Sed felices todos: Dios es felicidad (E. Brotóns)

Ayer dije a los obispos de la CEE que fueran felices, de manera que pudieran aparecen ante los cristianos (y ante todos) como ejemplo y germen, como irradiación y esplendor de felicidad. Alguien ha contestado diciendo que sean simplemente justos, otro ha dicho que bastaría que fueran normales. Otro ha invocado a Dios y me dicho Otoitz nere alde (pide por mí), una palabra que extiendo a todos: ¡Orad para que seamos felices! Pues bien, dejando un poco al lado a los obispos, quiero seguir con el tema, de la mano de mi amigo y colega E. Brotóns y decir que incluso para S. Agustín, un santo al que presentamos como serio, el ser de Dios es la felicidad y la tarea de los cristianos el ser felices, como Dios. Por eso os digo, con E. Brotóns, con San Agustín, con Jesús y con Dios, a todos: ¡Sed felices!

E. Brotons

Ernesto J. Brotóns, preparó conmigo, defendió después y publicó una tesis doctoral en teología, titulada Felicidad y Trinidad a la luz del De Trinitate de San Agustín (Secretariado Trinitario, Salamanca 2003) , una tesis premiada con todos los premios posibles en una universidad. En ella estudia y comenta de un modo exhaustivo los textos de San Agustín sobre la Felicidad (eudaimonia), partiendo de las fuentes bíblicas y griegas, demostrando que, en el fondo, San Agustín sólo buscó una cosa: ¡Ser Feliz!... Y sólo quiso una cosa: ¡Qué fuéramos felices!
Agustín no fue un hombre de vida fácil, ni por su origen, ni por su forma de ser, ni por sus primeros pinitos religiosos (con los maniqueos, tristes por antonomaria), ni con por sus últimas tareas episcopales, en medio de un mundo que se derrumbaba... No fue feliz del todo y tiene, además, teorís muy tristes sobre el pecado original, sobre la "masa condenada" y sobre otros temás que aún colean en la teología y en la vida de la Iglesia. Pero, a pesar de eso, en su raíz y en ideal, quiso ser feliz y así lo enseñó en su tratado sobre la Trinidad. Por eso quiero desearos a todos, con el mejor San Agustín, que seaís felices (quizá sin seguir el ejemplo de Agustín, de otra manera, cada uno a su modo, si puede, si los demás le ayudan, si descubre a Dios como felicidad, a pesar de todo)
Alguno ha podido pensar que ser feliz es un gesto de egoísmo en este mundo duro y malo en que vivimos. Un famosísimo investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas me dijo un día que Jesús no pudo haber reído nunca, que no pudo ser feliz, porque estuvo rodeado de miseria. Le contesté que en el fondo Jesús reía siempre y que fue la irradiación de su felicidad lo que atrajo a muchos y les hizo ser con él cristianos, es decir, hombre ungidos por la felicidad (a pesar y en medio del hambre y dolor, como decían ayer las bienventuranzas).
Tiene mala fama la felicidad en ciertos entornos cristianos. Quizá recordéis El nombre de la Rosa de U. Eco. Allí se supone que un monje (un cristiano) no pede “reir” y por eso en la gran biblioteca del cenobio se guarda y se cierra con siete llaves el pretendido libro De Risu (sobre la risa) de Aristóteles… y el que lo hace es precisamente un monje de Burgos. Pues bien, en contra de eso, la iglesia de Jesús quiere ser testimonio de felicidad en el mundo. Desde ese fondo recojo los temas básicos del libro de Brotonos.

Aportaciones de San Agustín

1. Heredero de los eudemonismos clásico y bíblico, Agustín es el primer gran teólogo cristiano que ha desarrollado explícitamente las claves de la eudaimonía (es decir, de la felicidad: del buen Daimón), comprendida como experiencia cristiana y tarea social. El tema de la felicidad juega un papel crucial a lo largo de toda su obra, con un sabor biográfico, místico y experiencial que va más allá de lo especulativo.
En él confluye el fin de la cultura antigua (una experiencia de muerte: termina la vieja ciudad de ese mundo) con la apertura de nuevos horizontes sociales y filosófico-teológicos y el comienzo de la nueva cultua cristiana en occidente. Asumiendo el neoplatonismo como instrumento conceptual, paradójicamente san Agustín desheleniza el helenismo, al introducir elementos insospechables, procedentes de la fe bíblica, judeocristiana, elementos que pueden abrir nuevos caminos de felicidad. La historia de occidente (que es el lugar donde ha muerto el mundo antiguo) tendría que haber sido una historia de felicidad. .

2. Su principal novedad radicará en la vinculación explícita del deseo humano de felicidad con la confesión de una Alteridad fundante y beatificante, personal y trinitaria, aspecto este último original y propio del obispo de Hipona, con el cual hace de la Trinidad cristiana la patria y la senda de la bienaventuranza. Desde el principio de su obra, el eudemonismo de Agustín se mueve en la dinámica del don y adquiere rasgos eminentemente teocéntricos y trinitarios, insistiendo en el carácter teologal, y no sólo psicológico, del anhelo de felicidad humano.
El problema de la felicidad no es sólo del hombre, sino, ante todo, de Dios. Si existe Dios podemos ser felices, porque Dios es la máxima felicidad. El problema «Dios-felicidad» es el problema de la relación entre Dios y lo humano. Sólo podemos decir que hay Dios si somos felices. Los obispos sólo pueden ser testigos de Dios si ellos mismos son testigos de la felicidad.

3. Su obra de madurez, De Trinitate, es testigo privilegiado de esta intuición, en la que no sólo desarrolla el misterio de la beatitud divina y trinitaria, sino el carácter beatificante de la misma y su significatividad para el ser humano. El rostro de Dios que Agustín busca como su sumo bien y felicidad suprema es el rostro del Dios uno y trino, confesado por la fe cristiana, del Dios que es feliz en comunión e irradiación de vida.
Por eso, la única prueba de que Dios es “trinidad” es la felicidad. Ser feliz implica vivir en comunión. Por eso, porque es feliz y para serlo, Dios es comunión de amor. De ahí el tema de la íntima relación entre felicidad y Trinidad motive y estructure el tratado De Trinitate..

4. A la luz de su comprensión de la economía salvífica (es decir, del camino de la salvación humana), especialmente de su reflexión sobre la creación y la encarnación y la mediación redentora de Cristo, y del dinamismo de la ontología trinitaria en base a las analogías, la Trinidad viene a presentarse como el hogar de la felicidad. Dios es la Casa de la Felicidad y el camino beatificante para el hombre, camino de autorrealización personal y proyecto social, pues fundamenta un nuevo modo de ser, de conocer y de amar en felicidad. Los hombres podrían matarse, si fueran desdichados. El hecho de que viven es prueba de que son felicidad quieren serlo, como Dios.
Dios es la ayuda y fundamento de la felicidad del hombre. No se puede hablar de Dios sin felicidad, es decir, sin salvación, sin plenitud, sin espeanza.

5. A partir de aquí, no resulta difícil vislumbrar la significatividad existencial y social que puede tener la doctrina trinitaria como fuente y camino de autoestima y proyecto, convivencia y solidaridad. Además, el proyecto trinitario como senda hacia la felicidad humana ha de ser fuente de felicidad. Por eso, San agustín ha superado el planteamiento maniqueísta (donde la vida es lucha entre el bien y el mal), afirmando la bondad de lo creado y condenando una teología del desprecio del mundo. Si bien toda felicidad tiende a infinitarse y es tensándose hacia la Felicidad como se saborean las felicidades, el eudemonismo agustiniano reconoce el valor y la sacramentalidad del gozo humano de esta vida, gozo en esperanza e «in Domino».

2. Discusión y cuestiones pendientes.

A partir de aquí el tema se vuelve más complejo, como ha de ser en una tesis doctoral. Quien quiera saber más vaya a Zaragoza y pregunte en cualquier lugar por E. Brotons, especialamente en el barrio de la Pilarica. Allí le dirán por dónde anda y podrá hablar con él de la felicidad. Como anticipo técnico dejo tres cuestiones abiertas:

1. Discusión. La reflexión agustiniana nos confronta con el problema de la imagen y experiencia de Dios y del hombre en la comprensión de la felicidad. Sus estudios del politeísmo clásico, del «monoteísmo» filosófico y hebreo, y de la Trinidad cristiana revelan para el Hiponense cómo una determinada comprensión de Dios configura un ideal propio de felicidad y una visión del hombre. Y viceversa, los ideales humanos pueden proyectar fácilmente una idea concreta de Dios, o incluso, rebelarse ante la misma.

2. Preguntas abiertas. Desde aquí, surge la cuestión de la «autonomía», «heteronomía» o «teonomía» de la consecución de la felicidad, más acuciante aún a la luz de la doble secularización de la eudaimonía que conllevan la Modernidad y la Posmodernidad. La felicidad ¿es don o conquista? ¿tarea individual o social? ¿qué papel ha de jugar la política, el Estado, o la cultura en la consecución de la felicidad? Junto a estos interrogantes, cabe la discusión en torno al análisis agustiniano de la intencionalidad humana y la pregunta por el sentido, así como la escatologización o no de la bienaventuranza. ¿Es posible una felicidad «in spe», una «mansio uiatoris» en expresiones de Agustín? Finalmente, ¿es la felicidad «un absoluto» a conquistar «a cualquier precio»?

3. Cuestiones pendientes. En definitiva, estas discusiones más concretas no son más que un reflejo de la labor que nos queda ahora por realizar, buscando el sentido de la actual problemática en torno a la felicidad y cuestionándonos en definitiva si es legítimo hablar hoy de la felicidad como experiencia cristiana y como tarea social. Esas cuestiones nos sitúan en medio de una problemática existencial y social muy importante para nuestro tiempo: sin un horizonte de búsqueda de felicidad, la vida humana tiende a apagarse. San Agustín planteó el tema en un tiempo fuerte de cambios. Nuestro tiempo exige una reflexión semejante a la suyas, pues la vida humana no se pede sostener únicamente sobre temas y tonos trágicos o de desesperanza.

3. Bibliografía.
Además de las fuentes clásicas y patrísticas, destacamos las siguientes obras.

ANNAS, J., The morality of happiness, Oxford 1993.
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BATTOCCHIO, R. – TONIOLO, A. (eds.), Desiderio di felicità, Padova 1997.
BECKER, A., De l’instinct du bonheur à l’extase de la beatitude, Paris 1967
BODEI, R., Ordo amoris, Valladolid, 1998.
DIAZ, C., Eudaimonía. La felicidad como utopía necesaria, Madrid 1987.
GAGEY, H.J. (ed.), Le bonheur, Paris 1996.
GRESHAKE, G., El Dios uno y trino. Una teología de la Trinidad, Barcelona 2001.
HOLTE, R., Béatitude et Sagesse., Paris 1962.
LORENZ, R., ‘Fruitio Dei bei Augustin’: ZKG 63 (1950/51) 75-132; Id., ‘Die Herkunft des augustinischen Frui Deo’: ZKG 64 (1952/53) 34-60.
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MATTIOLI, A., Beatitudini e felicità, Firenze 1992. .
OROZ, J. – GALINDO J.A. (eds.), El pensamiento de S. Agustín para el hombre de hoy, Valencia 1998.
ROJAS, E., Una teoría de la felicidad, Madrid 81991.
TATARKIEWICZ, W., Analysis of happiness, The Hague-Warszawa 1976.
TELFER, E., Happiness, New York 1980.
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