Pruebas de Buda, tentaciones de Jesús Los tres encuentros de Buda

  Tentaciones de Jesús, encuentros de Buda

Encuentros de Buda

Entre las parábolas/palabras más significativas de la historia de la cultura está el relato de las tentaciones de Jesús, que ayer he comentado, en un contexto actual cristiano. Hoy quiero situar en ese fondo el relato poderoso de los tres “encuentros de Buda, que responden a las “tentaciones de Jesús” y que marcan de algún modo toda la historia del budismo y de la humanidad.

Los encuentros de Gautama

La vida y experiencia de Buda se condensa en la leyenda de sus tres encuentros, a los que sigue una primera respuesta fallida y después una poderosa iluminación. No era un brahmán de nacimiento, sino un ksatriya, un príncipe feliz, llamado Gautama y Sakyamuni, porque gobernaba sobre el reino de los Sakya, en las faldas del Himalaya, en las tierras actuales del Nepal. Vivía feliz y pudo disfrutar de todo lo que un hombre suele desear: tenía salud y riqueza; le rodeaba la armonía, que él gozaba con su esposa y con sus hijos, en el centro de una familia dichosa, en un reino donde ante sus ojos sólo se extendía la paz.
Pero algo le faltaba; algunos dicen que eran la ausencia de la madre, que había muerto cuando él había nacido; otros afirman que era la fuerza de la Verdad que le estaba ya empujando. Lo cierto es que un día dejó su palacio de felicidad y fue a ver lo que había sobre el ancho mundo externo, para conocer la realidad. Y así empiezan las tres salidas y encuentros, la experiencia fallida y la iluminación:

Primera salida, un enfermo.

Los profetas de las religiones monoteístas (Moisés, Jesús, Mahoma) salen mundo y se fijan sobre todo en la opresión de los cautivos, oprimidos y expulsados de la sociedad. Gautama, en cambio, ha empezado descubriendo la enfermedad, un fenómeno natural, vinculado al mismo despliegue débil de la existencia humana. También Jesús se encontró con enfermos, pero los vio sobre todo como oprimidos, al lado de otros hombres impuros y pobres, excluidos de la sociedad, a quienes quiso curar y ayudar. Gautama, en cambio, los vio simplemente como enfermos, oprimidos por el dolor; la tradición añade, además, que se fijó en un leproso, como aquellos que Jesús acogía y curaba. Pero Gautama no intento curarlo, pues ello era imposible y, además, descubrió que todos somos enfermos, pues la vida misma es una enfermedad, un tipo de dolencia sin remedio. Volvió al palacio y meditó sobre lo que había visto. No pudo olvidarlo, no consiguió ser ya feliz.

 Segunda salida, un anciano.

Volvió a salir de su palacio, dejó otra vez su entorno artificial de felicidad, y caminando se encontró con un anciano. No estaba enfermo de ninguna enfermedad, no fallaba nada de su cuerpo, ni tampoco de su alma. Pero era muy mayor, había recorrido el ciclo de la existencia humana y carecía de fuerzas. Sólo podía hacer una cosa: esperar que le llegara su destino. Gautama apenas pudo hablar con él, pero lo que habló fue suficiente: una vida que tiende inexorable a la vejez no merece la pena. En el fondo no importaba que el anciano fuera rico o pobre, que estuviera bien cuidado, en el seno de una familia cariñosa, o que se hallara abandonado sobre el duro campo. A fin de cuentas, la misma vejez era un abandono de la vida. Así descubrió Gautama que la existencia humana es un proceso inexorable de destrucción.

Tercera salida, un muerto.

Después de haber hallado al anciano, Gautama ya no pudo quedar mucho tiempo en casa. Había empezado a descender hacia el infierno de la vida y quiso tocar fondo. Llegó así el tercer encuentro, un descubrimiento de la muerte, pro no en general, sino de un muerto concreto al que llevaban a enterrar o a cremar a la vera del río. No había rabia ni venganza entre los familiares: el difunto había muerto de manera natural, sin violencia, sin ser asesinado. Otras religiones, como el cristianismo, inician su más hondo pensamiento desde el cadáver de un asesinado: sacrificios humanos, crucifixión de Jesús. Gautama no necesita encontrar asesinatos para descubrir que la vida se encuentra dominada por la muerte. Le basta cualquier muerto. Ante aquel cadáver se le apagaron ya todas las respuesta y se le abrieron preguntas que ya nadie pudo responderle, ni los compañeros del difunto, ni mucho menos el difunto. Supo así que la mentira insuperable de esta vida reside en ocultar la muerte.

El budismo. Una experiencia fallida, una iluminación

Esos tres encuentros (enfermo, moribundo, muerto) marcan la experiencia humana del budismo. Todo lo que existe en el mundo en eso, enfermedad, vejez y muerte. Su experiencia posterior fue un intento de vivir en un mundo marcado por esos encuentro.

Experiencia fallida, el monje.

Gautama no volvió ya a su casa. Atrás quedaba, para siempre, el palacio y la familia, la fortuna y los placeres mentirosos de la tierra. Nada tenía sentido ante el brutal encuentro con el muerto. Sin saber a dónde iba se puso en camino y la fortuna quiso que encontrara un monje, un contemplativo, que había abandonado el mundo y meditaba la verdad, esto es, aquello que se encuentra al otro lado de esta vida de dolor, vejez y muerte. El monje le prometió que le enseñaría todos los secretos de esa verdad, si es que aprendía a meditar. Gautama quedó con el monje, aprendió sus métodos, cumplió sus órdenes, realizó sus ritos, pero no encontró la verdad que esperaba. Ciertamente, el monje era un brahmán, de los evocados en el capítulo anterior al ocuparnos del hinduismo clásico. Era bueno, el mejor de los posibles: enseñaba a meditar del modo más intenso y verdadero. Pero en el fondo de esa meditación, que podía ser valiosa para otros, Gautama sólo encontró una especie de adormecimiento. Al meditar, parecía que se alzaba sobre enfermedad, vejez y muerte, dejando de pensar en ellas, pero no lograba vencerlas, seguían ahí, insolubles. Lógicamente, un día dejó al monje.

Encuentro verdadero. Iluminación junto al río: Gautama es Buda. 

Caminó Gautama por un tiempo, recorriendo los caminos y encontró por todas partes los mismos problemas de enfermedad, vejez y muerte, descubriendo así que la vida de los hombres no tiene solución humana. Por eso se sentó ya, sin querer absolutamente nada, sin desear ninguna forma de respuesta, en gesto de absoluta indiferencia. Fue entonces cuando, bajo el árbol, junto al río Ganges, en la tierra sagrada de Benarés, tuvo una iluminación, que le convirtió en el Buda por excelencia, es decir, en el Iluminado. Esta fue su vocación, su experiencia de llamada. No le bautizó ninguna persona (como Juan a Jesús, junto a otro río), ni se detuvo a recibir la opinión de otros. Supo que la verdad se le había manifestado, se supo distinto, y así empezó a recorrer de otra manera los caminos, no para mendigar de los demás su sabiduría, sino para dar testimonio de la verdad que se le había manifestado.

Fue entonces cuando Gautama, convertido ya en Buda, el Iluminado, pudo hablar. Antes se había limitado a buscar y escuchar. Ahora le había llegado la Luz y brotaron de su boca las palabras. Podía haber callado, dejando que la luz permaneciera en él y que los otros, cada uno, la buscara o recibiera por sí mismo. Pero descubrió que la luz era expansiva y que debía compartirla con aquellos que quisieran escucharle y recibirla. Allí mismo junto al río, cerca de Benarés, proclamó su primer discurso que contiene las grandes verdades de su revelación.

La diferencia cristiana

Para el budismo todo lo que existe en el mundo es enfermedad, vejez y muerte. Para el cristianismo, en cambio, todo lo que existe (desde la perspectiva de las tentaciones/encuentros de Jesús) es deseo de tener, deseo de poder y búsqueda de seguridad ideológica. En ese fondo podemos recordad la palabra de 1 Juan 2, 16: todo lo que hay en el mundo es deseo de la carne, deseo de los ojos y soberbia de la vida.
Desde ese fondo el cristianismo será, ante todo, el intento de responder a los “encuentros diabólicos”, creando un mundo donde se comparta el pan, se supere el poder como imposición (convirtiéndolo en gracia) y se venza la tentación ideológica del milagro (por el amor). No es mala la respuesta del budismo, no va en contra del evangelio. Pero la respuesta cristiana se sitúa (y nos sitúa) en una perspectiva algo diferente.

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