Madre macabea, la mayor teóloga (un tema digno de Auschwitz)

Presenté el otro día (03.09) la figura de Marta, hermana de Lázaro y María, amiga de Jesús, y dije que era (en algún sentido) la mayor teóloga del NT, y ser armó bronca en el blog, con 134 comentarios de fuego cruzado. Pensé entonces que sería bueno recordar la figura, igualmente significativa, de otra mujer teóloga, quizá la más importante del AT, la madre de los mártires macabeos de 2 Mac 7.

‒ Marta era teóloga partiendo de la experiencia de la muerte-resurrección de su hermano, en unión con María, desde el amor de Jesús. Así aparecía de algún modo como la “primera y más lúcida cristiana”, por encima de Pedro y de otros grandes y complejos (dudosos) cristianos.

‒ La madre macabea es teóloga desde la muerte (martirio) de sus siete hijos… Ella descubre ante la muerte fiel el don de Dios (la creación) y abre con su amor la gran apuesta de la resurrección. Por encima de Moisés y de Elías, de Abrahán y de Esdras, ella, una mujer-madre creyente, descubre lo inaudito, la creación de la nada. Nadie había dicho, nadie dirá tanto (y tan bien dicho) sobre Dios.



Desarrollo el tema en ocho puntos. Lo importante está hacia el final. Sigo tomando el tema de mi libro Mujeres en la biblia judía (Clie, Valdecavalls 2013).

Significativamente, en este contexto no se puede hablar del padre, pues su figura es secundaria en un plano de mundo y de historia. La identidad judía (y el argumento de Dios) se expresa y transmite por una mujer/madre mártir y por sus siete hijos, que son signo de todos los mártires judíos del tiempo macabeo y de tiempos posteriores. Con la madre-mujer-creadora, como auténtico padre, emerge el Padre-Dios-Creador.

El tema es buscar al padre de fondo, frente al Epífanes-Tirano que mata. ¿Un padre en la tierra? ¿Un padre sólo en el cielo? Pues bien, en ese contexto, la Madre Macabea apela al Dios Celeste, como si en este mundo no pudiera hablarse verdaderamente de "padre" que crea, asis y defiende. Aquí no tenemos imma-abba de la tierra (y del cielo), sino una imma de la tierra y un abba del cielo (para seguir con el argumento de ayer).

Aquí está la grandeza única (y la limitación) de este pasaje admirable, que es la cumbre teológica del Antiguo Testamento, la experiencia de la "madre Israel" y de sus hijos mártires. Estamos ante Auschwitz. Una mujer del gran capo de concentración habla de Dios.

De un modo significativo, el icono de la imagen ha introducido al Padre, al lado de la madre. ¿Ingenuidad? ¿Necesidad teológica y familiar?
Buena semana a todos.


Maternidad y creación. Una mujer habla de Dios

1. Una madre mártir, víctima creyente. El relato de su martirio (2 Mac 7) es clave para entender la identidad judía en tiempos de la persecución de Antíoco Epífanes (169-165 a.C.), conforme a la visión teológica de 2 Macabeos. El texto no dice el nombre de la madre, ni el de sus siete hijos; por eso se les suele llamar normalmente “macabeos” (y a ella macabea). Podemos suponer que el relato en sí no es histórico, en sentido externo, pero refleja un riesgo real (se quiso obligar a los judíos más estrictos a comer carne de cerdo, incluso con amenazas de muerte).

El relato no es histórico en cada uno de sus detalles, pero recoge la experiencia y argumento de esta “madre coraje”, que es madre teóloga, una mujer judía que educó en la piedad y en la fidelidad a sus siete hijos, alzándose contra el rey “sabio” helenista que quiere imponer su filosofía social y religiosa en todo el reino. Ella descubre al “Dios creador” desde su experiencia de maternidad, en el momento límite del martirio de sus hijos.

(2) Una madre y siete hijos varones. La madre expresa la identidad de fondo del judaísmo, como pueblo fiel a Dios. Es la mujer fuerte, transmisora de fe, que educa a los hijos para que cumplan la Ley, es decir, para que vivan en fidelidad a Dios y a su conciencia. De esa forma, ella aparece, al final de la Biblia Griega (los LXX), como la teóloga más honda de Israel, aquella que ha formulado la palabra más clara sobre la existencia y el poder creador de Dios. Sus siete hijos varones (¡en este contexto no pueden ser mujeres!), van manteniendo y expresando con su vida la confesión israelita (expresada en el rechazo del cerdo, que es aquí signo de una vida en la que sólo importa el triunfo externo, el engaño). Esos siete hijos van muriendo, porque saben que hay algo más grande que la vida material (el cerdo), porque su madre les ha dicho y les dice que ella les ha “creado” con Dios, desde Dios.

Estos siete hijos son ya grandes teólogos, pero expresan todavía un cierto espíritu de venganza, que puede estar vinculado con un talión escatológico (relacionado con la resurrección/inmortalidad, que es premio para unos y castigo para otros: Cf. Dan 12). Ellos aceptan en este mundo el sufrimiento, pero sabiendo que Dios les premiará, mientras el rey helenista acabará siendo condenado y castigado. Ellos proclaman de esa forma (todavía) un tipo de deseo de revancha: Manteniéndose fieles y obedeciendo a Dios (sin comer carne de cerdo), ellos resucitarán, mientras que el rey perseguidor será condenado. En esa línea, la fe en la resurrección (la vida eterna) se vincula a la confesión de fe (que se expresa en la fidelidad del pueblo que se muestra en no comer carne de cerdo.

(3) Algunos argumentos de los siete hijos. Así van apareciendo a lo largo del relato: «Entonces… maltrataron de igual modo con suplicios al cuarto hijo, quien, cerca ya del fin decía así: “Es preferible morir a manos de hombres con la esperanza que Dios otorga de ser resucitados de nuevo por él; para ti, en cambio, no habrá resurrección a la vida”. Enseguida llevaron al quinto y se pusieron a atormentarle. El, mirando al rey, dijo: “Tú, porque tienes poder entre los hombres aunque eres mortal, haces lo que quieres. Pero no creas que Dios ha abandonado a nuestra raza. Aguarda tú y contemplarás su magnífico poder, cómo te atormentará a ti y a tu linaje”. Después de éste, trajeron al sexto, que estando a punto de morir decía: “No te hagas ilusiones, pues nosotros por nuestra propia culpa padecemos; por haber pecado contra nuestro Dios (nos suceden cosas sorprendentes). Pero no pienses quedar impune tú que te has atrevido a luchar contra Dios”» (2 Mac 7, 13-19).

Estos macabeos reconocen la justicia divina del castigo y saben que Dios lo permite para purificarles, a causa de los males que ellos o sus hermanos judíos han cometido. Pero no luchan contra Dios, como Antíoco Epífanes, su verdugo, sino que quieren cumplir su voluntad, y así están convencidos de que Dios les premiara con la gracia de la resurrección (una vida inmortal). El rey, en cambio, será sometido al castigo y no resucitará, porque está luchando contra Dios. No se alzan en armas (como Judas Macabeo), sino que mantienen su fidelidad a la conciencia y a la vida en medio del martirio.

(4) La teología de la madre. En este contexto, la madre se eleva como auténtica teóloga; ella formula por vez primera vez, dentro de la Biblia, con toda nitidez, dos principios básicos de aquello que aceptará gran parte del judaísmo posterior (en línea farisea y rabínica) y todo el cristianismo: Dios es creador (lo ha hecho todo de la nada, y de esa forma ha creado especialmente a los hombres) y es también resucitador: él premiará a los justos (y en concreto a los mártires) con la vida y la felicidad eterna:

«Admirable de todo punto y digna de glorioso recuerdo fue aquella madre que, al ver morir a sus siete hijos en el espacio de un solo día, sufría con valor porque tenía la esperanza puesta en el Señor. Animaba a cada uno de ellos en su lenguaje patrio y, llena de generosos sentimientos y estimulando con ardor varonil sus reflexiones de mujer, les decía: “Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno. Pues así el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos a fin de cumplir sus leyes”» (2 Mac 7, 20-23).

Por primera vez en la Biblia judía, una madre puede hablar directamente de Dios a partir de su propia experiencia de mujer que ha dado a luz, presentándose como símbolo (lugar de presencia) de la creación de Dios. Cada “generación” de un hijo es signo y presencia del Dios creador. Cada hijo “nace de la nada”… y del amor creador de Dios, que se expresa y actúa por medio de la madre.

(5) La madre, argumento de Dios. El proceso de su maternidad es un signo de la potencia creadora del Dios del Universo. Así pusiéramos decir que ella habla aquí como “madre con Dios” (como hace Eva en Gen 4, 1-2). El varón no puede decir una palabra propia en este campo, no siente como propia la paternidad, no vincula su “poder generador” con el de Dios. La madre, en cambio, lo hace: ella no habla de Dios en teoría, sino desde su propia realidad, como “creadora de vida”, es decir, como “sacramento de Dios”, que ha ido organizando y modelando en su seno a sus siete hijos.

Muchos teólogos han hablado teóricamente de la madre como signo (o prueba) de la existencia de Dios, argumentando en una línea de maternidad integral (no meramente biológica). Pero en 2 Mac 7 no se habla “sobre” la madre como signo de Dios, sino que es la misma madre la que habla, ofreciéndonos su palabra y testimonio, como la primera y más honda de las teologías (teodiceas) de la Biblia.

(6) Engendrar en el vientre, crear de la nada. Entre su gestación personal (ella es madre…) y la creación de Dios existe (¡ella lo ha visto!) una relación muy profunda, que permite formular la “tesis” clave de la “creación desde la nada”: «Hijo, ten compasión de mí que te llevé en el seno por nueve meses, te amamanté por tres años, te crié y te eduqué hasta la edad actual (y te alimenté). Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que también el género humano ha llegado así a la existencia. No temas a este verdugo, antes bien, mostrándote digno de tus hermanos, acepta la muerte, para que vuelva yo a encontrarte con tus hermanos por la misericordia de Dios» (2 Mac 7, 27-29).

Ella no se ha limitado a “criar” a sus hijos (como hacen los animales), sino que los ha “creado” con la ayuda de Dios, para una “vida eterna”, que existe y se despliega con toda fuerza más allá de los sufrimientos y del martirio que les impone el rey helenista. Éste es el único lugar de la Biblia donde se dice con claridad (¡y lo dice una mujer-madre) que Dios ha creado y crea todo y especialmente a los hombres “de la nada” (ouk ex ontôn). La vida humana (la vida de cada hijo) no es la transformación de algo anterior, que ya existía, sino una realidad absolutamente nueva, una creación radical, definitiva.

(7) Palabra de mujer, la más honda teología. Ésta formulación (Dios ha creado “de la nada”) es única no sólo en la Biblia Judía, sino en la historia de las religiones, una formulación de mujer creyente, que la misma filosofía y teología posterior de la Iglesia cristiana (de fondo helenista) ha tenido muchas dificultades en asimilar y comentar, pues en en principio, en esa filosofía, no hay lugar central para el Dios creador.

Nos resulta mucho más fácil decir, con la filosofía griega (¡y oriental!) y con la ciencia moderna que “nada se crea ni destruye, sino que todo se transforma”. Conforme a esa visión helenista, los seres humanos no tendrían radical independencia, sino que se engendrarían y perecerían, igual que todas las restantes cosas (plantas, animales) que nacen y mueren, en un proceso constante de generación y corrupción. Pues bien, en contra de eso, la madre macabea afirma que sus hijos “han brotado de la nada”, es decir, son el resultado de un acto creador de Dios que actúa a través de ella, no un simple momento de la evolución cósmica de la vida.

Cada nuevo ser humano (cada hijo de mujer) es presencia creada (finita) del Dios infinito. Por eso, nadie puede matar a ser humano (aunque le mate externamente). Al llegar a este nivel más alto de revelación, la palabra clave de la Biblia no la dice un sacerdote, ni un teólogo oficial de escuela (fariseo o saduceo, apocalíptico o esenio), sino una mujer que sufre la muerte de sus hijos.

(8) Conclusión. El contexto “material” externo por el que se produce el martirio (no comer carne de cerdo) pasa ya a un segundo plano y puede cambiar, según las circunstancias. Lo importante es la “fidelidad a Dios”, es decir, al valor infinito de cada persona humana. Esta madre ha sabido decir a sus hijos lo esencial, que ellos son “creatura original” de Dios, y les pide que así lo reconozcan, manteniéndose fieles a su vocación (a su llamada humana), por encima de las órdenes del tirano que les quiere convertir en simples “súbditos” de un Estado que nivela a todos los habitantes, negándoles el derecho a la identidad y diferencia.

Esta madre no habla desde una escuela filosófica o teológica especial, sino desde su propia experiencia de relación con el Dios creador. Se ha dicho a veces que la madre es materia (¡palabra que viene de mater/madre) de la que provienen por evolución o generación los hijos. Pues bien, en este pasaje (sin negar ese nivel) la madre aparece ante todo como ser personal, testigo y garante de la acción de Dios, creador del universo, que ha creado a cada ser humano “desde la nada”. Eso significa que entre el Dios creador y la madre hay una relación muy intensa.
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