Adán, la más sagrada y misteriosa. Más que mujer mortal, concreta, ella es la diosa de la noche, la energía creadora y destructora con la que Adán no logra nunca acostarse (vincularse) del todo, porque le sobrepasa. Por eso, en lugar de Lilit, esposa divina, ha tenido que surgir Eva, la mujer concreta, que ofrece también rasgos negativos (sigue siendo tentadora), pero que cumple ya una función positiva, de mujer sometida y madre de los hijos de Adán.
Eva es la mujer sumisa, al servicio del mundo patriarcal. Lilit, en cambio, nunca ha podido ser sometida y así sigue mostrándose no sólo en los textos más enigmáticos del Zohar, sino en muchas representaciones literarias y artísticas de la historia de occidente, como signo de un amor que sobrepasa a los varones concretos. Lilit no aparece casi nunca como el eterno femenino positivo, simplemente amoroso (al servicio de los varones), sino como expresión de la independencia femenina (vista siempre desde la perspectiva masculina): es la mujer fatal, el amor más hondo y el riesgo de la destrucción. Es bruja y amiga, es diablo y es diosa. Quizá es la expresión del riesgo del amor femenino, mirado desde el hombre.
«Lilith representa el arquetipo de lo femenino negado por una cultura patriarcal y ha servido como estandarte del feminismo. Ella fue la única capaz de articular el impronunciable y verdadero nombre de Dios. Es la efigie del erotismo femenino, de la sexualidad desbordante y natural de la mujer que aparece intensamente atractiva, y a la vez, potencialmente peligrosa en los sueños de los hombres solos. «Lilith comparte la misma historia de las sirenas, las amazonas, las hetairas, todas ellas figuras femeninas que han intentado asumirse como mujeres libres, sin ninguna necesidad de someterse a los hombres (Solórzano Lilita, 73).
Algunos grupos feministas de la actualidad la toman como signo de liberación. En esa línea, ella puede realizar una función positiva, poniendo de relieve la autonomía de la mujer. Pero su figura puede convertirse también en signo de una incapacidad de amor: Lilit era la parte femenina de Adán (o de Dios), pero Adán nunca pudo habitar en armonía con ella, expresando así el carácter imposible de un amor divino. Por eso, frente a Lilit fue necesaria Eva, pero una Eva que no debe entenderse ya como mujer sometida, sino como compañera de amor (y en amor) para el varón. Ciertamente, las mujeres pueden asumir el simbolismo de Lilit, pero todo nos permite afirmar que ese simbolismo ha nacido en la mente de los varones, más que en la imaginación o mente de las mujeres. De todas formas, el símbolo sigue fascinando a muchos, de manera que dejo la interpretación para aquellos que estén dispuestos a interpretar. ¿Es bueno que Lilit, la Lamia, haya sido expulsada de la Biblia? ¿Es bueno que en la Biblia quede sólo Eva, la mujer concreta? ¿Qué pueden decirnos las mujeres de Lilit o su figura no les interesa?
Posiblemente, a Jesús de Nazaret no le interesó Lilit. Estaba demasiado ocupado en entender y acompañar, en escuchar y aprender, en dejarse amar y en amar a las mujeres reales de su entorno.
(cf. Cf. J. BRIL, Lilith ou la Mère obscure, Payot, Paris 1981; O. A. SOLÓRZANO Lilith: La Diosa de la noche, una historia negada, ENAH. México 2000, Cf. también H ROUSSEAU, Le Dieu du Mal, PUF, Paris 1963 ; D. BRAUNSCHWEIG y M. FAIN, Eros et Antéros. Réflexions psychanalytiques sur la sexualité, Payot, Paris 1971; M. ELIADE, Méphistophélès et l'androgyne, Gallimard, Paris 1962 ; A. FAIVRE, L'Androgyne dans la littérature. Cahiers de l'Hermétisme, Michel, Paris 1990).