El Verbo se hizo... Santa María de la Carne

Ella ha estado presente todos estos días, mujer israelita, una persona muy concreta, en un contexto cultural, social y familiar muy definido.

No es un puro símbolo, una idea general (eterno femenino), ni una diosa. Ella ha sido y sigue siendo una mujer histórica bien determinada, de Nazaret de Galilea, madre y seguidora de un pretendiente mesiánico judío.

Ella ha sido y es carne (es decir, persona humana), en el sentido que tiene la palabra "carne" en tres pasajes y contextos principales:

1. Con Jn 1, 14 debemos recordar que "el Verbo de Dios" se hizo carne; de esa forma, si la Iglesia de Dios no se encarna deja de ser iglesia, se vuelve ideología.

2. Con Ireneo de Lyon, en contra de los gnósticos antiguos y modernos recordamos "caro cardo salutis". El quicio o cardo (lo cardinal) de la fe es la carne: la vida concreta, el encuentro humano, la salvación de los pobres. Sin "encarnarse en la carne de la historia" el cristianismo se vuelve mentira.


3.La Iglesia actual ha de hacerse "carne", eso significa aggionarse, inculturizarse, introducirse en la vida de los hombres y mujeres, como "levadura" que fermenta la masa.


Así debemos recordarla, Santa María de la carne, por su tarea única e irrepetible, vinculada a Jesús, su hijo, y al cristianismo primitivo. Muchos añadimos, con la Iglesia cristiana, que ella es Madre de Dios.

Ayer, 1 de Enero, celebrábamos su fiesta, la llegada de la plenitud de los tiempos. Hoy la recordamos a ella, la mujer madre (dejando a su lado, con ella y para ella a José, de quien hemos venido hablando estos días).

1. María, mujer de la historia, mujer de la fe.

Ha habido otros hombres y mujeres importantes en la historia humana y religiosa (Moisés y Mahoma, Buda o Confucio, Sócrates o Mani), pero ninguno ha desarrollado una tarea mesiánica como la de Jesús, ni ha muerto como él, ha sido visto resucitado tras la muerte, ni ha sido declarado hijo de Dios por sus creyentes. Pues bien, a su lado, a lo largo de la historia de la Iglesia, los cristianos han elevado y recordado la figura de una mujer, llamada María por su función, de madre y por su tarea particular como persona y miembro de la humanidad. Ningunas de las otras madres o mujeres de los profetas y fundadores citados ha tenido su importancia. Los seguidores de Jesús no sólo han seguido recordando a su Madre, sino que han recreado su figura creyentes, de manera que podemos hablar de ella en línea de historia y de la fe.

− Una historia:María mujer concreta. No son muchas las cosas que de ella sabemos en un nivel de puros hecho, pero son muy importantes y significativas. 1) Era una mujer judía, de una familia creyente, significativa, de Nazaret de Galilea; se llamaba María y estaba desposada con José. 2) Fue madre de Jesús, con quien se relacionó de forma dramática; pero tuvo también una familia más extensa, compuesta por varones y mujeres que el Nuevo Testamento llama normalmente hermanos de Jesús y que parecen ser hijos de María. 3) Tras la muerte de Jesús, ella perteneció a la comunidad de seguidores de su hijo y ejerció un papel importante dentro de la iglesia, que la ha recordado.

− María en la fe, Varias mariologías: María, figura de fe. El Nuevo Testamento ha recordado a María porque ella forma parte del misterio de Jesús, su hijo, y ha expresado de diversas formas su sentido. No empieza habiendo, por tanto, una fe mariana única y normativa, sino diversas formas de mariología, que se diversifican según los lugares y estilos de las comunidades, expresándose en la teología de los diversos escritos del Nuevo Testamento. Este es un fenómeno poro valorado, pero define el pasado y futuro de las mariologías, que pueden vincularse y se vinculan desde los credos que afirman que Jesús fue "concebido por obra del Espíritu Santo y nació de la Virgen María".

2. Devoción mariana en la iglesia primitiva

La Gran Iglesia sitúa la figura de María al lado de la de Cristo, su Hijo, como signo de salvación para los creyentes, a través de un proceso de inculturación pos-bíblica, vinculada a tres elementos del entorno eclesial: piedad popular mediterránea, especulación espiritualista y orden administrativo de la Iglesia.

Pues bien, sobre ese fondo, y en contra de muchos de los presupuestos helenistas, se alza en gran medida el dogma mariano, que va vinculando a las diversas comunidades y puede interpretarse como garantía de encarnación y presencia de Dios en la historia, por medio de Jesús. Entendemos ese dogma en perspectiva de helenismo, en un sentido extenso, refiriéndonos a la iglesia de lengua griega (y también latina), que ha sido dominante en el imperio romano. Dejamos de lado las versiones más "orientales" del cristianismo (judeocristianismo y comunidades de lengua siríaca, árabe o persa), lo mismo que a los grupos coptos o etíopes. En este contexto evocamos los tres elementos citados:

1. Piedad popular: Santa María. El imperio romano había alcanzado su cumbre política, unificando, de algún modo, la ecumene. Externamente podía mostrarse invencible, como apareció en la guerra contra los judíos (67-70 d. C.) y en la superación de las crisis posteriores. Sin embargo, las señales de crisis y ruptura podían observarse por doquier, tanto en el juicio durísimo del Apocalipsis (el Imperio-Bestia sería muy pronto destruido), como en los gestos de huída interior de los gnósticos. Muchos buscaban seguridades interiores y sociales, vinculadas a la Diosa o a los cultos orientales de salvación (vinculados sobre todo a Mitra). Es evidente que ese contexto no es suficiente para explicar el despliegue del signo de María, Madre de Jesús, pero ayuda a interpretarlo. En tiempo de crisis resulta importante una madre.

2. Especulación helenista: una Madre espiritual. Los últimos siglos del imperio romano acentúan las contradicciones entre la maldad y violencia de una carne, entendida como puro deseo pervertido, y el ideal de bondad pacificadora del espíritu. La vida se hallaba sometida a las torturas de esa carne: desigualdades sociales crecientes, empobrecimiento de las grandes masas, inseguridad ciudadana, amenaza externa (invasiones...), todo ello unido a una pérdida de valores familiares y a la desintegración social, con exaltación desencarnada de los placeres de la carne (sexo). En ese contexto, resultaba necesaria o más urgente, una figura que ofreciera seguridad y confianza desde abajo, sobre la base de la misma vida humana, oponiéndose a los grandes desvalores oficiales del Imperio que se desintegraba. Aquí se introduce el mensaje y proyecto mariano del evangelio, de manera que, al lado de Jesús, se va elevando la figura de María, como signo de humanidad cercana, de maternidad fiel, de acogimiento y ternura.

3. Plegaria eclesial: Ruega por nosotros. María es una mujer concreta que rompe el esquema helenista de una espiritualidad ideal, separada de la carne y de la historia. Por otra parte, aunque la veneración mariana esté muy vinculada a la piedad popular de los cristianos, ella ha sido poderosamente influida y modelada por la estructura social y dogmática de la misma iglesia, que ha superado la gran crisis de disidencia y exclusión apocalíptica y gnóstica, y las persecuciones (que se extienden a lo largo del siglo III d. C.), para presentarse como gran sociedad alternativa, como única institución estable del imperio (desde el siglo IV d. C.). De esa forma, la misma mujer perseguida y madre de perseguidos (cf. Ap 12), que había sido rechazada por la gnosis, puede convertirse en Mujer emblemática y figura sagrada de carácter oficial. Así la presenta, al menos implícitamente, el Concilio de Éfeso (431 d. C.), avalado por el imperio de oriente y el conjunto de la cristiandad, ratificando de esa forma el valor carnal y espiritual de María como Theotokos.

3. El dogma de la Iglesia: Theotokos, Madre de Dios

El helenismo carecía de un Dios trascendente y personal; tampoco reconocía el valor de la 'carne' histórica. Por eso le resultaba muy difícil aceptar la encarnación de Dios . En ese contexto, más que Dios hecho carne (realidad humana en la historia), Jesús tendía a mostrarse como un ser intermedio, un tipo de mediador ontológico, dentro del gran continuo divino o sagrado de la realidad (como las ideas de Platón o el Logos del neoplatonismo). Así pensaba Arrio, así pensaron con él muchos cristianos helenistas. Pues bien, en contra de eso, para defender la singularidad de Jesús, los obispos reunidos en Nicea (año 325) definieron que el mismo Jesús-carne es Hijo de Dios y tiene la naturaleza (ousia) de Dios Padre.

Asumiendo la doctrina de Nicea, pero destacando la separación de lo divino y de lo humano, como si fueran dos realidades paralelas o superpuestas, algunos obispos de Oriente, vinculados al nombre de Nestorio, tendieron a separar las naturalezas de Jesús, afirmando así que María podía ser madre del Cristo humano-carnal, pero no del Hijo divino de Dios. En contra de eso, el Concilio de Éfeso (año 431), afirmó que María no es sólo madre de un Jesús hombre o de un Cristo infra-divino sino del mismo Dios-Hijo humanado. Ella es, por tanto, Theotokos, engendradora o madre de Dios.

Porque (Jesús) no nació primeramente un hombre cualquiera, de la Santa Virgen, y luego descendió sobre Él el Verbo; sino que, unido desde el seno materno, se dice que se sometió al nacimiento carnal, como quien hace suyo el nacimiento de la propia carne... De esa manera ellos (los Padres del Concilio) no tuvieron inconveniente en llamar Madre de Dios (=Theotokos) a la Santa Virgen, no ciertamente porque la naturaleza del Verbo o su divinidad hubiera tenido origen de la Santa Virgen, sino que, porque nació de ella el santo cuerpo dotado de alma racional, a la cual el Verbo se unió sustancialmente, se dice que el Verbo nació según la carne (Denzinger-Hünermann 250-251).


Como se habrá notado, en el centro del texto está la carne, que define al humano, entendido como cuerpo animado o, si se quiere, como alma corporal, que se expresa y despliega a lo largo de una vida que está determinada por el deseo y sufrimiento, la pasión y gozo de la historia. Este nacimiento carnal del Verbo de Dios constituye el principio y centro del cristianismo. No hay carne en general (como una idea que puede universalizarse, en el espectro filosófico del platonismo), sino en concreto, en cada 'yo' humano, dentro del continuo de deseos y relaciones que establecen los humanos. No hay carne sin nacimiento concreto y sin historia. Es aquí donde la figura de la madre humana resulta esencial para entender el cristianismo, como presencia y experiencia carnal de Dios.

4. Expresión del dogma: Santa María de la Carne

Entendido así el dogma de la Theotokos (=María es Madre de Dios según la carne) no se cierra en un contexto de filosofía helenista o en algún otro dualismo, sino al contrario: introduce personalmente a Dios en la carne de la humanidad concreta, rompiendo de esa forma toda imposición ideológica o toda gnosis espiritualista, que suele ponerse al servicio de un sistema social. Aquí no hay idealismo ni separación dualista de carne y alma (o espíritu), sino identificación radical. La carne sin alma no es cuerpo vivo (humano), sino muerte; la carne-animada en el lugar de la vida donde el mismo Dios se expresa. Entendida de un modo virginal y materno, María nos sitúa en el mismo corazón de la carne, es decir, de la realidad humana sufriente y gozosa, que nace y se expresa siempre en concreto (no hay carne-idea), abriéndose de esa forma al don de la vida y al destino de la muerte, en comunicación personal y esperanza de resurrección. Por eso, la palabra de Éfeso ha sido y sigue siendo en línea mariológica, es decir, antropológica.

1. Helenismo y anti-helenismo. El dogma de María, madre de Dios, se inscribe en lógica helenista de la cristiandad, en camino que va de Nicea (año 325: Jesús tiene naturaleza divina: es homoousios del Padre) a Calcedonia (año 451: Jesús tiene naturaleza divina y humana). Pero, al mismo tiempo, rompe la lógica helenista y todos los posibles discursos racionales, pues afirma que Jesús es Dios trascendente, siendo un hombre carnal, concreto, en la historia, mientras que el helenismo y la razón no dan importancia a la carne. Este es el dogma, el principio fundante de la fe, entendida como paradoja que ilumina la historia humana, al afirmar que hay Dios y Dios se identifica con un hombre concreto, con su propia carne y sangre, es decir, con su humanidad doliente y gozosa, en camino de nacimiento y muerto .

2. Madre de Dios, nacimiento humano. Dios no es una idea descarnada, un ideal de santidad extra-mundana, una eternidad separada de la historia, sino la Realidad fundante, la Vida originaria que se encarna por María en la carne más concreta de la historia. Por eso, buscar a Dios no es salir de la historia, especular sobre la esencia supramundana de las cosas o dominar poderosamente el mundo (como querían los emperadores de aquel tiempo), sino descubrir su Presencia en la misma carne humana, reconociendo así el valor absoluto de la Carne que se expresa de un modo concreto por María. Vivir en esa carne, eso es ser presencia de Dios; realizarse en ella, eso es revelar a Dios. Engendrar a una persona en la carne, en donación personal y libertad creadora, poniéndola ante la tarea de ser en plenitud, superando las imposiciones ideológicas y los dictados sociales, eso es engendrar a Dios. No hacen falta descubrir o desplegar doctrinas supra-humanas o celestes, grandezas sacrales o teorías religiosas, pues lo divino es el hombre sin más, su carnalidad histórica, desde el nacimiento hasta la muerte.

5. María, engendramiento carnal y humano del Hijo de Dios

Esto es lo que expresa el Concilio de Éfeso cuando ha expresado el dogma cristiano en el signo de la Theotokos, es decir, en el engendramiento carnal del Logos (= Verbo) de Dios por María. Ciertamente, había Verbo, Dios como Palabra que se dice y actúa, viniendo a sí misma, en perfecta eternidad de vida. Pero Dios no se había "dicho" (no había dicho su Verbo, no había hablado del todo) en una carne; ahora lo hace por María, engendrando a su Hijo Jesucristo. Este dogma del engendramiento carnal de Jesús no cierra caminos, a no ser los de la ideología espiritualista o los del particularismo dogmático de aquellos que pretenden adueñarse del mesías. Este dogma no impone por la fuerza unos motivos teológicos, ni quiere excluir la variedad y riqueza de experiencias de la Biblia y de la humanidad, sino que se limita a situarlas en el contexto más hondo y concreto, más novedoso y antiguo de la carne: allí donde lo divino se identifica con el despliegue concreto de la carne humana, expresada y concretada en el engendramiento mesiánico de Jesús.

La historia del conjunto de la humanidad y, de un modo más concreto, la del occidente helenistas ha estado marcada por un tipo de universalidad ideal e ideológica, que se funda en el valor sacral de unas ideas de tipo religioso y se expresa en el poder de unas instituciones (imperios, iglesias) que intentan ser portadoras de esa universalidad. Con ello se ha corrido el riesgo de olvidar el dogma fundante del evangelio, que se expresa en el nacimiento carnal de Dios, a través de María. Este dogma afirma y resalta algo que estaba en la raíz del evangelio y constituye el presupuesto de todas las cristologías y mariologías anteriores y posteriores: el Verbo de Dios se ha hecho carne en Jesús; María es madre carnal de Dios en su función concreta (histórica, personal, frágil y arriesgada) de engendrar y acompañar (educar) al Cristo Jesús .
Volver arriba