Psicología de Jesús. y 4. Visión de Dios, teología (A. Vázquez)

3.3. LAS IMÁGENES DE DIOS EN JESÚS Y EN SU MENSAJE DE EVANGELIO
Precisamente en el Instituto de Psicología de la Religión de la Universidad de Lovaina se ha estudiado, con mucho rigor científico, la importancia de las imágenes de Dios relacionadas con la imagen-recuerdo y la imagen-símbolo de los padres, llegando a la conclusión de que las imágenes de Dios se van diferenciando y autonomizando –esto es, superando el egocentrismo y narcisismo- de acuerdo con el proceso de madurez de los sujetos que no presentan dependencias parentales de carácter infantil.
En este sentido, la forma de hablar y de actuar de Jesús indican en él una actitud religiosa personal madura e implican, a la vez, unas imágenes de Dios, de tal manera contrapuestas a los deseos infantiles respecto a los padres, que se invierte plenamente la relación, pero sin perder nada de su primera ternura filial, expresada por la palabra cariñosa y familiar de Abba: no es, para Jesús, un papá del que se espera infantilmente un cumplimiento de deseos, sino que se sitúa ante El, para cumplir su voluntad, la misión que se le ha confiado, aunque ésta incluya entregar su vida.
Poner su libertad y acción en total disposición a la voluntad del Padre y cumplir su obra encomendada viene a ser, según Juan tan vitalmente importante como el alimento (Jn 4, 34). Y antes Marcos, narrándonos el angustioso momento anterior a su prendimiento, nos comunica cómo Jesús, después de exponer a Dios –según la acostumbrada exclamación. ¡Abba, Padre! que el narrador significativamente incluye- su petición ante el horror de la muerte que le esperaba, añade: pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú. Posiblemente, el episodio del Jesús adolescente que se queda en Jerusalén sin previo aviso a sus padres, que nos narra Lucas (Lc 2, 41-45), alude a este momento del proceso psicológico de Jesús, que según el mismo narrador acaba de decir, como toda criatura humana, el niño crecía y se iba fortaleciendo, llenándose de sabiduría (Lc 2, 40).
A cualquier psicológo de la religión –sea creyente o no- que se acerque sin prejuicios, a los textos que hablan de Jesús, con los mejores instrumentos de análisis y hermenéutica, aún teniendo en cuenta, la “desmitificación” llevada a cabo por la crítica histórica, no puede menos de quedar impresionado por la pureza y madurez religiosa que expresan palabras y acciones de Jesús, sin “mezcla” alguna de magia, ni de elementos narcisistas y egocéntricos. Su preocupación central y última es comunicar a los hombres la inminencia del Reino de Dios, ofrecido a todos los que estén dispuestos a creerle y se dispongan a las exigencias para participar en él, sin exclusión, en principio de nadie, pues todos son hijos de Dios y amados de él, con preferencia para los pobres, enfermos y marginados. Sólo se requiera que los hombres se abran voluntariamente, por la fe en Jesús, a su mensaje, descubriendo al Padre no en vanos esfuerzos especulativos, sino en una oración que sea relación dialógica con él, según enseñó a sus discípulos a pedirlo el propio Jesús: Padre…venga tu Reino (Mt 6, 9-10; Lc 11, 2).
“Indudablemente, paraél, el Reino de Dios consiste en la presencia personal de Dios invisible. Lo que es más desconcertante es que, según sus palabras, por él ha llegado ya el tiempo de la venida de Dios… Las acciones prodigiosas que Jesús realiza –curar, liberar de demonios- simbolizan y actualizan el Reino de Dios que él proclama y que actualiza por su mensaje, para los que creen…Todo viene a ser como una parábola de lo que es el Reino de Dios en la intimidad de la persona…y de lo que será después de la historia del mundo”. En fin, “Jesús no habla más que de Dios y del mundo para el cual Dios es luz, gozo, vida” (Vergote, 1999, 175).
Pero ¿qué piensa Jesús del Reino, cuáles son sus imágenes mentales, presentes psicológicamente de ese Reino que él proclama, con tanta fuerza como si creyera que había nacido, especialmente, para cumplir esta misión? Comenzaríamos contestando con Luis A. Gallo, cuyo discurso es pscopedagógico:
“A través del actuar de Jesús, en la confrontación sea con los individuos, sea con la sociedad, se puede inducir lo que piensa del reino de Dios; y que para él no es una realidad que se refiera sólo a Dios… sino también y muy estrechamente a los hombres y mujeres concretas con los cuales entra en relación, y sobre todo los que son más pobres, marginados, oprimidos, excluídos y utilizados por otros. Se podría decir: es el Reino “de Dios a favor de los hombres”. Por tanto, traduciendo a nuestro lenguaje actual sus imágenes y representaciones subyacentes en la mente de Jesús, ese Reino consistiría: “en una convivencia entre las personas y grupos que no provoquen injusticias y marginaciones; que no reduzca las personas a objetos, que no sea, en definitiva, fuente de infelicidad y de muerte, sino que, por el contrario, ofrezca la posibilidad de compartir fraternalmente con los demás, de ser verdaderamente respetados en la propida dignidad, de ser sujetos de la propia decisión” (Gallo, L.A., 1991, 45-46).
Para el psicológo, esta nueva imagen de Dios que trae Jesús sólo se comprendería por una experiencia religiosa muy profunda y un proceso de elaboración personal, por el que asume y “apropia” (Allport) dicha imagen divina; pero ignorando, por falta de datos, cómo pudo esto psicológicamente llevarse a cabo, en él.
Nada impide, sin embargo, que escuchemos el iluminador discurso fenomenológico-crítico y reflexivo del cristólogo, una vez más:”Jesús es un creyente que vive desde, con y para el Padre/Madre Dios. Esta experiencia fuindante define su manera de entender a los demás y de actuar como profeta. Siendo un israelita, fiel a la memoria de su pueblo, Jesús vive en diálogo de fidelidad amorosa con un Dios a quien conoce por su propia experiencia… Por eso, cuando ofrece su palabra y anuncia su mensaje, Jesús habla desde la verdad radical de lo divino (…) Ese Dios Padre/Madre que acoge y vivifica a los humanos es el Dios de la conciencia de Jesús, el que le permite realizarse como Hijo. Y desde esa conciencia… que le llama a la vida en amor, dándole fuerza para amar a los demás, se entienden sus notas: gracia, acción creadora, experiencia de encuentro” (Pikaza, X., 1997, 67-68).
Y de nuevo nos encontramos con la imagen paradójica del Dios de Jesús, como no podía ser menos: es un Padre que está en el cielo, esto es, en la verticalidad transcendente al mundo, al situacional escenario de la horizontalidad donde se llevan a cabo los proyectos humanos libres y autónomos; pero, a la vez, presente y amorosamente atento a los menores detalles de nuestra vida, para que podamos buscar el Reino sin preocupaciones que lo impidan (cf. Mt 6, 25s; Lc 12, 22s), respetando siempre, eso sí, nuestra libertad de decisión responsable, como aparece en la parábola de los talentos.
3.4. ¿HASTA QUE PUNTO JESÚS FUE CONSCIENTE DE SU MISIÓN MESIÁNICA?
Retomamos el tema de la conciencia que tuvo Jesús de sí mismo y de su misión, tema moderno y objeto todavía de la crítica actual, superando viejos planteamientos más filosófico-teológicos de carácter metafísico. Nos interesa en cuanto directamente relacionado con la dimensión psicológica más positiva, que nos ocupa, limitándonos naturalmente a su personalidad humana, siguiendo la metodología y principios epistemológicos antes expuestos.
Comenzamos haciendo nuestra la advertencia de Vergote: hemos de evitar, por un lado toda reducción racionalística de la figura de Jesús, pero también todo teologismo proyectivo posterior que dificulta ver al hombre-Jesús. “Viene efectivamente de Dios, pero es completamente humano, una persona que desciende de sus ancestros humanos. Es un hijo de Israel y viene a anunciar la actualidad de la salvación anunciada a Israel que esperan los más creyentes de este pueblo. Inserto así en la historia de su pueblo, Jesús participa con ellos de sus convicciones culturales, en cuanto no contradigan el Reino de Dios tal que, por la misión divina recibida, él debe anunciar. Como las gentes de su cultura, él cree que los demonios pueden infestar y poseer a los hombres, causando enfermedades del cuerpo y del espíritu. Cree probablemente que el fin de los tiempos está próximo. Y no duda de la historicidad de la leyenda construida en torno al ancestro llamado Abraham. Al principio de su misión, él no se espera probablemente la muerte que sufrirá” (Vergote, A., 1999, 178).
Pikaza ha reflexionado mucho sobre los diversos tipos de conciencia de Jesús y ha sabido, a la vez, ofrecernos una síntesis de las distintas posturas respecto a su autoconciencia, que implican sugerencias psicológicas abundantes para una relectura psicológica de los textos bíblicos. Después de leer críticamente a Hegel y a Schleiermacher, nos ofrece, en una primera aproximación de tipo general, “las tres formas de conciencia de Jesús: se ha encontrado consigo mismo, como individuo personal, desde Dios (teoconciencia) y desde/para los humanos (antropoconciencia). Sólo partiendo de esos dos momentos, puede hablarse de la conciencia que Jesús tenía de sí mismo (autoconciencia) (Pikaza, X., 1997, 62-63).
¿Qué pensaba Jesús de los demás y conocía incluso sus pensamientos? Que conocía bien el corazón humano lo muestran sus hechos y sus dichos. Los evangelistas afirman además que Jesús conocía también los pensamientos de quienes le rodeaban ¿se trataba de un conocimiento normal por indicios, o es que poseía percepciones extrasensoriales, en ciertas circunstancias, como algunos sujetos escepcionales? Y, en cuanto a la autoconciencia, esto es, a la conciencia que Jesús tenía de sí mismo, de su propia identidad y de su misión, los textos evangélicos hablan profusamente de temas estrechamente relacionados con esto; pues no sólo personajes como Juan Bautista y Herodes, Pilatos, Autoridades religiosas, fariseos y personas del pueblo se preguntan o le preguntan quién es él; pero incluso Jesús hace una pequeña encuesta entre sus seguidores: ¿Quién dice la gente que soy yo? Y vosotros ¿quién decís que soy? Todo lo cual parece indicar que esta problemática estaba viva en el entorno de Jesús, durante los años de su vida pública.
Hoy, en psicología se hablaría de su autoimagen, autoconcepto, autoestima y sentimiento de identidad, como también de su capacidad para elaborar un proyecto existencial y realizarlo responsablemente desde su libertad y autonomía personal, con y para los demás, de forma creativa y compartida. Lo que parece un hecho, aunque no sepamos psicológicamente explicarlo, es que Jesús se conocía desde el Padre, siempre presente en su vida, y para los hombres, a los que debía exponer su mensaje. En todo lo demás, no parece poseer especiales conocimientos.
4. A MODO DE CONCLUSIÓN
El perfil psicológico de la personalidad de Jesús, tal como emerge de la lectura del Evangelio, con las precauciones metodológicas apuntadas, aparece extremadamente rico y original, y con una total coherencia entre sus acciones y sus palabras, su doctrina y su conducta.
Su evidente teocentrismo no solamente no le aparta de su interés por los humanos, sino que le empuja a predicar el Reino de Dios a todos los que quieren escucharle, pero ofreciéndoselo con preferencia a los pobres, enfermos y marginados, devolviéndoles la dignidad humana y abriendo un espacio de amor y de esperanza. De aquí la raíz más profunda, también a nivel psicológico, de su universalismo sin fronteras raciales ni etnológicas, a pesar de haber nacido, vivido y actuado en un pequeño pueblo y una reducida porción geográfica, e incluso dentro de ella, no haber sido un personaje oficialmente importante, sino más bien considerado marginal.
Para el psicólogo que se acerca reflexivamente a la figura de Jesús hoy, la primera reacción de asombro consiste en constatar el enorme potencial de vida, de que era portador y que dio y sigue dando que pensar, pero sobre todo que amar y actuar en su nombre, creyendo en él, como el auténtico Gran Testigo de Dios, su Padre, que sigue teniendo derecho a ser escuchado y creído.
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