“Siempre a vuestro lado”, de A. Tamayo Ayestarán (Pedro Zabala)

Palabras de Pedro Zabala
... He sido durante muchos años profesor de Filosofía del Derecho y de Derecho Natural en el centro asociado de la UNED en La Rioja, creo en los Derechos Humanos como la conquista ética más importante de la historia. Y estos Derechos no nacieron de frías elucubraciones intelectuales. Fueron los lamentos desgarrados de las víctimas los que conmovieron los corazones y alumbraron las mentes. En las hogueras de las persecuciones religiosas, se alzó el clamor por la libertad religiosa, avanzadilla de los demás derechos fundamentales. Sustentados en la dignidad de la persona, intangible e im-perdible, se articulan todos los demás que tienen como básicos los derechos a la vida y la libertad. Lo malo es cuando se pierde de vista este horizonte y en aras de un individualismo exacerbado se orientan todos estos valores en torno a la libertad de consumo.
Además de enseñar, defiendo los DD HH. No milito en ningún partido político pero enjuicio sus actuaciones, del poder o de la oposición, desde esta perspectiva. Mi independencia partidista no me encierra en el pasotismo. En las asociaciones cívicas de las que formo parte intento mantener coherentemente esta actitud. Recuerdo que hace años, cuando era secretario general de AMIGOS DE LA RIOJA, organizamos una mesa redonda sobre el tema, objeto de este libro. Intervinieron Cristina Cuesta, hija de un riojano asesinado por ETA y Juan Mari Atutxa, a la sazón, Consejero del Interior del Gobierno Vasco y que acababa de recibir amenazas directas de ETA. La voz cálida y vibrante de Cristina nos trasmitió el dolor y el empuje de unas víctimas que con su dignidad generosa no ser rinden a la bestialidad. Recuerdo también otra ocasión en la que, como un ciudadano más y en compañía de mi hija, asistí a la mayor manifestación que en mi ya no corta vida, he presenciado en Logroño. La que suscitó el secuestro y su desenlace en otro asesinato: el de Miguel Ángel Blanco. ¿De quiénes es la responsabilidad de que la unidad expresada entonces entre todas las fuerzas políticas y sociales democráticas y las gentes de bien no se mantuviera intacta frente al terrorismo?.
Evoco también otra circunstancia más cercana en el tiempo que me valió el conocimiento directo de otras víctimas de una barbarie más lejana, la que ocurrió en nuestra guerra civil. Formé parte activa de la plataforma de recogida de firmas para solicitar al Parlamento Riojano el reconocimiento de que en nuestra Tierra, alejada del frente bélico, se cometieron impune y despiadadamente cientos de asesinatos, cuyos cuerpos no en entregaron a sus familiares, sino que se escondieron en fosas anónimas. Logramos vencer la resistencia inicial de los partidos y conseguimos un consenso de reconocimiento de aquellas víctimas. Pude conocer de cerca viudas, hijos y nietos que, al fin, van pudiendo enterrar dignamente a sus muertos, mostrar sus lágrimas y su duelo sin tener que ocultarlos por miedo. Y no ví ni afán de revancha ni odio; sólo un deseo unánime de paz y de que aquella tragedia fratricida no se vuelva jamás a repetir.
De otras muertes y otros atropellos, cometidos por el terrorismo etarra, trata este libro. Del dolor y vergüenza por la insensibilidad ante crímenes cometidos en una sociedad que se había comprometido a no apelar más a la violencia. Del mandato sagrado del NO MATARÁS, trasgredido repetidamente, a sangre fría y deliberadamente, ante el aplauso de unos, las pretendidas justificaciones o explicaciones de otros y la ambigüedad de la mayoría. ¡Cómo se nota que no se mira el rostro de las víctimas, que no se atiende su dolor!. ¿Cómo es posible ese silencio y que, en cambio, se homenajee y se rinda tributo de admiración a los victimarios, a los asesinos, a los verdugos?.
¿Cuál es la ideología que sirve de coartada a estas violaciones de Derechos Humanos?. ¿Qué doctrina puede producir esta ceguera moral, este encanallamiento ético?. Es el nacionalismo llevado su radicalidad más extrema. Como dice A. Sen en “ Identidad y Violencia. La ilusión del destino”: “…la concepción que denuncio, la que reduce la idea de pertenencia a una sóla cosa, instala a los hombres en una actitud parcial, sectaria, intolerante, dominadora, a veces suicida, y los transforma, a menudo, en gentes que matan o en partidarios de los que lo hacen. Su visión del mundo está por ello sesgada, distorsionada. Los que pertenecen a la misma comunidad son los “nuestros”; queremos ser solidarios con su destino, pero también podemos ser tiránicos con ellos: si los consideramos timoratos los denunciamos, los aterrorizamos, los castigamos por traidores y renegados. En cuanto a los “otros”, a los que están al otro lado de la línea, jamás intentamos ponernos en su lugar, nos cuidamos mucho de preguntarnos por la posibilidad de que, en tal o cual cuestión, no estén completamente equivocados; procuramos que no nos ablanden sus lamentos, sus sufrimientos, las injusticias de que han sido víctimas. Sólo cuenta el punto de vista de los nuestros que suele ser el de los más aguerridos de la comunidad, los más demagogos, los más airados”.
A la inversa, como dice Maalouf en Identidades asesinas :” desde el momento en que concebimos nuestra identidad como integrada por múltiples pertenencias, ligadas unas a una historia étnica y otras no, unas ligadas a una tradición religiosa y otras no, desde el momento en que vemos en nosotros mismos, en nuestros orígenes y en nuestra trayectoria, diversos elementos confluyentes, diversas aportaciones, diversos mestizajes, diversas influencia sutiles y contradictorias, se establece una relación distinta con los demás y con los de nuestra propia tribu. Ya no se trata simplemente de nosotros y ellos, como dos ejércitos en orden de batalla que se prepararan para el siguiente enfrentamiento, para la siguiente revancha. Ahora en “nuestro lado” hay personas con las que en definitiva tengo muy pocas cosas en común y en el lado de “ellos” hay otras de las que puedo sentirme muy cerca”. Con palabras más sintéticas, lo expresa Alfredo Tamayo, “contra nacionalismo, apertura a lo universal”. “El nacionalismo ha devenido en ser una religión de sustitución”. Y como toda religión que degenera la fuente nutricia de la espiritualidad, se convierte en fundamentalismo que exige víctimas para sacrificar ante su ídolo. Pensemos en otra religión degradada, la mayoritaria en nuestros días, el capitalismo depredador con su consumismo compulsivo que condena a millones de personas de todo el planeta al hambre, la sed, la enfermedad, el éxodo y la muerte.
Frente a todo egoísmo perverso, tenemos que volver la mirada al rostro de las víctimas. Ellas con su dolor, nos están exigiendo Memoria, Justicia y Reparación. El olvido de su sufrimiento representa otra violencia que tienen que soportar. La sangre derramada de los inocentes demanda justicia. Las llamadas leyes de punto final, hipócritas fórmulas que dicen facilitar la reconciliación, son radicalmente injustas y alejan la deseada paz. Y además, reparación ¿Cómo reparar el daño causado?. Cuando se trata de asesinatos, es imposible devolver la vida y la paz a familias rotas para siempre. Pero en la medida acertada, la sociedad entera debe acercarse a ellas con respeto, compasión y solidaridad. Es tan intolerable el desprecio como la manipulación de su dolor.
De todo esto trata el libro que hoy comentamos y cuya lectura recomiendo. Conocíamos a Alfredo Tamayo Ayestarán, su autor, como pensador y maestro. Hace unos meses, la asociación logroñesa Ágora, Debates desde la Fe, le invitó a participar en sus Jornadas de Primavera y allí nos dio una lección magistral sobre CRISTIANOS SIN IGLESIA. En este libro, se nos revela otra faceta de su personalidad, la de Profeta. Denuncia el mal, a sus autores, a sus cómplices y a quienes cobardemente callamos. Y lo que tiene que ser más doloroso para él, como creyente y sacerdote jesuíta, la insensibilidad que, durante mucho tiempo, mostró gran parte de la Iglesia vasca ante este drama inhumano. ¿Cómo nos recuerda esta triste realidad aquella parábola de Jesús sobre el herido tendido en el camino al que dejan de lado el sacerdote y el levita y tuvo que ser una samaritano, extranjero y hereje, quien le atendiera!.
Invito a leer este libro con el corazón abierto. Es un aldabonazo a nuestra conciencia dormida, una exigencia de respuesta ética. Como dice Maite Pagazaurtundúa en el prólogo, recogiendo una cita de Maria Zambrano, “existir es resistir”. A eso, estamos llamados, a resistir al mal, a dejar que la com-pasión hacia las víctimas y la indignación ante la barbarie, marque nuestra existencia. SIEMPRE A VUESTRO LADO, con las víctimas, con TODAS las víctimas, pues todas son nuestras.