Miércoles de Ceniza y Reforma de la Iglesia (22.2.23), en justicia, oración y ayuno

Se le llama de ceniza, como si todo se hubiera quemado, y sólo quedara polvo muerto para echarse a la cabeza y llorar. Pero prefiero hablar de Miércoles de Reforma, o quizá mejor de reconstrucción de la Iglesia, en justicia, oración y ayuno.

Por la imagen parece que la iglesia 2023 no es  más que un cascarón hueco de ladrillos, con puertas, ventanas y balcones sin poner. Por dentro todo está vacío, como si nunca hubiera habido nada o como si el huracán de la historia se lo hubiera llevado.

Pero hay al lado un frágil andamio y arriba, subiendo o bajando cinco obreros. Yo pienso que son tres obreras (las tres marías que empezaron el trabajo, hace más de dos mil años, subiendo y bajando ), y dos obreros con carretilla, bien plantados sobre el techo, dando la impresión de que no hacen nada).

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Esta es la imagen de iglesia que me pintaron unos amigos brasileños hace 40 años, para un libro sobre vida religiosa y reforma de la iglesia. Así la veían ellos, no como el gran Vaticano.

¿Qué hacen, qué hacemos los del piso arriba, cardenales del G7 o albañiles de a pie? ¿Esperan órdenes, tareas? Las tareas de reforma de Jesús son bien claras, según el evangelio de este día. Primero justicia (no una limosnita, como se ha traducido en latín, pues tanto en griego, la palabra aquí utilizada es justicia, como verá quien siga leyendo).

Empecemos por los tres pisos de abajo El primero el de la justicia con trabajo y solidaridadd para todos, el segundo de la oración con capilla... el tercero el del ayuno... con cocina fraterna para todos los que vengan... Así era el libro antiguo.  Tenía entonces un sueño y programa de reforma, que sigo teniendo ahora, es el mismo del evangelio de este dia mièrcoles, comienzo de cuaresma (Mt 6 1-18)

Puede ser una imagen de texto que dice "ESQUEMA TEOLÃGICO DA VIDA RELIGIOSA x. PIKAZA"

 Empezar por la justicia y justicia económica, eso es la reforma de la iglesia. Después vienen las otras dos tareas: oración (no oracioncitas, ni liturgias de escaparate) y ayuno al servicio de la buena oración y la justicia (no ayunitos de rúbrica).Esta son las tres reformas de la “casa” de la iglesia, y son urgentes…, en el orden que las pone el evangelio.

Ojo, no cambiar el orden, no empezar por ayunos y oraciones y quedarse ahì (como algunos quieren), sino por la justicia. Así lo indicaré en lo que sigue, presentando primero una breve reflexión, comentario…para seguir después con comentario fuerte del texto de Mateo.

Ojo, no cambiar los destinatarios… En principio somos todos. Lo que dice Jesús lo dice para el mundo entero… Pero en especial Mate lo dice para la “cabeza” externa de la iglesia, que podría ser el Vaticano (con el nuevo Pedro). Estas son las tres reformas que el G7 de los Cardenales con Francisco lleva programando desde antiguo, con retoques sinodales, sin acabar de hacerlo.

Buen comienzo de cuaresma a todos, con mucha justicia y buena oración, y ayuno necesario para ello.

TEXTO Y PRIMERA REFLEXIÓN Mt 6, 1-8.16-18:

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No practiquéis vuestra jusyticia (=religiòn) religión delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto:

  1. Cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará.
  2. Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, cuando vayas a rezar, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará.
  3. Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga.Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará."

 Cada uno puede pensar sobre esos gestos de la religión en el comienzo de Cuaresma (limosna, oración, ayuno). Aquí ofrezco una pequeña ayuda que puede valer para algunos.

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PRIMERO ES LA JUSTICIA, SIN PRESUMIR NI GLORIARSE DE ELLO. Para el evangelio, el primer DESTINATARIO de la religión es siempre al prójimo, la justicia. No lo digo yo, ni lo dices tú. Lo dice Jesús. Lo primero es que ames a los demás, que les acojas, acompañes y ayudes. Dar de verdad, sin presunción, para que todos puedan vivir, de un modo personal y social, todos los hombres y mujeres, todos los pueblos. Eso es justicia en la biblia, tzedaqa oeleemosynê.

Los "patronos" antiguos daban para sobresalir ellos, para aprovecharse de los pobres... También el capitalismo actual puede dar dice que da muchos, pero lo hace para provecho propio... Da para que le vean, para que le agradezcan... para crecimiento propio, aprovechándose de los pobres que le sirven (y dejando morir a los otros).

SEGUNDO ES ORAR SIN OSTENTACIÓN (sin presumir tampoco por ello); ni por hacerlo en lugares especiales, con ropas “sagradas”, en templos y con ceremonias o ritos superiores. Orar en verdad es confesar a Dios, vincularte con él en gratuidad... No diciendo que oras y apareciendo de esa forma como bueno. Este es el segundo consejo del miércoles de ceniza, que corresponde a la segunda "tentación del evangelio del próximo domingo, que va en contra de los gestos y ejercicios especiales y milagros en el templo. La tentación es orar que te vean situándote estraté gicamente en la plaza, el córner de la calle, en el pino o pináculo del templo...

Catedrales y grandes templos son en principio buenos (como signos de oración), pero pueden terminar siendo "pecados mortales", si es que uno dice: Mi catedral es más grande que tu ermita, que tu sinagoga o tu mezquita (asi parece que quisieron construir la gran catedral de Salamanca, dominando sobre mezquitas y sinagogas). Otros pueden decir mi mezquita es mejor que el templito o mercadillo de los pobres y malos paganos...

Orar es el supremo ejercicio de gratuidad amorosa, pero lo podemos convertir en signo de orgullo... Es la expresión y experiencia de Dios en tu vida, en tu intimidad (en tu retrete, como decían las traducciones antiguas, de una forma genial). No para que te vean otros..., pero puede ser con otros, en comunión de amor, en libertad, sin vigilarse entre sí, aprendiendo, al mismo tiempo a compartir la vida...

En contra de esa forma de orar.... está del milagro falso propio del diablo de la segunda tentación que te dice que te eches al vacío, que hagas un chantaje a los demás con tu oración, que te conviertas así en santón famoso por tus mayores oraciones, con vestido especial y campanilla, como dice Jesús.

TERCERO ES EL AYUNO, saber renunciar, sin hipocresía, , sin mentirte a tí mismo ni mentir a los demás con tus ayunos, sin aprovecharte de los demás diciendo que lo haces…Ayuna para estar contento, para ser tú mismo, Cómprate un perfume y sé feliz... para hacer más felices a los demás. Esta es la tercera verdad: Sé tú mismo, en tu verdad, y ayuda a vivir en felicidad a los demás, con tu posible dinero, con tu oración, pero, sobre todo, con tu misma persona, ayunando y ayudando, experiencia y camino de amor y de

COMENTARIO. LOS TRES PILARES: LIMOSNA, ORACIÓN, AYUNO. Cf.  Comentario Mateo

Evangelio de Mateo

Las antítesis de 5, 21-48 han trazado la justicia (5, 20: dikaiosu,nh) más alta de los discípulos de Jesús, en la línea de lo que hoy se llamaría religión y compromiso social. Pues bien, esa palabra vuelve a presentarse ahora (6, 1) como expresión y contenido de los tres pilares del comportamiento mesiánico: limosna (6, 1-4), oración (6, 5-14) y ayuno (6, 16-18). Ellos pertenecen a la tradición común del judaísmo tardío (2 Cron, Tob) y del principio del rabinismo, como aparece en la Misná, donde se empieza diciendo que el universo se sostiene sobre tres principios: Tora, Culto y Caridad, esto es: ley, oración y justicia (Simón el Justo: Abot I, 2.18) [1].

6 1 Mirad, no hagáis vuestra justicia ante los hombres, a fin de que os vean; Pues en ese caso no tendréis mérito ante vuestro Padre que está en los cielos[2].

 Esta introducciòn define y engloba los tres gestos siguientes (limosna, oración y ayuno) que son el centro de la justicia bíblica, entendida a modo de buen comportamiento ante los hombres (limosna), ante Dios (oración) y ante uno mismo (ayuno). Unidos entre sí, esos gestos expresan el sentido más hondo del proyecto de Jesús.

No son obras que se añaden a la vida, sino esencia y contenido de la vida mesiánica. Mateo identifica lo que hoy llamamos religión con esta justicia triple, entendida como rectitud ante los otros, ante Dios y ante nosotros mismos. Ésta es la justicia superior del Evangelio (cf. 5, 20), el centro del mensaje de Jesús (6, 33), encarnado en los auténticos creyentes: 

Limosna (6, 2-4) es la justicia en relación a los demás, en un plano económico, pero abierto a todos los planos de la vida. No es limosna a la vista, para que se vea, sino un gesto de comunicación en lo profundo, desde el misterio del Padre Dios, que no está para que se vea y se demuestra, pero que mira y vive en todo lo que vive. Se trata, por tanto, de una limosna en lo secreto (no en forma de sociedad oculta de poder), sino don en gratuidad, de manera que no pueda convertirse en medio de poder (prestigio, honor, gobierno), como en el sistema político-social de Roma, donde patronos y clientes se sostenían mutuamente.

Oración (6, 5-8). Es una forma de justicia ante Dios, en un sentido radical de comunión. No es una obligación, en sentido de Ley, ni una forma de representación social, en las sinagogas (para los judíos) o en las plazas y espacios públicos (para los gentiles), sino una experiencia radical de transcendimiento. Se trata, preferentemente, de una oración privada en el secreto ante Dios; pero ese “secreto”, que no busca recompensa, puede interpretarse también en línea comunitaria, como expresión de gratuidad compartida, al servicio de (o en sintonía con) otros orantes.

Ayuno (6, 16-18). Este pasaje no discute su sentido y su posibilidad en un contexto mesiánico (cf. Mt 9, 14-17), sino que se supone su "valor", como expresión de autodominio..., pero no en clave penitencial externa, como forma de poder socio-religioso, sino en línea personal, que puede y debe manifestarse externamente, a modo de contraste, en formas de gozo y perfume. 

     En los tres casos (prescindiendo de los añadidos a la oración) Mateo sigue una misma estructura: (a) cuando… (hagas limosna, ores, ayunes…); (b) no hagas/seas como los hipócritas que…; (c) tú, en cambio…; (c) y tu Padre que… Esa estructura es parecida a la de las antítesis (5, 21-48), donde se contraponía una norma antigua (habéis oído) con la de Jesús (yo, en cambio os digo); aquí se contrapone la conducta de unos hipócritas con la de los discípulos de Jesús (tú, en cambio)[3].

     Esta oposición (que aparece nuevamente en Mt 23), sólo puede entenderse en sentido retórico, siguiendo el estilo de aquel tiempo. Ciertamente, la misma tradición rabínica ha criticado a sus escribas y fariseos de un modo muy duro, pero resulta quizá escandaloso que Mateo haya empleado expresiones como estás, que son no sólo exageradas, sino en parte injustas, a no ser que las veamos como expresión retórica de una polémica contra otros cristianos de su grupo, que han podido caer en estos riesgos de hipocresía. Sea como fuere, estas comparaciones nos ayudan a entender la gratuidad de la justicia del Reino (cf. 6, 33), con sus elementos básicos: secreto, gratuidad y universalidad[4]. 

Este corrimiento hacia el secreto de Dios forma parte de la tradición judía, que ha puesto de relieve la transcendencia divina. No hay quizá otro grupo religioso (a no ser el budista) que haya destacado más este “secreto” (trascendencia) de Dios a quien no se puede ver, tocar, ni representar, de manera que nadie puede “negociar” con él. Ésta ha sido la experiencia radical de Jesús: Que Dios sea Dios, ya que sólo de esa forma puede revelarse y se revela como Padre. Ésta es la paradoja: Nada sabemos de Dios, nada podemos decir de él… y sin embargo “Dios es Padre”. Mateo se sitúa así en la línea de la mejor tradición israelita, pues ella sabe que nadie ha visto a Dios.

Semana de fiesta en el Vaticano

Estas oposiciones acentúan la gratuidad de Dios y de su relación con el hombre. El Dios del Secreto se revela como Padre en gratuidad total, y así gratuitamente han de responderle los hombres con su acción (limosna, oración, ayuno…). Mateo no ha “inventado” estas acciones, ni el secreto en que deben cultivarse, sino que las ha tomado de la tradición judía, como gestos básicos de humanización (religión, piedad) en el sentido fuerte del término. Mateo se ha situado así en la raíz o principio de la alianza israelita (que es la clave de su evangelio, como seguiremos indicando).

Ese secreto y gratuidad es signo de universalidad, es decir, una vida social que supera las limitaciones o barreras de un pequeño grupo religioso. Aquí está la diferencia que separa a Mateo del rabinismo naciente, que acepta esos principios (secreto/trascendencia de Dios y gratuidad), pero tiende a vivirlos desde una perspectiva nacional, acentuando la propia ley, la tradición del pueblo. A diferencia de eso, partiendo del mismo principio, Mateo abre un camino de universalidad. La misma experiencia y tradición de Jesús, vivida desde un fondo judío, le permite abrir un camino de humanidad universal[5].

 CUANDO HAGAS JUSTICIA (6, 2-4)

 6 2 Por eso, cuando hagas limosna (JUSTICIA), no toques ante ti la trompeta como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, a fin de ser glorificados por los hombres; en verdad os digo que ya han recibido su paga. 3 Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; 4 así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará[6].

        La limosna no es algo que se da, un regalo externo, sino algo que tú haces, es decir, que tú eres… (6, 2:). Limosna significa aquí justicia y/o fidelidad al pacto, en la línea de dos palabras básicas de la tradición bíblica: tsedaqah, lo que el hombre ha de ser/hacer para vivir en plenitud; y hesed, fidelidad al pacto, cumplimiento de aquello que el hombre ha de realizar para vivir en armonía con los demás. Pues bien, hay una falsa limosna que algunos “hacen” para ser glorificados por los hombres (6,2 o[pwj doxasqw/sin), para ser vistos, dentro de una sociedad de espectáculo, donde lo que importa no es hacer para que el otro sea (vivir en pacto humano), sino aparentar, de manera que aquello que damos al prójimo sirva para nuestro provecho. 

La limosna es justicia.. En su sentido bíblico, tal como aparece en los LXX, limosna no significa un simple donativo, un regalo casual, una “caridad” en el sentido intimista del término, mientras el mundo en general siga en manos de los poderosos, sino algo muy distinto: La limosna forma parte de la justicia (en hebreo tsedaqah, hq'd"c.), una expresión del orden justo, misericordioso, de Dios, que quiere la vida de todos. Según eso, la limosna forma parte del compromiso de la alianza de Dios, que se identifica con su tsedaqah, de manera que cuando los hombres hacen limosna se vinculan o, quizá mejor, se identifican con la perfección de Dios, como ha indicado el texto del “amor al enemigo” (5, 48).

Ciertamente, el NT habla también de “limosnas” en el sentido más helenista de obras concretas a favor de los demás (como puede verse en Lc 11,41; 12,33; cf. Hch 9,36; 10,2 etc.). Pero en Mateo sigue dominando la perspectiva bíblica que identifica tsedaqah/limosna con la justicia, es decir, con un tipo de solidaridad religioso/social que implica comunicación económica, como aparece desde antiguo en el entorno bíblico, donde lo primero es la propiedad común de unos bienes, que, ciertamente, se pueden utilizar de un modo particular (como propiedad privada) pero sabiendo siempre que el uso común es lo primero.    

Desde ese fondo se entiende la relación entre limosna (eemosyne 6, 2) y justicia (dikaiosyne de 6, 1, cf. 5, 20). No son dos cosas distintas, sino una misma actitud y acción de fondo, aunque con matices diferentes, pues la justicia tiene un sentido más amplio y, como he dicho, abarca no sólo la limosna, sino también la oración y el ayuno.

Mirada así, la limosna no es un asunto “privado”, de pequeña compensación entre particulares, que tienden a remediar algunos males, con gestos de caridad intimista, sino una exigencia social de solidaridad. Esta limosna de Mt 6, 2-4 forma parte de la justicia del pacto, es decir, del despliegue del verdadero Israel, que Mateo ha querido recuperar desde el principio del evangelio. En una línea semejante, apelando al “jubileo”, se situaba Lc 4, 18-19, pero Mateo ha querido ir más allá, retomando la experiencia y tarea básica del pacto de Israel, donde la justicia se interpreta desde Ex 34, 6 como experiencia del Dios entrañable, misericordioso y verdadero  . En este contexto de reinterpretación de la justicia se situará Mt 23, 33 donde lo más hondo de la Ley se identifica con la justicia, misericordia y fidelidad (krisin, eleos, pistin)[7].

Aquí no se habla de unas obras de limosna (misericordia) aisladas, sino de una forma de vida que es justicia/misericordia, como ratifica Mt 25, 37 donde los que hacen (son) limosna para los demás son los justos (oi` di,kaioi). La limosna se identifica así con la justicia: Ella intenta redescubrir y actualizar el sentido básicamente comunitario de los bienes (no sólo de la comida y bebida, sino también de la dignidad, la libertad etc.: acoger a los extranjeros, visitar a los pobres encarcelados)[8].    

Significativamente, este pasaje no habla de la “esencia” o identidad de la limosna, que en ese contexto se identifica con la justicia, sino de la forma de “realizarla”. Mateo supone que todos identifican limosna y justicia, y que así la realizan, pero lo hacen de formas y con intenciones diferentes, pues también los “hipócritas” dan limosna (hacen justicia), pero lo hacen con una intención que destruye o niega su sentido más profundo:

 ‒ Los hipócritas dan (=hacen) limosna, y así cumplen externamente la justicia, pero lo hacen “tocando la trompeta”, para que todos se enteren, para que les alaben, alcanzando así una honra superior. En contra de lo que sucede en la nuestra, en aquella sociedad, el “capital” supremo no era el dinero, ni los bienes materiales, sino un tipo de “honra”, entendida en forma de capital social. En un sentido, estos hipócritas utilizan la religión (es decir, el cumplimiento de la limosna/justicia) para elevarse sobre los demás, como podrían estar haciendo algunos dirigentes de un tipo de judaísmo rabínico naciente (o de una iglesia cristiana), que querrían triunfar como “religión establecida”. En esa línea, hipócritas son todos los que aprovechan un tipo de “buenas obras sociales” para así elevarse a sí mismo.

Ellos tocan la trompeta en las sinagogas (comunidad religiosa) y en las calles (vida social). Tocar la trompeta significa proclamar externamente aquello que se hace, para se vea, que se sepa, para alcanzar así un “poder” más importante que el mismo dinero. Éstos son los que quieren “comprar” con dinero/limosna un mayor prestigio humano (en esa línea se puede interpretar el pan de la 1ª tentación: Mt 4, 1-4). De esa forma emplean el dinero para algo ajeno, contrario a su misión fundamental, que es convertir a los hombres y mujeres en hermanos (en un contexto de pacto). Sin duda, el tema del dinero (pobreza y riqueza) es importante en la comunidad de Mateo; pero más importante es aún el problema y disputa por el honor, es decir, por el prestigio religioso, en línea de autoridad humana.

Los que tocan la trompeta pregonando sus limosnas pueden ser judeo-cristianos, o judíos proto-rabínicos, pero en aquel contexto social pueden ser también los “patronos” o benefactores de la ciudad, que pagan la construcción de edificios de tipo social o religioso, los que financian juegos y representaciones, aquellos cuyo nombre (su estatua) se pone en las plazas y calles. El problema no es por tanto la “limosna material”, pues Mateo parece suponer que se cumple el precepto de participación económica, y que en ese plano estamos ante una sociedad solidaria. El problema está en que se trata de una solidaridad interesada, al servicio del triunfo de los “ricos”. En contra de eso, Mateo propone un ideal y camino de limosna en línea de gratuidad al servicio de sí misma, es decir, del bien de los demás, sin intereses de sinagoga o de grupo cristiano, sino sólo por el bien de todos.

“Que no se sepa, que no se vea” no significa que la limosna sea arbitraria, sino todo lo contrario: Que vaya dirigida de hecho y con eficacia al servicio de los demás (no del triunfo egoísta o particular de los donantes), de manera que la recompensa no se contabilice en forma de prestigio propio o de dominio sobre los demás, sino de comunión real entre personas (esto es lo que ve y recompensan el Padre de los cielos). En esa línea se puede citar el dicho esencial de Didache 1, 6: “Que la limosna sude en tu mano antes de saber a quién la das…”. Que sea, por tanto, una limosna “inteligente”, siendo totalmente gratuita.

Esta limosna así realizada, sin intención de aprovecharse de ella, ni de que lo haga el propio grupo, pero con “inteligencia social”, al servicio de la gratuidad, se opone al proyecto que Mateo identifica en especial con los “hipócritas”, que a su juicio quieren crear una religión centrada en sí misma, con gestos de justicia/limosna que se ponen al servicio del propio grupo. Posiblemente, la crítica de Mateo no puede aplicarse sin más a los grupos del judaísmo rabínico naciente, pues los judíos del entorno no hacían sus obras (no daban sus limosnas) para aumentar su poder y elevarse así sobre los otros, como una estructura de dominio religioso. Pero Mateo ha percibido en algunos grupos (judíos y/o cristianos), un riesgo de acción social puramente interesada, y de esa forma lo condena[9].

Se realiza la primera misa del año en la Ciudad del Vaticano - YouTube

CUANDO ORÉIS… (6, 5-15)

      Sigue el esquema indicado en la introducción sobre las tres justicias (limosna, oración y ayuno). En el primer y último caso se mantiene el orden tradicional judío, reformulado por una tradición cristiana que ha sido recogida por Mateo (no aparece ni en el Q ni en Mc). Pero en este segundo caso, dedicado a la oración, Mateo se contenta con retomar la tradición, sino que se ha visto obligado a extender el esquema, introduciendo tres aplicaciones, que forman un tratado de oración.

El texto consta cuatro partes. (a) Formulación básica (5, 5-6), insistiendo en el secreto, gratuidad y universalidad de la oración, en contra de los hipócritas, en un contexto básicamente judío. (b) Ampliación “simétrica” (5, 7-8), pidiendo que la oración de los creyentes no se exprese en forma de palabrería en contra una la tendencia propia de los gentiles (c) Modelo de oración, el Padre-nuestro (5, 9-13), que Mateo reformula a partir de una plegaria común de la iglesia, tal como aparece en el documento Q (cf. Lc 11, 24).  Aquí dejo a un lado la formulación del Padre nuestro y la exigencia de perdón.

Formulación básica (Mt 6, 5-6)

‒ El pueblo judío ha descubierto y proclamado en oración el valor de su historia y de su identidad actual, descubriendo en ella la mano de Dios. El principio de la vida no es un poder cósmico, siempre igual, al que debemos retornar, de manera que todo siga igual, sino el Dios persona (Yahvé), que ha puesto en marcha la vida del pueblo. En oración han descubierto los judíos la presencia y obra del Dios liberador: los patriarcas dejaron su patria anterior, y no pudieron retornar a ella, porque Dios les dirigía a una patria más alta; en gesto de oración salieron los hebreos de Egipto, cruzaron el mar con la ayuda de Dios e iniciaron un camino hacia la libertad en Dios. Ésta es la experiencia radical que se expresaba en la oración israelita.

En oración han trazado los judíos su camino, empezando por Abrahán a quien Dios dijo: «Vete a la tierra que yo te mostraré...; daré a tus descendientes esta tierra» (cf. Gen 12, 1-3; 15, 18-21). En oración descubrieron los hebreos la presencia y acción de Dios en la montaña del Sinaí (Ex 19-10). Éste es el principio de toda su travesía creyente: Los israelitas han descubierto a Dios en el camino de su propia vida; orar ha sido para ellos descubrir y acoger la presencia de Dios que les sostiene y corrige a lo largo de su dura historia, de un modo fuerte, pero siempre escondido, en una experiencia muy honda de fe.

 En ese contexto se entiende la palabra de Jesús, que destaca el carácter escondido (secreto) del encuentro con Dios, y su eficacia poderosa, por encima de todos los esquemas “mercantiles” en que ha podido caer cierto tipo de hipócritas (judíos o no judíos), que “quieren ser vistos” orando en las sinagogas y en las plazas, convirtiendo de esa forma la oración en un “negocio” espiritual, que les permitiría sobresalir por encima de los restantes pueblos. Jesús se opone a todo tipo de “oración espectáculo” y negocio, tanto en un ámbito religioso (sinagoga) como en el profano (calles y plazas).

5 5 Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. 6 Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, cerrando la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

    El evangelio rechaza un tipo de oración judía o cristiana, hecha de apariencia, como si ella fuera expresión de la propia justicia y superioridad frente a otros. Y rechaza igualmente una oración de calle (en las esquinas de las plazas), a modo de propaganda religiosa, como si los hombres pudieran “negociar” con Dios y volverse de esa forma, por religión, más respetables y más reconocidos por la gente (por los otros), buscando y recibiendo así una sanción social de su plegaria.

     En contra de eso, el Jesús de Mateo pide a los creyentes que oren en secreto, en el aposento (tameion) de la casa, que solía ser un local interior, una habitación particular, sin apertura externa, cerrada la puerta, para que no les vieran de la calle, a solas ante el Dios del secreto, que ve en lo escondido porque es Padre, sólo él, les dará su recompensa (apodosei, les premiará), gratuitamente, en el nivel más hondo de la vida. Así formula la oración este pasaje que sigue siendo inquietante y esperanzado, abriendo un especio y camino más hondo de oración mesiánica:

‒ Mateo 6, 5-6 se opone a la oración de unas sinagogas entendidas como espacio de espectáculo religioso, en línea de visibilidad y competencia mutua: para que se vea que los fieles oran y que lo hacen mejor que los otros. Recordemos que el mismo Mateo ha dicho que los seguidores de Jesús son una especie de “ciudad elevada” sobre el monte, a fin de que todos puedan ver sus buenas obras y bendecir a Dios (cf. Mt 5, 14-16). Pues bien, él añade ahora que ellos no pueden convertir su oración en provocación social, hacerla en público, para que todos la vean; por eso, él les dice que cierren la puerta de sus reuniones orantes, que no quieran exhibirse, convirtiendo su piedad es función teatral, para que les vean y les reconozcan y les honren (dándoles así su recompensa). Ciertamente, este “secreto en la oración” no va en contra del testimonio creyente (¡sois la luz del mundo, no se puede ocultar una ciudad elevada sobre el monte! 5, 14), pero exige que ese testimonio se viva y expanda en pura gratuidad, sin querer sacar ventaja alguna de ello.

Al pedir a los suyos que no oren en las plazas, Mateo se opone a una presencia demostrativa de oración, en plena calle, en contra de la religión romana que se realiza básicamente ante los templos públicos, que forman (con los foros y palacios imperiales) el corazón de las ciudades. Orar ante esos templos se había convertido en propaganda político/social, al servicio de las élites y del mismo imperio romano. Por eso, Mateo se opone a esa oración entendida en forma de mercancía político/social, una forma de imponerse sobre los demás, en un mundo donde Dios aparece como gran objeto de compra-venta.

Casas de oración, la cámara secreta. Cuando el texto dice que “tú”, al orar, entres en la cámara cerrada (tameion) no está aludiendo sólo a un tipo de plegaria en solitario, sin ninguna compañía, como muestra con claridad todo el evangelio. Este “tú” que entra y se cierra en la habitación es un “tú” comunitario, el signo de una iglesia hecha de cercanía humana, de transformación personal y grupal, en casas donde los orantes dialogan con Dios “en lo escondido”, para convertirse paradójicamente, por ampliación, en signo de la mayor universalidad, como he puesto de relieve al hablar de la “limosna”. No es una oración de algunos en contra de otros, sino una oración de todos (para todos), ante el Dios que “recompensa” de manera intensa a sus fieles sean plenamente humanos. Aquí se sitúa el principio y centro de la oración cristiana.

 Sin duda, esta palabra de Jesús no puede aplicarse en la actualidad de una manera mecánica, como si no hubieran existido veinte siglos de historia cristiana (en los que se ha hecho con frecuencia lo contrario de aquello que el Jesús de Mateo pedía a sus comunidades). Pero es evidente que ella ha de entenderse y aplicarse de forma creadora, en este nuevo tiempo, en un momento en el que se dice que el siglo XXI será un orante o no será: o los hombres nos abrimos a un tipo de experiencia superior de interioridad y cultivo del misterio o terminaremos matándonos, de forma que no habrá para nosotros más vida posible sobre el mundo.

Ciertamente, como sabe Mt 6, 5-6, puede haber un tipo de oración convertida en propaganda de grupo, desde la propia casa (sinagoga) o desde la calle, volviéndose de esa manera interesada y partidista. Ésta es la oración que se pone al servicio del poder del propio grupo, una oración que pueden convertirse en signo de intolerancia y fanatismo, de superioridad egoísta y de desprecio de los otros. Pues bien, en contra de eso, puede y debe darse una experiencia de oración agradecida y creadora, vivida como regalo de Dios, y abierta a la comunicación afectiva que vincula a los creyentes en claridad más alta y en gozo compartido…

 El cristianismo ha de ofrecer un camino de oración amorosa como fuente de liberación universal o perderá sentido (dejará de existir). Normalmente, pensamos que la sociedad sólo puede mantenerse sobre bases de poder sacral, de sometimiento religioso, sumisión política e imposición económica. Pues bien, retomando su inspiración evangélica, la oración puede volverse principio de liberación personal y comunitaria, de manera que los cristianos dialoguen con Dios, sin buscar el espectáculo externo, ni la superioridad del propio grupo.

La oración cristiana ha de abrir para los hombres un espacio de comunicación gratuita y gozosa o perderá su valor. Han existido entusiasmos y místicas violentas, vinculadas a la evasión espiritual y a la imposición social. Pues bien, en contra de eso, la oración cristiana ha de expresarse como encuentro de amor en gratuidad. En esa línea, Jesús no ha sido especialista en interioridad trascendental, ni asceta alejado del mundo, sino Mesías de la palabra y el amor concreto (carnal), en diálogo con los necesitados. 

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  1. Ampliación simétrica: Orando no digáis muchas palabras (6, 7-8)

Las advertencias anteriores se dirigían a los judíos (judeo-cristianos). Éstas, a su vez, se dirigen, de forma paralela a los gentiles, como dice expresamente Mateo: “No habléis mucho   al modo de los gentiles”, es decir, no acudáis a la palabrería, a la repetición de jaculatorias y de invocaciones, propias de aquellos que piensan que la oración es tema de multiplicación verbal, muchas palabras (polilogia|), como si Dios estuviera sordo y como si sólo nuestra abundancia ruidosa de rezos pudiera lograr que él nos escuchara.

En el fondo de esta crítica a los paganos puede hallarse el recuerdo de los sacerdotes de Baal y Ashera, sobre el Carmelo, cuando Elías se mofa de ellos diciendo que repitan y amontonan palabras para que Dios les oiga. Orar bien no es cuestión de rezos que se multiplican de forma extática, como hacían los sacerdotes-profetas de Baal (2 Rey 18), sino un gesto de profundidad y de fe, pues el Dios Padre que habita en el secreto, en profundidad radical, conoce nuestra necesidad[10].

6 7 Y al orar, no habléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. 8 No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo.

     Esta advertencia no niega el valor de la oración de petición, sino al contrario, pone de relieve la exigencia de profundizar en el secreto de nuestra voz interna, para así “pedir” de verdad, descubriendo y diciendo aquello que somos y necesitamos ante Dios, pues el hombre es un ser indigente, que está en manos de otros, y de un modo especial de Dios, como niño pequeño en manos de su padre (madre), no sólo en un plano de necesidad material (leche, cuidado de infancia), sino en uno mucho más hondo de comunicación personal.

El problema no es que Dios sepa lo que necesitamos, pues, en un sentido, él lo sabe antes que nosotros se lo pidamos y, en otro, lo va sabiendo a medida que se lo decimos, dialogando con él. No se trata, pues, de que convenzamos a Dios, de manera que él conozco nuestras carencias o deseos, sino más bien de que nosotros las “sepamos”, descubriendo en oración aquello que Dios sabe; por eso, más que de hablarle se trata de dejar que él nos hable, de escucharle en nuestra intimidad. Lo que importa es pues “escucharle”, llegando a la palabra más honda de nuestra vida, no sólo en privado, sino en comunidad.

No somos omnipotentes solitarios, cada uno por sí mismo, sino dialogantes solidarios, de manera que comunicándonos con Dios y con los otros podamos ser y seamos lo que somos. Sólo “pidiendo” acogemos, sólo dando y compartiendo somos. Sólo buscando y llamando encontramos, no a solas, sino en común, en diálogo con la verdad más honda de nuestro propio ser, que es Dios, a quien llamamos y escuchamos, en intimidad de amor y de confianza (cf. 7, 7-11). 

  1. Principio, el sentido de la petición. Como sabe Mateo, un tipo de oración puede hallarse deformada por la magia, de manera que queramos manipular por ella a Dios, para lograr que lo divino se ponga al servicio de nuestras necesidades o caprichos, pensando que las muchas palabras consiguen por sí mismas que Dios mismo nos escuche. Pero, a diferencia de la magia, la oración nunca quiere obligar o imponer, ni engañar con palabras o estratagemas de tipo más o menos picaresco, sino alcanzar la Verdad de nuestra verdad, en diálogo personal, pues “Dios conoce lo que necesitamos antes de que se lo digamos de manera externa”. Él sabe lo que somos y podemos ser, en diálogo con él, pues en él (en Dios) se alumbra nuestra vida, y Dios mismo “se ilumina”, descubre y brilla en su verdad a través de lo que nosotros le decimos y somos.

En esa línea debemos añadir que la petición cristiana respeta siempre la trascendencia y el sentido de nuestra existencia filial, pues somos caminantes-peregrinos sobre el mundo, pero siempre en diálogo con él, no sólo porque Dios se alegre de que le digamos lo que somos (y necesitamos), sino porque en sentido muy profundo él mismo necesita nuestra palabra para hacerse visible, para realizar su misterio divino (como ha necesitado de Jesús para hacerse plenamente humano).

     En una línea contraria a la oración de petición (en el extremo opuesto de aquello que Mt 6, 6-7 presenta como error compulsivo/pagano) ha venido a situarse una tendencia radical de abandono en Dios más allá de todas las palabras, de manera que no sería necesario pedir cosas ninguna, sino sólo ponernos en sus manos, para que él sea en nosotros, sin decirle nada, ni expresar deseo alguno. Esta actitud tiene un valor, como han puesto de relieve las religiones y místicas del “lejano oriente”, pero no responde a la actitud más honda de la oración de Israel (que ha tenido siempre un elemento de petición) y, sobre todo, parece ir en contra del “ejemplo” supremo de oración que es el Padrenuestro.

     Pues bien, en contra de eso, debemos recordar que toda petición comienza siendo un acto de fe: al pedir a Dios su ayuda, le decimos que este mundo es suyo, confesamos su presencia creadora en el despliegue de nuestra propia vida. Este gesto distingue a los creyentes de aquellos rebeldes que rechazan el mundo como abiertamente malo, condenando a su posible creador (o Dios) como perverso. En medio de todos los problemas que el mundo presenta, los orantes confían en el Dios que actúa sobre el mundo. Por eso mismo le podemos presentar nuestra miseria y nuestras peticiones.

Pensamos, a veces, que Dios tiene un plan preestablecido, de manera que nosotros no podemos influir en lo que es, en lo que hace. Añadimos, otras veces, que Dios no escucha, que no siente, que no se deja emocionar ni enriquecer por nuestras peticiones. Si es así, ¿por qué pedir? Resultaría preferible buscar su voluntad (dejar que ella se cumpla, situándonos pasivamente ante ella) y no hacer ya peticiones. Esta observación tiene un momento de verdad: Dios no es aprendiz de creador, ser vacilante que no sabe qué hacer y que, por lo tanto, cambia su acción y voluntad conforme a lo que pidan sus creyentes. Dios es creador y padre misterioso que mantiene su camino y forja el reino por medios que nosotros ignoramos.

Pero, dicho eso, debemos responder, que el Dios de la alianza de Moisés (Ex 2-3) es ante todo el Dios que escucha el lamento de los oprimidos, el Dios que ve y hace propio su dolor, abriendo un camino de solidaridad con (para) los hombres. En esa línea, el Dios que habita en el secreto, ve y comparte lo que somos, apareciendo así con dos rasgos esenciales:

‒ Dios mira en el secreto, en lo escondido (tameion)… Ciertamente, él mira y sabe lo que necesitamos (6, 6). Por eso, no se trata de pedir y aparentar, sino de abrirnos a su voluntad de Dios, recibiendo su ayuda. Se trata de crear dentro de nosotros (esto es, de dejar que se abra) un espacio en el que resuene la más honda voz de lo divino, de manera que, al mismo tiempo, nuestra voz penetre en lo divino.

‒ Dios conoce nuestra necesidad (6, 8), sabe nuestras carencias, porque él es aquel en quien vivimos y somos. Por eso, él nos dará aquello que necesitamos, pues su Vida es providente, y se expresa en nuestra propia vida, en aquello que somos y podemos ser, en aquello que decimos, pues la Palabra de Dios brota y se expresa en nuestra propia palabra.

 Eso significa que, en misterio superior y sin dejarse manejar por nada ni por nadie, el Dios de la historia de Israel, de los patriarcas y profetas, el Dios de Jesús (no de un tipo de filosofía) escucha y atiende las palabras de los hombres. Por eso, las peticiones de los pobres, los gritos de las víctimas y las oraciones de los “santos” pertenecen al camino de su reino, en libertad de amor, de manera que influyen en el mismo ser divino. Dios no ha escrito esos caminos de su Reino de una forma solitaria, sin contar en modo alguno con los hombres. Al contrario, él escucha y espera, cuenta con nosotros para realizar su Reino (que es el nuestro), como dirá de manera tajante un texto posterior: “Buscad/pedid el Reino de Dios y todas las restantes cosas se os darán por añadidura” (6, 33). Eso significa que, en contra de una visión predestinacionista (monista), de tipo apocalíptico, la historia del Reino no está escrita de antemano, la vamos escribiendo con Dios, en un camino que se encuentra dirigido hacia la salvación por Cristo. De esa forma, al suplicar a Dios que venga y nos ayude (en cada uno de los casos concretos de la vida), estamos ya colaborando en su venida salvadora[11]. 

  1. A modo de comentario.  Al haberles creado como hijos, en libertad, el Dios omnipotente se ha venido a convertir, de alguna forma, en dependiente: quiere el amor de esos hijos, les pide su respuesta. Toda la Escritura es testimonio de esa doble petición: Los hombres comenzamos suplicando a Dios los bienes de la tierra, pan, paz, esperanza. Por su parte, Dios nos pide una respuesta de fidelidad, para culminar en y con nosotros su obra salvadora. Ciertamente, Dios emplea también otros lenguajes: ordena, conmina, nos manda..., como indican muchos textos del AT. Pero, en un momento dado, cuando los hombres aparecen como transparentes ante su misterio, él viene a mostrarse suplicante. En esta perspectiva ha de entenderse la historia de la alianza, tal como ha sido destacada, entre otros, por Oseas, Jeremías y el Segundo Isaías (Is 40-55), en los que Dios mismo pide la respuesta de los hombres[12]. 
  1. CUANDO AYUNÉIS… (6, 16-18)

       Tras la limosna y la oración, culminando la trilogía de la justicia (6, 1-18), viene el ayuno, entendido como dominio de sí, vinculado de un modo especial con la comida. En la actualidad, el ayuno ha perdido en occidente gran parte de su antiguo poder sagrado, pero ha recuperado mucha importancia, desde la perspectiva de la salud (dietética) y, sobre todo, desde la problemática de la justicia social: es necesaria una renuncia, para compartir la comida con los pobres. En esa línea se ha vuelto absolutamente esencial. Si un tipo de mundo poderoso y rico no aprende a ayunar para compartir su abundancia con los pobres se destruye a sí mismo, destruye a los pobres y pone en riesgo el equilibrio vital de la misma tierra. Si un tipo de hombre autosuficiente no aprende a renunciar y ayunar contemplar a Dios y amar a otros se destruye a sí mismo, se vuelve enfermo y pierde el equilibrio de la misma vida; se trata de un ayuno no sólo dietético y medicinal, sino humano, espiritual y corporal en el sentido más profundo. Sobre el ayuno puramente dietético es necesario un ayuno personal de solidaridad y de auténtica maduración existencial. Desde aquí debe entenderse este pasaje[13]:

 6 16 Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga. 17 Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, 18 para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

         En principio, el ayuno de Israel era parecido al de otras religiones y pueblos del entorno: Saúl ayuna antes de luchar contra los filisteos (1 Sam 28, 20-22); Moisés, antes de entrar en contacto sagrado con Dios (Ex 34, 28), y los israelitas celebran ayunos de arrepentimiento (cf. Joel 2, 12; Ester 4, 16), que se parece mucho a de los paganos de Nínive (cf. Jon 3, 4-7). Pero los profetas han puesto de relieve un rasgo nuevo, vinculado el ayuno con la justicia, pasando así del campo sacral al social: 

¿Acaso es éste el ayuno que yo quiero…? ¿Doblegar como junco la cabeza, echarse sobre saco y ceniza? ¿A eso llamáis ayuno y día grato a Yahvé? ¿No será más bien otro distinto el ayuno que yo quiero: desatar los lazos de la maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los oprimidos, y arrancar todo yugo? ¿No será partir tu pan con el hambriento, y recibir en casa a los pobres sin hogar? ¿No será cubrir al desnudo y no desentenderte de tu semejante? Entonces brotará tu luz como la aurora, y tu herida se curará rápidamente. Te precederá tu justicia, la gloria de Yahvé te seguirá. Entonces clamarás, y Yahvé te responderá, pedirás socorro, y dirá: Aquí estoy. Si apartas de ti todo yugo, si no acusas con el dedo y no hablas maldad, repartes al hambriento tu pan, y al alma afligida dejas saciada, resplandecerá en las tinieblas tu luz, y lo oscuro de ti será como mediodía (Is 58, 5-10).

ASIA/IRAK - Hacia el “Ayuno de Nínive”. Patriarca Sako: que nos ayude a  alegrarnos de la salvación de los demás y a liberarnos de todo rigorismo -  Agenzia Fides

         En esa línea, insistiendo en el carácter social (justicia) de su compromiso religioso, el judaísmo ha podido superar gran parte de los ayunos tradicionales, aunque ha conservado como los del Yom Kippur o día de la expiación, para conmemorar la justicia y el perdón de Dios, y los que conmemoran la caída de Jerusalén, con la destrucción del templo, en el mes de Tammuz (segunda quincena de junio) por la destrucción del 578 aC y en el mes de Av (agosto), por la del año 70 dC[14]. En ese contexto, Jesús ha concedido menos importancia al ayuno por el pasado, pues lo que a su juicio urgía era la llegada y celebración del Reino de Dios, con la justicia a favor de los pobres (Is 58).

Lógicamente, a los pobres, hambrientos y marginados no se les puede exigir un ayuno pensado “virtuosos” religiosos y para aquellos que pueden contar y cuentan con abundancia de bienes. Más aún, partiendo del anuncio del Reino, de un modo provocador, el evangelio ha podido recordar que los primeros seguidores de Jesús no ayunaban: “Los discípulos de Juan y los fariseos estaban ayunando. Fueron a Jesús y le dijeron: ¿Por qué ayunan los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos, pero tus discípulos no ayunan?” (Mt 9, 14-15a; cf. Mc 2, 18-19).

Desde ese fondo, la tradición más antigua sabe que Jesús no ayuna: “Porque ha venido Juan Bautista, que no comía ni bebía  y decís: tiene un demonio. Ha venido el Hijo del Hombre, que come y que bebe, y decís es un comilón y un bebedor, amigo de publicanos y pecadores” (Mt 11, 18-19; cf. Lc 7, 33-35). Los mismos que acusan a Juan Bautista por su excesiva penitencia (parece convertir la religión en puro ayuno), condenan a Jesús por lo contrario: porque come y bebe, celebrando la presencia de Dios, como novio de bodas, en forma de comida, no de ayuno.

Pero ese gesto de Jesús, rechazando el ayuno por la llegada del Reino (en una línea que puede vincularse a Is 58), ha sido resituada por Iglesia posterior, que ha querido añadir allí unas palabras muy significativas: “Vendrán días en que el novio les será arrebatado. Entonces, en aquel día, ayunarán” (Mt 9, 15b; Mc 2, 20). Parece que la Iglesia evoca así la “muerte” de Jesús: Cuando él no esté, cuando los cristianos no tengan ya al novio, reintroducirán el ayuno. Y de esa forma, la comunidad cristiana ha vuelto a promulgar un tipo de ayuno, inspirado quizá en el gesto de los cuarenta días de Jesús en el desierto, tras el bautismo (Mt 4, 2; cf. Mc 1, 13; Lc 4, 2). En esa línea, la Iglesia de Mateo ha reintroducido y regulado el ayuno, unido a la oración y a la limosna, como expresión y exigencia de justicia, pues sólo el vencimiento propio (un tipo de dominio de sí hace posible el despliegue de la verdadera justicia humana, del verdadero encuentro con Dios).

Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas… Tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lávate la cara… (6, 16-17). Éste es un pasaje de polémica y choque, en contra de los hipócritas, que son como actores teatrales que convierten el ayuno en espectáculo, para representar de esa manera su “dolor” ante los otros. Es evidente que no todos ayunaban de esa forma, pues había auténticos judíos, que ayunan para mantener una memoria fiel de las injusticias padecidas y para potenciar su unión con Dios. De todas formas, había judíos y de judeo-cristianos que tendían a convertir el ayuno en marca de identidad de su propio orgullo religioso.

En esa línea puede recordarse la advertencia “hiriente” de Didajé 8, 1, que (con palabras cercanas a Mt 6, 16-18) parece imponer un ayuno cristiano que parece nuevamente hipócrita: “Vuestro ayuno no sea como el de los hipócritas, que ayunan el segundo y quinto día de la semana (lunes y jueves); vosotros ayunad el día cuarto y el de la preparación (miércoles y viernes)”. Ciertamente, los motivos y formas de ayuno podrían ser distintos. Pero centrar la diferencia del ayuno respecto a los “hipócritas” en el cambio de días de la semana parece cambiar poco las cosas[15].

Que desfiguran su rostro para mostrar a los hombres que ayunan. En verdad os digo que ya tienen su recompensa (6, 16). Mateo acusa a los hipócritas de realizar un ayuno de “identidad propia”, que se interpreta al mismo tiempo como una forma de separación religiosa y social respecto de otros grupos. Los gestos de ese ayuno (desfigurar el rostro…, mostrarse así “dolidos”) sirven para separar a unos hombres de otros, marcando unas distancias, que van en una línea de autoalabanza “religiosa” (¡nosotros ayunamos, cumplimos nuestro compromiso de penitencia ante Dios!) y de “victimismo” social (que otros vean que estamos afligidos, y que esa aflicción deriva en especial de lo que ellos mismos nos han hecho.

En esa línea, el mismo ayuno se puede convertir en acusación en contra de los demás (para que los otros vean que nos hallamos afligidos, pues ellos mismos son la causa de nuestra aflicción). De esa forma, el ayuno podría convertirse en un tipo sadismo grupal, convertido en tema de acusación contra los otros[16].

Conoce el Islam | Beneficios espirituales del ayuno

 ‒ Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro… (6, 17). Este gesto no se puede interpretar en forma de hipocresía o teatro, pues nos situaría ante una nueva alternativa igualmente provocadora, en la línea anterior de los “hipócritas”, como si el que ayuna dijera: “Quiero que los hombres vean la autenticidad de mi ayuno, y que lo hago de un modo especial, distinto del que realizan ellos…”. Mateo quiere, más bien, que nadie conozca ese ayuno, superando ese nivel de visibilidad exterior…

Lavarse y perfumar la cara (gestos que se toman aquí en forma simbólica…) son expresiones de auto-conciencia afirmativa, de aceptación del propio camino, en línea de humanidad, sin glorificación externa. Se trata de asumir positivamente la vida, sin identificarse como grupo especial (de ayunantes), y sin echar la culpa a otros (en línea victimista). La verdadera víctima no se hace la víctima, sino todo lo contrario, pues vive por unión con el Dios de la gracia (¡y tu Padre que ve en lo secreto!) y en apertura hacia los otros. En esa línea, la hondura del ayuno (que en otro sentido es justicia, es decir, comunicación en gratuidad y gesto de ayuda a los necesitados) se identifica con el gozo de la vida: Lavarse, perfumarse y vivir ante y con los demás.

 ‒ Para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará (6, 18). La visibilidad del ayuno solo tiene sentido ante el Dios Padre, que es don y principio de vida. En ese sentido se podría y debería afirmar que Dios Padre es el ejemplo y testimonio del verdadero ayuno, es decir, de una vida entendida como don al servicio de los demás, igual que sucedía en el caso de la limosna y la oración, que eran gestos y signos de la presencia de Dios en la vida de los hombres, como fuente de misericordia (limosna) y diálogo de amor (oración). Así podemos afirmar que Dios es ayuno, vida generosa al servicio de los demás, sin lamentaciones, sin gestos doloristas (sin andar cabizbajo, sin desfigurarse la cara…).

Hay un Dios de ayuno negativo, como un ídolo de rostro cabizbajo, como desfigurado, que va echando en cara a los hombres sus delitos y sus transgresiones… Éste es el Dios del ayuno falso, sediento de sacrificios y sangre, de castigos e infiernos, para así sentirse seguro a sí mismo. Pues bien, en contra de eso, el Dios del evangelio (que mora en lo secreto y no se impone por la fuerza) goza amando a los hombres, y se alegra así con ellos (¡se lava el rostro herido, perfuma su cara…!), para que nosotros podamos vivir en concordia, en justicia, en misericordia.

NOTAS

[1] Evoco así la tradición musulmana, que recoge estos tres pilares y añade confesión de fe y peregrinación a la Meca Cf. J, F. Durán, Pilares, en X. Pikaza, Diccionario de las tres religiones, Verbo Divino, Estella 2009. Mateo ha colocado esos pilares tas las “antítesis” para destacar su importancia en el despliegue y cumplimiento de la justicia más alta del evangelio, en una línea de gratuidad, que puede compararse a la sentencia de Antígono de Soco, discípulo de Simón el Justo: “No seáis como criados que han de recibir salario, sino como criados que sirven a su amo como si no fueran a recibir salario” (cf. Abot 1, 3). En esa línea, Mateo presenta los pilares como justicia y añade que no pueden practicarse para conseguir un mérito o ventaja, sino como expresión de encuentro con Dios Padre, en lo secreto.

[2] Cf. H. D. Betz, Eine judenchristliche Kult-Didache in Matthäus 6, 1-18, en G. Strecker (ed.), FS H. Conzelmann, Tübingen 1975, 445-457; C. Dietzfelbinger, Die Frömmigkeitsregeln von Mt 6, 1-18: ZNW 75 (1984) 184-201; K. Syreeni, Separation and Identity: Aspects of the Symbolic World of Mt 6, 1-18: NTS 40(1994) 522–541; P. J. Thomson, The Halakhic evidence in Didaje 6 and Matthew 6, en H, W van de Sandt (ed.), Matthew and the Didache, Van Gorcum, Assen 2005, 231-242; W.T. Wilson, Seen inSecret: CBQ 72 (2010) 474-497.

[3] Este pasaje nos sitúa ante la oposición entre justicia externa (como aquella que Pablo había criticado en Gal y Rom) y la justicia gratuita, abierta a Dios Padre que “ve en lo secreto” (así terminan las tres oposiciones). De esa forma se opone un hacer de pura ley (justicia interesada, en línea de talión; hago para que me hagan) y un hacer de gratuidad, que consiste en realizar la obra por sí misma, sin más recompensa que la acción, ante el Dios que “ve en lo secreto”. Este motivo de oración-ayuno-limosna ha sido retomado por el Islam en sus cinco “pilares” (con confesión de fe y peregrinación).

[4] Quizá puedan recordarse en esta línea los siete tipos de fariseos de los que hablará el Talmud (J. Sofá 111, 4), que recogeremos de manera más extensa en comentario a Mt 23: Hay un fariseo del hombro, que lleva la Ley como una carga, un fariseo del cálculo (que cuenta las obras buenas que hace), un fariseo triste (que quiere evitar toda alegría para no hacer obras malas) etc. etc. En ese contexto se sitúa la crítica de Mateo.

[5] Mateo presenta a Jesús en la línea de Moisés, no para oponerse a él, sino para proclamar la palabra definitiva de Dios (¡yo en cambio os digo! antítesis), insistiendo en estos tres pilares socio-religiosos (limosna, oración, ayuno).

[6] Cf. W. Nagel, Gerechtigkeit - oder Almosen? (Mt 6, 1): VigChr 15 (1961) 141-145

[7] He desarrollado el tema en Historia y en Entrañable Dios, Las obras de misericordia (con J. Pagola), Verbo Divino, Estella 2016. En esa línea se sitúa la relación (casi identidad) entre dikaiosyne y eleemosyne (tsedaqah y emeth), justicia y verdad (firmeza) que está en el fondo de Prov 21,21; Tob 1, 3; 2, 14; 4, 7, 7,6 etc.   

[8] En esa línea se habían situado algunos textos de la tradición sapiencial, como Prov 3,3 donde la misericordia/pacto y la fidelidad/verdad (hesed weemeth) aparecen en los LXX como eleêmosyne kai pistis. (cf. Prov 14,22). Por su parte, Dan 4,24 vincula la oración por los pecados y la limosna como expresión de justicia. De un modo semejante, la limosna de Tob 4,10 (que libera de la muerte) aparece como “justicia”, no como un gesto particular de ayuda, sino como fidelidad radical a Dios, una forma de vida (cf. Tob 12,9; 12,8; 14,10; Eclo 3,14; 3,30; 12,3). Esta primera justicia (que es la limosna) nos lleva a superar la visión intimista del mundo actual, donde la justicia se interpreta de un modo “legal” y la limosna es misericordia privada. Como afirma el conjunto de la Biblia, y de un modo especial Mt 6, 2-4, la limosna no es una caridad aislada, sino una exigencia social de justicia, porque los bienes del mundo son en principio comunes y porque “darlos a los pobres” no es un regalo opcional, sino una restitución, pues a ellos les pertenecen, como ha puesto de relieve el Papa Francisco, Evangelii Gaudium 57: «No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos».

[9] Dado que las limosnas han de hacerse sin que se sepa, y no pueden tener visibilidad social, no son ya limosnas para el grupo sin más (como sucedía en Qumrán), ni pueden ponerse al servicio del despliegue o crecimiento de una sociedad competitiva. Ese gesto de dar sin que los otros lo vean y lo sepan, sin que tu mano izquierda sepa lo que hace tu derecha, implica un “salto radical hacia el espacio más alto de la gratuidad universal”, no en línea de intimismo privado, sino de máxima apertura social. Ese gesto de dar sin que se sepa va no sólo en contra de un posible judaísmo, sino de una sociedad como la romana que se funda en la división social entre patronos y clientes, una división que se entiende a modo de espectáculos (con estatuas, lápidas votivas e inscripciones). Pues bien, si haces el bien sin que se sepa, y das limosna sin buscar la recompensa del grupo o del conjunto social (sin pedir nada por ella) estás buscando el surgimiento de una comunidad universal de misericordia. A partir de aquí quedan muchos temas abiertos en lo referente a la “limosna”, y algunos de ellos se irán precisando en el resto del evangelio (en una línea semejante a la de 1 Cor 13, 1-3: “si doy todos mis bienes y no tengo amor…”). La limosna/justicia forma parte de la raíz del evangelio, y no ha de estar al servicio de otra cosa, para ganar a través de ella algún tipo de poder religioso o social, sino simplemente al servicio de los necesitados.

[10] Cf. L. Bronner, The Stories of Elijah and Elisah als polemic against Baal Worship, Brill, Leiden 1968; G. Fohrer, Elia, ATANT 31, Zürich 1957; A. J. Hauser y R. Gregory, From Carmel to Horeb. Elijah in Crisis, JSOT SuppSer 85, Sheffield 1990 H. H. Rowley, Elijah in Mount Carmel, BJRL 43 (1960) 190-216; O. Steck, Uberlieferung und Zeitgeschichte in der Elia-Erzählungen, WMANT 26, Neukirchen 1968.

[11] Esta petición es un acto de fe en Dios y va marcando nuestra trayectoria en dirección de compromiso por el Reino, pues con el mismo gesto de pedir reconocemos su presencia-acción en nuestra vida. En esa línea, la oración de petición mantiene encendida la llama del encuentro religioso. Misteriosamente, trascendiendo las leyes ciegas de la tierra (en un plano cósmico), desde el fondo de su misma gratuidad, Dios nos atiende y acompaña, actúa con (en) nosotros, de manera que así podamos ser lo que somos... La forma de expresar y concretar esta oración es siempre misteriosa. En realidad, nunca sabemos pedir como conviene (cf. Rom 8, 26). Por eso es necesario que el Espíritu venga en nuestra ayuda y que nosotros aprendamos a ser lo que somos, viviendo en el Espíritu divino.

[12] Sólo en este sentido se entiende la oración de Jesús que penetra (se despliega) en el mismo interior de Dios. Por una parte, él sabe que el Padre Dios le ha dado todo lo que tiene (lo que es); pero sabe también que su respuesta (su obediencia activa) influye en la misma acción divina. Sobre la oración en sentido general, cf. E. Ancilli (ed.), A la ricerca di Dio, Teresianum, Roma 1978; Ch. A. Bernard, La preghiera cristiana, Ateneo Salesiano, Roma 1967; R. Boccassino, La preghiera, I-III. Ancora, Milano 1967s; C. Fabro, La preghiera nel pensiero moderno, Storia e L., Roma 1979; A. Guerra, Oración cristiana, Espiritualidad, Madrid 1984; F. Heiler, La prière, Payot, Paris 1931.

[13] El ayuno se ha entendido normalmente en el plano de la comida (especialmente de carnes) y también de relaciones sexuales, para la maduración interior y la contemplación…Pero ha de entenderse también en línea de posesiones (dinero) y de estímulos relaciones sociales. Ha de ser ayuno para la madurez personal y para la contemplación, en la línea (por ejemplo) de San Juan de la Cruz; y ha de ser también ayuno para la comunicación social y la justicia.

[14] Cf. A. Aya y J. Durán, en Ayuno, X. Pikaza, Diccionario de las tres religiones, Verbo Divino, Estella 2009.

[15] Sobre el ayuno en Did y Mt, cf. F. R. Prostmeier, Fasten und Taufen gemäß Did 7,4 und 8,1, en J. B. Bauer, Filofronêsis, GThS 19 (Graz 1995), 55–75; A Tuilier: La Didachè et le problème synoptique, en C. N. Jefford, The Didache in Context, Brill, Leiden 1995, 110-130.

[16] R. Regamey (ed.), Redécouverte du jeûne, Cerf, Paris 1959; A. Nocent, El año litúrgico. 3 Cuaresma, Sal Terrae, Santander 1980, 28-40

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