Pentecostés (2) El Espíritu de Cristo es libertad; la opresión es pecado contra el Espíritu santo

Inicié ayer al triduo de Pentecostés,con el tema de la Biblia (AT). Hoy, en la vigilia, trataré del Espíritu que libera, y del riesgo de pecar contra el Espíritu Santo, según el evangelio. Desde ese fondo evocaré el sentido del Espíritu como libertad (san Pablo) y como amo (evangelio de Juan). 

Muchos han pensado que el Espíritu Santo es un tipo de entidad sin consistencia. En contra de eso, el Espíritu Santo es el poder de liberación, que se convierte en principio de libertad y de amor concreto entre los hombres y mujeres de esta tierra.

A todos los que sigan leyendo,feliz día de Vigilia de Pentecostés, en el mundo entero, en las iglesias, en aquellos que necesitan,dean y promueven liberación, libertad y amor.

Vigilia de Pentecostés

JESÚS, ESPÍRITU QUE LIBERA, PECADO CONTRA EL ESPÍRITU SANTO.

 Jesús tuvo el “atrevimiento” de presentarse como portador y signo del Espíritu de Dios, al servicio de los marginados y excluidos de la sociedad sacral dominadora. Muchos decían que no había llegado el momento de la libertad y de la comunión entre todos los hombres  y pueblos. Jesús, en cambio,dijo que había llegado.

  Tuvo la sencillez y el valor de presentarse como portador del Espíritu, mensajero/mesías de un Dios creador, con poder para perdonar pecados y curar a los enfermos, anunciando la bienaventuranza de los pobres y acogiendo a muchos expulsados de la alianza oficial, por impuros o enfermos- Algunos le acusaron, diciendo que no tenía el Espíritu de Dios, sino que actuaba con la fuerza de Satán, como poseso peculiar del Diablo. Pero él se defendió diciendo: “Yo expulso a los demonios con el Espíritu de Dios, eso significa que el Reino de Dios está llegando a vosotros” (Mt 12, 28).

            Conforme a su visión, Satán es el que oprime y perturba a los hombres y mujeres, haciéndoles esclavos de sí mismos o de otros, de la conflictividad social y de la muerte. El Espíritu, en cambio, es poder de creación, de nuevo comienzo (creación, perdón) y de vida que ofrece a los hombres su Reino (en curación, acogida, salud, esperanza), superando así y negando el poder de los “demonios.

 Jesús supo que un tipo de Ley establecida al servicio de una visión sacral del pueblo oprime a los más débiles y rechaza a los impuros, pecadores y pobres. Así descubrió que Satán se esconde y actúa en el mismo sistema sagrado, que en vez de ayudar a los enfermos y posesos les esclaviza y expulsa. Lógicamente, su gesto de acogida y comunión, abierto a todos,uscito polémica y por eso es normal que el sistema responda declarándole poseso[2].

              Por eso el tuvo que apelar al Espíritu de Dios, sobre la ley sagrada del sistema de poder sagrado y social, a favor de los excluídos y los pobres, , como ratifica el evangelio de Lucas, con palabras del libro de Isaías: 

El Espíritu del Señor está sobre mí;   – por eso me ha ungido para ofrecer la buena nueva a los pobres,– me ha enviado para proclamar la libertad a los cautivos‒ para dar vista a los ciegos... y anunciar el año agradable al Señor (Lc 4, 18; cf. Is 61, 1-2; 58, 6).

                Muchos le critican t le acusa por defender a los impuros, a los enfermos y a los locos, diciendo que va en contra de la ley, del orden del sistema social, de la tranquilidad de los bueno... Pues bien, ante aquellos que le acusan así, Jerús responde con palabra dura:

 Mc 3, 28 En verdad os digo: todos los pecados y blasfemias que blasfemen se les perdonarán a los hijos de los hombres, 29 pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás; será reo de pecado eterno. 30 Porque decían: ¡tiene un espíritu impuro!

Cuál es el pecado imperdonable? Y has blasfemado contra el Espíritu Santo?  (parte 1/2) | Gracia Comunicación

   Éste es  el Espíritu Santo contra el Espíritu Santo.  No es un pecado “contra Jesús”, en el sentido “dogmático” del término (como sería negar que él es Hijo de Dios), ni contra la Iglesia, sino contra la “obra” de Jesús, representada por el Espíritu Santo, que se expresa y actúa en la liberación de los enfermos-posesos.

Pecado contra el Espíritu Santo. En sentido estricto, lo cometen aquellos que se oponen expresamente a la obra de Jesús (diciendo que ella proviene del Diablo), pero ese pecado puede adquirir y adquiere una aplicación más amplia y lo cometen aquellos que se empeñan en negar o impedir, por razones de tipo “dogmático”, es decir, en un plano religioso/ideológico o social, la liberación y vida de los “otros”, esto es, de los que pueden parecer menos dignos (impuros, desechables). En esa línea, los que niegan a los otros el derecho a la vida (impidiendo que Jesús les libere) se niegan y/o pierden a sí mismos. Éste es su pecado imperdonable, ésta su destrucción.

 Todos los pecados y blasfemias… se les perdonarán a los hijos de los hombres…. Esto significa que Dios perdonará a los hombres todos los pecados y blasfemias…”. Esta frase ratifica la revelación suprema del “perdón” pascual, que es propio del Dios del evangelio (del Dios que ha resucitado a Jesús).  

−Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón… Espíritu Santo es aquí, evidentemente, el poder divino de perdonar, de acoger, de curar, de liberar a los oprimidos.  . El Espíritu Santo se identifica así con la “causa” de los posesos, extranjeros, enfermos, leprosos, paralíticos, mancos e impuros de diverso tipo que Jesús ha ido curando. Blasfemar contra el Espíritu Santo es oponerse a la obra liberador de Jesús, a la acción del Espíritu santo, para seguir manteniendo oprimidos a los pobres, enfermos y posesos[3].

La Práctica Liberadora de Jesús – Centro Ecuménico Diego de Medellín

 Los escribas necesitan imponer su Ley (seguridad y santidad) para sentirse buenos y seguros (aunque ello suponga y exija la opresión de los endemoniados). No quieren la liberación de los posesos, no desean relacionarse con ellos. Para disfrutar su propia seguridad, ellos expulsan, demonizan a los otros. Pues bien, Jesús les responde que, al actuar de esa manera, se destruyen a sí mismos, cometiendo el pecado contra el Espíritu Santo, que consiste en oponerse al perdón universal de Dios, que se expresa de un modo privilegiado en la liberación y vida de los pobres.

Ése se un pecado imperdonable. Sólo en este contexto de perdón universal de Dios (que Jesús expresa y confirma al perdonar y acoger a posesos y enfermos, creando así una comunidad abierta) puede y debe hablarse de un “pecado imperdonable”, que consiste, precisamente,   en negar y rechazar la salvación de Dios para los pobres e impuros. Dicho en otras palabras, el “infierno” (no perdón) recae sobre aquellos que se niegan absolutamente a perdonar, sobre los que expulsan a los otros y de un modo especial a los pequeños.

Jesús identifica la obra de Dios (la presencia del Espíritu Santo) con la liberación de los oprimidos. Por eso en su Reino sólo caben aquellos que buscan la libertad universal, de manera que los que justifican el sistema de opresión rechazan a Jesús, pues no quieren aceptar su acción liberadora en favor de los excluidos y oprimidos, y así corren el riesgo de condenarse, destruyéndose a sí mismos (su pecado no tiene perdón, pues ellos no quieren perdón).  o 

            Por eso, los verdaderos “pecadores” no son los que niegan a Dios en general, sino los que se oponen a la acción creadora y liberadora de Dios en cuanto actúa a favor de los pobres del mundo. Aquí se muestra la victoria de Jesús contra Satán, el sentido “divino” de su obra. Para los de Qumrán, luchar contra Satán significaba formar parte de su grupo de pureza. Los sacerdotes de Jerusalén pensaban oponerse a Satán con sus sacrificios en el templo, garantizando así la santidad del pueblo. De manera semejante, los escribas querían oponerse a Satán cumpliendo y haciendo cumplir la Ley de la nación sagrada. A diferencia de eso, Jesús ha descubierto a Dios en los perdidos y expulsados de su pueblo, y sabe que luchar contra Satán no es separarse y expulsar a los "impuros" (como supone el rito de Kippur), sino ayudarles y acogerles, rescatándoles del poder diabólico, por obra del Espíritu[5].

Muchos han hablado del pecado contra el Espíritu Santo. Así, por ejemplo, a San Agustín habla de seis causas o tipos de pecado contra el Espíritu Santo: (1): el que desespera del perdón; (2) el que sin méritos espera la misericordia divina; (3) el que muere impenitente; (4) el que padece envidia de la gracia de otro; (5) el que menosprecia la verdad conocida; (6) y el que es obstinado en el mal.  

  Pues bien, en contra eso, según el evangelio, el Pecado contra el Espíritu Santo consiste en oponerse de un modo directo o indirecto a la liberación de enfermos, expulsados,leprosos... 

EL ESPÍRITU SANTO ES LA LIBERTAD. SAN PABLO

Espíritu de Libertad - Pieza de Bett Ilustraciones | DAFY.Magazine

         San Pablo afirmaba que la vida en el mundo tiende a convertirse en servidumbre (douleia): la Ley nos mantenía esclavizados, vivíamos divididos, varones y mujeres, judíos y griegos, esclavos y libres (Gal 3, 28). Para superar esa situación y liberar a los hombres, ha enviado Dios a su Hijo, dándole su Espíritu, para que los hombres puedan superar en él superar la esclavitud interior, la violencia mutua:  

    No habéis recibido un Espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor, sino que habéis recibido un Espíritu de filiación, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, y si hijos, también herederos; herederos de Dios, coherederos con Cristo... (Rom 8, 15-17)

        En plano externo, los cristianos siguen viviendo en un nivel de carne: sometidos al temor de la muerte. Pero, en su nivel más hondo, ellos han recibido por Cristo al mismo Dios‒Espíritu, para ser hijos, ciudadanos de dos mundo: (a) Inmersos en la vanidad del tiempos (cf. Rom 8, 20). (b) Habitando en el Dios‒Espíritu:

 ‒ Nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu... gemimos por dentro, aguardando ansiosamente la filiación, la redención de nuestro cuerpo...

‒ Pero... el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues no sabemos orar como debiéramos, y el Espíritu intercede por nosotros con gemidos indecibles (Rom 8, 23-27).

        Entre un mundo que nos esclaviza y la libertad-filiación de Dios habitamos los creyentes, animados por el Dios‒Espíritu, que Pablo ha interpretado como Presencia esperanzada de Jesús. El mismo Dios‒Espíritu que ha resucitado a Jesús, Hijo de Dios, se manifiesta como Espíritu filial, presencia del Padre en nuestra vida. 

  En esa línea podemos decir con 2 Cor 3, 17 que la letra de la Ley (una Biblia interpretado de modo carnal/legal), escrita en tablas de piedra, encierra al hombre en un nivel de muerte (dureza, oscuridad, mentira), mientras que el Dios‒Espíritu de Cristo, inscrito en los corazones, nos introduce en la Vida, rasgando el velo de Ley que Moisés había puesto ante su rostro: “Porque el Señor (=Jesús resucitado) es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor allí está la libertad” (cf. 2 Cor 3, 17).

Éste ha sido para Pablo el gran descubrimiento: Dios nos había hecho libres, pero hemos sido esclavizados bajo los elementos del mundo (sistema cósmico) y las leyes y normas que nacen del miedo de la muerte que es base y contenido de toda esclavitud (Gal 3; Hbr 2, 14-15; cf. bien-mal: Gen 2-3). Pero, muriendo por nosotros, Cristo nos ha liberado de esa muerte no sólo para el fin del tiempo, sino en el tiempo actual, de forma que en él superamos el miedo a la muerte y podemos vivir en libertad de amor, pues allí donde está el Espíritu del Señor está la libertad (cf. 2 Cor 3), y eso no sólo para el tiempo futuro, sino para el mismo tiempo actual[9].

 3.  EL EVANGELIO DEL ESPÍRITU SANTO (SAN JUAN) 

Si me amáis, guardaréis mis mandatos y yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, que esté con vosotros por siempre (Jn 14, 15-16). Estas cosas os he dicho estando con vosotros. Pero el Consolador, Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas lo que os he dicho (14, 25-26).

Cuando venga el Consolador, que Yo enviaré desde el Padre, el Espíritu de verdad que procede del Padre, Él dará testimonio de mí y vosotros daréis también testimonio, porque habéis estado conmigo desde el principio (15, 26-27). Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no (las) podéis soportar. Pero cuando venga Él, el Espíritu de verdad, os guiará a la Verdad completa (cf. 16, 7-13).

                       Estas palabras nos llevan al centro de la experiencia y teología del Discípulo amado, en la línea del Espíritu Santo como Paráclito (abogadode perseguidos y humillados, defensor en el juicio) y Consolador (amigo íntimo que nos ofrece su ánimo). Éste es el Espíritu de Dios, que aparecía en diversos lugares del AT (sobre todo en relación con los profetas y el Mesías,  y en algunos momentos principales de la historia de Jesús (resurrección, bautismo, concepción por el Espíritu…), el Espíritu de Dios que ahora define la vida y acción de los creyentes: 

‒ Es Espíritu del Padre, en su doble dimensión de origen (Jn 15, 26) y envío, pues el Padre lo ofrece o emite (Jn 14, 16. 26), como impulso de conocimiento y plenitud de vida, en línea de filiación (para que los hombres sean en Jesús hijos de Dios). Siglos más tarde, desde la controversia del Filioque (¡y del Hijo!), cristianos de tradición bizantina y romana han discutido extensamente sobre este motivo, precisando de formas algo distintas la relación del Paráclito con el Padre y con el Hijo.

‒ Es Espíritu del Hijo, pues el Hijo ruega, y el Padre lo envía en su nombre (cf. Jn 14, 15-26. 25-26). Más aún, el mismo Jesús glorificado, como Hijo de Dios, puede enviar y enviará el Espíritu a quienes se lo pidan, para realizar así la obra de Dios (Jn 14, 26-27; 15, 26-27). En esa línea podemos añadir que el Espíritu Santo es “el otro Paráclito”, es decir, el mismo Jesús hecho presente, de un modo nuevo (pascual, resucitado: cf. tema 17), como amor activo en aquellos que acogen (creen) y cumplen su mensaje, volviéndose así “cristos”, capaces de realizar las obras de Jesús y aún mayores, como he destacado ya.

 Entendido así, el Paráclito es la Autoridad de Amor que consuela y fortalece a los creyentes, para que sean en comunión, realizando las obras de Jesús y aún mayores, es decir, llevando a plenitud su tarea mesiánica. En esa línea, Jesús no marca un “fin”, no es un tope que nos impide seguir caminando, sino al contrario, en él empieza el auténtico camino de transformación humana, en unidad de amor (que todos sean uno) y en elevación de vida. El Espíritu es por tanto el mismo Dios, que se expresa en Jesús como amor del Padre y el Hijo, siendo así, al mismo tiempo, comunión de amor de los creyentes, “de manera que todos sean Uno, como nosotros somos Uno: tú, Padre, en mí y yo en ti; para que el mundo crea que tú me has enviado” (17, 21). Ser unos en otros, en el despliegue de Dios, éste es el misterio central de la resurrección[1].

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