No convirtáis el templo (=iglesia) en una casa de negocios (Jn 2, 14-22)

Tras haber entrado en Jerusalén como pretendiente mesiánico, para iniciar su reinado, en nombre de Dios, frente al poder imperial de Roma y sacerdotal de Jerusalén, conforme al testimonio de los sinópticos (cf. Mc, 11, 15-17 par), Jesús vino al templo para “limpiarlo”, es decir, para expulsar a los banqueros (cambistas) y a los comerciantes y vendedores de animales, pues quería que la casa de Dios, fuera espacio de oración y plenitud humana, no centro casa de comercio sacrificios.
Mc, Mt y Lc colocan la escena al final de la vida pública de Jesús, como compendio de su misión y causa de su condena a muerte.
Juan la sitúa al comienzo, como principio y sentido de toda su misión de Jesús
En ambos casos, ella tiene un fondo y sentido económico, ratificado con dos palabras fundamentales de condena:
-- Según Mc 11, 17 Jesús dice a los negociantes y sacrificadores del templo que ellos lo han convertido en cueva de ladrones (spelaion lêstôn) con cita de Jer 7, 11, lugar para robar y guardar lo robado, en nombre de un dios falso.
-- Jn 2, 16 les acusa de haber transformado el templo del Padre en un casa o emporio de negocios (oikon emporiou), en la línea de los grandes mercados marinos de oriente y occidente.

A lo largo de siglos el templo había sido lugar grandes disputas, con persas y samaritanos, macabeos y sirios, esenios (qumramitas) y saduceos, casi siempre por motivos de política religiosa.
Pues bien, Jesús lo critica y condena por razones más altas, de tipo económico , y lo que él dice del templo se aplica (mutatis mudandis) de forma muy clara a la Iglesia.
El tema era grave en tiempos de Jesús, y por eso le mataron. El tema sigue siendo gravísimo en el tiempo. Lea y valore mi comentario cada uno. Vea la posible relación entre el templo de Jerusalén (1ª imagen) y el centro de la Iglesia católica oficial (imagen 2ª).
Dedico esta postal con gran cariño a nuestra Iglesia, que el papa Francisco pretende que no no sea ni cueva de bandidos ni cada de negocios. Buen día a todos.
Versión de Marcos:
Y llegaron a Jerusalén y entrando en el templo
comenzó a expulsar a los que vendían y compraban en el templo.
Volcó las mesas de los cambistas
y los puestos de los que vendían las palomas,
y no consentía que nadie pasase por el templo llevando cosas.
Luego se puso a enseñar diciéndoles:
¿No está escrito: Mi casa será casa de oración para todos los pueblos? Vosotros, sin embargo, la habéis convertido en cueva de ladrones.
Los sumos sacerdotes y escribas se enteraron y buscaban el modo de perderlo, pues tenían miedo, ya que toda la gente estaba asombrada de su enseñanza (Mc 11, 15-18)
Versión de Juan:
Y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambis-tas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes;
y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas;
y a los que vendían palomas les dijo:
Quitad esto de aquí; no convirtáis la casa de mi Padre en una casa de mercado.
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: "El celo de tu casa me devora."
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: "¿Qué signos nos muestras para obrar así?" Jesús contestó: "Destruid este templo, y en tres días lo levantaré." Los judíos replicaron: "Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?" Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús (Jn 2, 14-22).
Introducción
Jesús realiza un gesto simbólico de condena y destrucción del templo desde una perspectiva económica, centrada en el rechazo de los cambistas y vendedores de animales (al servicio de los sacerdotes), cuyas funciones eran necesarias para un tipo de culto (de templo) conforme a la ley establecida. Derribar las mesas del dinero de cambio significaba rechazar el comercio sagrado, que se centraba en el cambio de monedas de impuesto sagrado, que cada uno traía de su propio pueblo o nación, por el shekel/siclo de Tiro, el único aceptable (por su estabilidad monetaria), y luego por la moneda simbólica del templo. Al mismo tiempo, ese gesto anunciaba, anticipaba y provocaba el derribo o destrucción del mismo templo, vinculado a sacrificios y dinero .
La misma lógica del mensaje de Reino de Jesús hace que él tenga que enfrenarse con el templo, para culminar su obra mesiánica (según el Evangelio de Juan para comenzarla). Jesús no se limita a purificarlo, condenando sus excesos, para que vuelva a estar limpio, como debió hallarse siempre, sino que anuncia y expresa simbólicamente su ruina como ratifica Mc 11, 12-14, 20-21 con el signo de la higuera, símbolo del templo: ¡Qué nadie coma nunca más sus frutos! (cf. Mc 11, 14, indicando así que el templo no tiene ya frutos de vida, sino de muerte):
‒Empezó a expulsar a los que vendían y compraban en el templo (Mc 11,15b; Jn 2, 13-15), es decir, a los que comerciaban con animales para los sacrificios. Marcos no tiene necesidad de precisar más los animales, eso lo hace Juan, indicando que se trata de bueyes/toros, propios de los grandes sacrificios, de ovejas/corderos (o cabras), propios de los sacrificios menores y finalmente de palomas, que servían para las ofrendas de purificación de los más pobres. El evangelio de Juan añade que Jesús expulsó no sólo a los vendedores (negociantes), sino a los mismos animales, superando así un tipo de culto sangriento de sacrificios de sangre (que según la Biblia había comenzado con Caín/Abel y con Noé, tras el diluvio: Gen 4 y 8-9).
De esa manera, Jesús hace imposible el culto de los sacrificios, fundados en la cría, preparación y compra/venta de animales, un negocio que culminaba en los patios externos del templo, bajo estricto control de los sacerdotes, que avalaban la pureza de los animales cumpliendo los requisitos de la ley del Levítico. En esa línea, Jesús ha «expulsado» del templo (esto es, de lo sagrado, del espacio de encuentro liberado y gratuito de los hombres y mujeres) a los poderes económicos/sacrales que lo controlaban. De esa manera, han visto y destacado los evangelios la relación más íntima que existe entre el orden sacrificial (muerte de animales, ofrenda de persona) y el orden religioso (culto de Dios), un tema que Gen 4 y Gen 8-9 (sacrificios de Caín/Abel y de Noé tras el diluvio) había presentado como claves de una vida humana centrada en el sacrificio y el dinero .
‒ Derriba las mesas de cambistas y de vendedores de palomas (Mc 11,15c; Jn 2, 15-17). No se limita a expulsar a los vendedores, sino que derriba su mesa de cambios, que era el centro neurálgico del tem-plo, banco de economía, con los puestos de venta de palomas (que se emplean para sacrificios meno-res). Éste fue en principio un gesto simbólico: Como caen estas mesas, vendrá a derrumbarse en el suelo el edificio «sagrado» del templo. Se trata de un símbolo que no se limita a decir lo que sucederá (¡caerá un día este templo…!), sino que lo provoca, haciendo así que caiga y termine una religión, esto es, una forma de comunicación sagrada fundada sobre bases económicas de tipo sacrificial.
El símbolo clave de este “negocio de templo” es la mesa de cambios, el equivalente de un banco. Éstas son las dos palabras que definen la economía moderna, centrada en los bancos donde se sien-tan los negociantes de dinero, cambiando unas monedas de calidad menor o dudosa por unas de calidad reconocida (shekel de Tiro) y finalmente por las monedas simbólicas de templo (todo bajo cobro abierto o velado de intereses); y centrada también las mesas donde se coloca y amontona ese dinero, siempre al servicio de los administradores del templo. En ese contexto, resulta muy significativa la importante que tanto Marcos como Juan conceden a las “palomas”, que son el signo de los sacrificios (ofrendas) de los más pobres (como indica Lc 2, 22-24), en un gesto que aquí queda resituado y superado. Significativamente, Jn 2, 16-17 supone que la gran sentencia de Jesús va dirigida sobre todo a los comerciantes de palomas, aparecen como representantes de ganaderos y comerciantes de animales, de cambistas de dinero y sacerdotes.
‒ Impide que transporten utensilios por el templo (Mc 11,16). Ésta es una indicación exclusiva de Marcos, quien supone que los atrios del templo son un lugar donde se produce un tipo de procesión constante de utensilios sagrados, que por otra parte son necesario para el culto. Esos utensilios (skeuos) pueden ser ante todo los «vasos sagrados», recipientes de sangre de animales sacrificados, jarras y vasijas de agua para las abluciones, con cargas de madera para quemar los sacrificios, incensarios, fuentes, vestidos sacrales y objetos necesarios para un tipo de culto fastuoso y frondoso como el de Jerusalén. El culto aparece así como un tipo de teatro, una representación elevada ante (por causa) de Dios, como si ella fuera la verdad y esencia de la oración.
Es evidente que Jesús (la iglesia de Marcos) quiere un culto en espíritu y verdad (cf. Jn 4, 23-24), es decir, en humanidad auténtica, sin necesidad de la gran representación económico-cultual que del templo de Jerusalén, considerado como una de las siete maravillas del mundo, gran centro econó-mico de oriente. Sobre los “vasos sagrados” del templo que, según la tradición, habían sido llevados por los caldeos a Babilonia, al tomar el templo (año 576 a.c.), se funda en gran parte el ideario religioso de un tipo de judaísmo sacrificial, como el que aparece al fondo de impresionante relato de la Cena de Baltasar (Dan 5).
En ese mismo contexto se sitúa el fantástico y emocionante relato de 2 Mac 2, según el cual el mismo Jeremías escondió aquel año (576 a.C.) en una cueva de monte del entorno la tienda, el arca y el altar del templo destruido, a fin de que siguiera allí hasta la llegada del tiempo mesiánico; por eso, hasta el final del tiempo no eran necesarios ese tipo de utensilios de templo. Sea como fuera, este Jesús de Marcos no quiere un templo con utensilios sagrados que se traen y llevan, sino libre de todo tipo de comercio.
-- Gran condena: cueva de bandidos, casa de negocios (Mc 11, 17; Jn 2, 16). Tanto en la tradición de Marcos (a quien siguen Mt y Lc) como en la de Juan la escena acaba con una gran sentencia de Jesús, centrada en la distorsión económica de “casa” de Dios. Es muy posible que en el fondo de esa sentencia haya un recuerdo histórico, con una sentencia del mismo Jesús, que la iglesia ha recordado y que los dos evangelios han recreado de formas convergentes:
Mc 11, 17 condena a los “responsables” del templo diciendo que ellos han convertido la casa de Dios (esto es, de Jesús Mesías: oikos mou) en cueva de bandidos (spêlaion lêstôn). Ésta es una palabra tomada de Jer 7, 11, que vincula quizá el aspecto económico (esos responsables del templo utilizan la casa de Dios para robar y guardar lo robado) con el político-militar (es posible que Marcos aluda a los celotas de la guerra del 67-70, que aparecen así como ladrones-bandidos, que utilizan el templo como centro y base de su alzamiento). El templo aparecería así no sólo como principio de perversión econó-mica, sino también de violencia y contra-violencia política .
Por su parte, Jn 2, 16 interpreta el templo (que debía ser casa del Padre, lugar de encuentro con el Dios de gratuidad) como una casa de mercado (oikos emporiou), pero no en un sentido limitado de pequeña plaza (agora) de intercambios comerciales, sino en un sentido intenso de emporio económico, lugar de importantes transacciones. En competencia con los fenicios, los griegos crearon “emporios” o grandes centros mercantiles (ciudades-mercado) a lo ancho del Mediterráneo, desde Naucratis en Egipto hasta Ampurias/Emporio en Cataluña. Pues bien, en ese sentido los responsables del templo de Jerusalén (empezando por los sacerdotes) habían convertido el templo en un emporio, en una especie de gran centro comercial, ratificado por el Dios de los sacerdotes, al servicio de los mismos sacerdotes.
En ese contexto, tanto en el texto de Marcos como como en el de Juan, Jesús anuncia y provoca proféticamente el fin de este templo/mercado, con sus tres funciones (económica, política y religiosa). Otros muchos (en especial los judíos más helenizados) habían insistido en la verdad espiritual del templo, en su carácter radicalmente religioso. Pues bien, según Jesús, esa verdad más profunda del templo, en sentido económico y religioso, implicaba su destrucción (o transformación radical), en la línea de sus tres funciones principales, para que así pudiera cumplirse la promesa de Dios y llegara el Reino :
1. Función económica. El templo de Jerusalén constituía el centro mercantil del pueblo israelita, que se había comprometido a mantener sus instituciones y su culto, al menos tras la “restauración” del exilio (año 525 a. C.) y las reformas de Esdras y Nehemías (cf. Neh 10, 2-39). En principio, había sido un santuario regio, de manera que los reyes debían financiar su culto. Pero tras el exilio vino a convertirse en templo de la nación, de manera que, aunque los reyes como Herodes (e incluso los romanos) contribuyeran a sostenerlo y/o reconstruirlo, su mantenimiento fundamental se hallaba en manos del conjunto del pueblo judío.
En esa línea, como hemos visto al evocar las controversias y guerras del tiempo de los maca-beos, el templo funcionaba como banco donde los fieles depositaban (y los sacerdotes administraban) grandes sumas de dinero, y en esa línea el mismo Nuevo Testamento evoca, quizá en términos “iróni-cos”, el dinero del templo (cf. Mt 23, 16-22). Por otra parte, la mayoría de los habitantes de Jerusalén vivían, de un modo u otro, de las construcciones y trabajos de su gran edificio, de manera que el judaísmo de Judá y Jerusalén funcionaba a modo de “economía de templo”, como supone críticamente el mismo Marcos (Mc 14, 10 par), cuando señala que los sacerdotes emplearon su dinero para “sobornar” (o pagar) a Judas. De un modo consecuente, Mc 11, 17 dirá que el templo es una “guarida de ladrones”, y su religión un latrocinio. En la misma línea, pero todavía con más fuerza, Jn 2, 16 afirma, como he señalado ya, que el templo es una “casa de negocios”.
2. Función política. En un plano, los judíos habían separado religión y vida social, de tal forma que podían conservar su propia identidad religiosa y su práctica cultual mientras que el orden político que-daba bajo el Imperio. En esa línea, aunque estuvieran sometidos a Roma, los sacerdotes poseían gran autonomía y poder, de manera que F. Josefo puede hablar de un Estado Teocrático (fue el primero en emplear esta palabra):
Nuestro legislador no atendió a ninguna de estas formas de gobierno (monarquía, aristocracia, democracia…), sino que dio a luz el Estado teocrático, como se le podría llamar..., que consiste en atribuir a Dios la autoridad y el poder... ¿Qué ley podría ser más hermosa y más justa que la que atribuye a Dios el gobierno de todo, la que enco-mienda a los sacerdotes administrar los asuntos más importantes en interés público y que confía al Sumo Sacerdo-te, a su vez, la dirección de los demás sacerdotes... Los sacerdotes quedaron encargados de vigilar a todos, de dirimir las controversias y de castigar a los condenados... La legislación de Moisés prescribe un único templo para un único Dios... Los sacerdotes han de servirle continuamente (a Dios). A estos los ha de presidir siempre quien les precede por su linaje (Autobiografía. Contra Apión, XVI, 165. Cf. XXI, 185-187; XXIII, 192-194) .
En ese contexto se entiende la “traición” de Judas (especialmente en la versión del evangelio de Mateo), vinculada a la función político/monetaria del templo entendido como cueva de bandidos.
3. Función religiosa. El templo simbolizaba y expresaba la presencia de Dios en el pueblo. En ese sentido aparecía como lugar privilegiado de oración y purificación, especialmente de perdón de los pecados. Pues bien, esa función del templo había sido devaluada o declarada inútil por Juan Bautista, afirmando que Dios ofrece perdón por su bautismo y no por un ritual de templo. También Jesús declaró con su gesto que la función religiosa (¡purificación, perdón!) del templo había terminado, cuando afir-ma que debía ser sustituido por otro templo “no hecho por manos humanas” (cf. Mc 14,58; Cf. Hch 6, 14; 7, 48; 17, 24).
Las cosas que el hombre “fabrica” (entre ellas el templo) son “ídolos”, algo que puede ponerse y se pone al servicio del poder y el dominio de unos sobre otros. Pues bien, en esa línea, el culto del templo se entiende como idolatría, pues el verdadero templo es el cuerpo mesiánico (cf. Jn 2, 21; 1 Cor 3, 16), es decir, la humanidad reconciliada, que forma ya el Reino de Dios. Jesús no ha necesitado ni necesita el templo exterior para preparar y proclamar la llegada del Reino y así sube a Jerusalén para indicar, de manera pública y abierta, que su función ha terminado (en la línea de su proyecto de 6, 5-6: cuando vayas a orar no lo hagas para que te vean, entra en el secreto de tu casa…).
Desde ese tiple fondo (económico/político/sacral) ha de interpretarse el gesto de Mc 11, 15 Jn 2, 14 par, que condensa, según el evangelio, todo el mensaje de Reino. No fue una acción marginal, he-cha de paso, en un momento marginal de su evangelio, sino que ratifica y culmina su misión de Reino, en línea de condena y destrucción, centrada en el derribo de las mesas de dinero, rechazando así el comercio y economía del templo, con su función ya inútil, para proclamar una experiencia distinta de Dios, en dimensión de gracia, desde los más pobres .
Ese gesto es el culmen de la subida mesiánica de Jesús a Jerusalén. Si el templo siguiera siendo esencial para el encuentro de los hombres con Dios, el evangelio hubiera sido vano. En esa línea, la palabra central, «yo derribaré este templo, hecho con manos humanas, y en tres días edificaré otro, no hecho con manos humanas» (Mc 14, 58; 15, 29; Jn 2, 19), recreada por la tradición, recoge básica-mente el mensaje y profecía de Jesús, pues en sentido externo ella no se cumplió al pie de la letra (el templo siguió en pie cuarenta años, hasta la guerra del 67-70 d. C.).
‒ Yo destruiré este templo, hecho con manos humanas… (kheiropiêton, Mc 14, 58, cf. Hech 7, 41.48). El signo de Jesús (volcar las mesas…) expresa y promueve un elemento clave de su mensaje de Reino. El templo, construido por los mismos hombres (igual que la torre de Babel, cf. Gen 10), constituye un “capital humano” opuesto a Dios, de forma que Esteban (cf. Hech 7, 47-53) ha podido presentarlo como pecado original de Israel. El mismo Jesús que dirá poco después que se devuelva al César su dinero (Mc 12, 17), pero sin arrojarlo por el suelo, derriba aquí las mesas de dinero de los cambistas del templo, condenando sin matizaciones ni reservas su economía.
‒ Y en tres días edificaré otro, no hecho por manos humanas (Mc 14, 58). Ese templo, edificado por los hombres era, según eso, un ídolo que se interponía entre el hombre y Dios (como Mammón, cf. Mt 6, 24). Frente a ese templo/ídolo de aquellos, donde algunos quieren encerrar a Dios, al servicio de su seguridad y poder, se eleva Dios que creará precisamente la nueva “humanidad”, a los “tres días”, es decir, en el tiempo de plenitud escatológica del Reino. Éste es el tema central de Jn 2, 14-22, donde el templo de Jerusalén viene a ser sustituido por el gran “cuerpo de Cristo”, es decir, por la humanidad mesiánica: El templo es la vida de los mismos hombres y mujeres, en comunión de gratuidad .
Jesús proclama y anticipa (pone en marcha) un proceso destructor de la economía del templo, y lo hace de una forma hiriente para algunos judeo-cristianos posteriores, que han seguido acudiendo a orar allí (cf. Hech 2, 46; 3, ss). Es muy posible que muchos hayan interpretado la palabra de Jesús como promesa para el fin de los tiempos, y así esperan ese fin, hasta que caiga, pero, mientras tanto, ellos han de seguir acudiendo a sus atrios para orar, esperando el momento en que se convierte en “casa de oración, no de sacrificios, para todas las naciones” (cf. Mc 11, 17).
Jesús no ha luchado con armas contra el templo, ni ha criticado sus sacrificios por inmorales o carentes de legitimidad oficial (como han hecho quizá en Qumrán), pero ha dicho y realizado algo más hiriente, afirmando por un lado que ha perdido su función, pues llega el Reino y condenando por otra su perversión económica (con sus sacrificios). Ciertamente, unos decenios más tarde, tras su destrucción externa (70 d. C.), los judíos rabínicos reconstruirán la tradición nacional israelita, pero sin templo externo, acercándose así a la intención de Jesús. Pero la palabra y acción de Jesús había sido más incisiva (sobre todo en un plano económico), de manera que la misma iglesia posterior ha tenido dificultad en aceptar su sentido más hondo. Por decir lo que dijo y buscar lo que buscaba, Je-sús ha debido anunciar y promover la destrucción, al menos simbólica, del templo, buscando y pro-moviendo la caída de un orden religioso, social y económico de políticos y sacerdotes .
‒ Jesús vio el templo como patología económico-religiosa, centrada en el poder de los sacerdotes, en el dinero del tributo y en los animales que se compran y venden para ser sacrificados. Poemas y cantos, sacrificios animales y contratos de dinero se elevaban allí, al servicio del orden sagrado y de sus pode-res opresores, de manera que el mismo templo aparecía como cueva de bandidos (Mc 11, 27), ladrones organizados de un modo religioso, creando de esa forma un emporio (Jn 2, 16).
‒ Jesús condenó el culto del templo porque lo entendió como religión de bandidos-sacerdotes o de co-merciantes de un emporio económico, que se valen de Dios y de su culto para oprimir a los pobres, no para servirles. No lo condenó en nombre de un tipo de barbarie regresiva o de resentimiento contra su autoridad, sino desde la experiencia más alta del de la revelación gratuita de Dios, y sobre todo desde el amor y servicio a los pobres, en línea de fraternidad económica, en una línea de comunión y regalo de la vida, no en imposición y sacrificio. Lógicamente, por mantener su poder sacral y su economía fundada en el templo, los sacerdotes le condenaron a muerte .