Navidad, éxtasis de amor (amor físico,amor ex-tático)
Éste parece un tema teórico y lo es, en un sentido. Pero, en otro sentido, es el más más práctico de todos, aquel que define nuestra realidad de seres humanos como seres personales.
- Hay un amor físico (de physis, física o naturaleza), que consiste en amarse uno a sí mismo, esto es, a su propia sub-stancia, a lo que está en el fondo de sí mismo. Por “física” nos amamos, buscándonos a nosotros mismos al amar incluso al otro (en el mismo encuentro erótico)
- Hay un amor ex-tático (de ex-tasis) que consiste en salir de sí y en darse (entregarse) al otro, buscando de esa forma el placer y ser del otro, para así vivir en él, en una especie de resurrección (cf. Pikaza, Palabra de amor)
- Hay un amor ex-tático (de ex-tasis) que consiste en salir de sí y en darse (entregarse) al otro, buscando de esa forma el placer y ser del otro, para así vivir en él, en una especie de resurrección (cf. Pikaza, Palabra de amor)
| Xabier Pikaza
Amor natural/fisico y amor sobrenatural o ex-tático
Amor natural, física del amor. El hombre forma parte del mundo, esto es, de la naturaleza y ha de someterse de algún modo a sus principios. Esta es una visión que ha sido desarrollada por los grandes filósofos de Grecia (Aristóteles) y asumida después por la escolástica cristiana de la Edad Media, llegando hasta los documentos del Magisterio de la Iglesia Católica.
Partiendo de Aristóteles, muchos “escolásticos” cristianos conciben al hombre-varón (y, de un modo especial, a la mujer) como elemento más de la naturaleza, una esencia o ley “natural” que debe respetar, pues forma parte de un orden de conjunto (cosmos, physis) al que debe someterse. Por eso, el amor está supeditado, sobre todo en el plano sexual, a los principios y normas de la naturaleza.
Ciertamente, los escolásticos cristianos saben que la naturaleza es conflictiva, está llena de fuerza que entrechocan. Pero dentro de ella existe un equilibrio que debe mantenerse. Por eso, conforme a la exigencia del amor físico/cósmico, los hombres y mujeres deben someterse a los principios y leyes de la naturaleza, que desea conservarse y conservar el todo, al servicio de su mantenimiento y de su re-producción; por eso, en su vida de amor, ellos han de respetar los ritmos de la vida, sin romperlos de manera caprichosa, sin cambiarlos ni alterarlos.
Pues bien, este principio que puede parecer puramente tiene grandes consecuencias prácticas, de forma que se sigue influyendo incluso en ciertos documentos del Magisterio católico, en los que se afirma (o afirmaba) que hombres y mujeres deben ajustarse a las leyes de la fecundidad natural, rechazando, por ejemplo, en el campo de las relaciones sexuales, los anticonceptivos y los preservativos, con todos aquellos tipos de vinculación sexual que no sean “naturales”, porque la naturaleza vincula a los hombres y mujeres con las raíces de su ser, integrándoles así dentro de un todo que es sagrado.
Pues bien, esta concepción natural de la vida parece más propia de Aristóteles que de la Biblia. Aristóteles concebía el amor como la fuerza que mantiene en cohesión y en unidad el cosmos, de tal forma que mueve y vincula incluso las estrellas (motivo retomado por Dante, Paraíso, canto XXXIII, ver. 145).
Ciertamente, la escolástica cristiana interpreta a Dios como y principio y creador trascendente (personal) del mundo. Pero ella sigue tomando las “leyes” del mundo como expresión de una voluntad divina, que viene a situarse, incluso, en contra (sobre) el mismo evangelio: por eso, el amor ha de ser natural, es decir, ha de ajustarse a los ritmos de la naturaleza, con lo que ello implica en el campo de las relaciones sexuales.
Hoy sabemos que la naturaleza es mucho más versátil (más plural, más creadora) que lo que suponía en tiempos de Aristóteles (y algunos teólogos neo-escolástico, muy influyentes en el magisterio católico). Pero todavía, en general, nos cuesta asumir la visión del ser humano, en el amor y en la vida más profunda, como ex-tasis, superación de la naturaleza.
Amor ex-tatico, amor sobre la naturaleza. No todos los escolásticos cristianos estuvieron de acuerdo con esa visión, como destacó hace tiempo P. Rousselot (1879-1915, caído en la Gran Guerra), que distinguió dos formas de entender el amor en la edad media: uno físico y otro extático.
(1) Los partidarios del hombre como ser extáticoentendían el amor como poder de trascendencia: un “salir de sí”, un movimiento que llevaba al hombre o mujer a ponerse en manos de Dios o de la persona amada, superando así las posibles leyes de la naturaleza.
(2) Por el contrario, los partidarios del amor físicopensaban que el amor era precisamente lo contrario: la afirmación de la naturaleza humana, la forma en que el hombre asumía y cumplía las leyes de su propia realidad, tal como había sido creada por Dios.
En el primer caso, el amor aparecía como un tipo de tensión vital (de éxtasis) que saca al hombre fuera de sí, un proceso de entrega y salida que desborda y sobrepasa las leyes físicas de la naturaleza. Por el contrario, en el segundo caso, el amor era una forma de equilibrio natural (físico), conforme a los principios y leyes del mundo: era un apetito, un modo de encontrarse uno a sí mismo y realizarse, según las leyes de la misma naturaleza. Por eso, más que la apertura al otro en cuanto tal (es decir, al éxtasis de sí, al trascendimiento), el amor supone en este caso importa la sujeción de todos (de unos y otros, varones y mujeres) a las leyes de la naturaleza, que se expresa a través de nuestra vida.
En un caso (amor extático), los hombres y mujeres son “más” que naturaleza y el amor es precisamente la indicación de ese “más”, de esa libertad personal, que nos lleva a buscar nuestro propio ser por encima de lo que somos (de nuestra esencia natural). En el otro caso (amor físico), los hombres y mujeres somos ante todo naturaleza, de manera que amar es “someterse” a ella, incluso en sus ritmos biológicos de fecundidad.
Esa dualidad se ha seguido manteniendo y se expresa, incluso, en el Magisterio de la iglesia católica, que admite el amor extático en el plano de un tipo de mística, pero que luego (en el campo normal de la vida) tiende a sacralizar un tipo de amor “natural” en las relaciones afectivas de hombres y mujeres.
Muchos pensamos que esa división resulta Magisterio es limitada y debe revisarse, no sólo desde la perspectiva del éxtasis cristiano (del amor personal), sino desde la misma visión de la naturaleza, que no es ya lo que Aristóteles pensaba. Concebir al hombre y, sobre todo, a la mujer como simple naturaleza en el amor y no como persona nos parece, por lo menos, algo muy arriesgado.
Navidad, amor extático de Dios, no amor físico.
Conforme a los principios del amor físico. Dios no podría encarnarse, no podría ser/hacerse navidad. Dios sería persona en cuanto substancia (rationalis naturae individus sub-stancia), conforme a la definición de Boecio, dominante en toda la Edad Media. Dios no podría “salir de sí mismo”, sino sólo amarse/mirarse a sí mismo, conforme a una clara definición de Aristóteles.
Este Dios que se mira/ama a sí mismo no es Dios de Navidad (Dios que sale de sí y se encarna en un hombre/niño), dino divinidad auto-conemplativa de un cosmos divino, en la línea del gran filósofo hispano-judío holandés, B. Espinosa, que decía “Deus sive natura”: Dios es la naturaleza.
Pues bien, en contra de eso, asumiendo los principios del éxtasis de la realidad (empezando por Dios), Ricardo de San Víctor, en pleno siglo XII definió a la persona como rationalis naturae incomunicabilis existencia, es decir como existencia incomunicable de naturaleza racional. Dios no es substancia que se ama/cierra en sí misma, sino existencia de naturaleza racional (originaia), que siendo incomunicable (existiendo en sí misma) es decir, capaz de conocer y amar, que es incomunicable comunicándose en plenitud (De Trin IV, 17-18; V, 1).
(a) Por una parte, la persona es incomunicable (dueña de sí misma, distinta de todas las demás, de manera que no puede confundirse ni cambiarse con ninguna otra).
(b) Pero, al mismo tiempo, en sentido radical, la persona sólo puede ser incomunicable siendo comunicación plena, ex-sistencia, una realidad recibida y entregada (compartida). En esa línea decimos que la persona es incomunicable precisamente al comunicarse. Más que en sí misma, la persona vive con éxtasis, en aquellos a los que ama. Éste es el sentido radical de éxtasis: Salir de sí mismo, existir en el otro.
Navidad como éxtasis
El éxtasis o Navidad del hombre es Dios… Como sabe toda la tradición cristiana, más vive el ser humano en el Dios al que ama que en sí mismo, donde alienta en este mundo. En ese sentido, la navidad del hombre es Dios, como dice Pablo en Hch 17, 18, pues en él (en Dios vivimos, nos movemos y somos). Ser en Dios es nuestra Navidad, nuestro verdadero nacimiento. Éste es el sentido de nuestra existencia, entendida como resurrección: Vivir y ser en Dios, a través de la muerte (entrega de amor).
El éxtasis o Navidad de Dios es el hombre en Cristo. Si los hombres vivimos, nos movemos y somos en Dios, Dios vive, se mueve y ex-siste en los hombre, por Cristo. Por eso, siendo la fiesta del Niño Jesús, fiesta de los hombres que nacen en Dios, la Navidad es la fiesta de Dios que, saliendo de sí, vive y habita en los hombre, como alguien ha dicho.
- - Miró Dios y vio que todas las cosas eran buenos y se dijo: Yo también quiero ser de ellas, y se hizo Niño y así fue Navidad
- - Viéndose Dios eternamente a sí mismo en amor dijo ¡soy feliz! Y queriendo que otros fueran tan felices como él era, viéndole y teniéndole en sus manos y en sus corazones, Dios se hizo Navidad
Ampliación exegética. EROS Y ÁGAPE (PARA JOSEBE)
Fíjate, Josebe, en lo que he dicho en el tema. El amor físico/natural es eros y el amor extático/sobrenatural es ágape, según el evangelio, como puso de relieve, en un contexto de A. Nygren, en un contexto de análisis exegético de los evangelio y de estudio de la natural, desde una perspectiva luterana, hondamente cristiana. Éstos son los dos motivos y elementos principales del amor:
El amor de naturaleza (physis) ha sido formulado por los griegos, especialmente por Platón en su discurso del Banquete (symposio).
El amor de persona (existencia en gracia) ha sido expuesto y definido de un modo especial por San Pablo y por los evangelio, desde la perspectiva de la encarnación de Dios (esto es, de la Navidad.
Has entrevisto los motivos: está, por una parte, el amor como expresión del ser del hombre que se busca y que se hace; por otra está el amor como regalo personal, don gratuito, de Dios a los hombres (encarnación) y de los hombres creyentes a Dios. Déjame que los presente separados, de manera que comprendas mejor sus diferencias. Luego mostraré su unidad, señalando cómo son complementarios.
La visión griega del eros representa, como sabes, una praxis salvadora que se funda en el orfismo y la piedad de los misterios. Ella quiere liberar la luz divina de los hombres, conquistando y recreando su verdad originaria, cautivada en una cárcel de dolor, sombra y materia. De manera consiguiente, el alma debe aprender a liberarse por la acción contemplativa o religiosa que le lleva a descubrir su realidad original y su lugar en lo divino.
Como sabes, Platón articula los cimientos que le ofrece la tradición anterior y edifica desde el eros un espléndido sistema de verdad, de salvación y pensamiento. La visión del eros, que Platón ha presentado desde el mito, presupone en realidad que el hombre es ahora esclavo: está cautivo sobre el mundo pero guarda las semillas del recuerdo de su vida originaria. Ese recuerdo primigenio, reflejado seminalmente en el eros, le conduce a partir de los valores sensibles de este mundo (cuerpos, ideales...), hacia el bien de lo supremo como meta donde puede sosegar y realizarse su existencia.
El amor es, por lo tanto, una potente fuerza de atracción que, al inquietarnos en el mundo, nos inmerge en la ansiedad y nos conduce hacia la idea y la bondad originaria. Según esto, el eros no se encuentra en Dios, pues a Dios nada le falta en su existencia. Tampoco puede hallarse en esos hombres que se inmergen del todo en los bienes de la tierra. El eros es la fuerza ascensional, aquel impulso que constantemente lleva desde el mundo sensible y limitado, a la verdad de lo que somos en lo eterno.A. Nygren, sistematizador protestante del tema, ha distinguido en la visión del eros los momentos que ahora indico.
- a) Es un amor-deseo que nos lleva a superar la privación en que ahora estamos, caminando hacia un estado de existencia más dichoso.
- b) Es un anhelo que conduce desde el hombre a lo divino. Por eso, Dios no ama ni tampoco aman aquellos que prefieren contentarse con la tierra. c)
El amor-eros es egocéntrico: es anhelo de conquista, un gran deseo por lograr y disfrutar lo que nos falta. Sólo en el momento en que, inmergidos en Dios, hayamos colmado la ansiedad y realizado nuestro anhelo, cesaremos en la marcha: terminará el eros- no seremos más humanos; la historia habrá cerrado su camino, quedará lo eterno.
Por encima de ese anhelo. el cristianismo ofrece un hecho: la presencia salvadora de Dios en Jesucristo. Lo que importa no es que el hombre ha pretendido subir hacia los cielos. El misterio está en que Dios ha descendido de manera salvadora hasta la tierra. Esto lo expresa el nuevo testamento al acuñar de un modo nuevo la palabra antigua ágape. A continuación señalo sus aspectos decisivos.
El ágape es un amor espontáneo y no egoísta. Su principio está en el Dios que de manera inmotivada ha decidido hacerse entrega y ha entregado su vida por los hombres. Por más que oprimas la cabeza nunca entiendes esto: mira, allí donde todos tus esfuerzos resultan impotentes, allí donde los hombres simplemente sueñan, se equivocan y perecen en un círculo de anhelo irrealizable, Dios ha decidido regalarles su existencia y ofrecerles su misterio. ¡No podrás entenderlo! Jamás lo ha comprendido hombre ninguno; y, sin embargo, esta es la nueva decisiva que proclama la iglesia, es su evangelio.
Lógicamente, el ágape no dependerá del valor de sus objetos. Dios no escoge para amar y se detiene simplemente en lo que es bueno: ama de un modo universal a los pequeños y perdidos, ama a todas las personas, a inocentes y culpables, e inaugura de esa forma un modo nuevo de existencia. Por eso, en el principio del amor no hay una vida que intenta desplegarse, ni tampoco una justicia que sanciona a los perfectos. El amor está en la vida que se entrega, en el misterio de Dios que nos ofrece su asistencia.
Esto supone que el ágape es creador. Fíjate bien: el eros nada crea, simplemente vuelve hacia el principio en que se asienta la vida verdadera. Por el contrario, el ágape es creador: amar implica hacer que surja, que se extienda la existencia, que haya esperanza en la desesperación, perdón en el pecado, creatividad donde no había más que indiferencia, vida en medio de la muerte.
Finalmente, el ágape es comunión. Mientras que el eros busca la fusión del hombre con su raíz originaria, el ágape capacita para amar a las personas: invita a realizar la comunión entre los hombres, conduciendo hacia el encuentro interhumano o dirigiendo hacia el misterio de la unión de Dios con nuestra historia.
Advierte bien la diferencia. El eros tiende a reflejarse en el camino de los hombres que pretenden ascender hacia su centro en lo divino. El ágape es, al contrario, la expresión de la presencia salvadora de Dios entre los hombres: por eso ofrece unos matices creadores, se refleja de manera preferente en el abismo de la cruz de Jesucristo y se explicita en el amor al enemigo. Para el eros, carece de sentido hablar de entrega de la vida «por los malos»; el amor al enemigo resulta inconcebible. En el ágape eso es primario: sólo existe amor auténtico y perfecto donde el hombre se dispone, como el Cristo, a realizarse en apertura hacia los otros. Amar es dar la vida. Y es hacerlo en gratuidad, porque merece la pena conseguir que el otro sea. Amar es darse, hacer posible que haya vida entre los hombres, en un gesto de absoluta limpidez, sin intereses. en un gesto que culmina allí donde se ayuda al enemigo.
Deja que explicite mejor las diferencias principales. Los móviles más hondos que sustentan el eros se condensan a mi juicio en dos: búsqueda de sí mismo y y deseo.
El eros expresa la pasión del hombre que se busca a sí mismo, en amor egoísta, por encima de la tierra, a través del sexo físico o espiritualizado sobre un cielo de verdades que no pueden realizarse en nuestra tierra.
El eros es deseo. Aquí está la paradoja. Allí donde las metas son más altas, allí donde más grandes y excelentes se presentan las ideas para el hombre, más concretos y egoístas aparecen luego sus deseos. En contra de eso, al ágape se le puede llamar materialista y gratificante.
El ágape es donación de sí. En ese sentido es un amor fiel a la propia identidad, en el sentido de que no pretende despegarnos de este mundo y conducirnos hacia el plano de la idea; quiere introducirnos en el mismo centro de la tierra, convirtiendo nuestra vida en signo de ayuda concreta dirigida hacia los otros. El ágape es gratuidad. ¿Adviertes la paradoja?
Aprovechando esta disociación paradójica, quisiera acentuar aún más la diferencia de motivos. El eros acaba siendo un amor desencarnado: nos conduce hacia una vida que se encuentra más allá de la existencia y vida de este mundo. Fíjate en la paradoja: se comienza en la carne, pero luego es necesario abandonarla; se acentúa el sexo pero al fin sólo se admite el valor de las ideas. Por el contrario, el ágape es amor de encarnación: viene de Dios y se concreta en la carne de la historia, en la carne o realidad del hombre que me sale al encuentro y que camina ante mi vida.
Lógicamente, el eros conduce u la soledad.-el encuentro con los otros representa un primer paso, un peldaño en el camino del ascenso que conduce al final de mi existencia en el misterio, a solas con el todo. Por el contrario, el ágape ha de ser comunitario: nunca quiere perder a los demás, nunca les deja en el camino, nunca piensa que son algo que ha de superarse. El amor se ha presentado y se presenta, en este plano, como encuentro entre personas.
Por eso, en uno de los textos más hermosos de la Biblia se asegura que Dios mismo es ágape,
es amor de encarnación, amor de Navidad (1 Jn 4, 16). Sobre la base que les brinda esa certeza, y convencidos de que todos los anhelos del hombre están marcados por la sombra del pecado, los cristianos protestantes acentúan, de una forma general, la oposición del eros y el ágape: frente a la búsqueda idolátrica del hombre esta la gracia salvadora de Dios; frente al amor como deseo y como mérito el misterio de Dios que nos regala en Jesucristo su existencia.
Pues bien, después de haber marcado en lo anterior las diferencias, tengo que afirmar con toda fuerza que el eros y e! ágape se penetran, se enriquecen y completan. El eros representa el ser del mundo, es la tendencia natural de los vivientes que se expanden y realizan. Sin eso que llamamos el «deseo físico» del eros, sin la fuerza que nos une, que nos lanza al infinito del anhelo ilimitado nuestro ser de humanos quiebra y se deshace. Los que intentan cimentarse únicamente sobre el don de gratuidad del Dios-ágape, quienes buscan la manera de amar sin la marea y la pasión de los deseos, evaporan la verdad del ser humano y se diluyen en las nubes de un estéril y desnudo evangelismo.
¿Quieres que precise esto mejor? El eros explicita la profunda densidad del ser humano, esa vertiente de materia, de ansiedades y deseos que alimentan y dibujan la existencia. Por su parte, el ágape concretiza la experiencia sorprendida de una gracia que nos funda de manera inmerecida, como don que se regala y se realiza en Jesucristo. Por lo dicho previamente advertirás que ambos procesos se penetran y co-implican: el deseo de la carne puede conducirnos, a través de un delicado proceso de espiritualización, hasta el nivel desencarnado de la idea; por su parte, la gracia trascendente, que al principio parecía supra-humana y anti-humana, se realiza en la defensa de la carne, concretada como ayuda a los pequeños y perdidos.
Permíteme expresarlo de manera más concreta. En el camino del eros predomina lo que puede llamarse la dimensión de naturaleza,tal como aparece explicitada en lo biológico y culmina en el anhelo de los grandes ideales. Por su parte, en el ágape se explicita o se genera la profunda dimensión de la persona,como capacidad de donación y encuentro entre los hombres.
Después de establecido este dualismo resulta necesario explicitarlo y concretarlo. El hombre es naturaleza en sus momentos de deseo intramundano (epithimia) y de ascenso hacia los grandes ideales (eros). Pero esa naturaleza sólo existe humanamente al integrarse en la persona o realidad espiritual que, siendo dueña de sí misma, es capaz de autodonarse y se realiza en el encuentro con los otros. El cristianismo, al testimoniar la realidad del ágape como expresión de la plenitud del hombre, ha desplegado expresamente el valor y dimensión de la persona. Por ser naturaleza, soy un eje y abanico de pulsiones y deseos que jamás puedo entender y controlar de forma plena. Pero siendo humano soy también algo distinto: me despliego y me distancio de mi propia realidad, me hago mi dueño y me realizo dirigiendo mi existencia. Es aquí donde se explica y plenifica el misterio del amor.El ágape implica tres rasgos que conforman la realidad del hombre como persona.
- Me reconozco persona en el momento en que descubro que no soy un efecto necesario de las leyes naturales. Soy persona pues me amaron y me aman. Existo porque, en medio de este mundo de poderes ciegos, alguien ha querido convocarme y me convoca día a día a la existencia.
- Me constituyo persona en el momento en que me vuelvo dueño y responsable. Cruzan por mi vida las pulsiones, los poderes e ideales de la tierra. Pero, al fin, soy yo quien los encuadro y organiza. En el tiempo extraordinariamente breve de una vida que nunca se despliega del todo y siempre se halla amenazada por la muerte, soy yo el que asumo las riendas de mi ser y me realizo.
- Soy libre. ¿Para qué? Para agradecer la vida, para realizarla desde dentro y, sobre todo, para darla a los hermanos, compartiéndola con ellos. El ágape es, por lo tanto, aquella fuerza de amor que me descubre fundado en lo divino, me permite ser persona y me dirige libremente hacia los otros.
Conclusión.
El eros que se transciende a sí mismo en forma de ágape, eso es la navidad desde una perspectiva humana. No celebramos la navidad simplemente porque amamos a Dios y a los niños, sino porque Dios ama a los hombre y se ha encarnado como niño en amor (para ser amado) en Jesús
El ágape de Dios que se hace eros al encarnarse, eso es la navidad desde una perspectiva divina. Dios, el eterno (en sof, sin límite o frontera) se hace límite y frontera (presencia) en un hombre, en un niño, en Jesús, nacido entre los pobres del mundo, como pobre de los pobres, como fuente de todos los amores.