A. Maggi: Enséñanos a orar (el Padrenuestro)

Un libro sobre el Padrenuestro es siempre noticia y, sobre todo, en un caso como éste, cuando el autor sitúa y entiende la oración cristiana a la luz del mensaje y vida de Jesús, en un contexto de bienaventuranzas y de mística encarnada en la vida de los más pobres.

Son muchos los que han comentado el Padrenuestro (como indicaremos a continuación). Entre ellos destaca Alberto Maggi, con su libro Padre de los pobres. Nueva traducción e interpretación del Padrenuestro, Ediciones el Almendro, Córdoba 2006. Más que ante un libro estamos ante un don y una tarea: estamos ante la mística de la oración cristiana

Obras sobre el tema:

Comenzamos citando algunos libros sobre el Padrenuestro, por si alguno quiere detenerse en ellos, en este tempo de Pascua:

O. Cullmann, La oración en el Nuevo Testamento. Ensayo de respuesta a las cuestiones actuales a la luz del NT, BEB 92, Sigueme, Salamanca 1999.
J. Alonso, Padrenuestro. Estudio exegético, Sal Terrae, Santander 1954.
S. Sabugal, El Padrenuestro en la interpretación catequística antigua y moderna, Sígueme, Salamanca 1982: Id., Abba'. La oración del Señor, BAC 467, Madrid 1985;
A. Aparicio (ed.), El padrenuestro, Publicaciones Claretianas, Madrid, 1999.
L. A. Montes Peral, El Padrenuestro. La oración trinitaria de Jesús y los cristianos, Verbo Divino, Estella 2001.
X. Pikaza, La oración cristiana, Verbo Divino, Estella 2000
H. Schürrmann, Padre Nuestro, Sec. Trinitario, Salamanca 1982.
C. Di Sante, El Padre Nuestro: la experiencia de Dios en la tradición judeo-cristiana, S. Trinitario, Salamanca 1998.

En una perspectiva bíblica, resultan importantes los de Cullmann, Schürrmann y Di Sante. Ahora añadimos éste de A. Maggi, religioso servita de Italia, que ha publicado ya libros tan significativos como Nuestra Señora de los Herejes (Almendro, Córdoba 1991), Jesús y Belzebú. Satán y los demonios en el Nuevo Testamento (Desclée de Brouwer, Bilbao 2000), Galería de personajes del evangelio (Almendro, Córdoba 2003), Cosas de curas. Una propuesta de fe para los que creen que no creen (Desclée de Brouwer, Bilbao 2005). En todos ellos, y en otros que no han sido traducidos al castellano, A. Maggi aparece como buen conocedor del Nuevo Testamento y como un buen comunicador de fe, un experto en mística cristiana, a partir de la misma realidad de la vida. Eso le ha permitido penetrar en la raíz del Padrenuestro.

Leyendo este libro, uno se pregunta cómo la oración principal del cristianismo ha podido ser tan mal traducida e interpretada a lo largo del tiempo. El autor, realizando un análisis filológico del texto, presenta en un lenguaje asequible al lector medio una traducción alternativa a cada una de las peticiones del Padre nuestro, acompañada de un comentario que justifica la traducción propuesta y que devuelve el valor originario a las palabras de Jesús.

En este libro, Jesús no nos enseña una fórmula. aunque sea noble, de oración, sino que invita a sus discípulos a un compromiso existencial, ofreciendo una alternativa entre la oración egocéntrica, basada en la categoría del mérito y de la propia santificación, y la oración, como expresión de amor hacia el otro. No una oración más, sino un modo diverso de ser y de vivir. Mientras la religión exige una oración que diferencie de las otras religiones y separe de los nos creyentes, la fe propuesta por Jesús reclama un estilo de vida que elimine diferencias y barreras: la fórmula de aceptación de esta fe es el Padrenuestro, cuyos contenidos son hasta tal punto universales que pueden ser asumidos por cualquier persona que viva para el bien de los otros, independientemente de su credo religioso.


Oración judía, cristiana, universal.

En su forma externa el Padrenuestro es (o podría ser) una oración israelita. Ciertamente, entendido en clave mesiánica, al invitar a la oración a todos los hombres, judíos o no, el Padrenuestro es una oración universal, tanto por lo que dice (Padre, reino, pan, perdón), cuanto por lo que calla (no alude a Ley, templo o ciudad/tierra sagrada, ni a expiación ritual o tradiciones nacionales de tipo israelita. Todo es universal en esta oración de Jesús siendo, situándonos, al mismo tiempo, en el centro de la, israelita: Jesús nos pone ante el Dios de la santidad y del reino, introduciéndonos en el despliegue de la voluntad de Dios (vinculada al pan, al perdón, a la libertad).
El Nuevo Testamento conserva también otros textos cristianos que mantienen la “memoria israelita”, pero que pueden y deben entenderse desde una perspectiva universal (cf. Magnificat y Mandato fundamental de Mc 12, 28-34 par), pero que conservan todavía una referencia a Israel o los patriarcas.
Por el contrario, el Padrenuestro, fundándose en la base israelita, ha prescindido de toda referencia nacional y de toda referencia específica cristiana. Cada una de sus peticiones pudiera ser judía por aislado (y es cristiana), pero el conjunto no es judío sino humano.
En el Padrenuestro todo es judío (visión de Dios apertura a los valores humanos más profundos: pan, perdón de las deudas). Pero, al mismo tiempo, al abrirse hacia el conjunto de la humanidad, al centrarse en el espacio y en los temas de la mística de la vida, en el Padrenuestro todo deja de ser judío en el sentido rabínico o nacionalista, para convertirse en “cristiano”, en el sentido de “universal”.

Padre Nuestro, oración de los pobres

Lo que universaliza la oración del Padrenuestro es la vinculación de Dios con su Reino, abierto a los pobres que se ponen en mano de Dios y piden el pan, abierto a los pobres que perdonan todas las deudas. Maggi ha insistido en el paso del lenguaje sacral que habla de “pecados” (el Dios de la religión tiende a perdonar pecados) al lenguaje “humano” (profano) que habla de “deudas”.Allí donde los hombres pueden perdonarse y se perdonan (en el sentido social de “condonar”) las deudas puede surgir la experiencia del Dios de la gracia universal, que es gracia.
Entendido así, el Padre Nuestro puede tomarse como una traducción orante de las bienaventuranzas y del Sermón de la Montaña, donde se expresa el mensaje más profundo de Jesús. La oración de Jesús es oración de pobres que aceptan y comparten en amor el Reino, es decir, el don de la vida, que es Dios Padre, tal como aparece en la invocación (¡Padre!) y en las primeras peticiones: “sea reconocido este Nombre tuyo, llegue tu Reinado…”. Pues bien, el reconocimiento de Dios y la presencia de su Reinado se expresan en el pan compartido y en el perdón mutuo.

Danos hoy nuestro pan de vida...

La oración pasa del “Padre nuestro” al “pan nuestro”, es decir, al alimento compartido. El primer signo del Padre Dios no es la Ley, Torah de Israel, ni la iglesia cristiana, ni algún tipo de institución social o religiosa (templo, imperio), sino el pan concreto, fraterno, es decir, la comida compartida, nuestra, la comida de los pobres. Los que piden así son aquellos que “viven al día”, los que no tienen asegurado el alimento de mañana, los campesinos sin campo, los artesanos sin trabajo rentable y, de un modo especial, los ptôjoi (prescindibles, mendigos). Desde esa situación oran a Dios, carentes de todo, pidiéndole vida (expresada por el pan). Han comenzado pidiendo Reino (el reinado de Dios); ahora quieren algo que parece más sencillo que, en el fondo, se identifica con el mismo Reino: el pan nuestro de cada día. Sólo aquellos que quieren compartir el pan pueden decir “Padre nuestro”.

Condónanos nuestras deudas... (aphes hêmin...)

Del pan pasamos al perdón humano, gratuito, por encima de todos los ritos e imposiciones de las religiones, como una “condonación” de todas las deudas. Esta petición supone que en la vida surgen deudas, no sólo en relación con Dios (al que debemos todo), sino entre los hombres. Más aún, muchos campesinos pobres de Galilea estaban llenos de “deudas” legales, que no podían pagar… Pero los verdaderos deudores eran los comerciantes y terratenientes ricos, que se habían “apoderado” de las posesiones y tierras de los pobres, de un modo quizá “legal” pero contrario al orden de Dios. Pues bien, los pobres piden a Dios que les perdone aquello que le deben (¡todo!), como ellos perdonan a sus deudores (ricos) aquello que les han “robado”.Estamos en el centro de la paradoja del Reino. Los que de verdad pueden perdonar no son los ricos (¡ellos no tienen derecho a perdonar, sólo deber de devolver lo robado!), sino los pobres, que renuncian desde Dios a exigir aquello que les han robado, para iniciar un camino más fuerte de gracia compartida. La comunidad que surge en torno a Jesús tiene como ley suprema el perdón, tanto en plano religioso como social, en plano personal como económico, pues la palabra «deudas» incluye esos aspectos.

Padre de los pobres, oración de los pobres.

Llevados hasta el final, los principios anteriores del pan y del perdón iguala a judíos y gentiles, a creyentes y no creyentes, a religiosos y a no religiosos, pues a todos se ofrece y se pide lo mismo: ¡Que compartan el pan, que se perdonen unos a otros!
Ésta es la religión de Jesús, éste su culto. No hay otro mandamiento ni otro rito, sino el amor mutuo expresado en el pan compartido y el perdón, desde los pobres, que perdonan a quienes les han robado. Aquí no existe aún lugar para ritos e iglesias, para ceremonias ni poderes religiosos especiales: el Dios de la oración de Jesús es Padre que se expresa en el perdón universal (cf. Mc 11, 22-26).
Éste es, a mi juicio, el mensaje más hondo de la oración del Padrenuestro, tal como la ha como la ha traducido y comentado A. Maggi en el libro que hemos presentado.
Volver arriba