"Su vida es un testimonio de que la fe no es un privilegio de los fuertes, sino un refugio para los vulnerables" Jean-Marc Aveline: El cardenal de Marsella que lleva el grito de los pobres y el mar en el corazón

"Es un profeta de la Iglesia en salida, un eco del dolor de los pobres, un defensor incansable de los migrantes que buscan vida en el Mare Nostrum, ese “cementerio de emigrantes” que, como denunció el papa Francisco, clama justicia"
"Su trayectoria eclesial está marcada por la bonhomía, esa sencillez que desarma, y por una inteligencia “por encima de lo común”, como dicen quienes lo conocen"
"Prudente en temas espinosos como el aborto, la eutanasia o el rol de la mujer en la jerarquía, su equilibrio no es tibieza, sino sabiduría: la de quien sabe que la Iglesia debe avanzar sin romperse"
"Prudente en temas espinosos como el aborto, la eutanasia o el rol de la mujer en la jerarquía, su equilibrio no es tibieza, sino sabiduría: la de quien sabe que la Iglesia debe avanzar sin romperse"
| José Manuel Vidal enviado especial a Roma
En las tierras soleadas de la Argelia francesa, donde los olivos susurran historias de lucha y esperanza, nació Jean-Marc Aveline el 26 de diciembre de 1958, hijo de una humilde familia de trabajadores agrícolas con raíces en la cálida Andalucía. Con apenas cuatro años, la independencia de Argelia llevó a su familia a cruzar el Mediterráneo y asentarse en Marsella, la ciudad mestiza, vibrante y herida que se convertiría en su hogar y en el latir de su vocación.
Hoy, a sus 66 años, este cardenal de mirada profunda y sonrisa acogedora es mucho más que un pastor: es un profeta de la Iglesia en salida, un eco del dolor de los pobres, un defensor incansable de los migrantes que buscan vida en el Mare Nostrum, ese “cementerio de emigrantes” que, como denunció el papa Francisco, clama justicia.

Marsella, con su diversidad y sus cicatrices, moldeó el alma de Aveline. En sus calles, donde se mezclan aromas de especias y lenguas de todos los continentes, este hijo de emigrantes andaluces aprendió a escuchar, a acoger, a ser puente. Ordenado sacerdote en 1984 y nombrado arzobispo de Marsella en 2019, su trayectoria eclesial está marcada por la bonhomía, esa sencillez que desarma, y por una inteligencia “por encima de lo común”, como dicen quienes lo conocen. Su trato cercano, su capacidad para hacer sentir a cada interlocutor como único, lo convierten en un pastor que no solo guía, sino que camina al lado.
Aveline, que goza de prestigio reconocido entre el episcopado francés, no en vano es presidente de su Conferencia episcopal, comparte con Francisco una sensibilidad visceral por los más desfavorecidos. Como el Papa, su corazón se quiebra ante el drama de la migración, ante esos hermanos que arriesgan todo en barcazas frágiles para encontrar un futuro. Cuando Francisco visitó Marsella en 2023, ambos, hombro con hombro, alzaron la voz por el derecho a emigrar y a ser acogido con dignidad. No fue solo un encuentro de pastores; fue la comunión de dos almas que vibran con el mismo Evangelio.
Ya en 2019, en Rabat, durante una visita al rey Mohamed VI, Aveline y Bergoglio cruzaron miradas y palabras, y nació una química especial, de esas que no se explican, pero se sienten: la certeza de estar en la misma misión.
Ferviente defensor de los postulados de Francisco, Aveline ha sido tajante en su compromiso con los pobres y los migrantes, y en su lucha contra la pederastia en la Iglesia, un cáncer que exige verdad y justicia. Prudente en temas espinosos como el aborto, la eutanasia o el rol de la mujer en la jerarquía, su equilibrio no es tibieza, sino sabiduría: la de quien sabe que la Iglesia debe avanzar sin romperse.

Si fuera elegido Papa, sería el primer francés en sentarse en la cátedra de Pedro desde Gregorio XI, fallecido en 1378, cuyo pontificado marcó el cisma de Aviñón. Pero Aveline no trae ecos de cismas, sino de puentes. Su papado, nadie lo duda, sería la continuidad del “Papa del fin del mundo”: una Iglesia samaritana, que se arrodilla ante los heridos, que no teme ensuciarse las manos, que sale al encuentro de un mundo roto.
En Jean-Marc Aveline, la Iglesia encuentra a un hombre que lleva el Mediterráneo en las venas: su calma, su profundidad, su capacidad para unir orillas. Desde su infancia en Argelia hasta los muelles de Marsella, ha sido testigo del dolor y la esperanza de los desplazados, y su vida es un testimonio de que la fe no es un privilegio de los fuertes, sino un refugio para los vulnerables.
Es el cardenal que escucha el grito de los pobres, que llora con los náufragos, que sueña con una Iglesia que no sea fortaleza, sino hospital de campaña. Y en un mundo que a menudo olvida a los últimos, Aveline camina con la certeza de que el Evangelio, como el mar, siempre encuentra la manera de abrazar a todos.

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