Navidad 4: San José quería divorciarse de María (Ariel Álvarez)

1. Una duda cruel
San Mateo nos cuenta, al relatar la infancia de Jesús, cómo san José estuvo a punto de divorciarse de su esposa María cuando se enteró de que ella estaba embarazada y que el hijo que esperaba no era suyo. El texto dice así:
“María estaba comprometida con José. Pero antes de que ellos empezaran a vivir juntos, ella se encontró encinta por el poder del Espíritu Santo. Su esposo José, como era justo y no quería de-nunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Ya lo tenía de-cidido, cuando el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no tengas miedo en tomar contigo a María, tu esposa, porque lo que ella ha concebido viene del Espíritu Santo. Dará a luz a un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados»... Despertó José del sueño e hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su esposa” (Mt 1,18-24).
Los cristianos siempre se han sentido desconcertados por el dramático momento que le tocó vivir a la sagrada familia, y se han preguntado: ¿Dudó realmente José de la honestidad de su esposa? ¿Pensó que le había sido infiel con otro hombre? ¿Cuánto tiempo vivió torturándose en silencio, sin saber que el niño que ella llevaba en las entrañas venía del Espíritu Santo, hasta que un ángel le contó la verdad? ¿Y por qué María no se lo dijo, si nadie le había prohibido hacerlo? ¿Por qué Dios sólo le anunció a ella lo del embarazo virginal, y no a José? ¿Sólo para mortificarlo? ¿Y por qué José quiso abandonarla en secreto?
2. Matrimonio en dos partes
Sin entrar aquí a plantearnos la veracidad de este episodio (que así como está contado puede ser o no histórico), sí podemos intentar responder a estas preguntas suscitadas por el relato de Mateo.
Para ello debemos tener en cuenta las costumbres matrimoniales de aquella época. Los judíos solían casarse temprano: a los 18 años los va-rones y a los 13 años las niñas. Los mismos rabinos aseguraban que “Dios maldice al joven que a los 20 años aún no se ha casado”. Y por tratarse de una edad tan prematura, la elección de la pareja corría por cuenta de los padres. Para justificar esa costumbre los israelitas decían que era el propio Dios, en el cielo, quien concretaba las uniones matrimoniales cuarenta días antes del nacimiento de cada niño y que luego les comunicaba a sus padres. Pero sí se daban algunos casos en los que los jóvenes elegían a sus futuras novias.
Concretada la elección, se realizaba la primera fase del matrimonio, llamada por los rabinos “quidushín” (que significa consagración). Era una especia de compromiso formal, en el que la muchacha quedaba consagrada para siempre a su novio, pero todavía no podían vivir juntos debido a la corta edad de la joven, y a que los esposos casi no se conocían.
El período del “quidushín” duraba generalmente un año, y los jóvenes eran considerados ya verdaderos esposos, a tal punto que si ella llegaba a unirse en este tiempo a algún otro hombre se convertía en adúltera; y si llegaba a morir, el muchacho era tenido por viudo.
Transcurrido el año del “quidushín” se efectuaba la segunda parte del matrimonio, llamada el “nissuín”, en la que luego de una gran fiesta que duraba varios días, la joven era conducida en procesión a la casa de su esposo para que comenzaran a vivir juntos.
3. La noche oscura de José
Debió, pues, de haber sido entre el “quidushín” y el “nissuín”, es decir, entre la primera y la segunda fase del matrimonio, cuando María quedó embarazada del Espíritu Santo. Así lo especifica Mateo: “María es-taba comprometida con José. Pero antes de que ellos empezaran a vivir juntos, ella se encontró encinta por el poder del Espíritu Santo.” (Mt 1,18-19).

Este período de la vida de José y María impresionó tanto el ánimo y la imaginación de los cristianos, que algunos buscaron ampliar aquellos dramáticos momentos mediante nuevos relatos.
4. El diálogo angustioso
Uno de estos relatos se halla en el evangelio apócrifo titulado El Proto Evangelio de Santiago, compuesto hacia el año 150. En él se cuenta cómo María, hallándose de visita en casa de su pariente Isabel, notaba que su vientre iba creciendo día tras día. Afligida, emprendió el camino de regreso a su ciudad y se escondió. Transcurridos unos siete meses de su embarazo, volvió José de un largo viaje de trabajo y encontró a María embarazada.
Llorando amargamente le reprochó: “¿Por qué has hecho esto? ¿Por qué manchaste así tu alma, tú que te has criado en el Templo de Dios, y recibiste tu alimento de las manos de un ángel?” Pero ella llorando le contestó: “Yo soy pura. No he tenido relaciones con ningún hombre”. José le dijo: “¿De dónde ha salido entonces lo que hay en tu vientre?” Y ella respondió: “Te juro por la vida del Señor, mi Dios, que no sé de dónde me ha venido esto”.
Pero las cosas se complicaron más todavía para el pobre José, porque al día siguiente un amigo suyo, enterado del estado de María, lo denunció ante el Sumo Sacerdote diciendo: “José ha violado a la virgen que tenía que custodiar, y en secreto ha consumado el matrimonio”.
5. Las aguas amargas
El Sumo Sacerdote ordenó que ambos esposos fueran conducidos al Templo y allí, con palabras duras, los acusó de haber faltado a su palabra. Pero como ellos lloraban y juraban por Dios que eran inocentes, resolvió someter a María a la prueba de las “aguas amargas”.
¿Qué eran las aguas amargas? El libro de los Números (5,11-31) mandaba que, si algún marido sospechaba de la fidelidad de su esposa y no había forma de averiguar la verdad, éste debía llevar a la mujer al Templo para someterla a una prueba. Allí, en presencia de testigos, se le soltaba la cabellera (que toda mujer decente en Israel llevaba re-cogida para que nadie se la viera), como una manera de avergonzarla en público. Después el Sumo Sacerdote tomaba un vaso con agua y lo mezclaba con tierra levantada del suelo. Luego escribía en una hoja una serie de maldiciones y juramentos con tinta, la diluía haciendo correr el agua del vaso sobre el papel, y recogiendo otra vez el líquido se lo daba de beber a la mujer diciéndole: “Si has sido infiel a tu marido, si has tenido relaciones con otro hombre y te has vuelto impura, que Dios te convierta en ejemplo de maldición ante el pueblo, y haga que se te caigan los muslos y se te hinche el vientre”.
Se trataba, evidentemente, de una legislación machista, que termi-naba siempre dando la razón al marido, ya que con semejante bebida cualquier mujer acababa intoxicada y con el vientre hinchado. Pero cuentan los apócrifos, cuando María bebió del vaso un imprevisto resplandor apareció sobre su rostro y su cara se transfiguró de tal manera que los testigos que presenciaban el juicio no podían mirarla de frente. De ese modo todos supieron que María era inocente.
6. Las razones del justo José
Este largo relato de los apócrifos nos muestra hasta qué punto se estimuló la imaginación de los primeros cristianos frente al paradójico episodio que ponía a José dudando injustamente de su virginal esposa.
Pero llegamos aquí al punto más oscuro y misterioso de todo el relato. ¿Por qué José decide abandonar a María, dejándola sola y expuesta en el peor momento de su vida? Mateo dice que porque él era “justo”. Pero ¿qué tiene que ver su justicia con el hecho de abandonar a su mujer?
Hay dos teorías que se han propuesto para explicar la justicia de José. Según la primera, José cree que María ha cometido adulterio. Ahora bien, la Ley de Moisés ordenaba que la mujer adúltera debía ser repudia-da por su marido (Dt 22,20-21). Y como José era “justo”, es decir, cum-plidor de la Ley, decide repudiarla (abandonarla) para cumplir con la Ley. O sea que según esta teoría, “justo” significaba cumplidor de la Ley.
Pero esta hipótesis choca con un inconveniente. La Ley ordenaba al marido repudiar “públicamente” a la mujer infiel. Y José decide repu-diarla en secreto. Por lo tanto no estaría cumpliendo la Ley de Moisés. ¿Cómo entonces se lo puede llamar justo?
En la segunda teoría, José cree que María ha cometido adulterio. Pero él sabe que la Ley manda apedrear a las adúlteras hasta que mueran. Entonces, como es “justo”, es decir, bondadoso, y no quiere que ella su-fra, la abandona, sí, pero en secreto para salvarle la vida. Por lo tanto, según esta teoría “justo” significaba bondadoso.
Pero también esta hipótesis presenta dificultades. Si José quiere abandonar en secreto a María porque es bueno, no debería llamárselo “justo” sino “bondadoso”. ¿Por qué entonces Mateo dice que es justo?
7. La tercera teoría
Ninguna de las dos teorías, pues, explica satisfactoriamente por qué José quiere abandonar a María. Por eso actualmente los biblistas han propuesto una tercera que, aparte de armonizar mejor con el contexto del relato, tiene el mérito de arrojar una nueva luz sobre san José.
Según ésta, José desde siempre conoció el misterio de María. Desde el principio supo que el niño que su esposa llevaba en las entrañas era hijo del Espíritu Santo. Por eso jamás pensó que ella lo hubiera engañado. Esto se deduce del modo como vimos que Mateo comienza su relato. En efecto, éste decía: “El nacimiento de Jesucristo fue así: María estaba comprometida con José. Pero antes de que ellos empezaran a vivir juntos ella se encontró encinta por el poder del Espíritu Santo”.
O sea que empieza dando tres informaciones: a)que María estaba com-prometida con José; b)que no vivían juntos; c)que ella quedó embarazada del Espíritu Santo. Y nosotros normalmente suponemos que José sólo conocía dos de estos datos: el primero y el segundo. Pero no el tercero. ¿Y por qué no? ¿Por qué, si Mateo enumera juntos los tres datos, y luego presenta a José analizando este dilema, él va a saber sólo dos de esos datos? Es lógico que, según Mateo, José conocía las tres informaciones.
¿Cómo supo José del embarazo virginal de su mujer? Mateo no lo dice. Pero tampoco dice cómo se enteró María (Lucas es el que cuenta que la anunciación fue por medio de un ángel). Por lo tanto, es posible pensar que para Mateo ambos se enteraron de la misma manera.
8. Era otro el aviso
Resta un último problema. ¿Por qué un ángel le avisa en sueños a José que el hijo que espera María es del Espíritu Santo, si él ya lo sabía? En realidad las palabras del ángel están mal traducidas en las Biblias. En efecto, éstas suelen decir: “José, no tengas miedo en tomar contigo a María, tu esposa, porque lo que ella ha concebido viene del Espíritu Santo. Dará a luz a un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús”.
Pero, como afirman muchos biblistas, las partículas griegas “gar” y “de” que aparecen en esta frase hay que traducirlas al castellano no con “porque”, como está en las Biblias, sino con “porque si bien”. De ese modo el mensaje del ángel cambia totalmente, y queda así: “José, no ten-gas miedo en tomar contigo a María porque, aun si bien lo que ella ha concebido viene del Espíritu Santo, dará a luz a un hijo a quien tú pon-drás por nombre Jesús”.
Por lo tanto, lo que el ángel le informa a José no es el origen divino del niño (cosa que ya sabía), sino que a él debe quedarse con María para ponerle el nombre al niño (cosa que no sabía).
9. Un plan para los dos
Ahora sí, con esta nueva perspectiva, tratemos de entender el rela-to de Mateo.
José y María, dos jóvenes israelitas de 18 y 13 años respectivamente, estaban comprometidos. Habían concretado la primera fase del matrimonio, es decir, el “quidushín”, y esperaban pronto poder ir a vivir juntos una vez que se cumpliera el plazo estipulado. Pero en el entretiempo María resultó escogida por Dios para ser la madre de su divino Hijo. Enterado José, se encontró frente a un serio problema. Él había elegido a María para sí, para que fuera su esposa, la madre de sus hijos, su compañera. Pero ahora se da cuenta de que Dios también se había fijado en ella, y también Él la había elegido como madre de su Hi-jo.
¿Cómo competir con Dios por el amor de una muchacha? ¿Podía tener a Dios como contrincante? No. Tampoco podía apropiarse de un hijo que no era suyo, sino que venía del cielo. Hubiera sido una injusticia.
Y aquí, entonces, se aclara la decisión de José. Como él era justo, no queriendo apoderarse de un hijo que le pertenecía a Dios, y viendo además que Dios había elegido a la misma mujer que él para iniciar el plan de salvación, resuelve dejar a su esposa libre del compromiso que habían contraído, y divorciarse en secreto.
Y así lo había decidido, cuando en sueños se le presenta un ángel y le dice que no tenga miedo (es decir, escrúpulos) en tomar a María como esposa (es decir, celebrar el “nissuín”). Porque si bien el hijo que ella espera viene de Dios, él le pondrá el nombre de Jesús cuando nazca.
En otras palabras, Dios le pide a José que se quede junto a María. Porque aun cuando ella ha sido elegida para Dios, él también ha sido elegido; él también forma parte del plan de salvación. ¿Y cuál es su misión en todo esto? Deberá ponerle nombre al niño, es decir, considerarlo como suyo, asumirlo como propio. Porque al ser él descendiente de la familia del rey David, si lo adoptaba como su hijo podía convertirlo a Jesús en un “descendiente” de David, en un “hijo de David”. E introduciéndolo a Jesús en la genealogía de David, se cumplían las profecías anunciadas sobre Él.
10. Recuperar a José
Siempre hemos tenido una imagen triste y descolorida de san José. Lo imaginamos como un pobre hombre (cuando no anciano), manso y sufrido, que mes tras mes debió ver crecer el vientre de su amada, mientras por dentro se moría de dolor en silencio. Desorientado y casi ridículo, luchando entre la confianza y la duda, entre el amor y los celos. In-capaz de comprender el misterio de la encarnación, por eso no se lo contaban. Pero no es ése el san José del evangelio. José nunca tuvo dudas sobre su María. Lo supo todo desde el principio, porque tenía la misma madurez que su esposa. Su única duda fue si Dios lo quería o no al lado de su mujer. Y Dios le hizo saber que sí.
Hoy los cristianos hemos encumbrado enormemente a María, pero no así a José. En la Liturgia tenemos muchísimas fiestas de la Virgen, pero sólo dos de san José. Los mismos estudios de Mariología dan la impresión de que ella no hubiera sido casada, que se hubiera santificado fuera del contexto matrimonial y familiar. Incluso nuestras devociones, imágenes y pinturas se centran casi exclusivamente en María, y prescinden de José. Hemos separado lo que Dios ha unido.
Pero María y José amaron a Dios en equipo. Se santificaron juntos. El uno con el otro. El uno gracias al otro. Estuvieron juntos desde el principio. Por eso hoy en día en que tantas familias atraviesan momentos de crisis, que muchos matrimonios hacen agua por todos lados, y que la Iglesia no dispone de modelos conyugales, conviene recordar a José, a quien Dios quiso santificar en familia unido para siempre a María.