Montes claros 13.7.23. Mujeres de la tumba vacía, origen de la iglesia

Dos libros.

El tema ha sido desarrollado de formas complementarias por dos libros básicos:

Milena Mariani y Mercedes Navarro, Percorsi di cristología femminista, Sao Paolo, Milano 2022 (Trad. Esp.  Recorridos de cristología feminista, Trotta, Madrid 2023).

Manuel Villalobos, Bodies without Organs in the Gospel of Mark, Scheffield 2022. Trad. esp. Cuerpos sin órganos en el evangelio de Marcos, Trotta,Madrid 2023. 

Aquí  retomo el texto de mi comentario de Marcos. 

Texto. Mc 16, 1-8

Evangelio de Marcos

Texto:

(a. Mujeres) 1 Pasado el sábado, María Magdalena, y María la de Jacob y Salomé compraron perfumes para ir a embalsamar a Jesús. 2 Y muy de mañana, el día después del sábado, a la salida del sol, fueron al sepulcro. 3 Iban comentando: ¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro? 4 Y mirando vieron que la piedra había sido corrida, aunque era inmensamente grande.

(b. Joven de pascua, Jesús) 5 Cuando entraron en el sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, que iba vestido con una túnica blanca. Ellas se asustaron. 6 Pero él les dijo: No os asustéis. Buscáis a Jesús el nazareno, el crucificado. Ha resucitado; no está aquí. Mirad el lugar donde lo habían puesto. 7 Pero id, decid a sus discípulos y a Pedro: Él os precede a Galilea; allí lo veréis, tal como os dijo.

(c. Mujeres, discípulos y Pedro. No ha llegado aún la pascua verdadera). Pero ellas, saliendo del sepulcro huyeron. Tenían gran miedo, estaban fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, pues tenían miedo .

ENTRAR EN EL SEPULCRO. MORIR CON JESUS.

            Normalmente se habla de “tumba vacía”, pero ese lenguaje resulta al menos ambiguo. La tumba de Jesús, cuya piedra/puerta ha sido corrida, está vacía de cadáver, pero llena de mensaje pascual. Las mujeres llegan buscando un cadáver para ungir en un monumento excavado en la roca (signo de permanencia cósmica), pero ven que la puerta está corrida y entran, sin temor ninguno (a diferencia del que tendrán después, al salir: en 16, 8), como si entrar en un sepulcro excavado en la roca fuera su oficio de mujeres. Aquí empieza la novedad del texto: 

 − Y entrando en el sepulcro, vieron a un joven, sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca (16, 5). Es fundamental el gesto de “entrada” -. Resulta extraño (¡cómo tienen valor para entrar en una tumba misteriosamente abierta!),  viendo allí a un joven vestido de blanco (de cielo). Es evidentemente un ángel, un mensajero de Dios, o, quizá mejor, el mismo Dios/Cristo que está allí para recibirle.

Este joven (neaniskos), parece aquel que huyó desnudo cuando prendieron a Jesús y en realidad puede ser es el mismo Jesús, que ha salido desnudo de la tumba y que ahora aparece cubierto con una “estola/túnica blanca”  (cf. 14, 51-52). Es Jesús, pero ellas no pueden conocerle (como la María de Jn 20, 11-18 no puede conocer al Jesús hortelano).

Es Jesús que se aparece de otra forma (o un ángel de Dios, da lo mismo), sabiendo lo que ellas quieren. Por eso, al verlas asustadas, les dice: «¡No temáis!»… Esta palabra de pacificación, con todo lo que sigue, constituye el centro de la trama del evangelio de Marcos, que culmina en un  sepulcro vacío, con una palabra de Dios (del mismo Jesús, del ángel de Dios) que ofrece su mensaje pascual a las mujeres, para que así reinterpreten lo que ha sido, y lo que será, el evangelio[1].    

 −No temáis: buscáis a Jesús el nazareno, el crucificado (16, 6). El texto no ha dicho que tuvieran miedo al entrar, y, sin embargo, ahora que están dentro, el joven les dice que no se extrañen, que no teman (mê ekthambeisthe). Están en una tumba vacía de cadáver, pero llena de otra presencia, de una luz que se refleja en la túnica blanca del joven, que les comienza recordando lo que quieren; ungir un cadáver, venerar una tumba, perpetuar una historia que siempre termina en la muerte.

            Ellas han venido a despedir a un muerto, pero Jesús, enterrado aquí (como ellas saben, porque han visto dónde lo ponían: 15,47) no está, pues él ha roto el peso de la muerte, y Dios ha descorrido sobre él la losa de la piedra de la muerte. Por eso, el joven (que es la presencia de Dios en la tumba llena de pascua) les muestra el lugar donde había estado el Nazareno ( cf. 1, 9; 6, 1-6b), cuya historia de enviado mesiánico de Dios ha desembocado aquí. Pues bien, el joven define a Jesús simplemente como “el crucificado” (no como el Hijo de Dios, ni como el Señor o el Hijo del Hombre), sino como aquel cuya vida ha terminado en la cruz, en nazareno crucificado.

 − ¡Ha resucitado! No está aquí, mirad el lugar donde lo habían puesto (16, 6). La presencia de un cadáver puede dar seguridad a los amigos: es memoria tangible del muerto, recuerdo que dura, haciéndoles capaces de transformar su memoria y de pacificarla. En esa línea, muchos grandes edificios sagrados, incluso cristianos (en contra de lo que este pasaje supone, en referencia a Jesús), se alzan sobre enterramientos, para mantener la memoria de los muertos memorables. Pues bien, Jesús no ha dejado ni siquiera un cuerpo.

Esta es la novedad cristiana: Desde el hueco del sepulcro que no puede cumplir su función (no es recordatorio o mnêmeion del muerto: “¡No está aquí. Mirad dónde le habían puesto!”) emerge la palabra fiel del mensajero de Dios: ¡Ha resucitado! El vacío del cadáver, la soledad que deja el muerto se ha convertido en lugar de proclamación de una presencia y de una vida superior: ¡ha resucitado!

Sobre esa certeza pascual, no sobre una fijación de muerte (una tumba), se edifica la iglesia del Cristo. Si el sepulcro se encontrara lleno con el sôma de Jesús (cuerpo muerto, para la resurrección final) el evangelio debería entenderse desde los ritos nacionales del judaísmo. Frente a una religión de pureza sacerdotal, que sigue vinculada a la ley (ungir sin cesar a un cadáver, venerar a un muerto, perpetuar un pasado, en el entorno de Jerusalén), la palabra del joven de pascua dirige a las mujeres hacia Galilea, es decir, al espacio de la libertad universal del evangelio.

 − Pero id (salid) y decid a sus discípulos y a Pedro: ¡Os precede a Galilea! (16, 7). La ausencia del cadáver se convierte en signo de identidad más honda, esto es, en  Presencia suprema de Dios que se introduce en la vida de estas mujeres y les manda a Galilea:  Ellas tienen que contar lo que han visto, reunir y convencer a los discípulos de Jesús y volver con ellos a la tierra del mensaje de Jesús,  para verle allí y para retomar su camino (cf. 14, 28).

            De esa forma reciben el encargo supremo de fundar la “verdadera” iglesia, reuniendo a los discípulos y a Roca, de manera que todos puedan encontrar a Jesús en Galilea (a diferencia de la comunidad de Jerusalén, que ha seguido centrada en una tumba, entre ritos de muerte, vinculada a la pureza de un judaísmo particular). En el centro del mensaje están ellas, las mujeres (las verdaderas seguidoras de Jesús), que deben decir a los mathêtai (los discípulos, en plural), que ellos deben “aprender” (discípulos son los que aprenden…) de otra manera, pues el primer aprendizaje ha culminado en la traición y el abandono de Jesús. Por eso deben volver a Galilea, no quedarse en la tumba de Jerusalén.

MONTESCLAROS

 Allí le veréis como os dijo (16, 7). Los que han matado a Jesús no han silenciado su voz, no han cegado la fuente de su vida: el camino de solidaridad universal de la iglesia mesiánica se inicia en Galilea, para abrirse desde allí a todos los pueblos (cf. 13, 10; 14, 9). Han matado a Jesús, pero su mensaje y presencia ha de expandirse a través de las mujeres que lo asumen y propagan, convenciendo a los discípulos, de modo que así todos vayan a encontrarle en Galilea, para retomar con él el camino. Se dice que allí le verán o, mejor dicho, le veréis (opsesthe), con el mismo verbo activo que Pablo emplea (en pasivo divino) para hablar de las revelaciones de Jesús (ôphthê, 1 Cor 15, 5-8). Eso significa que Marcos sabe que puede haber (que habrá) apariciones (revelaciones) del Jesús pascual, pero no las cita o, mejor dicho, no puede citarlas, porque a su juicio la revelación pascual de Cristo es el mismo evangelio.

            En principio, históricamente, estas mujeres no dependen de Roca y de los Doce, no son depositarias “sumisas” de una autoridad pascual o de un mensaje que reciben a través de unos varones, sino que emergen como cristianas autónomas y, todavía más, como creadoras primeras de la iglesia. Ciertamente, la tradición posterior (y este mismo texto de Mc 16, 7, que ha de unirse a Jn 20, 17), trasmitida básicamente por varones, ha supuesto que el ángel de Dios o Jesús resucitado pidió a las mujeres que fueran y dijeran lo que sentían y sabían a Roca y los restantes discípulos, y es posible que históricamente actuaran así; pero no lo hicieron para someterse a Roca y estar en adelante subordinadas a él, sino para dar testimonio de una experiencia común, propia de Jesús, que se abre y expresa igualmente a través de varones y mujeres. 

             El joven de pascua les dice que “salgan”, dejando el lugar del sepulcro, que es Jerusalén. Pues bien, ellas han de dejar mucho más que un lugar geográfico: deben superar las leyes de pureza y separación del judaísmo ritual, empeñado en embalsamar cadáveres. Sólo así podrán llegar Galilea, lugar de la palabra sembrada en toda tierra: (cf. 4, 3-9) y abierta a las naciones del mundo (cf. 13, 10; 14, 9). Ir a Galilea significa superar aquello que encierra a los discípulos en Jerusalén, la iglesia de la ley, el judeocristianismo, abandonando una experiencia pascual desligada de la vida de Jesús. Precisamente ellas, las mujeres de la tumba fracasada (no han podido ungir a Jesús), reciben el encargo de decir a los discípulos y a Roca la palabra de la pascua en Galilea, es decir, retomando la historia de Jesús

No se puede anunciar la pascua de Jesús de cualquier manera, quedando en Jerusalén (como los judeo-cristianos), ni desligando la resurrección de la vida histórica de Jesús (como harán algunos gnósticos, reinterpretando a Pablo de forma sesgada). La pascua cristiana sólo tiene sentido si el Señor resucitado es Jesús de Nazaret de Galilea. Ellas, mujeres que parecen vinculadas a la tumba, tienen la tarea suprema de la historia: hacer que los discípulos del Cristo muerto y resucitado retomen el camino de la historia de Jesús desde Galilea.

El joven de pascua (Dios mismo) las convoca y las llama para que comprendan el misterio de Jesús resucitado. Buscaban el cadáver de Jesús, para realizar con él el último acto de la historia del Nazareno, pero Dios mismo les encarga la tarea de reiniciar la historia de Jesús. Ellas, las mujeres del sepulcro, habiendo cumplido con fidelidad el camino del seguimiento que termina en una tumba, han de hacerse desde ahora mensajeras de pascua, para que los “discípulos” aprendan a ser lo que han de ser (cf. 4, 3-9). Lo que había comenzado con Abrahán, lo que Moisés había descubierto ante la zarza, la denuncia de Isaías, todas las llamadas de Jesús, se han venido a condensar en la llamada y vocación universal de estas mujeres. 

Ellas, que habían seguido a Jesús para servirle en el despliegue de su mesianismo, subiendo así con él a Jerusalén con la idea de quedar allí quizá, con el Jesús triunfante (15,40-41), deben asumir y realizar ahora su más alto servicio: hacerse evangelistas de la vida de Dios, abriendo el camino de pascua para los discípulos.

Han ido a llorar al sepulcro, y ahora tienen que secar su llanto, abandonar los inútiles aromas (o convertirlos en perfume de pascua, como el de la mujer de 14, 3-9), poniéndose en camino para un nuevo y más alto ministerio, haciendo de algún modo oficio de «paráclito» (cf. Jn 14, 26), es decir, recordando a los discípulos del Cristo la experiencia prometida de la pascua. Los restantes eslabones del proyecto de Jesús se han roto o han perdido su función. Sólo ellas mantienen la cadena fuerte que vincula la historia de Jesús (el pasado de su vida) y el presente creador de su pascua: son las mediadoras universales de la vocación cristiana. 

EXPLICACIÓN

 Esta experiencia de las mujeres marca una nueva trayectoria en la historia. No se trata de un simple ajuste de rumbo, sino de un cambio radical de “territorio”.

Se trata de empezar de nuevo el camino de Jesús, desde Galilea, sin quedarnos en Jerusalén (como habían querido muchos seguidores de Jesús.

Se trata de saber que lo importante no es aquello que sucederá al final (en la culminación del tiempo, más allá del mundo), sino lo que podemos y debemos hacer en este tiempo, retomando el camino de Jesús en Galilea, pero no simplemente como antes, sino sabiendo quién ha sido y es Jesús, a quien han matado precisamente en Jerusalén, cuando quiso implantar allí el Reino de Dios.

En este contexto no son fundamentales las posibles “apariciones” concretas de Jesús resucitado, por más significativas que ellas sean, como ha confesado Pablo (1 Cor 15, 3-9) y como han escenificado los capítulos finales de los otros evangelios.

Marcos quiere algo distinto quiere retomar la experiencia básica de Jesús, condensada en el signo de la “tumba ”, en la que debemos entrar, para renacer con él… (una muerte vencida, una cruz salvadora) y en la palabra de pascua cristiana del “joven” que habla desde el hueco (vacío) de la tumba, proclamando que Jesús ¡ha resucitado! y diciendo a las mujeres (y por ellas a los demás discípulos) vayan a Galilea (¡allí le veréis como os dijo!), para retomar su obra.

Esta “visión” de la tumba abierta rompe un modelo de escatología apocalíptica (según la cual todo debía haber terminado, con la venida imperiosa del Hijo de hombre) y sitúa a los discípulos ante la necesidad de recuperar el pasado de Jesús pero no con visiones santas, con triunfos y victorias sobre el mundo. En contra de eso, el evangelio nos introduce en la tumba de Jesús, para descubrirnos muertos con él, por el…

16, 1-4. Entrar en el sepulcro, morir con/como él

 Según Marcos, estas mujeres han visto enterrar a Jesús (15, 47) y por eso vuelven a su tumba, para culminar los ritos funerarios y así despedirse de él para siempre.

No hay varones que les acompañen y puedan descorrer con fuerza la piedra de la boca del sepulcro (16, 3). Pedro y los discípulos restantes han huido, y podemos suponer que siguen huyendo todavía hacia Galilea (la “promesa” de 14, 28 indica que no han llegado todavía, que Jesús irá primero). José de Arimatea, que ha cumplido su misión “judía” (15, 42-46), no está con ellas. El centurión de la cruz(15, 39) ha desaparecido…

− Pasado el sábado (16, 1). Han cumplido el ritmo de reposo y sacralidad que marca la ley del sábado, que a partir de aquí podrá verse tiempo viejo, culto a las fuerzas de este mundo que mantienen a Jesús en el sepulcro. Ese sábado puede interpretarse, según eso, como expresión de pecado, esto es, de triunfo de aquellos que han matado a Jesús y que descansan de su asesinato. 

− María Magdalena, María la de Jacob, y Salomé (16, 1). Son las tres que hemos visto en 15,40, las mujeres fieles de Jesús, que le han seguido-servido, y que ahora quieren realizar el último servicio, con aromas para embalsamarle. Con ese gesto acabaría externamente su testimonio y tarea de amistad, llegando hasta el fin en su relación Jesús. Después sólo tendrían un recuerdo de muerte.

− Compraron perfumes… (16, 1). Desde el nivel en que se sitúa el texto, ellas no saben que Jesús ha sido ungido ya por la mujer del vaso de alabastro (cf. 14, 3-9). Por el contrario, un lector que ha entendido bien a Marcos sabe ya que Jesús no puede estar en el sepulcro al que caminan, pues él está presente en la palabra de pascua y su cuerpo (sôma) se ha hecho pan compartido para aquellos que le aceptan (cf. 14, 22). Qieren perfumar un cadáver… y así despedirse de él para siempre

− Y muy de mañana, el día después del sábado, a la salida del sol, fueron... (16, 2). Vinieron al sepulcro cuando salía el sol, que es el signo de la creación de Dios, el día que sigue al sábado… Por dos veces (16, 1,2) se repite que ha pasado el sábado, tiempo sagrado de la Ley de los judíos (día especial para ellos), de manera que empieza el Día del Sol, que es el mismo para todos. Ha pasado el sábado antiguo, se disipa la noche, sale el sol, que es signo de luz, día-vida universal, para todos los hombres y mujeres, aunque ellas todavía no lo sepan… Esta experiencia, a la salida del Sol, el día que sigue al sábado parcial (de los judíos), marca la experiencia de los cristianos de Marcos, que recuerdan todas las controversias de Jesús en torno al Sábado. De ahora en adelante, los cristianos celebrarán de un modo especial el Día del Sol.

− Y se decían: ¿quién nos correrá la piedra...? (16, 3). Son débiles, poco expertas en correr y descorrer la losa de la tumba. Quieren ungir a Jesús, vienen con perfumes; pero saben que son incapaces de mover la piedra, pues no tienen fuerza para ello.

Y mirando vieron que la piedra se había sido corrida, aunque era inmensamente grande (16, 4)El texto no habla de un sepulcro “vacío”, sino más bien abierto. Esta referencia a la piedra “muy grande” (megas sphodra) tiene un sentido claramente simbólico. Antes, en el momento de cerrar la tumba, se decía que el mismo José de Arimatea (¡el solo!) la había corrido, haciéndola rodar, como si no hubiera tenido dificultades para ello (15, 46). Pero no es lo mismo “cerrar” una tumba (algo que se sitúa en un nivel humano), que abrirla, superando así la muerte (cosa que sólo Dios puede hacer), de manera que la piedra del sepulcro resulta diferente, en un caso y en otro. Por eso, en un sentido profundo, cuando las mujeres preguntan (16, 3) “quién podrá descorrer la piedra” están pensando que es preciso un “poder divino” para ello. Eso es lo que aparece ahora, cuando se afirma que “vieron que la piedra había sido corrida” (en pasivo divino), pues no se trata de una simple rueda-puerta de sepulcro, sino de la piedra-rueda de la muerte.

16, 5-7. Sepulcro abierto, entrar en el sepulcro

 Normalmente se habla de “tumba vacía”, pero ese lenguaje resulta al menos ambiguo. La tumba de Jesús no está vacía, está abierta para todos los que quieran entrar en ella. No está vacía: Está llena de Dios, del mensaje de la resurrección… Las mujeres quieren ungir a Jesús y despedirse, el pero joven de la tumba (Jesús) les dice que no necesita más unción… Que salgan de la tumba, que “conviertan a la iglesia” (discípulos y Pedro…), y que vayan todos a Galilea para re-iniciar el camino del evangelio. Así de “bien” empieza el texto: Hay tres mujeres que ven la tumba abierta y entran…, sin miedo… no para ungir a un muerto, sino para retomar el camino de aquel que está Vivo.

− Y entrando en el sepulcro, vieron a un joven, sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca (16, 5). Es fundamental el gesto de “entrada” en el sepulcro, que, según mC 15, 42-46, debe representarse como una cámara excavada en la Piedra. Resulta extraño (¡cómo tienen valor para entrar en una tumba misteriosamente abierta!), y sin embargo entran, parece que sin miedo, como si aquella fuera su casa, viendo allí a un joven vestido de blanco (de cielo). Es evidentemente un ángel, un mensajero de Dios, o, quizá mejor, el mismo Dios que está allí para recibirles (o el mismo Jesús, que resucita en la muerte).

- Este joven (neaniskos), parece aquel que huyó desnudo cuando prendieron a Jesús y en realidad puede ser es el mismo Jesús, que ahora aparece cubierto con una “estola/túnica blanca”, una túnica/vestido de cielo, que les dice «¡No temáis!»…

No temáis: buscáis a Jesús el nazareno, el crucificado (16, 6). El texto no ha dicho que tuvieran miedo al entrar, y, sin embargo, ahora que están dentro, el joven les dice que no se extrañen, que no teman (mê ekthambeisthe). Están en una tumba vacía de cadáver, pero llena de otra presencia, de una luz que se refleja en la túnica blanca del joven, que les comienza recordando lo que quieren; ungir un cadáver, venerar una tumba, perpetuar una historia que siempre termina en la muerte.

Ellas han venido a despedir a un muerto, pero Jesús, enterrado aquí (como ellas saben, porque han visto dónde lo ponían: 15,47) no está, pues ha dado su vida en amor, y Dios ha descorrido sobre él la losa de la piedra de la muerte. Por eso, el joven (que es Jesús, que la presencia de Dios en la tumba llena de pascua) les muestra el lugar donde había estado, diciéndoles así que no está, sino que le encontrarán en Galilea,

 ¡Ha resucitado! No está aquí, mirad el lugar donde lo habían puesto (16, 6). La presencia de un cadáver puede dar seguridad a los amigos: es memoria tangible del muerto, recuerdo que dura, haciéndoles capaces de transformar su memoria y de pacificarla. En esa línea, muchos grandes edificios sagrados, incluso cristianos (en contra de lo que este pasaje supone, en referencia a Jesús), se alzan sobre enterramientos, para mantener la memoria de los muertos memorables. Pues bien, Jesús no ha dejado ni siquiera un cuerpo.

- El vacío del cadáver, la soledad que deja el muerto se ha convertido en lugar de proclamación de una presencia y de una vida superior: ¡ha resucitado! Sobre esa certeza pascual, no sobre una fijación de muerte (una tumba), se edifica la iglesia del Cristo. Si el sepulcro se encontrara lleno con el sôma de Jesús (cuerpo muerto, para la resurrección final) el evangelio debería entenderse desde los ritos nacionales del judaísmo. Frente a una religión de pureza sacerdotal, que sigue vinculada a la ley (ungir sin cesar a un cadáver, venerar a un muerto, perpetuar un pasado, en el entorno de Jerusalén), la palabra del joven de pascua dirige a las mujeres hacia Galilea, es decir, al espacio de la libertad universal del evangelio.

− Pero id (salid) y decid a sus discípulos y a Pedro: ¡Os precede a Galilea! (16, 7)La ausencia del cadáver se convierte en signo de identidad más honda, esto es, en Presencia suprema de Dios que se introduce en la vida de estas mujeres y les manda a Galilea: Ellas tienen que contar lo que han visto, reunir y convencer a los discípulos de Jesús y volver con ellos a la tierra del mensaje de Jesús, para verle allí y para retomar su camino (cf. 14, 28).

De esa forma reciben el encargo supremo de fundar la “verdadera” iglesia, reuniendo a los discípulos y a Pedro, de manera que todos puedan encontrar a Jesús en Galilea (a diferencia de la comunidad de Jerusalén, que ha seguido centrada en una tumba, entre ritos de muerte, vinculada a la pureza de un judaísmo particular). En el centro del mensaje están ellas, las mujeres (las verdaderas seguidoras de Jesús), que deben decir a los mathêtai (los discípulos, en plural), que ellos deben “aprender” (discípulos son los que aprenden…) de otra manera, pues el primer aprendizaje ha culminado en la traición y el abandono de Jesús. Por eso deben volver a Galilea, no quedarse en la tumba de Jerusalén.

Allí le veréis como os dijo (16, 7). Los que han matado a Jesús no han silenciado su voz, no han cegado la fuente de su vida: el camino de solidaridad universal de la iglesia mesiánica se inicia en Galilea, para abrirse desde allí a todos los pueblos (cf. 13, 10; 14, 9). Han matado a Jesús, pero su mensaje y presencia ha de expandirse a través de las mujeres que lo asumen y propagan, convenciendo a los discípulos, de modo que así todos vayan a encontrarle en Galilea, para retomar con él el camino. Se dice que allí le verán o, mejor dicho, le veréis (opsesthe), con el mismo verbo activo que Pablo emplea (en pasivo divino) para hablar de las revelaciones de Jesús (ôphthê, 1 Cor 15, 5-8). Eso significa que Marcos sabe que puede haber (que habrá) apariciones (revelaciones) del Jesús pascual, pero no las cita o, mejor dicho, no puede citarlas, porque a su juicio la revelación pascual de Cristo es el mismo evangelio.

En principio, históricamente, estas mujeres no dependen de Pedro y de los Doce, no son depositarias “sumisas” de una autoridad pascual o de un mensaje que reciben a través de unos varones, sino que emergen como cristianas autónomas y, todavía más, como creadoras primeras de la iglesia.  

No se puede anunciar la pascua de Jesús de cualquier manera, quedando en Jerusalén (como los judeo-cristianos), ni desligando la resurrección de la vida histórica de Jesús (como harán algunos gnósticos, reinterpretando a Pablo de forma sesgada). La pascua cristiana sólo tiene sentido si el Señor resucitado es Jesús de Nazaret de Galilea. Ellas, mujeres que parecen vinculadas a la tumba, tienen la tarea suprema de la historia: hacer que los discípulos del Cristo muerto y resucitado retomen el camino de la historia de Jesús desde Galilea.

16, 8. Las mujeres huyeron. ¿Huyeron?  

  Este final de Marcos (¡las mujeres huyeron, no dijeron nada…!), nos sitúa sin duda, ante una experiencia radicalmente religiosa, que muestra la “imposibilidad” humana de comprender la trayectoria mesiánica (y el mensaje) de Jesús, algo que Pablo ha descrito, en otra perspectiva, al hablar del “pecado universal” (suponiendo que todos, pantes, lo han cometido: cf. Rom 5, 12). No se trata, evidentemente, de un pecado en sentido moralista, sino del descubrimiento de la alteridad radical de Dios y de su plan de salvación en Cristo. Por eso, también estas mujeres (las “ultimas” de Jesús) tienen que huir y huyen, pues no existe ninguna base humana para aceptar el mensaje del “joven” de la tumba vacía.

 En este contexto ha destacado Marcos el “miedo” ante lo radicalmente distinto, explicando de esa forma la huida de las mujeres, “pues tenían miedo” (ephobounto gar), y terminando así, con la razón del miedo, el texto del evangelio. Ese texto final “justifica” y comprende la huida (con gar) de las mujeres, pues el mensaje del joven de pascua les desborda, a pesar de que él haya apelado a lo que Jesús había dicho (“en Galilea le veréis como os dijo”: 16, 7) y anunciado (cf. 8,31; 9, 31; 10, 32-34). Marcos nos sitúa así ante el miedo radical, expresado con dos palabras clave: tromos ekstasis, pavor y espanto.

 Marcos no dice que las mujeres “no fueron a Galilea” (ni que permanecieran siempre en silencio), sino que, en aquel momento, tuvieron miedo y huyeron, llenas de pavor y espanto, ante el mensaje del joven de pascua. Sólo una “presencia personal” de Jesús podría haberles hecho superar el miedo, como ha sabido Mateo, cuando traduce esta escena diciendo que estaban llenas de “miedo y de alegría”, pero que, mientras corrían, les salió al encuentro el mismo Jesús que les dijo “no temáis…” (Mt 28, 8-10).

 Sólo un encuentro directo con Jesús podría hacer que ellas superen el miedo de la muerte, transformando ese miedo y superando la muerte con el mensaje de pascua. Pero Marcos no ha querido (o no ha podido) introducir ningún encuentro (aparición pascual) de Jesús en Jerusalén, pues ello habría resultado contra-producente y contra-evangélico y habría servido para avalar de alguna forma el judaísmo del templo. Por otra parte, como he dicho también, Marcos no quiere (no puede) hablar en su texto de apariciones de Jesús (como las de 1 Cor 15, 3-9), pues la experiencia pascual que él propone es diferente, y se sitúa más allá del texto de su evangelio.

 En una línea “histórica”, Marcos sólo puede llevarnos hasta el gran miedo de las mujeres de la tumba vacía, pues allí culmina y se despliega el “miedo” que produce la revelación de Dios en la muerte pascual de Jesús. Así nos ha llevado de la mano hasta esas mujeres, situándonos ante un sepulcro de muerte sin muerto (pues Jesús ha resucitado), para que escuchemos allí la palabra de envío y promesa (la promesa de ver a Jesús en Galilea). El mismo vacío de la tumba, la misión y la promesa, produce en las mujeres un miedo inmenso (ephobounto), que se expresa como temor y temblor (tromos ekstasis) y desemboca en la huida sin palabras, es decir, más allá de todas las palabras.

Comienzo del evangelio

A fin de superar ese miedo de las mujeres y asumir la misión que empieza en Galilea, los lectores de Marcos pueden y deben retomar sus pasajes “pascuales” o, mejor dicho, todo el evangelio, desde perspectiva de pascua.

 ¿Cómo ha sido esa “vuelta a Galilea”? ¿De qué forma ha sucedido, a pesar de la huída y del miedo? Quien pida a Marcos que responda de manera externa a esas preguntas es que no ha entendido el evangelio. Hay cosas que se dicen, hay explicaciones que se deben dar, pero otras, las más importante, han de quedar en la penumbra, en el silencio más intenso, y entre ellas se encuentra la forma en que las mujeres lograron “convertir” a otros discípulos y a Pedro, para que dejaran la tumba vacía de Jerusalén y volvieran a la patria del evangelio que es Galilea, para ver allí a Jesús Nazareno, el crucificado, iniciando desde allí el camino de evangelio a todas las naciones (13, 10; 14, 9).

 Entendido así el final de Marcos, Galilea es mucho más que un lugar geográfico, es la totalidad del evangelio al que ha de volverse tras la ruina (tumba) triunfante (vacía) de Jerusalén, para recrear desde allí el mensaje y camino del Reino. Por eso, debemos concluir este argumento diciendo que, en un plano, en un momento, las mujeres no fueron, porque tenían un gran miedo, pero, en otro plano, en otro momento, ellas fueron, pues de lo contrario no se podría haber contado esa historia.

 En un sentido, ellas huyeron, pero en otro, según 14, 3-9, no sólo fueron de hecho, sino que contaron a los otros discípulos lo que habían descubierto y sentido, su experiencia de Jesús/Perfume, de manera que ellas son las iniciadoras (fundadores) de la iglesia, que debe extenderse y se extenderá a todo el cosmos (13, 10; 14, 9). En esa línea, podemos afirmar que Marcos ha terminado su texto a modo de pegunta implícita, diciendo a los lectores: ¿Queréis ir vosotros? En ese sentido podemos añadir que su evangelio retoma y cumple la función de las mujeres, diciendo a sus oyentes y lectores que la tumba de Jerusalén está vacía y que Jesús ha resucitado, para conducirles (conducirnos) otra vez a Galilea, donde le veremos.

Verán a Jesús en Galilea, no en Jerusalén

Las mujeres, y el resto de los discípulos, tienen que dejar Jerusalén (la tumba vacía, el fracaso de Jesús), para volver a Galilea y encontrarle allí, retornando a lo que ha sido el evangelio, desde su comienzo. Se trata de volver a la comunidad universal de hermanos/as, madres/hijos (3, 31-35; 10, 29-30) y a los caminos de la mesa compartida (multiplicaciones: 6, 6b-8, 26). No es volver para reiniciar otra vez el círculo de eterno retorno del fracaso (subir otra a Jerusalén, bajar a Galilea, subir-bajar, subir-bajar), sino para iniciar en firme el camino definitivo de Galilea, la Vía del Reino, que se abre desde allí a todas las naciones, en la línea del testimonio de la mujer de 14, 9 (cf. 13, 10).

Los cristianos ya no dicen, como los judíos rabínicos, ¡el próximo año en Jerusalén!, sino que van Galilea para no volver más a la ciudad del templo, porque la muerte de Jesús en Jerusalén ha tenido tiene valor definitivo. Van para quedarse en Galilea, retomando los ideales y prácticas del Reino que Jesús había inaugurado (cf. 1, 14-15), y para salir desde allí (no desde Jerusalén) a todos los pueblos del cosmos, con el mensaje del Mesías crucificado.

Otros grupos cristianos, como los de Jacob y los Doce (con Pedro) habían optado por Jerusalén, reinterpretando desde la Ciudad Santa (y el templo) la aportación mesiánica de Jesús (a pesar de que allí le habían juzgado y condenado). Ellos pensaban que el Reino de Dios (anunciado por Jesús) debería iniciarse de nuevo desde Jerusalén, donde habían creado la primera comunidad cristiana. El mismo Pablo histórico quiere volver a Jerusalén con la “colecta” de los pueblos gentiles, para seguir manteniendo el ideal del Reino de Dios vinculado a Jerusalén (cf. Rom 15,22-33; 1 Cor 16; Hech 21-23) y a la comunidad de Jacob, el hermano del Señor.

Marcos, en cambio, está convencido de que la “etapa eclesial” de Jerusalén ha terminado, pues la ciudad ha sido destruida, con su templo (cf. 13, 2) y porque allí sólo queda para los cristianos un sepulcro vacío.

 Jerusalén ha sido un cumplimiento, como indican las predicciones de la pasión (8, 31; 9, 31; 10, 32-34). Jesús “debía” (dei) asumir el camino de anuncio de Reino en Jerusalén, para instalarlo allí, conforme a las promesas mesiánicas de los profetas. Por eso, subiendo a la ciudad y siendo asesinado en ella, Jesús ha cumplido su tarea mesiánica, culminando la misión de los profetas y expresando de esa forma el misterio de Dios.

b)Pero siendo cumplimiento, Jerusalén ha sido un fracaso, el gran fracaso mesiánico de Jesús, que vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron (cf. Jn 1, 11). Éste es el misterio sobre el que Pablo había reflexionado en la parte culminante de la carta a los Romanos (Rom 8-11). Por eso, en el centro del mesianismo de Jesús está su muerte en la ciudad, el rechazo de Jerusalén que, condenando a su Mesías, se ha rechazado y destruido a sí misma, negando su tarea mesiánica

 Tras el fracaso de Jerusalén se abre un camino mesiánico distinto, que no se se expresa ya en la nueva Jerusalén Celeste (de la que habla Pablo en Gal 4, 26 y el Apocalipsis: 3, 12; 21, 2), sino en la historia y tarea concreta de Jesús en Galilea. Ha fracasado Jerusalén (el camino del Reino en el Templo), para que los discípulos de Jesús puedan retomar el mesianismo de Galilea, donde ellos tienen que volver, no al Jordán de Juan Bautista, ni al Templo de Caifás.

En este contexto se entiende el ideal mesiánico de Marcos y su iglesia, que no es un ideal de sacerdocio antiguo (con un templo como el anterior), sino de nueva humanidad, de curación de los enfermos y de pan compartido. Por eso, de la nueva Galilea pascual hay que abrirse a todas las naciones como Marcos ha indicado con suficiente claridad no sólo en el discurso apocalíptico ante el templo (en 13, 10), sino, de un modo especial, en la unción mesiánica (14, 9), donde el mismo Jesús dice que su evangelio se anunciará a todas las gentes, con lo que ha hecho esta mujer (estas mujeres) y como Mt 28, 16-20 proclamará ya de un modo temático. 

 Los cristianos de Marcos no pueden retomar los ideales y las leyes de Jerusalén, ni pueden volver al Jordán, con Juan Bautista, sino que han de retomar el camino de Jesús en Galilea, teniendo como guía el mismo evangelio de Marcos. Entendida así, esta experiencia pascual de las mujeres en la tumba vacía (siendo muy antiguo, de los comienzos de la fe cristiana), tal como está siendo redactada por Marcos nos sitúa en un estadio tardío de la iglesia, en torno al año 70 d. C.  Pero, en su forma actual, este relato nos sitúa, como he dicho, en el momento culminante de la creación de su comunidad, en torno al año 70 d.C. 

De una forma lógica, conforme al dinamismo de su texto, el evangelio Marcos no ha contado unas posibles apariciones pascuales concretas de Jesús, sino que presenta todo su evangelio (su historia de Jesús) como una experiencia de Pascua, que arraiga a los creyentes en el camino de Jesús en Galilea. Éste es un evangelio que se funda en el testimonio y presencia pascual de las mujeres, pero no aisladas, sino incluyendo en ellas y con ellas, de un modo crítico, a los otros discípulos y a Pedro en el contexto más extenso de la Iglesia, fundada en Jesús «que os precede a Galilea; allí le veréis, como os dijo» (16, 7).

Allí deben juntarse todos los creyentes, precedidos por Jesús, que ha de mostrar su faz más honda a los que vengan a escuchar su voz y a retomar su camino de discipulado. No vuelven al Jordán, aunque conservan la memoria de Juan Bautista, y aunque retoman de otra forma su experiencia de bautismo, sino que deben juntarse en Galilea, lugar del mensaje y comienzo del Reino (1, 14-15).

También a nosotros, lectores y oyentes del siglo XXI, deben convocarnos las mujeres de la tumba vacía, volviendo del miedo que les había dominado. Con ellas tenemos que volver a Galilea, para retomar así la trayectoria del Reino, en el lago de las tormentas, en la montaña donde Jesús escogió a sus misioneros, en las tierras del entorno (Gerasa, confines de Tiro….), movidos por la esperanza del Dios para quien nada es imposible (cf. 

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