Sor Juana Inés: Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón

En torno a la fiesta de San Juan Bautista he desarrollado el tema de los hombres que pervierten a las mujeres y viceversa. Se trata de un tema antiguo, que aparece en la historia y la filosofía, en la religión y en la literatura desde la antigüedad. Generalmente, los hombres (gestores del pensamiento oficial) han acusado a las mujeres de todos los males, como sabe el viejo mito de Pandora (o el de Eva, la pecadora).

Son pocos los casos en que la mujer ha tomado activamente la palabra y ha podido acusar a los hombres de sus males. Pues bien, entre ellos está, en la literatura hispana, el de Sor Juana Inés de la Cruz, pensadora y poetisa mexicana, de la que quiero ofrecer hoy una semblanza y un texto.

La semblanza está tomada de mi Diccionario de Pensadores Cristianos (VD, Estella 2001), donde quise que ella apareciera en la portada (fila 2, dcha), como representante privilegiado de un pensamiento barroco de mujer, en el crisol de culturas que era en su tiempo (y ahora) México.


El poema (uno de los más famosos de la literatura castellana) “arguye de inconsecuentes a los hombres que en las mujeres acusan lo que causan”.

Buen día a todos, recordando en especial a mi antiguo amigo Cristóbal Acevedo, profesor del Claustro de Sor Juana Inés en México DF.

Que en vez de combatirnos, echándonos la culpa (como el hombre del principio, que empezó acusando a su mujer, en Gen 2-3: "la mujer que tú me has dado me ha engañado..."), nos sepamos acompañar,potenciar y elevar unos a otros.


JUANA INÉS DE LA CRUZ (1651-1695). (Pikaza, Diccionario Pensadores Critianos)


Poetisa católica mexicana. Hija ilegítima de una criolla y de un militar vasco de Vergara, que le enseñó algunos cantos y tradiciones en su idioma vasco. También aprendió el náhuatl con los vecinos, además del castellano y del latín, que dominó muy pronto. Fue una mujer superdotada, una poetisa precoz, una experta en todos los saberes de su época. Vivió algún tiempo entre los familiares de los virreyes, pero después, quizá para mantener su independencia y desarrollar sus dotes culturales entró en el convento de las Madres Jerónimas, donde se dedicó a estudiar escribir e incluso a desarrollar problemas de ciencia y teología.

Murió aún joven, víctima de una epidemia de peste. Entre sus escritos destacan los poemas galantes, los villancicos, los autos sacramentales. Pero en el fondo de su producción literaria late un ansia cultural, que se expresa en la búsqueda de lo divino, a través de la imaginación y de los sueños. Ella fue, además, una fina teóloga, como muestra la “Carta Atenágorica” (es decir, digna del apologista → Atenágoras) con la que ellas responde a los problemas planteados por un sermón de un famoso Padre Antonio (el año 1690).

Nos hallamos ante el caso inédito de una mujer (religiosa) que refuta con gran elegancia el sermón de un notable predicador/teólogo, con argumentos tomados de la Biblia y de la tradición. No hay, que sepamos, en aquel tiempo, ningún otro documento público de estas características. Aquí nos limitamos a citar unos párrafos de esa carta, que deberá ser leída por entero, para entender los argumentos de una mujer, que aparece como mejor teóloga que los teólogos más eruditos de su tiempo en México y en todo el mundo de lengua castellana:

«Para responder a esta réplica es menester acordarnos que Dios dio al hombre libre albedrío con que puede querer y no querer obrar bien o mal, sin que para esto pueda padecer violencia, porque es homenaje que Dios le hizo y carta de libertad auténtica que le otorgó. Pues ahora, de la raíz de esta libertad nace que no basta que Dios quiera ser del hombre, si el hombre no quiere que Dios sea suyo. Y como el ser Dios del hombre es el sumo bien del hombre y esto no puede ser sin que el hombre quiera, por eso quiere Dios, solicita y manda al hombre que le ame, porque el amar a Dios es el bien del hombre. Dice el Real Profeta David que Dios es Dios y Señor porque no necesita de nuestros bienes: Dixi Domino: Deus meus es tu, quoniam bonorum meorum non eges. Aquí se conoce claro que Dios no necesita de nuestros bienes.

Después, hablando en persona del mismo Señor dice, haciendo ostentación de su poder: "Yo no he menester vuestros sacrificios, ni vuestros holocaustos. Yo no recibo vuestros becerros ni vuestros hircos. Mías son todas las aves que vuelan y las fieras que pacen; mía toda la abundancia que produce en sus frutos la tierra; mía, en fin, toda la máquina del orbe. ¿Por ventura pensáis que me sustentan las carnes de los toros o que bebo la sangre vertida de los cabritos?". Pues, Señor Altísimo --le pudiéramos responder--, si de nada necesitáis porque todo es vuestro; si desdeñáis todas las víctimas y no aceptáis los sacrificios; si sois todopoderoso e infinitamente rico, ¿qué podremos hacer en vuestro servicio, vuestras pobres criaturas? Ved que es desconsuelo nuestro el no poderos ofrecer nada, porque lo tenéis todo, cuando nos tenéis tan obligados con vuestros infinitos beneficios. Sí podéis --parece que nos responde al verso 14 del mismo salmo--: Immola Deo sacrificium laudis; et redde Altissimo vota tua. Et invoca me in die tribulationis; eruam te, et honorificabis me. Como si dijera: Hombre, ¿quieres corresponder a lo mucho que te he dado? Pues pídeme más, y eso recibo yo por paga. Llámame en tus trabajos para que te libre de ellos; que esa confianza tuya tengo yo por honra mía. ¡Oh primor del Divino Amor: decir que es honor suyo lo que es provecho nuestro! ¡Oh sabiduría de Dios! ¡Oh liberalidad de Dios! Y ¡oh finezas sólo de Dios y sólo dignas de Dios! Para esto quiere Dios nuestro amor: para nuestro bien, no para el suyo. Y esto fue el primor de su fineza: no el no querer nuestra correspondencia-- como quiere el autor (del sermón que Sor Juana está comentando)--, sino el quererla para bien nuestro».

Las obras de Sor Juana se siguen editando, tanto en México como en España. Como ejemplo: Antología poética (Madrid 2004); Carta Atenagórica (Barcelona 2005); Ensayos (Barcelona 2005); El divino Narciso (Pamplona 2005); Obras completas de sor Juana Inés de La Cruz (Madrid 1993).



REDONDILLAS

Hombres necios que acusáis
a la mujer, sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis;

si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco,
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Queréis, con presunción necia,
hallar a la que buscáis
para prentendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo
y siente que no esté claro?

Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.

Opinión, ninguna gana,
pues la que más se recata,
si no os admite, es ingrata,
y si os admite, es liviana.

Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.

¿Pues como ha de estar templada
la que vuestro amor pretende?,
¿si la que es ingrata ofende,
y la que es fácil enfada?

Mas, entre el enfado y la pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejaos en hora buena.

Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que cae de rogada,
o el que ruega de caído?

¿O cuál es de más culpar,
aunque cualquiera mal haga;
la que peca por la paga
o el que paga por pecar?

¿Pues, para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.
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