¿Nos vamos a la cárcel? Chivos expiatorios, liberadores de encarcelados

Comienzo hoy 22 de septiembre un triduo sobre cárceles y libertad, para culminarlo el día 24, que es en España y en otros países de tradición católica el día de los encarcelados. He tratado del tema en varias ocasiones, en especial con las “novenas” de la Merced que he desarrollado los dos años anteriores (2006 y 2007) en estas mismas fechas.

Allí podrán encontrar los que quieran algunos materiales y reflexiones en torno a este inmenso problema de los encarcelados. Algunos compañeros de RD ya lo han tratado, publicando un mensaje de Mons. Amigo, que también yo había pensado publicar. Hay además largas y buenas exposiciones sobre el tema en los blogs de mercedarios (cf. www.mercedarios.net/) y trinitarios (www.trinitarios.net/). Este año me contento con un triduo. Hoy presento la cárcel como chivo expiatorio y problema fuerte de nuestra sociedad. Mañana sitúo en tema de la cárcel centro de las historias de las opresiones de los últimos tiempos. Y pasado (día 24) evoco el signo de la libertad, reflejado para muchos católicos en la Virgen de la Merced.

Dos temas

He dicho que hoy quería tratar de la cárcel como uno de los chivos expiatorios de nuestra sociedad. Pero, al lado de eso, he querido presentar la figura ejemplar de un “bandido” USA que ha terminado siendo un sigo fuerte del compromiso moderno a favor de los encarcelados. No quiero resolver ningún problema, sino sólo presentar un tema clave de nuestra sociedad

1. La cárcel, chivo expiatorio de la sociedad

La cárcel cumple en nuestra sociedad, una función de chivo expiatorio: es como un altar de sacrificios donde expulsamos y encerramos (matamos simbólicamente) a los culpables, para sentirnos seguros, satisfechos. Ciertamente, no queremos decir que nuestra paz es sólo una expresión y resultado de una violencia irracional que se sacia y aplaca descargando su furor sobre algunos a quienes consideramos causantes del mal del conjunto. Pero en el fondo la paz de nuestras sociedades es siempre una paz violenta: se alcanza y mantiene expulsando a los "culpables". En general, nuestra sociedad no mata, pero separa, encierra y vigila, de manera que la cárcel cumple la función de chivo emisario: los miembros de la "buena sociedad" nos unimos para encerrar legalmente a los culpables.

De esa forma, la misma existencia de la cárcel nos ofrece una justificación interior (nos permite creer que somos justos) y una seguridad exterior (arrojamos de la circulación social a quienes podrían perturbarla y perturbarnos). Posiblemente avanzamos hacia un Estado mundial en el que ya no habrá guerras exteriores. Pero necesitaremos cada vez más policías y cárceles para detener y vigilar a disidentes y/o distintos.
En esta línea podemos hablar de un camino histórico que ha ido llevando de los sacrificios humanos de la antigüedad a la cárcel de las sociedades modernas. Probablemente, en el principio del principio (en lo que Gen 1-3 llama el paraíso original), antes de toda la historia que nosotros conocemos, pudo haber un tiempo en que los hombres y mujeres se amaban todos con un amor gratuito, sin oprimirse unos a otros, buscando cada uno el bien de todos los demás, como la madre que busca el bien de los hijos. Pero nuestra cultura concreta y las culturas que nosotros conocemos apelan a un tipo de sacrificio y violencia para mantenerse.

Sacrificio humano. Algunos dicen que al principio de la historia que conocemos el orden social se mantenía a través de sacrificios humanos, como los que existían en México a la llegada de los españoles: así se supone que la víctima (el expulsado social al que se ajusticia), de manera que hay que matarle para mantener el orden social. En esas sociedades se pensaba que Dios mismo exigía sacrificio: era un Dios que necesitaba víctimas. Sólo así podía mantenerse el orden social sobre el mundo.
Culto a la muerte. Las tumbas de los asesinados. De modo sorprendente, un pasaje del evangelio (Mt 23, 35) afirma que los hombres han edificado sus monumentos de victoria sobre la sangre del justo Abel y de todos los asesinatos posteriores. Los hemos seguimos edificando monumentos sobre aquellos a los que sacrificamos, para mantener el orden social, pensando así que nosotros somos justos.

Las cárceles como lugares donde se expresa la muerte. En la actualidad, nuestra cultura de violencia sólo se puede mantener metiendo en un tipo de «sepulcro viviente» (cárcel) a los presuntos culpables, enterrándoles antes de morir, en grandes cárceles colectivas, como prueba viviente del poder sagrado de la ley. De esa forma, los centros penitenciarios siguen realizando una función sagrada: son un monumento a la eficacia de la ley y al riesgo de los asesinos y culpables, controlados por la buena sociedad, para que ella pueda sentirse así tranquila. La gran pirámide de nuestra brillante justicia social se alza sobre el sepulcro perpetuo de aquellos a quienes enterramos vivos, para así vivir nosotros. Pero esta justicia no es cristiana.

Esta visión del asesinato o sacrificio originario (chivo emisario) es una hipótesis que utilizan los antropólogos, pero ella resulta muy significativa y nos permite comprender mejor las diferentes formas de lucha interhumana y de opresión que desembocan y culminan en la cárcel. La sociedad primitiva no encarcelaba a los presuntos culpables, sino que los sacrificaba de un modo ritual. A los «culpables» se les mataba. Sólo así, sobre la sangre de las víctimas, podía elevarse y parecía limpia la vida del resto. La democracia, que es el poder del pueblo triunfador (demos), se elevaba de esa forma sobre la muerte de los pretendidos culpables. Ella identificaba el orden de Dios (poder primero) y el orden del pueblo (fundado en el poder segundo de aquellos que lo fundan o garantizan destruyendo a los culpables). Sólo la muerte de las víctimas hace posible que se construya un orden "racional" de vida sobre el mundo.
Nosotros somos una sociedad mezclada. Por un lado, seguimos manteniendo el orden a través de la violencia. Pero, al mismo tiempo, hemos podido superar de alguna forma ese modelo social y religioso: hemos reflexionado sobre las raíces de nuestra violencia y hemos descubierto que tendríamos que superarla.

Sabemos que las cárceles actuales son injusta e inútiles, pro no sabemos como sustituirlas, para que existe paz social en las naciones. Por eso, vivimos en perplejidad. Formamos parte de una generación especialmente llamada a descubrir y resolver el problema de las cárceles. El mensaje y vida del evangelio nos ayudará, sin duda, a encontrar un camino. (Cf. X. Pikaza, Dios preso. Teología y pastoral penitenciaria, Secretariado Trinitario, Salamanca 2005, 29-31).


2. Charles Colson, un hombre al servicio de los encarcelados


Charles Colson había dedicado gran parte de su vida a la política, utilizando para su triunfo todos los métodos posibles de opresión y de mentira. Como ayudante de Richard Nixon, Colson fue un hombre implacable en su modo de tratar a los enemigos políticos de Nixon, de manera que se le llamaba el “hombre del machete” de la Casa Blanca. Colson se hallaba tan identificado con las directrices del poder establecido que los medios de comunicación de USA, en los años 1970 llegaron a decir que él era incapaz de tener un pensamiento humanitario” (Prison Fellowship Ministries, About Charles W. Colson, texto que puede encontrrarse on line en http://www.pfm.org, acceso del 8 de octubre 2004)

Colson confesó que no tenía fe en Dios, ni en los valores humanos, sino sólo en sus ambiciones imperialistas. Sin embargo, durante el desenlace del proceso de Watergate, un amigo le invitó a leer un libro de C. S. Lewis, titulado Mere Christianity [trad. castellana: Mero Cristianismo, Rialp, Madrid 2001] y el Evangelio de Juan. Por influjo de esas lecturas, el 12 de agoto del 1973, Colson experimento una transformación que él mismo narra así:

Ciertamente, yo no he conocido a Dios. ¿Cómo podía conocerle? Yo me había ocupado sólo de mí mismo. Yo había hecho esto y aquello. Yo había conseguido, yo había tenido éxito y no había dado a Dios ningún tipo de crédito, ni había pensado en ninguno de los dones que él me había concedido. Yo no había pensado nunca en alguien que fuera “inmensamente superior” a mí. Y si, en algún momento pasajero había pensado en el poder infinito de Dios, yo no lo había relacionado nunca con mi vida (Born Again, Chosen Books, Old Tappan NJ 1976, 114).

Aquella noche, de vuelta a casa en su coche, comenzó a sollozar de forma incontenible. Sintió que todo lo anterior había sido una mentira y pensó que debía dedicar su vida al servicio de aquellos que a quienes había conocido en la cárcel. De esa forma, después de haber sufrido una prisión de siete meses por su participación en Watergate, Colson fundó en 1976 la Prison Fellowship Ministries (Hermandad de Ministerios de prisiones), que, en colaboración con iglesias de todas las confesiones y denominaciones, ha venido a convertirse en la mayor institución de ayuda para encarcelados, ex-encarcelados y víctimas del crimen, con sus familiares. Colson ha visitado prisiones a lo largo de los Estados Unidos y de todo el mundo y ha fundado un movimiento en el que trabajan más de cuarenta mil “ministros de prisiones”, de manera voluntaria, en cien países ((Prison Fellowship, About Charles W. Colson, texto que puede encontrarse on line en http://www.pfm.org (acceso del 8 de octubre 2004)). ((Tema desarrollado por A. Groody, Globalizarion, New York 2006)

El ejemplo de Colson nos muestra que puede haber un cambio en la misma dinámica de un “imperio” como el de la política de USA donde los únicos valores eran los del triunfo personal. Este ejemplo de Colson nos muestra que es posible un compromiso social y religioso a favor de los encarcelados. Éste no es un tema simplemente católico, de trinitarios o mercedarios, es un tema humano. Si las cárceles crecen al ritmo en que han ido creciendo en los dos últimos decenios corremos el riesgo de acabar destruidos por la dinámica de violencia que ellas reflejan y potencian.
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