Sólo el hijo conoce al Padre. Religión, experiencia y camino de libertad

El hijo y aquel a quien el hijo se lo quiera revelar

Dios en el cristianismo - Wikipedia, la enciclopedia libre

 Comenté ayer el evangelio del domingo (5.5.20: Mt 11, 25‒20), destacando la revelación “filial” del evangelio, y pidiendo a los cristianos que se atrevan a ser lo que son, hijos de Dios, viviendo en libertad amorosa, autonomía y esperanza.

Jesús insistió en la libertad filial en un contexto de durísima polémica. No fue un sueño suave para niños y adolescentes emocionados, sino un trueno de palabra desgarrada contra ciudades galileas orgullosas, prontas a la guerra, contra orgullosos legalistas y sacerdotes de templo, que organizaban religiones para tener a los hombres sometidos.

  Jesús se opuso con esa palabra filial a  las religiones establecidas, que imponían unas  super‒estructuras de dominio sobre el conjunto de los hombres, a quienes no consideran hijos libres de Dios, sino “ciudadanos” siervos de su falsa ley sagrada. En contra de una religión entendida como sometimiento y doma, sumisión y “protectorado”, elevó Jesús su “proclama de paternidad y filiación, de fraternidad autonomía personal, empezando desde los más pobres y pequeños.

Jesús vino a presentarse de esa forma como hijo de Dios, y dijo a los pobres que también ellos lo eran:  a  los excluidos y enfermos, oprimidos, prostitutas, pobres…  les dijo que no se sometieran al Dios de los poderosos, pues ellos eran hijos de Dios. Éste fue su mensaje para niños que lloran, para mayores que buscan. Así les dijo:

Hijos huérfanos de padres vivos — Steemit

(a) Sois hijos de Dios, no os sometáis a los señores religiosos y sociales de este mundo, que se aprovechan de vosotros, que os utilizan y, además, dicen que os protegen

(b) Sois hijo, pero no para seguir sometidos de un modo infantil, sino para crecer, para asumir vuestra libertad,  haciéndoos así “mayores”, en autonomía personal, en responsabilidad, sin que nadie pueda imponeros desde fuera su dictado, sin jerarcas superiores, sin padres de tipo impositivo, político, social o religioso.  Esa ha sido y sigue siendo la función de Jesús: Enseñarnos a ser hijos, no siempre menores, sometidos, sino mayores, en conocimiento, en autonomía…

La formulación de San Pablo. Gal 3, 28 y 4, 1‒5.

 Muchos cristianos aceptan las palabras de ese programa de Jesús, pero la mayoría parece que no creen en ellas, sino que prefieren interpretarlas en una línea de nuevo sometimiento, poniendo de hecho a los a los hombres (y en especial a las mujeres)  bajo el poder de “tutores y administradores” que les dominan y dirigen religiosamente. Son muchos los cristianos que no creen en la libertad de Jesús, sino que prefieren “reinterpretar” su programa desde un modelo de sometimiento.

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De esa manera, los mediadores religiosos (incluso los que hablan y dicen realizar su obra en nombre de Jesús) tienden a convertirse en dueños del resto de los creyentes, poniéndoles bajo su dominio, bajo un tipo de “protectorado” sacral. Así lo ha puesto de relieve San Pablo en Gal 3, 28; 4, 1‒5 y en otros muchos textos centrales de su teología cuyo argumento puede centrarse así:

  1. Dios ha suscitado organizadores religiosos para animar a los demás en el camino… pero ellos se han convertido dirigentes que mantienen sometidos al resto de los fieles.
  2. De esa forma, las religiones (en especial el judaísmo, y después un tipo de cristianismo) se han convertido en sistemas de “expertos” (administradores y tutores religiosos que mantienen bajo su dominio al resto de los fieles).
  3. En esa línea, una parte significativa del Cristianismo se ha convertido en sistema de poder sacral, dirigido por expertos religioso que dominan desde arriba al resto de los fieles. Desde ese fondo evocaré los dos textos principales de la carta a los Gálatas, como ampliación y comentario del proyecto y camino de Jesús.
  1. GAL 3, 27‒28. PRINCIPIO: YA NO HAY HOMBRE Y MUJER, SEÑOR Y SIERVO

Los que habéis sido bautizados en Cristo de Cristo habéis sido revestidos. 28 Ya no hay judío ni griego, libre ni esclavo, ni mujer y hombre, pues todos vosotros sois Uno en Cristo Jesús. 29 Si vosotros sois de Cristo formáis parte de la descendencia de Abraham y herederos de la promesa.

     Éste es  un texto de liturgia que presenta el bautismo como “nuevo nacimiento”, identificación con el Cristo de Israel, vinculado a la herencia de Abraham. Ésta es una fórmula bautismal de la iglesia helenista, aceptada por Pablo e incluido en este momento de su argumentación. Posiblemente se trata de fórmula de acogida y de ratificación de la comunidad que recibe, tras el rito, a los bautizados, declarando su nueva pertenencia comunitaria: 

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‒ Los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo os habéis revestido (3, 27). Estas palabras se dirigen en un primer sentido a los que han sido bautizados en una comunidad, aunque aquí, en este contexto de la carta, se aplican a todos los cristianos de Galacia.        

Habeis sido bautizados en Cristo (no en nombre de la Trinidad como en Mt 28, 16‒20). El bautismo se entiende como inmersión en Cristo, entendido como persona individual y como expresión de todos los creyentes (de la nueva comunidad mesiánica, madura ya, formada por personas libres, que viven “en la fe”. Cristo constituye, según eso, la nueva identidad de los cristianos, que dejan de ser “niños menores” en manos de la ley como pedagogo y aparecen así como mayores de Edad.

Habéis sido revestidos de Cristo. Los bautizados han salido desnudos del agua, y han sido revestidos con una nueva vestidura, que se supone que es blanca, y que es símbolo de Cristo, han descubierto y recibido lo que son: Hijos del Padre. La vestidura constituye su nueva identidad, que es la del mismo Cristo de Israel, que es el Hijo prometido de Abraham (hijo de Dios), compendio de la nueva humanidad que nace con el bautismo, en fe (cf. 3, 26). La vestidura es signo de la nueva identidad de los creyentes, que parece que debe ser la misma para todos.

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Conforme a todo lo anterior, este bautismo ha de entenderse desde la perspectiva de la muerte mesiánica de Jesús, en la que se injertan (introducen) los creyentes, de forma que ellos mueren y renacen con/en Jesús (cf. Rom 6, 3‒11). Pero dentro del contexto de la carta, Pablo no habla de morir y renacer con Cristo, sino que pone de reliévela experiencia de la la comunión de todos, superando no sólo la diferencia de judíos y gentiles (de la que ha tratado la parte anterior de la carta) sino la los hombres y mujeres, ricos y pobres. Eso supone que el texto ha tenido antes un contexto y sentido más externo, más allá de la diferencia/unidad entre judíos y gentiles de la que ha venido hablando Gálatas. 

‒ La unidad de todos en Cristo (3, 28). A partir del bautismo (en Cristo), desaparecen en Cristo las diferencias anteriores, que pertenecen al plano de la ley sacerdotal y social que venía dominando sobre ellos, tanto en su forma judía como pagana (de Galacia). En el bautismo, con la muerte en Cristo y su nuevo nacimiento se superan esas diferencias, de manera que en perspectiva cristiana, no se puede hablar ya de diferencia (oposición) entre estos seis tipos de personas:

‒ Ya no hay judío ni griego. Este ha sido el argumento básico de la carta de Pablo a los Gálatas, el mejor desarrollado de su contenido. Significativamente, el texto no habla de judío y gálata, sino de judío y griego (dando a griego, hellên, el sentido universal de pagano, no judío). A lo largo del camino, el judaísmo ha tenido un sentido, por la importancia que el judaísmo ha tenido como pedagogía de ley para el mensaje y vida del evangelio. Pero ahora, una vez bautizados, revestidos de Cristo, desde la perspectiva de la fe (del cumplimiento de las promesas) no se puede hablar ya de diferencia entre unos y otros. Las diferencias pertenecen al mundo anterior, al pasado. En Cristo ellas han sido superadas, en un nivel de convivencia, de celebración de la palabra y de la cena del Señor. 

Consecuencia. Eso significa que no hay Dios de Judíos y Dios de Griegos, sino Dios de todos los seres humanos. Eso significa que no hay teología judía y teología pagana, sino iglesia y Dios de la humanidad, entendida en forma fraterna, como cultura universal de fraternidad.

Ya no hay libre ni esclavo… Esta diferencia social pertenece al plano de la ley (y en ese plano continúa siendo importante, mientras esa ley se imponga); legalmente, ante la sociedad civil, los hombres/mujeres se siguen distinguiendo, lo mismo que los libres y esclavos en este plano. En esa línea, el cristianismo no forma un movimiento social de liberación de esclavos, pues para ello tendría que haberse establecido en un nivel del ley económico‒social (con sus implicaciones políticas e incluso militares). Pues bien, en un plano mesiánico, como como grupo de hombres y mujeres fundadas en Jesús, los cristianos tienen que superar (superan de hecho) la diferencia establecida entre esclavos y libres.

      El escándalo de la diferencia entre esclavos y libres no está en el hecho de que la iglesia no la haya superado por ley, pues ello iría en contra al evangelio (que no se sitúa en un plano legal); el escándalo está en el hecho de que la Iglesia no se haya constituido de un modo consecuente y libre como experiencia y camino de comunicación y comunión social, en igualdad plena desde los más pobres. La iglesia ha proclamado en el bautismo la unidad e igualdad social plena entre esclavos y libres, pero después ha asumido, dentro de su misma estructura, una ley social de jerarquización y dominio religioso de unos sobre otros.

Consecuencia. El texto habla de “esclavos y libros”, y en sentido extenso, la iglesia ha procurado que no existan dentro de ella, jurídicamente, unas relaciones de dominio esclavista de unos sobre otros; pero ella ha creado un tipo especial, muy refinado, muy jurídico de “señorío” religioso, de jerarquía sagrada. Esta jerarquización eclesiástica, iniciada en el siglo IV d.C. y profundizada a partir del siglo XI d.C., va en contra de esta fórmula bautismal de Pablo.

 -  No hay hombre y mujer. Ciertamente en un plano de ley somático‒social la diferencia hombre‒mujer es muy significativa Pero en un plano eclesial (desde una perspectiva mesiánica), desde el bautismo, ella carece de sentido: Hombre y mujer son iguales en Cristo. La circuncisión, como rito de ley, no puede crear unidad, pues distingue de forma poderosa a hombres y mujeres. Por el contrario, el bautismo les vincula. No hay una circuncisión común, celebrada al mismo tiempo y de la misma forma para hombres y mujeres (por la diferencia somática y social, de género y religión que se ha ido estableciendo sobre el mundo). Pues bien, ante el bautismo en Cristo (desde Cristo) no existe ya varón y mujer, como si pudieran sumarse. Este pasaje, pone de relieve la existencia de un único bautismo (cf. Ef 4, 5‒7), lo que ratifica la existencia de una misma iglesia para varones y mujeres.

              La iglesia posterior se ha sentido incómoda ante esta unidad en Cristo de varones y mujeres, y ha vuelto en general a la diferencia de “ley” entre unos y otras, manteniéndose en una perspectiva anterior (somática y de género), sin la libertad y la unidad, que vincula en Cristo a varones y mujeres. En esa línea ha creado unos ministerios propios de varones, de manera que termina siendo difícil que ya no hay varón ni mujer. 

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Como vengo diciendo, este pasaje pertenece a una liturgia bautismal antigua de cristianos que celebraban su nuevo nacimiento como misterio de reconciliación en Cristo. Los bautizados han muerto en el agua al mundo viejo con sus divisiones; salen de la pila bautismal desnudos y así «reconstruyen» su vida en el Cristo (de Cristo se revisten), de forma que en ellos se anticipa el misterio de la unidad escatológica, y no existe ya dominio de unos sobre otros, ni diferencia cristiana entre varones y mujeres. 

Al proclamar esas palabras básicas de reconciliación familiar (hombre y mujer), social (esclavo y libre) y religiosa (judío y gentil), Pablo ratifica la experiencia básica de Jesús: Todos los seres humanos, varones y mujeres, somos iguales en Cristo De esa manera él confirma la recreación mesiánica igualitaria de la humanidad. Pero muchos cristianos posteriores han tendido a olvidarla, estableciendo de nuevo un tipo de jerarquía entre los creyentes.

Por defender el privilegio del judaísmo (de su ley sacral y su separación social), Pablo había perseguido a los cristianos "helenistas", que vinculaban a judíos y gentiles (hombres y mujeres, libres y esclavos). Pues bien, su“conversión” se identifica con el descubrimiento de la unidad y comunión (de la igualdad básica y del amor) entre todos los seres humanos y los pueblos, empezando por judíos y gentiles, hombres y mujeres.

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No fue Pablo el que inventó la doctrina del texto citado (no hay varón ni mujer…), sino que ella formaba parte de una experiencia y liturgia prepaulina de tipo bautismal, propia de los cristianos que celebraban su nuevo nacimiento como misterio de reconciliación (de unidad y de familia plena) en el Cristo. Los bautizados “morían” en el agua al mundo viejo con sus divisiones, saliendo recreados (todos iguales, varones y mujeres, desnudos de nuevo... desde la matriz del agua-muerte de Cristo) y así "reconstruían" su vida en el Cristo (de Cristo se revestían), anticipando y celebrando así el misterio de la unidad escatológica, allí donde no existe batalla ni enfrentamiento entre griegos y judíos, varones y mujeres, libres y esclavos. 

  1. GAL 4, 1‒5. HIJOS MAYORES, LIBERADOS POR CRISTO

(Gal 4) 1Esto os digo: mientras el heredero es menor de edad no se distingue en nada de un esclavo, aunque en realidad le pertenezca todo. 2 Todo el tiempo que el padre disponga tendrá que hallarse sometido a los tutores y administradores. 3 Lo mismo sucede con nosotros. Cuando éramos menores de edad estábamos sometidos a las fuerzas y elementos de este mundo. 4 Pero, cuando llego la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, 5 a fin de rescatar a los que están bajo le la ley, a fin de que recibamos la filiación. 6 Ahora que sois hijos, ha enviado Dios a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo gritando: “Abba, Padre”. 7 Según eso ya no eres más siervo sino hijo. Y si eres hijo también heredero por voluntad de Dios.

 ‒ Como si fuéramos menores de edad… un ejemplo jurídico (4, 1‒2).

           Pablo retoma un ejemplo que había evocado en Gal de 3, 15: Los hombres son herederos de un gran tesoro (que es la libertad, la filiación…). Pero mientras son menores de edad y el padre así lo disponga han de hallarse sometidos a tutores y administradores… Esta imagen tiene para nosotros (occidentales del siglo XXI) una inmensa extrañeza: Nos resulta difícil evocar la imagen de un padre que tiene preparado un inmenso tesoro para sus hijos, pero manteniéndoles de hecho bajo el poder de pedagogos y administradores, que le cuidan pero le mantienen sometido a la ley.

Falta aquí la figura del padre cercano que ama al hijo y dirige su vida con cariño. Falta, sobre todo, la figura de la madre, que es la educadora en amor junto al padre… Es como si Pablo no hubiera tenido en su vida la figura de un padre amoroso, la de una madre cercana… Esta imagen del padre que se va (que no está) y que deja al hijo (de familia rica) en manos de administradores y tutores que le educan, según ley, sin amor, puede quizá compararse con la de unos reyezuelos de la familia de Herodes, que ha apilado una gran fortuna para su hijo, pero le han dejado a lo largo de toda su infancia en manos de pedagogos de ley.

Ésta ha sido quizá la experiencia de Pablo que se había sentido sometido en su infancia y juventud, bajo el poder de unos administradores de ley. Pues bien, tras descubrir a Cristo, Pablo rechazó una religión que mantiene a los hombres sometidos bajo poderes extraños, bajo tutores y administradores, que organizan la religión como una especie de “protectorado” que ellos dirigen, en nombre de Dios, para tener a los hombres sometidos.

‒ Estábamos sometidos a los poderes del mundo (4, 3). De manera muy significativa, Pablo utiliza aquí la primera persona del plural, nosotros (êmeis), vinculándose con los gálatas, como si la ley judía pudiera y debiera identificarse en el fondo con el paganismo de los gálatas. Tanto él (Pablo), como ellos (gálatas), eran “menores de edad”, y estaban sometidos a poderes angélicos (cósmicos) vinculados a la ley (cf. 3, 19), que ahora aparecen   como “stoijeia tou kosmou”, los poderes religiosos del mundo.

De esa forma vincula Pablo la religión judía y la de los paganos gálatas, viendo que en el fondo ella no es más que un sometimiento bajo falsos poderes divinos,  bajo el mandato falso de unos administradores religiosos. Ciertamente, los poderes religiosos del paganismo y de Israel han sido distintas, pero tienen un mismo sustrato, como expresión de unos poderes sagrados que mantienen a los hombres dominado bajo su autoridad (como sucede en nuestro tiempo, año 2020, cuando una jerarquía religiosa mantiene a los hombres sometidos, como si no fueran hijos, bajo su administración social y religiosa.

     La especulación judía de ese tiempo ha puesto de relieve la relación entre los poderes angélicos y los astros, un tema que aparece claro desde la apocalíptica, tanto en la tradición canónica (Daniel), como en la apócrifa (1 Henoc) y en la sapiencial (libro de la sabiduría).  Conforme a esa visión, los hombres religiosos son unos seres sometidos; la religión se identifica con la sumisión sagrada a un tipo de autoridades superiores, de tipo angélico, astral o humano. Pues bien, en contra de todo eso, Pablo dijo que la religión es experiencia y camino de libertad: Los creyente son hijos de Dios, seres libres.  

LA PALABRA DE DIOS...........

‒ Pero, cuando llego la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley(4, 4). La plenitud de los tiempos marca, tanto para los judíos, como para los paganos (los gálatas) el paso de la infancia (sometimiento, servidumbre) a la mayoría de edad de los hijos, que está marcada por el hecho de que Dios “envió a su propio hijo”, cumpliendo así la promesa de Abraham (3, 6‒9. 15‒19). Pablo vincula así sus dos grandes experiencias teológicas, aunque sin haberlas identificado (entrelazado del todo):

  1. Dios ha enviado a su Hijo Jesús para que hombres y mujeres descubran y puedan desplegar su libertad… Según Pablo, la religión de Jesús consiste en decir a los hombres “sois hijos de Dios, sois libres”.
  2. Dios ha enviado a su Hijo para rescatar a los que están dominados por la ley, a fin de que recibamos la filiación (4, 5). A lo largo de siglos, los hombres se habían dividido en señores y siervos, creando así un mundo dominado por la violencia, bajo una ley de imposición, falsamente sacralizada por poderes religiosos falsos. Pues bien, Dios ha tenido que “enviar” a su propio Hijo, para vivir y expandir la filiación divina, para así decir a todos (hombres y mujeres, judíos y gentiles… ) que son libres, que vivan en libertad, desde los más necesitados, que no tengan miedo, que no se dejen someter por nadie, que sean libres.
  3. Por eso hemos recibido el Espíritu que grita: Abba Padre (4, 6). Ésta es la experiencia fundamental: somos hijos de Dios, somos libres… Nadie puede dominarnos (esclavizarnos). La religión había sido, según eso, el cultivo de la dependencia del hombre respecto a lo sagrado, bajo poderes de tipo cósmico o social. Pues bien, en ese contexto, en contra de ese espíritu de dependencia, Pablo insiste (con Jesús, como Jesús) en la libertad. El hombre no es súbdito de Dios, sino Hijo. No está hecho para obedecer pasivamente a Dios, sino para creer en él, acoger su palabra y responderle en libertad. Esa esta es la experiencia de su religión, vinculada a la experiencia de Jesús, a quien por un lado descubre como Hijo de Dios, heredero de las promesas de la vida, y por otro, al mismo tiempo, como Mesías crucificado, aquel que vive y despliega la filiación de Dios, siendo crucificado por ello.

PROFUNDIZACIÓN: JESÚS, HIJO DE DIOS, CAMINO DE LIBERTAD

Conforme a todo lo anterior, Jesús ha podido trazar eso que, en la postal anterior, he llamado el camino del padre, que ahora retomo de manera descendente y ascendente. Éste es un camino que viene de Dios, desciende del gran Padre, fundando en su don nuestra vida. Pero es, al mismo tiempo, es un camino que sube hacia Dios, que nos permite buscarle y hallarle, a partir de la vida y personas del mundo.

El Dios de Jesús es el Dios de los sencillos

(a) Dirección descendente. El Dios de Jesús es Abba, Padre, porque alimenta, sostiene y ofrece un futuro de vida a los niños y, con ellos, a todos los hombres. Éste es un Padre materno, que alienta la vida de los hombres que corrían el riesgo de hallarse perdidos en el mundo. → Filón, el más sabio judío, contemporáneo de Jesús, interpretaba a Dios como Padre cósmico, creador y ordenador de cielo y tierra, dentro de un esquema ontológico que distinguía nítidamente las funciones del padre y de la madre. En contra de eso, Jesús le presenta como padre-materno, amigo de los pobres y excluidos de la sociedad, de los niños y necesitados. (

b) Dirección ascendente... El modelo para hablar de ese Dios Padre no son los granes padres varones de este mundo, sacerdotes y rabinos, presbíteros y sanedritas, en general muy patriarcalistas, sino aquellos varones y mujeres que, como Jesús, han abierto un espacio de vida para los demás y especialmente los niños. Interpretado así, el mensaje de Jesús sobre el Padre resulta revolucionario. No es mensaje de intimidad, que avala el orden establecido. No es anuncio de verdad interior, certeza contemplativa que los hombres y mujeres de este mundo pueden descubrir y cultivar de forma aislada. Siendo Padre de todos los humanos, Dios viene a mostrarse como iniciador de reino.

(c) El Padre Dios es gracia creadora. Él es ante todo «El que Hace Ser», es el que siempre de manera creadora, gratuita, gozosa, abierta a la comunión de todos los hombres. No controla, no vigila, no calcula: simplemente ama, haciéndonos libres. Es Creador de libertad, por eso le llamamos Padre. Esto lo sabían los antiguos israelitas, pero algunos habían mezclado y confundido esta experiencia, concibiendo muchas veces a este Padre Dios como alejado, justiciero, impositivo o vengador de injurias. Jesús le ha descubierto de nuevo y presentado, de manera muy sencilla y profunda, como amor creador: como Madre que da su propia vida, haciendo que surjan sus hijos, como Padre que luego les alienta y sostiene (les acoge y perdona) porque les ama.

De forma consecuente, Jesús llama a Dios «Padre». Podría haberle llamado Padre/Madre, pues le concibe como Voluntad de Amor. Es amor universal y creativo, que no mueve simplemente las estrellas (como Aristóteles decía), sino que atrae y potencia, mantiene y eleva a los pobres y pequeños de la tierra, fundando en ellos la existencia y plenitud de todo lo que existe; por eso le llama Padre.

El Dios pagano, y a veces el mismo Señor del judaísmo, corría el riesgo de identificarse con el orden cósmico, apareciendo de forma im­personal o fatalista. Por el contrario, Jesús presenta al Padre Dios ­como realidad íntima y cercana: es Señor que funda nuestra vida, Amigo que llega hasta nosotros por­que quiere iluminar nuestra existencia; viene porque lo deseo, se acerca gozosamente y en gozo nos asiste, para que podamos nacer, crecer y morir en su compañía. Actúa de esa forma porque quiere, porque nos quiere. Por todo eso, le llamamos Fuente de amor.

(d) El Padre acompaña impulsándoles a vivir, en amor de Alianza. No se limita a hacernos, sino que «hace que hagamos»: que podamos asumir la propia tarea de la vida y así nos realicemos, de manera personal. Eso significa que es fuente de Ley, como sabe todo el judaísmo: pero de Ley que se hace gracia y se hace vida en nuestra misma vida, dentro de nosotros, como Libertad de amor, para que nosotros nos hagamos, existiendo así en su mismo seno materno. Por eso, la Buena Noticia del Padre se expande y expresa como Buena noticia fraternidad creadora para los hombres. No estamos condenados a existir y morir bajo una norma externa, para fracasar al fin, envueltos en pecados. No somos impotentes, simples niños en manos de un padre envidioso, siempre impositivo (que nos impide crecer), sino amigos y colaboradores de ese Padre, en alianza de amor, en compromiso de vida compartida.

Dios se define, por tanto, como principio de realización e impulso vital para aquellos que le acogen. No es señor que está cerrado en sí, cuidando su grandeza. No es un tirano que actúa y sanciona a capricho a quienes le están sometidos, ni un tipo de ley que se impone de modo in­flexible en la vida del pueblo. En la raíz de su mensaje, Jesús ha presentado al Padre/Madre Dios de amor, como fuente y creador de vida para todos los humanos, a partir de ­los pobres y perdidos de la tierra. Por eso, la palabra hay Dios, existe y viene el Padre (¡viene Dios!), debe traducirse de esta forma:¡podéis vivir y realizaros como humanos-hijos, en libertad filial y esperanza!

(e) El Padre es principio de futuro (promesa). No estamos condenados a mirar hacia el pasado, a retornar hacia el origen, para allí perdernos de nuevo en la inconsciencia, como si no hubiéramos sido. Al contrario, lo que Dios hace en nosotros y lo que nosotros hacemos con él permanece y culmina en la vida, de forma que Dios vendrá a mostrarse en verdad como Padre al engendrarnos al fin, para la vida eterna. Por eso decimos que es promesa de futuro. De esa forma, el Padre del principio viene a presentarse como Padre final, fuente y fuerza de futuro. Jesús le ha presentado como ­Aquel que viene hacia nosotros, ofreciendo su reino a los humanos, haciendo que ellos puedan venir y realizarse plenamente. Eso sig­nifica que nuestra vida no está hecha, no se encuentra todavía terminada. El valor primordial de nuestra existencia, aquella la plenitud que buscamos, nos viene del futuro: de la acción plena del Padre y sólo puede desvelarse en la medida en que sigamos abiertos a su gracia. Eso significa que el Dios ha llegado a engendrarnos plenamente todavía. Lo hará cuando se exprese plenamente como Padre/Madre, realizando en nosotros aquello que ha empezado a realizar en Cristo, su Hijo.

Gran diccionario de la Biblia

(tema básico en Gran Diccionario de la Biblia).

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