6.7.25. Paz a esta casa... Misión universal cristiana (Lc 10, Dom 14 TO)
Dos discursos misioneros tiene Lucas, Uno para los judíos, con los 12 apóstoles (Lc 9, 1-6). Y otro para todos los pueblos de la tierra, con los setenta misioneros (Lc 10, 1-12). El evangelio de hoy recoge el segundo discurso, que voy a introducir en las reflexiones que siguen.
(1) Anuncio general del reino, según Mc 1, 14-15. (2) Jesús trató de paz, no de pecado y envió a sus misioneros como testigos de paz vida, sin más armas ni riquezas que su propia vida ya pacificada
(2) La palabra central de ese evangelio es: 5Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. 6Y si hay gente de paz,...
La imagen es un porta-paz que se empleaba cuando yo er niño, a fin de la misa, para ofrecer paz a todos
(2) La palabra central de ese evangelio es: 5Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. 6Y si hay gente de paz,...
La imagen es un porta-paz que se empleaba cuando yo er niño, a fin de la misa, para ofrecer paz a todos
| Xabier Pikaza

TESTIGOS DEL REINO (Mc 1, 14-15). CAMBIO DE MENTE
Jesús no tiene conciencia personal de pecado, no estádominado por la angustia de la muerte, sino enriquecido por don de Dios. Pero tenía una inmensa conciencia y sufrimiento por el sufrimientos de los hombres. No salió al mundo a perdonar pecados, sino a superar enfermedades y dolores.
Muchos profetas y “fundadores” religiosos antiguos se hallaban marcados por un fuerte sentimiento de culpabilidad, de manera que debían ser purificados (cf. Is 6, 5). Algunos pensadores cristianos han presentado a Jesús como un profeta obsesionado por los pecados de los hombres, en sentido penitencial, intimista, como un predicador horrorizado por la maldad moral de la población, en la línea de Juan Bautista, como si su mensaje central hubiera sido “sois pecadores, estáis condenados, aunque añadiendo después, en vez de decir “venid al río, que yo os bautizo”, como Juan, Jesús dice, más bien, venid conmigo y nos perdonamos y amamos unos a los otros.
- 14 Después que Juan fue entregado,
- marchó Jesús a Galilea, proclamando el evangelio de Dios
- 15 Y diciendo: El tiempo se ha cumplido. El reino de Dios ha llegado.
- Cambiad de mente y creed en el evangelio.
Ésta es la experiencia original, el principio y motor del cristianismo. La solución de los problemas que atenazan a los hombres no depende simplemente de ellos, de forma que no se encuentran condenados a buscar su salvación con obras propias, con un esfuerzo duro al servicio del cambio social o personal. Hay algo previo, hay evangelio: Dios existe y viene (está viniendo ya) para ofrecer su reino o señorío salvador para los hombres.
- Se ha cumplido el tiempo. La llegada del Reino marca la plenitud del tiempo. Juan Bautista moraba todavía al otro lado, antes de que el tiempo terminara y se cumpliera; por eso, dentro de la lógica de la profecía israelita, debía mantenerse en actitud de conversión penitencial. Pero ahora, cuando llega el reino que Jesús anuncia, el tiempo (kairos) de los hombres se ha cumplido. Nos encontramos ya del otro lado de la historia. Por eso, frente a las posibles pequeñas conversiones que sólo cambian por fuera lo que existe, dejando que en el fondo todo siga como estaba, Jesús nos ha ofrecido la mutación, es decir, el nuevo nacimiento. Dios nos hace ser, y de esa forma somos: herederos y testigos de su gracia.
-Convertíos…(meta-noeite) Dejad que Dios os cambié, que cambie vuestra forma de pensar, de sentir, de querer… Esta conversión no se expresa ya en forma de arrepentimiento y penitencia, sino en cambio de mente y vida, es decir, como meta-noia, mutación interior y exterior, no por obra humana, sino por presencia y acción de Dios. Los nuevos creyentes del evangelio no cambian de vida por aquello que son (lo que ellos hacen), sino por lo que Dios hace en ellos. Superando el nivel previo de lucha de la vida, de acción y reacción (de obra y sanción), viene a desplegarse ahora un extenso y gozoso continente de existencia filial, hecha de gratuidad y expresada como fe en el evangelio, es decir, como acogida de la buena noticia de Dios. No es la conversión la que causa el evangelio sino al revés: el evangelio de Dios, que aceptamos por Jesús con fe gozosa, nos convierte, nos transforma, haciéndonos capaces de acoger y construir la familia mesiánica o iglesia.
-Creed en el evangelio. Frente a los principios antiguos de la vida, que son luchas por la supervivencia, fuertes envidias y estrategias de poder (como irá señalando todo el evangelio), Jesús pone a los hombres ante el principio de la fe. No se trata de creer en cualquier cosa, en ejercicio posible de autoengaño, sino de creer en el evangelio, en la buena nueva de Dios que ama a los hombres. De una vez y para siempre, en la tierra Galilea, ha venido a realizarse la mutación humana principal, el cambio que conduce de la vieja a la nueva historia. Al a venida del reino de Dios responde el hombre con fe, es decir, con el propio y fuerte asentimiento. Aceptar el don de Dios, reconocerse amado: esta es la verdad, es el poder del evangelio de Dios en nuestra vida.
Los cuatro momentos anteriores son fundamentales y se implican mutuamente. Viene Dios, ofreciendo al hombre su ser) como evangelio; por eso nos transforma por sí mismo, es decir, desde el principio de su gracia; pero es tan intenso su poder que logra transformarnos de manera humana, haciendo que nosotros mismos nos hagamos seres nuevos.
El evangelio no es anuncio de un Dios que flota por arriba, dejando que la historia de los hombres siga como estaba, sino fuerza superior e interna del Dios que ha penetrado en nuestra vida. Hasta ahora, esa actuación/presencia de Dios no podía realizarse; tenían posibilidad de ser transformados por Dios, pero no estaban dispuestova a ponerla en marcha. Tenían capacidad, pero no escuchaban, tenían posibilidad de transformarse en Dios, pero no se dejaban. Tenían necesidad de que viniera uno distinto, como Jesús, que les transformara y que ellos se dejaran transformar.
Alguien podría decir que Jesús se ha limitado a proclamar, en nombre de Dios, esta buena nueva de transformación, como un simple pregonero que habla y deja que las cosas sigan como estaban. Pero a lo largo de todo lo que sigue, iremos descubriendo que este anuncio de reino es un impulso de reino. Jesús no se ha limitado a proclamarlo, sino que lo ha expandido y desplegado como vida, ofreciéndolo con obras y palabras a los hombres de su entorno (1,14-8,26).
Jesús no ha pedido nada. No ha exigido nada. Simplemente ha querido que hombres y mujeres “escuchan” su palabra, que crean en ella, que la acepten y se dejen transformar por su ofrecimiento y su llamada. Jesús sitúa a sus oyentes en la misma actitud del Shema israelita (Dt 6, 4 ss): Escucha Israel. Esto es lo que Jesús pide a sus oyentes: Que escuchen, que se dejan transformar (recrear) por su voz, por su llamada de Evangelio. Jesús no aparece como un suplicante que implora a Dios agua para el campo, hijos para la familia, fortuna para la casa, vida para los enfermos... Simplemente ha ido en busca de Dios, con los penitentes del Bautista y ha escuchado la voz ¡eres mi Hijo! descubriendo que Dios no pide penitencia (que nos sacrifiquemos ante él), sino que nos ofrece gracia. No nos pide nada, sino que nos da todo lo que tiene, para que seamos con él y como él.
- El Reino es Palabra de Dios que nos llama, dialoga con nosotros, haciéndonos capaces de palabra, conversando unos con otros. Escuchar la palabra y responde a ella, eso es el Reino. No viene a través de una victoria militar externa, sino por una palabra que nos dice que seamos. Escuchar esa palabra, eso es el Reino. de los hombres (donde aparece y se despliega la Palabra de Dios). El Reino es palabra compartida, no propaganda para comprar, publicidad comercial para vender, sino ofrecimiento gratuito de vida, que viene de Dios y que los hombres pueden compartir, amorosamente.
- El Reino es curación, esto es, salud: Que hombres y mujeres puedan no sólo decir y escuchar palabras aisladas sino vivir en plenitud, compartiendo la vida. En esa línea, el evangelio identifica el Reino de Dios con la Salud, que es Vida abundante, que los hombres y mujeres aceptan como don de Dios, viviendo en transparencia, encontrando y compartiendo así vida unos en otros. Entre la Palabra y la Salud hay una conexión recíproca: la misma Palabra cura y la salud hace posible que los hombres compartan la Palabra.
- El Reino es encuentro de amor, presencia de Dios en los hombres/mujeres (de los hombres/mujeres en Dios), siendo así comunicación amorosa de unos con otros (en) otros. No se trata de creer unas verdades separadas de la vida, sino de vivir en fe, es decir, de “creerse”, comunicándose la vida. Ésta es quizá la nota distintiva del Reino que Jesús anuncia. Todo es de Dios (Dios es todo) y, sin embargo, los hombres y mujeres han realizarlo todo, no esperando que llegue de un modo pasivo, sino haciendo que llegue, siendo ellos mismos profetas mesiánicos, en comunicación de amor. En ese sentido decimos que todo hombre/mujer es Mesías, porque Dios actúa cada uno, de tal manera que podemos añadir que cada hombre (especialmente el más pobre) es Dios para los restantes hombres y mujeres[1].
Jesús no es un “filósofo” que habla de Reino en teoría, ni un político que quiere instaurarlo por fuerza, sino alguien que lo anuncia y comienza a construirlo ya, aquí mismo, desde la periferia de los campesinos-artesanos de Galilea, recreando así la experiencia israelita, no a solas, sino con aquellos que quieran seguirle vincularse en Dios por su palabras
El Reino es pan: que los hombres vivan .No es sólo palabras, que los hombres y mujeres se comuniquen entre sí, sino que vivan, que compartan mutuamente la comida, no el dinero en abstracto, ni un tipo de posesiones materiales, sino el alimento de cada día, pan nuestro, que nos hace hermanos, palabra común vida que nos regalamos unos a otros.
El Reino de Dios es banquete, no alimento material, sino comida compartida. (Lc 14, 16-24; Mt 22, 1-14; cf. Ev. Tom 64). Según un tradición antigua, Dios había preparado su comida para todos y de un modo preferente para los “buenos judíos” (representantes de unas “clases” superiores, “elegidas”). Pero, siguiendo la inspiración y experiencia del Bautista, Jesús ha descubierto que los invitados preferentes han rechazado la llamada: No han venido, ni quieren que otros vengan a compartir su banquete. En ese contexto, Jesús se ha sentido enviado por Dios para ofrecer la invitación a los “cojos, mancos, ciegos”, expulsados por razones económicas, sociales y/o religiosas (que vagan por plazas y caminos: cf. Lc 14, 21-23).
El Reino es Comunión, comida para todos, superando las fronteras de los hijos, “elegidos” de Israel, como muestra el pasaje ejemplar de la siro-fenicia que pide para su hija las “migajas” de la mesa de los hijos del reino (cf. Mc 7, 28). Avanzando en esa línea, un nuevo pasaje afirma que vendrán personas de todas las naciones (de norte y sur, levante y poniente), para tomar parte en el banquete final, que no es comida para cuando el mundo acabe, sino para este mismo mundo, empezando por los antes excluidos (Mt 8, 11-12; Lc 13, 28).Siendo del todo israelita, el mensaje de Jesús es totalmente universal, de manera que, en último término, sólo puede expresarse y expandirse allí donde se abre a todos, empezando por los pobres.
El Reino es vida para los condenados a muerte en el mundo. He comenzado presentando el Reino como pan: que hombres y mujeres puedan comer cada día, compartiendo los dones de Dios (de la tierra) con gozo y salud.
El hombre no ha sido creador para producir, sino para compartir. Hasta el momento actual (siglo XXI), los hombres han aprendido a producir, no a compartir y, en general, cuanto más producen menos comparten. Así sucedía ya en la sociedad urbana y comercial de Galilea, en tiempos de Jesús. Desde ese contexto se entiende la opción de Jesús, que abandona la producción de bienes materiales y deja el trabajo (pues cuanto más se progresa y produce en una línea menos suele compartirse en otra) para enseñar a compartir y compartir con más intensidad, en actitud de gracia, no sólo su palabra, sino su pan con los hombres y mujeres de su entorno. ¡Hay una producción de bienes materiales que es en realidad una fábrica de hambre! Por eso, Jesús no enseña a producir (¡eso ya lo sabían los hombres de su tiempo y lo saben los del nuestro!), sino a comunicar la vida en gratuidad, compartiendo así los bienes, que pueden mostrarse de esa forma como una señal de Dios.
-Un proyecto desde la pobreza. Sólo allí donde se aprende a compartir, por don de amor, no por imposición, se puede vivir en gratuidad. Eso significa que el Reino es un “regalo” que viene de Dios, pues Dios mismo es regalo que se expresa allí donde los hombres y mujeres comparten lo que son y lo que tienen, de manera que su vida y sus bienes se convierten en signo y mediación de amor. Desde ese fondo, Jesús empieza a actuar como profeta de los campesinos desposeídos de Galilea, haciendo que ellos mismos puedan confiar (¡son hijos de Dios, herederos del Reino!) y abrir un camino de pan y amistad, no para imponerlo por la fuerza, sino para acogerlo, regalarlo, cultivarlo, de un modo gratuito. Jesús no quiere la pobreza, sino la comunión, una comunión que sólo puede surgir allí donde los hombres y mujeres superan el deseo de posesión particular e inician un camino de comunicación gratuita y creadora de vida, desde, con los pobres, al servicio de la vida de todos.
La novedad de Jesús es que el Reino se instaura a partir de los pobres (no desde los sabios, ricos, fuertes soldados u observantes religiosos). El Reino de Dios no se impone ni realiza por la fuerza, desde arriba (a través de una victoria militar), ni se logra con más producción (por riqueza), sino que “está viniendo” como gracia (desde Dios), a partir de los expulsados de la sociedad, allí donde ellos se acogen y aman entre sí, para abrirse, al mismo tiempo, a los propietarios (productores, sedentarios), para ofrecerles su riqueza de Reino (curación) y recibir lo que ellos puedan ofrecerles (casa, alimento), iniciando una experiencia de vida común, donde la producción y comunicación se vinculan mutuamente, como seguiremos indicando.
En este contexto, recreando las promesas davídicas, Jesús descubre que no hace falta un rey más poderoso (para imponerse sobre todos), ni un propietario más productor y un rico más rico (fabricando comida para todOs), pues el Reino empieza a desplegarse desde el amor de los más pobres (campesinos sin campo, artesanos sin “arte”, prescindibles), portadores de una vida/salud que ellos ofrecen a los ricos/productores y lo hacen de tal forma que éstos puedan y quieran acogerles, poniendo su posesión y producción al servicio de todos.
En ese sentido, el reino es perdón, la vida como regalo, más que como ley. No llega a través de la toma de poder de los ricos/poderosos (ni de pobres que toman el poder, como han querido algunos celosos), pues Dios no es poder, ni de unos, ni de otros, sino impulso de amor que proviene de los más pequeños que pueden sanar a ricos, a fin de que todos vayan en comunión con todos[2].
COMO JESÚS. MISIONEROS PORTADORES DE PAZ

Juan Bautista esperaba y preparaba a los hombres para el paso del desierto a la tierra prometida, por medio del Juicio (hacha, huracán, fuego), pues parecía que el pecado dominaba sobre el mundo. Jesús, en cambio, sabe que el mundo es de Dios, no del pecado y que el tiempo (kairós) del pecado se se ha cumplido, de manera que el Reino (basileia) ha venido y está ya presente. Por eso invita a sus oyentes a que crean, es decir, a que acepten la buena noticia (Evangelio), dejándose cambiar por ella, pues el impuso de vida es la gracia de Dios, no el pecado.
- Jesús no tiene conciencia personal de pecado, no estádominado por la angustia de la muerte, sino enriquecido por don de Dios. Muchos profetas y “fundadores” religiosos antiguos se hallaban marcados por un fuerte sentimiento de culpabilidad, de manera que debían ser purificados (cf. Is 6, 5). Algunos pensadores cristianos han presentado a Jesús como un profeta obsesionado por los pecados de los hombres, en sentido penitencial, intimista, como un predicador horrorizado por la maldad moral de la población, en la línea de Juan Bautista, como si su mensaje central hubiera sido “sois pecadores, estáis condenados, aunque añadiendo después, en vez de decir “”venid al río, yo os bautizo”, como Juan, dice, más bien, venid a mí que yo os perdono.

(b) Posiblemente él tenía conciencia de pecado cuando era discípulo de Juan y esperaba su bautismo (cf. Mc 1, 9).Pero, habiendo recibiendo el bautismo de Juan,, tras haber escuchado la palabra de Dios que le “engendra” diciéndole “tú eres mi Hijo”, Jesús ya no tienes conciencia de pecado. Dios no le ha dicho “antes eras pecador” pero yo te he perdonado, sino que le dice “tú eres mi hijo, en ti me he complacido”. Por eso es desde ahora y para siempre, Jesús es un hombre de paz, de manera que sus discípulo, compañeros, han de ser también portadores de paz En esto se distingue radicalmente el bautismo de Jesús de la experiencia de nacimiento profético de Isaías, conforme a la cual Dios le dice “ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado” ( וסר עונך וחטאתך תכפר Is 6, 8). Isaías es un perdonado, conforme al rito de expiación de Lev 16. Jesús, en cambio, es un amado, que nace del amor de Dios, sin pecado.
(c) No teniendo conciencia de pecado, en sentido moralista, Jesús no ha centrado su misión en el ofrecimiento de perdón por el pecado, sino en el ofrecimiento y despliegue de paz como principio y contenido del reino. No va diciendo a los hombres “Dios os perdona”, sino ¡paz con vosotros, llega el Reino. Jesús no ha tenido señales de angustia o sentimiento de culpa ante Dios, ni ha ido por Galilea perdonando de un modo “altivo” (por superioridad) a otros hombres y mujeres diciendo “yo os perdono” situándose así por encima de ellos) Éste no es un dato “moralista” secundario sino el elemento “teológico” esencial de la vida y mensaje de Jesús, que ha superado el nivel moralista y penitencial de Isaías y de Juan Bautista (para perdón de los pecados), iniciando así una misión de amor (de nuevo nacimiento, curación y vida), en paz que es amo por encima de los pecados. En ese sentido, lo que llamamos “perdón de Jesús”, no ha de entenderse en sentido penitencial (de arrepentimiento y cambio externo, sino en sentido filial de “nuevo” o más alto nacimiento.
(d) Este mensaje y camino superior de paz (nuevo nacimiento) de Jesús se sitúa por encima del nivel penitencial del templo de Jerusalén, con sus sacrificios expiatorios y sus rituales sacrificiales. En ese sentido debemos entender el mismo Padrenuestro, que en su versión original no dice “perdona nuestros pecados (ἄφες ἡμῖν τὰς ἁμαρτίας ἡμῶν: Lc, 11, 12,), sino “perdona nuestra deudas” (ἄφες ἡμῖν τὰ ὀφειλήματα ἡμῶν: Mc 6, 12). El templo era por entonces una inmensa “máquina” sacrificial y clerical de perdonar pecados… Pero Jesús no va al templo, para dejarse perdonar, ni para perdonar a otros a través de esa máquina de sacrificios, sino que vive y expresa el perdón en casas, campos y caminos, acogiendo, dialogando, dejándose querer y queriendo, ofreciendo así una terapia de vida/perdón por la que enseña a los hombres y mujeres a quererse y perdonarse mutuamente, en gratuidad, superando todas las “deudas”. Jesús no dice a los ·pecadores” “yo” os perdono, insistiendo en su yo, como si él pudiera perdonar y los otros no… (casos como el de la adúltera de Jn 8 o el paralítico de Mc 2, 5 par han de entenderse de un modo especial), sino mostrando que Dios ha confiado a los hombres la autoridad y gracia del perdón (Mt 9, 7; en otra perspectiva, cf. Jn 20,21-23).
Este mensaje de perdón de Jesús no es una enseñanza más, entre las enseñanzas de los escribas judíos de su tiempo, ni un elemento del mensaje de Jesús entre otros, sino la raíz y el argumento central de su enseñanza, que la tradición de los evangelios ha vinculado a su bautismo (Mc 1, 9-11 par). Éste es el gran cambio, el nacimiento mesiánico de Jesús como “hijo de Dios”, nacido en la historia de los hombres.
Todo lo anterior forma parte de su vida como israelita, discípulo de Juan, compañero suyo en el desierto del Jordán junto al río. Como un israelita ha venido Jesús para bautizarse en río de Juan Bautista. Parece uno más entre todos los que vienen, y como uno más le acoge y bautiza Juan. Pero lo que entonces comienza es totalmente distinto.
Estando ya mi casa sosegada
Tras haber sido Bautizado (Mc 1, 9) y haber salido del agua penitencial, habiendo cumplido y superado el camino de arrepentimiento israelita, Jesús queda integrado en el amor gratuito de Dios, que es vida y nuevo nacimiento, amor mutuo, por encima incluso de todas las deudas a las que puede aludir Mt 6, 12, conforme al lenguaje de la iglesia (Rom 3, 8-10), donde ya no hay deudas, sino que todo es gratuidad.
Jesús descubre al Dios Padre, que le llama Hijo, afirmando que ha puesto en él sus complacencias, concediéndole su Espíritu Santo, para transformar en palabra y amor la vida de los hombres. De un modo consecuente, agradeciendo al Bautista su enseñanza de juicio y de muerte y enfrentándose al poder diabólico, Jesús vuelve a Galilea, su tierra, para anunciar con-versión (meta-noia), pasando de la amenaza de pecado a la promesa de vida, como ofrecimiento de paz (Mc 1, 12-15).
Esta es la palabra clave del segundo mensaje misionero de Lucas. El primero (Lc 9, 1-6), dirigido los 12 “apóstoles”, para los judíos, está tomado de Mc 6, 6-13 y se centra en la curación de enfermos endemoniados y en el anuncio del Reino de Dios. El segundo (Lc 10, 1-12), reelaborado a partir del documento Q (cf. Mt 10, 7-16), está dirigido a los setenta discípulos de la misión universal de Jesús, tras la pascua, en una línea más paulina y contiene las palabras más significativas del evangelio, centradas en la “paz” :
2Y les decía: «La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies…
- 4No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie por el camino.
- 5Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”.
- 6Y si hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros.
- 7 Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan…9curad a los enfermos … y decidles: “El reino de Dios ha llegado a vosotros” (Lc 10, 2-9).
Esta es la palabra y misión central: Ofrecer la paz con vuestra propia vida, más que con teoría. Si no reciben la paz, si no la aceptan, no la perdáis vosotros. Quedad en paz y salid, buscando nuevos lugares donde ofrecer la paz de de Jesús, que es paz de la humanidad entera vida.
NOTAS
[1] Cf. Hermanos de Jesús y servidores de los más pequeños (Mt 25,31-46), Sígueme, Salamanca 1984.
[2] A través de la toma de poder religioso, económico o militar no llega el Reino de Dios, sino un tipo de imperio que termina imponiéndose al fin sobre todos, para hacerles sus esclavos. El Reino implica pan (abundancia de bienes), pero no un pan que se produce y ofrece a todos por presión social, vinculada al “poder”, sino un pan de gratuidad, que los hombres y mujeres pueden compartir, desde los más pobres, todo aquello que son y tienen, abriendo un camino que culmina en la Cena de Jesús, Mc 14, 25