† D. Muñoz León (1931-2021). En las raíces de Dios: Un hombre de diálogo eclesial

Ha encontrado al fin sus raíces, en el Dios, al que siempre había buscado.Falleció ayer, a los 90 años de edad. Hoy (12.3.21) se celebra su funeral y entierro en Chiclana de Segura (Jaén), su pueblo.

   Ha sido con A. Díez Macho y con L. Alonso Schökel, uno de los tres grandes promotores y representantes  de los estudios bíblicos en España, especializado en estudios targúmicos, es decir, en la "tradición semita" (aramea) del despliegue del pensamiento de la Sagrada Escritura. Triunfó en occidente la línea más griega o greco-latina, expresada en primeros Concilios Ecuménicos, todos ellos de tipo romano-bizantino. Se está abriendo ahora el estudio más intento de la tradición semita, reflejada, por ejemplo en el viaje del Papa Francisco a Ikak. En ese contexto se sitúa el trabajo de Domingo Muñoz, a quien quiero despedir en esta "postal" de un modo admirado, agradecido y cariñoso.

Había nacido en Chiclana de Segura (Jaén) el 26 de octubre de 1930 y fue ordenado presbítero en Madrid el 3 abril de 1954. Es Licenciado en Sagrada Teología por la Universidad Pontificia de Comillas (Santander), Doctor en Ciencias Bíblicas por el Pontificio Instituto Bíblico de Roma y Doctor en Filología Bíblica Trilingüe por la Universidad Complutense (Madrid).

         Ha sido Investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas,Madrid, y miembro de la Pontificia Comisión Bíblica, Roma, profesor en la Facultad de Teología de Granada, en la Universidad de Comillas y en San Dámaso (Madrid).  Sigue siendo uno de los pensadores y hombres de Iglesia más significativos de España y del mundo hispano-parlante del siglo XX y principios del XXI.

Le conocí a principios de los años 70 del siglo pasado en las Jornadas Bíblico-Teológicas del CSIC.   Nos vimos después varias veces en Reuniones Teológicas, Congresos, Semanas de Estudios Trinitarios de Salamanca y, por última vez, el año 2002 en una reunión conjunta de Teólogos y Obispos. Quiero recordar aquí su figura y retomar ahora un diálogo teológico sobre Dios trascendente e inmanente en Jesús y en la Iglesia que habíamos mantenido durante varios años. 

Domingo Muñoz León - Real Academia de Doctores de España

Publicaciones

Han sido profundas más que extensas (siento también numerosas). Están recogidas en parte en https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=528467, a partir del año 1983. Falta allí por tanto una que es para mí la más significativa: El principio trinitario inmanente y la interpretación del Nuevo Testamento: a propósito de la cristología epifánica restrictiva,  Estudios bíblicos 40 (1982) 19-48 y 41 (1983) 241-284.

Éste sigue siendo, a mi juicio, el mejor trabajo que se ha escrito en castellano sobre el tema sobre el sentido profundo de la trascendencia de Dios y de su "inmanencia" (presencia) de tipo trinitario (divino) y eclesial (en la vida de los cristianos y en la misma institución de la Iglesia). Ese largo trabajo, que es básicamente un “libro entero” tenía y sigue teniendo tres motivos principales:

  1. Presentación de la “nueva teología/cristología de la Trinidad Inmanente”, condenada por J. Galot (Gregorianum 58 (1977) 239-275) y por otros teólogos, según los cuales, algunos teólogos, entre los que yo parecía estar incluido.  rechazábamos no sólo el Concilio de Calcedonia, con su visión “helenista” del Logos de Dios, sino también la "trascendencia" ontológica de la Iglesia.
  1. Profundización en el tema, en línea bíblic o (mejor dicho) israelita, sin partir de una teología helenista del Logos intradivino inmanente, en forma ontológica griega. A juicio de D. Muñpz León, máximo especialista en el tema, el motivo cristológico  (trinitario) e historico-social de la Igleia no debía plantearse a partir del logos/esencia griega (en línea de naturaleza), sino a partir de la experiencia y doctrina bíblica de la palabra de Dios (Dabar), y en especial de la Memra, que es la misma Palabra de Dios en la historia (en la vida de Israel, en la Iglesia o comunidad escatológica), tal como ha sido codificada y evocado especialmente por el Targum, desde una perspectiva israelita.
  2. Desde esa perspectiva, el Prof. Muñoz León seguía poniendo “reparos” a nuestra visión del “principio inmanente trinitario”, pero no para condenarlo sin más, sino para situarlo en una perspectiva bíblica e israelita, no desde el pensamiento griego, que había tendido a volverse dominante en el pensamiento y vida posterior de la iglesia. A mi entender (tal como yo se lo decía), su propuesta era tan "rompedora" como la nuestra, pues no ponía a Dios "fuera", sino en la misma historia bíblica y, más aún, en la historia y vida de la Iglesia, que debía abandonar su pretendida base ontológica separa de la historia de los hombres.

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  El Prof. Domingo Muñoz y un servidor iniciamos un diálogo sobre este tema, un diálogo que sigue siendo esencial, no sólo en perspectiva puramente teológica, sino de vida de la Iglesia. Nos parecía necesario superar un tipo de “ontologismo” greco-romano, tanto en línea de comprensión del cristianismo como de estructuración eclesial. Iniciamos ese diálogo… pero no pudimos culminarlo, por varias razones:

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(a) Ni en la teología y vida eclesial hispana (ni en la del conjunto de la Iglesia, con la nueva “involución” de Juan Pablo II) había por entonces (años 80 del siglo pasado) una voluntad real de volver a los orígenes bíblico-israelitas de la teología y de la Iglesia. Ahora, año 2021, esa tarea la debe realizar una nueva generación teológica, que por ahora no parece dispuesta (o preparada) para ellos. Parece que hemos abandonado las “raíces” de la proclamación cristiana, nos estamos “empantanando” en temas secundarios.

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(b) A pesar de que el trabajo del Prof. D. Muñoz León ("encargado” de estudiar con lupa nuestro pensamiento), dejaba plenamente abierta (aunque con valiosísimas anotaciones) nuestra raíz e identidad cristiana,  al año y medio de su publicación, me negaron el “nihil obstat”, de forma que tuve que abandonar la investigación universitaria por unos años...  y a la “vuelta” me encontré de lleno metido en otros temas, de forma que no pudimos reiniciar la conversación. En nuestro ultimo encuentro (año 2002), tanto D. Muñoz como un servidor nos sentimos “gozosamente solidarios” en un camino teológico “prometedor”, con diversas perspectivas, pero  con coincidencia de fondo.

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(c) El Prof. Domingo Muñoz León ha seguido escribiendo hasta hace muy poco tiempo muy buenos trabajos de historia, investigación y divulgación bíblico-teológica (como muestra la bibliografía de Dialnet), pero no ha podido o querido volver en la temática de fondo de su estudio del año 1982/3, quizá porque no había llegado el tiempo  propicio en el conjunto de la teología hispana. Le han pedido trabajos de diverso tipo, y él ha colaborado en revistas y estudios conjuntos de diversas tendencias; ha sido siempre bien escuchado y acogido…, ha ofrecido una gran aportación en la Comisión Bíblica de Roma, pero no ha podido profundizar en el tema de la “trinidad inmanente” en la vida de la Iglesia (no sólo en la teología, sino en su misma configuración institucional y pastoral). 

La iglesia hispana (y toda la iglesia católica), a pesar de los intentos del Papa Francisco, sigue siendo una “iglesia trascendente”, como si tuviera una verdad separada de la encarnación de Cristo, por encima del mundo y de la historia. El trabajo de D. Muñoz del año 1982/3 no ha producido todavía sus mejores fruto.

 Conclusión. Principio teológico inmanente:Una página dedicada al Prof. Domingo Muñoz

              Tenía ganas de haberle dicho estas y otras cosas al Profesor, Colega y Amigo D. Muñoz León antes de su muerte, dándole las gracias por su honradez y pensamiento al servicio del evangelio bíblico, de Jesús y de la Iglesia como “memra” (palabra) en sentido radicalmente bíblico (no ontológico en sentido greco-romano…). No ha sido posible (o no he hecho el esfuerzo por acercarme a saludarle).  Pero puedo decírselo y se lo digo en esta nota de despedida, antes de que sea “entregado” en manos de la tierra de Dios en su mismo pueblo.

Lo hago retomando unas páginas finales de mi último libro sobre la Trinidad que no hubiera podido escribir sin la aportación amistosa  profunda de mi colega y amigo D. Muñoz. A él iban dedicadas en el libro, a él se las dedico ahora (cf. Trinidad, itinerario del hombre a Dios, Sígueme, Salamanca 2015, 549-533)

Titulo

Un tema abierto: principio trinitario inmanente. La fe cristiana consiste en acoger la revelación/comunicación de Dios Padre en Jesús, que es su Hijo (de su ousia), y en el Espíritu Santo (que actúa en la Iglesia…), sabiendo y afirmado que esa “Trinidad económica” es, al mismo tiempo, inmanente, es decir, es la misma realidad de Dios[1].

Desde ese fondo, sin entrar en polémica, pienso que la “ortodoxia” (católica, cristiana) consiste en afirmar que el mismo Jesús de la historia (economía salvadora) es el eterno de Dios (inmanencia divina). En ese sentido podemos y debemos reformular el principio trinitario inmanente, pero no en sí mismo (separado de la historia de la salvación), sino en la misma historia, es decir, en la economía trinitaria.

Dios es Uno, trascendente, como he puesto de relieve al estudiar el Antiguo Testamento. En ese plano sigo defendiendo el monoteísmo más estricto, confesando con el Shema (Dt 6, 5-6) la Unidad de Dios. Pues bien, al mismo tiempo, asumiendo el itinerario de Jesús me atrevo a confesar decir que nosotros sólo conocemos a Dios Uno y le llamamos Padre por medio de Jesús, su Hijo. Más aún, en esa línea, quiero añadir que Dios es Uno “engendrando a Jesús”, dándole su misma “ousía”, en comunión con él.

Dios es Padre, generación. Dios es Uno siendo Padre, porque se da a sí mismo y engendra de esa forma a Jesucristo a concede (regala) todo lo que tiene (su ousia). Dios Padre existe y se define, según eso, en apertura a Jesús, con quien dialoga en comunión radical de vida (de persona a persona)[2]. Esta es la novedad (y para muchos el escándalo) de la Trinidad cristiana. Creer en la Trinidad no es realizar una especulación sobre el uno y el tres, ni sobre el logos/hijo intradivino, sino confesar que el mismo Jesús hombre es Hijo de Dios (Cristo y Señor, “logos” trinitario, si vale esa palabra).

Dios es finalmente comunión, unidad de amor del Padre y (con) el Hijo Jesús en el Espíritu, que aparece así como amor personal (una persona en dos personas como algunos dicen), como fuente y comunión de Vida en la vida de los hombres. No es uno ni es otro, ni la suma de los dos, sino el amor que les vincula, persona-amor, siendo al mismo tiempo el “condilecto”, aquel en quien se unen el Padre transcendente y Jesucristo, inmanente en este mundo, como he puesto de relieve al ocuparme de Ricardo de San Víctor.

 Digo así que la Trinidad es la comunión y unidad personal de esencia de Dios Padre con el Hijo Jesús, añadiendo que ambos son fuente del Espíritu Santo, principio y sentido (realidad profunda) de la historia y de la comunidad interhumana, desde la raíz del Padre, insistiendo así en el hecho de que el Espíritu pro-viene originalmente (ek-poreuein) del Padre, para añadir que sólo en un segundo momento pro-cede del Padre y del Hijo (filioque), como ha añadido la tradición latina.

Se anudan y despliegan así en la Trinidad los diversos aspectos del “misterio” que nosotros mismos somos, siendo en Dios, pues en él “vivimos, nos movemos y existimos” (cf. Hch 17, 28). No es fácil vincular todos sus rasgos y momentos, pero pienso que en la línea de la Biblia, la historia de la Iglesia y de las tradiciones teológicas (teniendo siempre presente el modelo del Concilio de Calcedonia donde se dice que las “naturaleza” están separadas siendo inseparable, y que se unifican sin mezclarse), podemos plantear de esta manera el tema:

 ‒ Dios es ante todo trascendencia, es Uno, el Creador, según la Biblia, es Padre. Si olvidamos eso diluimos y perdemos todo lo que sigue. No podemos rechazar nunca esta raíz monoteísta, que nos une al judaísmo (y en otro sentido al Islam). No mantenemos ese principio (Dios Uno trascendente) porque está de moda insistir en la raíz judía del cristianismo, sino porque Jesús fue un yahvista, porque quiso traducir y encarnar en su tiempo y en su vida la hondura y exigencia de su Dios, y porque sólo desde la Unidad de Dios Padre como Fuente y Principio de vida se puede hablar del Hijo Jesucristo, diciendo que es divino, y del Espíritu Santo.

Ese Dios Uno es el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, al que ha dado su ousia. Éste es el escándalo, ésta es la ruptura (y la continuidad) del cristianismo con su raíz israelita. Que Dios tuviera un “hijo eterno”, en la línea de la gnosis, no sería escándalo, sino especulación sapiencial, dentro de un modelo en el que Dios es una simple “implicación de opuestos” (cf. cap. 9). La novedad consiste en afirmar que ese Hijo de Dios es el mismo Jesús crucificado, de manera que los opuestos (Dios Padre, Jesús) no se confunden ni “coindicen” anulándose uno al otro, sino que se implican en comunión personal. En esa línea la Trinidad no es un dogma suprahistórico, sino la afirmación radical de la divinidad de Jesús, es decir, de su comunión originaria con el Padre, y de su entrega por los hombres, dándoles su Espíritu (que es el Espíritu del Padre). De esa manera se identifican (sin mezclarse ni confundirse) la divinidad del Hijo de Dios y la historia de Jesús, pues la historia de Jesús forma parte de la “eternidad” trinitaria de Dios.

Desde ese fondo añadimos que Dios es generación y encarnación, al mismo tiempo, de manera inseparable. Sólo al afirmar la encarnación histórica (el logos se hizo carne Jn 1, 14) podemos decir que Dios es generación eterna. Fuera de Jesús se podía hablar de hipostasizaciones (¡la Palabra de Dios, su Sabiduría…!) y de signos proféticos de su divinidad, como he destacado al hablar de los profetas (cap. 3), y también de una coincidencia filosófica de opuestos en Dios (en la línea de N. de Cusa o de Hegel). Sólo ahora, en Jesús de Nazaret, podemos decir que Dios es Padre y que es también Hijo, pues ha puesto ante sí (en sí) a Jesús, Hijo encarnado, el hombre, no en gesto de antítesis violenta, sino de generación y comunión personal. Así pasamos de las hipostasizaciones (personalizaciones) a la afirmación sorprendente de las “personas” de Dios, confesando que él es comunión en sí (en la eternidad) siendo comunión en la historia (en Jesús), para ratificarlo todo diciendo que él es Trinidad.

Dios es comunión de personas en sí, siendo (haciéndose) comunión en Jesús. Así quedan frente a frente (uno en el otro) el hombre y Dios, relacionados, vinculados en itinerario divino y humano de amor-vida que llamamos Espíritu Santo. De esa forma, la Trinidad intradivina se expresa y realiza como Trinidad divino-humana, de manera que se identifican y que, al mismo tiempo, se distinguen, pero sin que una pueda darse sin la otra. En teoría se podría hablar de un Dios Trinidad sin encarnación, pero sólo en teoría, en abstracto, porque de hecho (por designio de misterio), según la fe de la Iglesia, Dios es Trinidad haciéndose Trinidad (el Logos/Hijo es Dios encarnándose en Jesús).

 En este contexto se sitúa, y en este fondo se entiende la exégesis y teología de los últimos decenios, que ha vuelto a introducir la Trinidad en la Historia de Jesús, y a interpretar la historia de Jesús en forma trinitaria, sin huídas gnósticas, sin recortes ontológicos. Éste es un programa o, mejor dicho, un modelo teológico que asumen cientos de biblistas y sistemáticos, empeñados en vincular la identidad de Dios con la historia de Jesús, situando así la Trinidad en el lugar donde ella ha estado siempre, en la opción de Dios a favor de los pobres y expulsados del poder del mundo.

Jesús es hombre porque nace de los hombres y realiza su existencia en libertad, en comunión con los demás (en especial con los pobres), en apertura a Dios. Pero él es a la vez, al mismo tiempo, hijo de Dios (y ser divino) porque Dios expresa en él su hondura y se realiza en forma de comunión de amor. El “milagro” no es que Jesús sea como todos los demás seres humanos, sino que sea un hombre desde Dios, de tal manera que Dios mismo se “realice” en su persona. El milagro es que, naciendo y siendo humano, surja de Dios, y con él dialogue en fidelidad total, entregando su vida al servicio de de Dios en la historia.

Jesús es Hijo de Dios en forma humana porque en su persona se expresa y despliega el amor pleno del Padre, de manera que podemos afirmar que él es el hombre en lo divino... porque el mismo Dios se encarna y habla (es Palabra humana) en su mensaje de Reino y en toda su persona. Jesús no ha sido primero un simple ser humano, adoptado luego por Dios, sino que es Verbo, Palabra de Dios, por su mismo origen y despliegue humano. La Trinidad es, según eso, el encuentro y comunión definitiva de Dios Padre con su Hijo Jesús, en el Espíritu. En esa línea podemos afirmar que Dios es la transcendencia (origen, profundidad y meta) de Jesús; y que Jesús es la expresión (presencia) total de Dios, Hijo divino, en el Espíritu[3].

 Notas

[1] Algunos teólogos como D. Muñoz León, tienen dificultad en admitir  el principio trinitario inmanente: “El principio trinitario inmanente es rechazado como un subproducto del NT o de la mentalidad griega, interpretado de forma que resulte una Trinidad contingente. Así es sustituido por un principio binario (Dios-Padre y Jesús-Hombre) o, si se habla de la Trinidad, no se trata ya de personas divinas eternas, sino de tres aspectos o modos que en realidad son (es) una nueva versión de la herejía modalista (neomodalismo) o de tres realidades: dos entes personales (uno divino y otro humano) y un campo de influjo (el Espíritu). Ni qué decir tiene que las definiciones conciliares de Nicea y Calcedonia son interpretadas como expresión de una mentalidad ontologista (una versión griega del mensaje cristiano inaceptable para nuestro mundo actual) o se da una explicación (la cristológica epifánica) que en realidad no corresponde al sentido de tales definiciones… A la luz del principio cristológico, el mito del Hijo preexistente sólo indicaría el carácter divino del acontecimiento Cristo (revelación del Dios unipersonal en el Hombre Jesucristo); y la personificación ¿literaria? del Espíritu Santo (el Espíritu sería la fuerza divina impersonal que ha actuado en Cristo y que deriva de Cristo). Cf. D. Muñoz León, “EL principio trinitario inmanente y la interpretación del N.T. A propósito de la cristología epifánica restrictiva”, EstBib 40 (1982) 19-45,277-312 (cf. pág. 20).  Esto es lo que empieza diciendo el Prof. D. Muñoz, pero luego, en el desarrollo de su estudio, matiza estos "principio" dejando abierto el tema, como he dicho.

[2] En esta línea podemos y debemos recuperar la tradición teológica de la iglesia de oriente, que identifica la unidad de Dios con el Padre (y no con la esencia divina), como he puesto de relieve en cap.10.

[3] En un plano de experiencia (en línea más kerigmática) el misterio trinitario es la verdad y hondura de la encarnación de Dios, y así expresa el encuentro que vincula a Jesús con el Padre, vinculándole, al mismo tiempo, con los hombres. Pero, en un plano de conceptualización, la Trinidad ha de entenderse no sólo desde la perspectiva de Dios como “sujeto único que se revela y comunica” (Barth y Rahner), sino también desde la perspectiva del Dios que es comunión interpersonal en la que se vinculan el Padre y el Hijo, en el Espíritu. La experiencia que está al fondo de estas formulaciones puede resultar “problemática”, si es que se lee desde una perspectiva esencialista, pero ella refleja la aportación trinitaria más honda y primera del Nuevo Testamento y de la Iglesia. Ésa es una experiencia que ha sido “matizada” y situada, desde una perspectiva católica eclesial, por la Congregación para la Doctrina de la Fe (21, II, 1972) y por la Comisión teológica internacional (1980 y 1981), siendo básicamente aceptada, siendo básicamente aceptada por ellas. No se trata de encasillar este planteamiento desde unas perspectivas externas, forzándole a ajustarse a otros esquemas. Se trata de recrear el lenguaje tradicional, actualizando así la historia trinitaria de la Iglesia oriental y occidental en términos y esquemas que parecen nuevos, pero que en el fondo son tradicionales. Por eso, al decir que Jesús es Hijo de Dios dentro de la historia tendremos que precisar el sentido de esa historia, superando los riesgos de un inmanentismo hegeliano, reformulando la relación de eternidad y tiempo, para descubrir la forma en la que Dios puede engendrar a su Hijo divino (eterno) como historia, en Jesucristo. 

Semblanza

Nació en Chiclana de Segura (Jaén) el 26 de octubre de 1930 y fue ordenado Sacerdote en Madrid el 3 abril de 1954.

Es Licenciado en Sagrada Teología por la Universidad Pontificia de Comillas (Santander), Doctor en Ciencias Bíblicas por el Pontificio Instituto Bíblico de Roma y Doctor en Filología Bíblica Trilingüe por la Universidad Complutense (Madrid).

Ha sido Profesor de Sagrada Escritura en el Seminario de Jaén y en la Facultad de Teología de Granada, Rector del Seminario Mayor de Jaén en Granada y durante tres años Delegado Episcopal de Enseñanza y de Apostolado Seglar.

Durante las cuatro Sesiones del Concilio Ecuménico Vaticano II acompañó como teólogo particular al Sr. Obispo de Jaén. Es Canónigo Lectoral Emérito de la Santa Iglesia Catedral de Jaén. Como miembro Investigador en plantilla, por oposición, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Sección Bíblica) ha sido durante veinte años Director de un Programa de la Comisión Asesora de Investigación Científica y Técnica sobre "El Nuevo Testamento y la Literatura Intertestamentaria".

Ha sido durante diez años (1985-1995) Miembro de la Pontificia Comisión Bíblica (Roma). Ha impartido cursos de Sagrada Escritura en las Facultades de Teología del Norte de España (Vitoria), Navarra, Comillas (Madrid), San Dámaso (Madrid). Ingresó en la Real Academia de Doctores (Sección de Teología) en 1997. 
Ha publicado, entre otras obras, las siguientes: Dios -Palabra. Memrá en los Targumín del Pentateuco, Granada 1974 (Premio "Raimundo Lulio" del C.S.I.C.); Gloria de la Shekiná en los Targumín del Pentateuco, Madrid, C.S.I.C., 1977; Palabra y Gloria. Excursus en la Biblia y en la literatura Intertestamentaria. Madrid C.S.I.C. 1983; Derás. Los caminos y sentidos de la Palabra Divina en la Escritura. Primera serie: Derás Targúmico y Derás Neotestamentario, Madrid C.S.I.C. 1987; Predicación del Evangelio de San Juan, Guía para la lectura y predicación. Formación permanente. Comisión Episcopal del Clero, Madrid, Edice 1988; Bibliografía Joánica: Evangelio, Cartas y Apocalipsis 1960-1986, Madrid, C.S.I.C. 1990; El Don de Dios Amor, Editorial EGDA. Madrid, 1993; El Reinado de Dios y de su Cristo. Estudio Derásico del Apocalipsis de San Juan, Discurso de Ingreso en la Real Academia de Doctores, Madrid, 1997. Además es autor de numerosos artículos de investigación y divulgación bíblica.

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