9.11.25. No se casarán, pues no pueden morir (Dom 32 TO, Lc 20), canto al tálamo .

Dicen que Roma va a publicar un documento sobre el amor matrimonial cristiano, de naturaleza monogámica. Será, sin duda, bueno y lo comentaré Dios mediante cuando llegue.

Hoy comento el evangelio humilde y hondo de la "buena mujer" que casarse por ley de herencias con siete maridos levires, con la contestación de Jesús, que no quiere matrimonios de ley por herencias, sino de "eternidad de amor" de varones y mujeres. En ese contexto añado un anejo, comentando una famosa lira al tálamo o cama de amores.  

INTRODUCCIÓN AL LIBRO DE CANTAR DE LOS CANTARES ~ Un Rabí

Evangelio

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: "Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella."

Jesús les contestó: "En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección.

La familia en la Biblia

Cama de flor imagen de archivo. Imagen de nadie, hierba - 82415981

Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos. (Lc 20, 27-38

Canto al tálamo

  •  Nuestro lecho florido,
  • de cuevas de leones enlazado,
  • en púrpura tendido, de paz edificado,
  • de mil escudos de oro coronado (CB 24)

Introducción,  

El Antiguo Testamento suponía que cada hombre (varón importante), fundador de familia, debía poseer una tierra y legarla a sus descendientes, dentro de una “federación” de familias libres, a fin de que su herencia se mantenga en la familia o clan. Por eso, si un hombre moría sin dejar herencia, para que su tierra no cayera en manos de otros, su mujer debía casarse con un hermano del muerto, para que así el hijo que naciera de ella herede la tierra, a fin de que quede dentro de la familia (cf. tema 4).

‒ Esa ley intentaba proteger a las viudas… que corrían el riesgo de quedar desamparadas, si perdían al marido y no tenían hijos. Pues bien, la mejor forma proteger a esas viudas sin hijos, era casarlas de nuevo dentro de la familia, con un hermano del difunto, no por “caridad”, sino por ley. Por eso, el pariente más próximo (en especial el cuñado: levir) debía hacerse cargo de ella, aunque estuviera ya casado.

‒El buen levir se casaba por LEY familiar con la mujer de su hermano, para mantener su hacienda y darle un heredero. Por eso, un texto legal (Dt 25, 5-10) insiste en que cumpla esa obligación, de manera que ni no lo hace quede avergonzado. Como se ve, ésta es una ley no puede imponerse por obligación, y supone además un tipo la “poligamia”, al menos temporal, como en el caso de esta mujer que tuvo que casarse con siete maridos, para dar herencia a su difunto esposo (pues alguno de esos maridos podía tener su mujer y sus hijos propios).

 En este contexto, los saduceos preguntan a Jesús “quién de los siete maridos de la mujer”, que han ido casándose sucesivamente con ella, será su esposo en la resurrección, pensando que así elevan un argumento definitivo contra la resurrección (Mc 12, 24). Pues bien, en contra de eso, Jesús afirma que la resurrección sitúa a los hombres y mujeres en un “espacio” superior, donde ya no existe lucha por la posesión de una mujer, ni egoísmo particular, pues varones y mujeres son seres personales, sin que tengan que mantenerse en clave de batalla y dominio permanente.

Los resucitados no se casan al estilo antiguo y por eso carece de sentido la pregunta sobre quién de los siete maridos “tendrá” a la viuda que ha sido de todos (12, 25). Ni los maridos serán dueños de ella, ni ella esclava de ninguno. Habrá acabado el tiempo en que la esposa sin marido y prole podía ser utilizada por esposos que la empleaban para asegurar la herencia patriarcal de la familia.

Esa esposa será por fin “persona”, en el sentido radical de la palabra: responsable y dueña de sí misma, independiente ante Dios y ante los otros, como los ángeles del cielo. Así se dice que ambos, marido y mujer, serán como ángeles.

Como ángeles. En principio, Jesús no discute sobre el levirato en este mundo (ni critica, por tanto, la probable o posible poligamia que puede implicar), pero niega que esa ley puede aplicarse en la resurrección (es decir, en un contexto de Reino), pues los siete maridos muertos no tendrán ya la forma de vida anterior, para así “poseer” de nuevo a la mujer que antes tuvieron y luchar por ella.

Según eso, en un nivel de “ley”, Jesús podría aceptar el matrimonio levirático-polígamo en este mundo (manteniendo, sin embargo, lo que ha dicho sobre el ideal del matrimonio en Mc 10, 2-12); pero, en un sentido más profundo, desde una perspectiva de resurrección, él afirma que ese matrimonio “posesivo” carece de sentido en su nueva propuesta, pues ni los varones se casarán (gamousin) de esa forma, ni las mujeres serán tomadas en matrimonio (gamidsontai), al sentido antiguo, sino que serán como ángeles del cielo. Así dice Jesús a los saduceos:

Estáis muy equivocados, porque no comprendéis las Escrituras ni el poder de Dios. 25 Cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos se casarán, ni ellas serán casadas, sino que serán como ángeles en los cielos (Mc 12, 24-25).

 La mujer dejará de ser una “propiedad” para asegurar la herencia patriarcal de la familia, para aparecer así, como persona responsable y dueña de sí misma, independiente ante Dios y ante los otros, sin estar ya al servicio de una heredad que debe mantenerse, ni de una descendencia del marido.

Éste es el tema de fondo de la respuesta de Jesús y de su interpretación de la Biblia, un tema que se aplica no sólo al “más allá” de la resurrección, sino también,  de un modo decisivo en el más acá este mundo.

El proyecto de Jesús exige un cambio total, no sólo económico (en línea de la posesión de campos o bienes), sino también familiar (relación de hombres y mujeres), pues lo que vale para el Reino (resurrección) ha de aplicarse (anticiparse) aquí en la tierra.

Eso significa que la ley del levirato, con lo que está en su fondo, acaba perdiendo su sentido, pues la mujer no es un “sujeto procreador y económico” al servicio de la herencia del marido, pues cesa la familia patriarcal y el modo de posesión de tierras que ella implica (con la herencia familiar al estilo antiguo).

Eso supone que los hijos tampoco están al servicio del mantenimiento de la “herencia”, ni las mujeres al servicio de los hijos del varón-patriarca. La mujer no es objeto de pro placer para el marido, ni medio para darle hijos y para asegurar de esa manera que su herencia. La mujer vale por sí misma, igual que el marido, “como los ángeles del cielo”.

Mirada así la pregunta (y la objeción) de los saduceos se vuelve inútil. Ellos están argumentando desde una “ley vieja” de posesión, que no puede aplicarse a la vida nueva de los resucitados. Por otra parte, al comparar a los resucitados con ángeles, Jesús no quiere decir que ellos “serán asexuados”, sino “sexuados de un modo distinto”, no al modo actual de dominio de unos sobre otros y de lucha por la herencia, sino en gratuidad, en un tipo de comunicación y transparencia más alta.

Mirado en esa línea de esperanza de resurrección, el matrimonio no es una institución de dominio, que se perpetúa tras la muerte, sino experiencia de gracia y transparencia que se abre a la resurrección, pero que empieza a realizarse ya en este mundo. Eso significa que, según Jesús, la pregunta de lo saduceos (¿quién de los siete será el marido de esa mujer?) carece de sentido, porque absolutiza un tipo de vida actual y porque cierra así las puertas del Reino, es decir, de la esperanza de futuro, definida por el signo de la resurrección, es decir, de una vida en amor, por encima de de esta muerte actual,. definida por la posesion de herencias,

Los saduceos han criticado  la visión imposible de una resurrección con siete maridos que luchan por poseer a una sola mujer. Pero Jesús les pide que cambien de imagen, que superen esa forma de entender a la mujer como sierva al servicio de una vida administrada por varones, de una herencia de familia. La mujer, como el varón, está llamada a ser “como los ángeles del cielo”, es decir, una persona con autonomía, valiosa por sí misma, dentro de una economía distinta, al servicio de todos. 

Más allá del matrimonio saduceo

Según eso, de un modo indirecto, Jesús supera el matrimonio saduceo, definido por leyes de dominio y este mundo, un matrimonio marcado por la urgencia de la reproducción, el mantenimiento de la herencia en la familia y el dominio final de la muerte sobre todos. En contra de eso, ha de surgir un matrimonio evangélico, comunión de amor para la vida, que podrá culminar y culminará en la resurrección, en el amor por encima de la muerte, en la libertad por encima de la ley. 

La ley del levirato, donde la mujer pasaba de un marido a otro, al servicio de la herencia, pierde por tanto su sentido (aunque Jesús no la critica aquí, en plano de ley). Ciertamente, desde su perspectiva, resulta lógico que los saduceos nieguen la resurrección, porque las estructuras que convierten a una mujer en objeto de siete maridos no pueden perdurar, ni son dignas del reino.

Por eso, lo que debe cambiar es la ley saducea, que entiende a la mujer como propiedad del marido, al servicio de la procreación (para la herencia). Sólo cuando ella aparece ya como persona, como los ángeles de Dios, se puede y debe hablar de resurrección.

Un matrimonio distinto. Para que las cosas continúen como han sido (con una mujer de siete maridos) no merecería la pena la resurrección, al menos en perspectiva de mujeres. Pero, si hay resurrección (¡que la hay, pues Dios es Señor de vivos!), las instituciones antiguas deben cambiar y de manera especial el matrimonio, como quiere Jesús, al servicio de las personas, un matrimonio que no es para “engendrar” herederos que aseguren la posesión familiar de la tierra, en un contexto de disputa económica, sino para compartir y regalar la Vida, pues cada uno de los hombres y mujeres son, según Jesús, como ángeles inmortales.

Eso significa que cada ser humano, hombre o mujer, tiene un valor individual, siendo perfecto en sí mismo, sin necesidad de estar al servicio de los otros, ni siquiera entre maridos y mujeres.

Ha e haber amor, comunión de vida entre hombres y/o mujeres, pero no en línea de ley de herencias y contratos cerrados de mundo, sino de amor en libertad, en comunión y aprendizaje de vida.

De esa manera, el matrimonio deja de ser una necesidad al servicio del mantenimiento de la herencia y así puede y debe concebirse como unión de seres libres, formando un tipo de comunión más alta de vida. En esa línea, la fe en la resurrección aparece como protesta contra la injusticia social de un mundo controlado por varones, al servicio de la posesión.

ANEJO.  CANTO AL LECHO DE AMOR CB 24.  

Ejercicio de amor: Recorrido por el Cántico espiritual de san Juan de ...

           San Juan de la  (= SJC) nos lleva del manzano antiguo del pecado (matrimonio como violación de la mujer, Génesis 3) al nuevo manzano  de amor, en un cambio sorprendente de enfoque.

Éste es un pasaje Cantar de los Cantares, ante el tálamo donde el amor es (se hace) presencia de Dios que es pura comunicación de vida. Para los violentos antiguos, el mundo era una torre de lucha orgullosa en la llanura de Babel (Gen 11). Para los nuevos amantes el mundo  es lecho donde pueden encontrarse y amarse, como sabía ya el Cantar:

  • Nuestro lecho es de frondas (=florido),
  • y las vigas son de cedro y el techo de cipreses
  • ¡Es la litera de Salomón!
  • La rodean sesenta soldados, los valientes de todo Israel,
  • todos llevan al flanco la espada,
  • veteranos de muchos combates (Ct 1, 16; 3, 7-8)[1].

           Esta es la “procesión verdadera” de la vida, procesión de pascua, no de semana santa de crucificados. Los soldados de la antigua guerra, que habían custodiado en un sepulcro a los muertos (Mt 28) llevan ahora en andas por todas las tierras y lugares, hasta Jerusalén, “una cama de amor”, un tálamo nupcial, para la nueva Semana Santa de las procesiones al servicio de la vida.

Muchas culturas de fiesta  de vida cristiana (como en Extremadura, España, así me lo explicaba una profesora amiga de Villanueva del Camino, del Valle Ambroz) han incluido en su liturgia de bodas una procesión donde los mozos (nuevos soldados de amor) llevan en andas el tálamo nupcial, en cuyo honor entonan himnos alegres de alabanza. En esa línea se sitúa este pasaje donde los desposados, uno para el otro, los dos ante el mundo, cantan a su tálamo o lecho de amor para siempre (Cántico Espiritual 24):

  • Nuestro lecho florido,
  • de cueva de leones enlazado,
  • en púrpura tendido,
  • de paz edificado,
  • de mil escudos de oro coronado

         (Juan de la  Cruz, CB 24).

          Este canto condensa y culmina el drama anterior. Siguen estando al fondo las imágenes cósmicas de CB 14-15: "Mi Amado, las montañas...", pero han sido superados los miedos de animales y elementos de CB 20-21. Del huerto de la historia donde se celebraba el desposorio del hombre con Dios (de los hombres entre sí), pasamos al lecho de amores que es gracia sin fin, sobre una tierra hecha espacio de encuentro:

         – De la Madre Tierra pasamos a la Tierra Amor. Muchos han interpretado la naturaleza como Madre(en vasco Amalur, en quechua Pacha Mama), de la que venimos y a la que tornamos. Apoyado sobre esta madre, el hombre sería un niño, que sigue buscando aquella protección, que perdió naciendo. Para SJC el mundo empieza siendo una madre violada, pero puede repararse en amor y convertirse en espacio de unión para los amantes.

De la tierra que muchos tomamo como  fábrica de bienes de consumo pasamos a la tierra contemplada. Desde antiguo, muchos vieron en ella una estepa apropiada para el combate y trabajo, como los babilonios que decían que Marduk había tenido que matar a Tiamat, Madre divina de la tierra y de las aguas, para dominarla y cultivarla. Siguiendo en esa línea, los occidentales hemos convertido la tierra en cantera y fábrica de bienes de consumo: nos apoderamos de su fuerza, poniéndola así a nuestro servicio. En contra de eso, SJC ha sabido entenderla como tálamo nupcial: ella vale por sí misma, en un lecho de amores, no una simple fábrica de bienes.

Según eso, más que lugar de un matrimonio de ley, con dominio de unos sobre otros, por causa de la herencia el mundo es tálamo de bodas, lecho de amor donde aprendemos a compartir nuestra existencia, haciéndonos humanos[2].

La grandeza del mundo y su hermosura es un lecho nupcial, con adornos que evocan la riqueza de la tierra y los valores de la historia, centrada en el encuentro enamorado. Este lecho no es un objeto idolátrico, ningún tótem o fetiche que se aísla del resto de las cosas, ídolo abstracto, al que todos deben someterse, sino el mismo gozo de la vida, el santuario central de la tierra, una cama de amores, como indicaré evocando los versos de este canto matrimonial de Juan de la Cruz[3]:

Nuestro lecho florido, es un lecho de pascua, de amor resucitado (cf. Cantar de los cantares 1, 17). Es una expresión de perpetua primavera, como la Pascua que es también Florida, tiempo de resurrección de los muertos, como la vida, que se expande y manifiesta sin cesar, en flores y plantas. Es “nuestro”, debemos construirlo juntos, haciéndonos amor compartido donde culmina y se cumple lo que había empezado en el amor de madre[4].

  1. De cuevas de leones enlazado (cf. Ct 8, 8). Del plano vegetal (flores) pasamos al animal. Los leones, que habían aparecido ya en Cántico Espiritual 20 como signo de inquietud en la noche de los miedos evocan ahora la suprema fortaleza y tarea del amor. En las basas de los lechos de los reyes se incrustaban a veces relieves de leones, como guardianes de amor, y sus cuevas (cf CB 37 cavernas) formaban unos “lazos” que vinculan, sostienen y defienden el gran lecho de los enamorados, convertidos ellos mismos en leones de amor, vida culminada.
  2. De púrpura tendido (cf. Cantar 3, 9-10). Del plano vegetal (flores) y animal (leones) pasamos a este signo de autoridad de reyes y sacerdotes, que se vestían de púrpura en señal de majestad y poderío. Los enamorados del lecho de amor son reyes y sacerdotes de la vida, los dos juntos, en vida y autoridad compartida. Este lecho está tendido (algunos MS ponen "teñido")  de púrpura, “extendido”, como un manto tensado, de manera que pueden acostarse encima de él los amantes. La palabra tender significa también tejer o trenzar de un modo seguido una tela de encajes. Según eso, el lecho sería un tejido trenzado (o tensado) con la púrpura de amor de los amantes, que son reyes y sacerdotes de la Vida de Dios. El lecho es Dios que se revela como fuente y principio de amor para los hombres[5].
  3. De paz edificado. El lecho es un tratado perpetuo de conciliación entre un hombre y una mujer, entre dos seres humanos, la señal más honda de concordia y comunión sobre la tierra. Por eso cantan estos dos enamorados, en la noche larga de las bodas, sobre un campo de primavera llena de promesa frutos de verano: ¡Nuestro lecho florido! Las flores de ese lecho son el trofeo de una paz que no se edifica con guerra, ni con grandes ejércitos triunfantes en batalla. La paz de nuestro canto, paz del mundo entero, es el amor gratuito de unos cuerpos desnudos que se enlazan, edificando así su torre de paz sobre la tierra entera.
  4. De mil escudos de oro coronado. Este lecho es la Torre de Paz de David, de la que cuelgan mil escudos preciosos (cf. Cantar t 4, 4) que eran las armas de los soldados que llevaban el tálamo del rey (Ct 3, 7-10). Sigue al fondo el recuerdo de las torres militares, transformadas en santuarios de amor, sin armas ni preocupación de herencias (en la línea Isaías 2, 2-4). Por eso, estos mil escudos no son instrumentos de combate, sino signo de paz victoriosa de amor que supera toda guerra. Son de oro, pero no son capital para comprar ni vender cosa ninguna en el mercado, sino que simbolizan la belleza y eternidad del mismo amor, que es la riqueza y permanencia de la vida.

          Ciertamente, hay en el mundo otros lechos sagrados: el de la madre que alumbra vida, el pobre que muere en su lecho ce pobreza, el del enfermo o anciano moribundo…, pero el más importante es el lecho de amor donde se centra la naturaleza entera, la historia de los hombres.

Esta imagen del mundo y la vida como lecho de amor no es la visión ingenua de alguien que ignora los grandes dolores, sino símbolo y canto de aquellos que saben que al fondo de su mismo sufrimiento está expresándose una vida eterna de comunicación amorosa. Esta imgen  nos indica que todas las cosas del mundo están siendo creadas en amor, de tal manera que pueden y deben centrarse en un lecho que es signo y tarea de amantes[6].

          En esa línea, el comentario en prosa ha recreado los grande motivos del Cántico Espiritual, centrado en la “cama de amor”, elaborando desde el amor la más bella experiencia de identificación conde los seres humanos con la naturaleza, entendida como creación de Dios retomando los motivos de Cántico 14: Mi amado, las montañas… [7]:

  • Porque acaecerá que vea el alma en sí
  • las flores de las montañas que arriba dijimos,
  • que son la abundancia y grandeza y hermosura de Dios;
  • y en estas entretejidos los lirios de
  • los valles nemorosos,
  • que son descanso, refrigerio y amparo;
  • y luego allí entrepuestas las rosas olorosas de
  • las ínsulas extrañas,
  • que decimos ser las extrañas noticias de Dios;
  • y también embestirla el olor de las azucenas de
  • los ríossonorosos,
  • que era la grandeza de Dios, que hinche toda el alma;
  • y entretejido allí y enlazado
  • el delicado olor de jazmín del
  • silbo de los aires amorosos,
  • de que también dijimos gozaba el alma en este estado;
  • y ni más ni menos, todas las otras virtudes y dones,
  • que decíamos del conocimiento sosegado,
  • callada música, y soledad sonora
  • y la sabrosa y amorosa cena.
  • Y es de tal manera el gozar y sentir estas flores juntas
  •  algunas veces el alma, que puede con harta verdad decir:
  • Nuestro lecho florido de cuevas de leones enlazado.
  • ¡Dichosa el alma que en esta vida mereciere
  • gustar alguna vez el olor de estas flores divinas!

                                                (Comentario Cántico 24, 6).

          El don y tarea del lecho florido condensa todas las bellezas: el hombre es campo de amores de Dios, hermosura suprema donde habita y se expresa el misterio originario[8].

 NOTAS

[1] Esos "valientes", guerreros del rey, han dejado de ser oficiales de la muerte (para matar a los contrarios) y se han vuelto portadores de un lecho del amor, integrado en la naturaleza (¡es de frondas!), al servicio de las bodas. Los duros guerreros son ahora servidores de bodas del rey Salomón, a quien el texto ha presentado como prototipo de todos los amantes. Pues bien, siguiendo en esa línea, en el momento culminante de los desposorios, SJC ha querido elevar su canto al lecho donde celebran y recuerdan su amor dos enamorados.

[2] De esa forma lo ha entendido y lo ha cantado, como signo de amor compartido (¡el lecho es nuestro!), espacio donde se centran y culminan los valores de la naturaleza y de la historia. Esta es la belleza del mundo, este el monumento que los hombres de fama deben elevar sobre la tierra, no una torre de orgullo (Babel: Gen 11), un templo de seguridades religiosas (Jerusalén: cf. Hech 6-7) o una estatua de poder político-militar (Babilonia: cf. Dan 3).

[3] El lecho de amor es memorial o sacramento originario donde se fundan y culminan los restantes sacramentos (bautismo, eucaristía). Es sacramento: Dios mismo hecho vida en amor para los enamorados.

[4] En este lecho de amor humano se expresa y culmina la vida de todas las especies vegetales y animales.

[5] Sea cual fuere el sentido de “tender”, este lecho, de púrpura tensa o bien tejida, cubierto por un dosel o sustentado sobre colchas y sábanas de púrpura, está evocando el carácter real y religioso del amor.

[6] Desde esta perspectiva, podemos y debemos superar otras visiones negativas del lecho, empleado a veces como signo de violencia o sacrificio.

(1) Lecho de guerra, cama de prostitución. Es tálamo de violencia y comercio, una tierra donde hombres y mujeres se derriban y tumban unos a los otros, para dominarse. En esta línea, que los profetas de Israel han explorado con gran nitidez, se encuentra el lecho de prostitución, de aquellos y aquellas que venden su identidad y amor porque les obligan y no tienen más remedio o no encuentran más camino, sobre un mundo que ha perdido sus referencias afectivas.

(2) Tálamo de muerte, altar de sacrificios. Este es el lecho de la tierra donde Caín derriba a su hermano para asesinarle, un altar violento sobre el que se tienden y ofrecen a Dios en sacrificio las víctimas humanas y animales. De esa forma, el lecho de la vida compartida se ha invertido, convirtiéndose en altar de muerte, donde unos se acuestan y duermen sobre la sangre de los otros. Esos lugares de muerte han pervertido el carácter más sagrado del lecho de amor, que era presencia de Dios, para convertirlo en pornografía social o sexual. En contra de eso, SJC recupera el signo del lecho y lo pone en el centro de la experiencia religiosa: hombres y mujeres han nacido para amar, de manera que el tálamo, espacio de intimidad amorosa, puede y debe interpretarse como el primer altar de la humanidad.

[7] Aquí culmina la belleza del mundo que la amante descubría en el Amado. Así dirá SJC que el alma descubre en sí todas las bellezas, porque no está aislada, en noche de vela y miedo, sino que ella misma es lecho de Dios, tálamo de todas las bellezas de la divinidad. El alma se mira y descubre en sí la hermosura del Dios que ha venido a reposar en ella, en lecho de flores, entonando un bellísimo canto a la vida.

[8] Aquí no hay peligro de solipsismo, de soledad aislada, porque aquello que el amante descubre en sí no le pertenece de un modo egoísta, sino que es don y presencia del amado. Este descubrimiento poético y espiritual del mundo interior se ha convertido en principio de una estética más alta de contemplación personal, descubrimiento de Dios en la belleza.

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